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CARTA DE D. ANTONIO DORADO SOTO CON MOTIVO DE LA VISITA «AD LIMINA»

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Málaga, 26 de noviembre de 2004

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares de la Diócesis de Málaga:

Al comienzo del año 2005 debo realizar la Visita “Ad Limina” a Roma, cuyo momento central lo constituye la veneración de los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo y el encuentro con el Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, el Papa Juan Pablo II.

Los actos principales son la celebración de la Eucaristía en la Basílica de San Juan de Letrán, el día 28 de Febrero, con renovación de las promesas bautismales de los peregrinos, el día 1 de Marzo la celebración de la Eucaristía en el altar de la Cátedra de San Pedro y la audiencia general con el Santo Padre el día 2, a las 10,30 de la mañana.

Deseo a través de estas líneas recordar el sentido eclesial que tiene la Visita “Ad Limina” Cada cinco años las Iglesias Particulares, presididas por el Obispo, peregrinan a la Iglesia de Roma, que nos preside en la Caridad de Dios, como dijo San Ignacio de Antioquía.

La finalidad es expresar y reforzar la comunión eclesial con las demás Iglesias particulares y especialmente con la de Roma y con el Sucesor de Pedro.

Como “pastor” que preside la Diócesis malagueña, sirviéndola y animándola en la fe, llevaré a Roma un informe sobre las realidades pastorales de Málaga y expondré al Santo Padre los problemas y proyectos pastorales de la Diócesis y le agradeceré, en nombre de la Iglesia particular de Málaga, su excepcional magisterio que nos ayuda a vivir la fe y el amor del Señor.

Os invito a peregrinar a Roma como representantes de la Diócesis de Málaga en la Visita “Ad Limina”. Los que peregrinen a la Ciudad Eterna hacen presente a todos los católicos de la Iglesia particular malagueña. Las condiciones del viaje podéis consultarla en la Delegación de Peregrinaciones, tlno: 616.46.35.17, D. Alfonso Arjona Artacho, Delegado.

A todos os pido que desde ahora recéis por el Papa, por mí y por la Diócesis. Que esta visita sea vivida con toda la fuerza espiritual que tiene y que sea ocasión de renovación de la vida cristiana y profundización de la “comunión” con el Papa, a quien agradecemos su inestimable “ministerio” como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, en favor de todas las Iglesias particulares que manifiestan la universalidad de la Iglesia del Señor.

Os bendice y reza por vosotros,

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

HOMILÍA D. JAVIER MARTÍNEZ. V CENTENARIO ISABEL LA CATÓLICA.

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Queridos hermanos Arzobispos y Obispos,

Autoridades,

Queridos hermanos y amigos:

Los cristianos nos reunimos siempre junto al altar de Cristo para darle gracias a Dios. Nuestra oración se llama Eucaristía, que significa precisamente eso: acción de gracias. El motivo de nuestra gratitud es siempre nuevo, y a la vez no tiene fin: se llama Jesucristo.

En Jesucristo, en efecto, los hombres accedemos al don más grande: participar de la vida divina, llegar a ser hijos de Dios. Unos hijos que pueden dirigirse a su Padre con la confianza de los niños, y que viven despreocupados bajo la mirada de un Padre que tiene contados “hasta los cabellos” de nuestra cabeza. En Jesucristo hemos conocido y experimentado la misericordia infinita de Dios, y el perdón de nuestros pecados, fuente inagotable de alegría. En Jesucristo hemos conocido “la esperanza que no defrauda”, la esperanza de la vida eterna, para la que hemos sido creados, y de la que tenemos ya una misteriosa experiencia aquí en la tierra, en la comunión de la Iglesia. En Jesucristo hemos conocido la dignidad inalienable de la persona humana, el valor de la vida, de toda vida humana, siempre. En Jesucristo hemos conocido la verdad del amor humano y del matrimonio de un modo que corresponde a las exigencias profundas del corazón del hombre y de la mujer. En Jesucristo hemos conocido la posibilidad de construir en este mundo una sociedad basada en la confianza y en la libertad, en el aprecio por la razón y el derecho, en el gozo por el bien de los demás y en el afecto mutuo.

¿Cómo podríamos no dar gracias por tanto bien? ¿Cómo podríamos avergonzarnos de esta experiencia humana, la más bella que hay en la historia? En medio de mil traiciones y debilidades, a través de períodos enteros de corrupción o decadencia, la gracia de Cristo no ha dejado nunca de estar presente entre nosotros, y de abrir para los hombres, en toda clase de culturas, en circunstancias diversas, y en todas las clases sociales, la posibilidad de una humanidad resplandeciente de verdad y de bien, de amor por la razón y por la libertad, de afecto por la vida.

De esa acción de gracias al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, no es separable la cadena de personas a través de las cuales la fe cristiana ha llegado hasta nosotros. Todas ellas, al igual que las mil circunstancias contingentes que hacen la historia, forman parte del designio bueno de Dios para nosotros. Pero en esa cadena hay un elemento, el más misterioso de todos, que es la libertad de los hombres. Por eso, en nuestra acción de gracias, es esencial “esa muchedumbre enorme que nadie podría contar” de personas de fe, hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación, de todas las clases sociales, de diferente condición cultural, que menciona el libro del Apocalipsis, y que han dado un testimonio especial de fe y de amor a Jesucristo. Ellos son miembros del cuerpo de Cristo, son el cuerpo y la forma histórica de la gracia.

En Granada, pero también en España en general, una de esas personas que juegan un papel en la providencia por la que hoy nosotros somos cristianos, es la Reina Isabel. No es difícil dar gracias por su figura, en cuanto se la conoce, porque es una figura llena de encanto cristiano. No celebramos nosotros sus victorias, o su contribución a la cultura, o sus extraordinarias dotes de gobierno, que las tuvo, sino su calidad cristiana y sus virtudes cristianas. Fue una mujer de fe, y de honda piedad, llena de fortaleza en su fidelidad a la Iglesia y al Evangelio. Fue una esposa y una madre ejemplar. Siempre se mantuvo firme en su conciencia de que todos los hombres, los indios recién descubiertos al igual que los vencidos, eran poseedores de un alma inmortal, y como tales debían ser tratados con un respeto grande a su dignidad, como ella los trató siempre. Es admirable el interés con que en el Codicilo que acompaña a su Testamento, pide a su hija la princesa, y al príncipe, su marido, “que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra firme, ganadas o por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna”. Es admirable en su humanidad el trato a los vencidos, especialmente si se las compara con el que se les daba por lo general en esa época en otras latitudes, y en otras culturas.

La Reina Isabel destaca por su grandeza humana en un contexto en que la violencia, la mentira y la corrupción eran moneda corriente, incluso entre eclesiásticos. Pronto, una reforma de la Iglesia que no acababa de ir a las verdaderas raíces del mal que había en ella, y el absolutismo naciente, iban a dar lugar a una Europa profundamente dividida, en la que por primera vez después de muchos siglos Cristo y su cuerpo no iban a ser la clave de comprensión de lo humano, ni de la actividad humana, ni de la vida política y social. Y así empezaría una fragmentación y una destrucción de lo humano cuyos últimos episodios han sido las horribles experiencias de las dos guerras mundiales, provocadas por las ideologías que ocuparon el lugar de la fe.

Precisamente porque la figura de la Reina Isabel no es un patrimonio exclusivamente granadino (aunque ella amaba entrañablemente –“más que a mi propia vida”– a esta ciudad, y por eso quiso ser enterrada en ella), sino español y europeo, y también americano, a esta celebración de acción de gracias, en el quinto centenario de su muerte, han querido unirse a nosotros, fieles cristianos de Granada, un nutrido grupo de arzobispos y obispos de la Conferencia Episcopal Española.

En nombre de la Iglesia de Granada, a todos os doy las gracias. Sé del esfuerzo que habéis hecho para poder uniros a esta celebración, después de peregrinar ayer al sepulcro del Apóstol Santiago, y presentar al Señor las necesidades y las intenciones de nuestras Iglesias de España, por intercesión de aquél a quien los pueblos de España debemos el don de la fe y de la comunión.

Saludo y doy las gracias también a las autoridades presentes, civiles y militares, de Granada y de otros lugares de la provincia eclesiástica.

En esta acción de gracias por lo que la Reina Isabel supone en la historia de nuestra fe, hay dos aspectos que vienen espontáneamente al corazón y a la mente: la unidad de los pueblos de España, y la evangelización de América.

La unidad de los pueblos de España ha sido y es un bien grande, de naturaleza propiamente moral, como lo es siempre la unidad de los hombres cuando está fundada en algo más grande que los meros intereses de poder. Aunque hoy esa unidad esté amenazada por esos mismos intereses, es preciso pedirle al Señor que no se rompa, que sepamos mantenerla de modo que se permita la libre expresión de cada pueblo en una multiplicidad armónica. En la historia, la separación entre pueblos que han vivido unidos largo tiempo no se produce jamás sin violencia y sin sufrimientos enormes. Por eso preciso trabajar por esa unidad, sembrando el amor y fomentando la cooperación de unos con otros y el afecto mutuo donde otros alientan el odio y la división.

La “unidad del género humano” forma parte esencial de la misión de la Iglesia. En una antropología no cristiana, la unidad se obtiene siempre afirmándose a uno mismo “frente a otros”, “contra otros”. En clave cristiana, en cambio, la unidad, en la familia como en la polis, significa la afirmación de los otros, la donación por el bien de los otros, el amor de los otros por lo que son, y no por interés en lo que tienen. Por eso esa unidad no es contra nadie, sino a favor de todos, y siempre abierta al horizonte de todos los hombres, del mundo entero. En el contexto cultural nuestro, tan distinto del de la Reina Isabel, la llamada a los cristianos a trabajar por esa unidad entre los hombres es una urgencia particular, que requiere una especial sabiduría. Requiere también un amor verdadero a los hombres que sólo puede ser fruto de una participación en el Espíritu de Dios.

A la otra gran obra de la que ella fue inspiradora, la evangelización de América, ya hemos hecho referencia. Aunque sin duda, como en toda obra humana, hubo mil miserias y pecados, contra los que la Reina ya advertía e hizo lo posible por evitar, la Evangelización de América es una de las empresas más bellas y exquisitamente humanas de la historia de los encuentros entre pueblos: y los innumerables santos que han surgido, y que no cesan de surgir, en aquellos benditos pueblos hermanos nuestros son un elocuente testimonio de ello.

Como Reina cristiana, la reina Isabel gobernó el reino de este mundo sabiendo que ella pertenecía a otra polis, a la “otra ciudad”, que tenía otra ciudadanía en el Reino de los cielos. Y a la vez, sabía que esa ciudadanía, que es la decisiva, se jugaba en las decisiones de la vida cotidiana, en la conducción de los asuntos de este mundo, en la responsabilidad con la realidad y con la historia. Nunca dejó de ser consciente de ello, y eso le permitió esa libertad y esa fortaleza que le son tan características.

Nuestro mundo es bien diferente del de la Reina Isabel, pues nosotros estamos al final de una modernidad que encuentra dificultades para sobrevivirse a sí misma, y que se disuelve en nihilismo. La Reina, en cambio, representa el comienzo de la modernidad. Hay que decir, sin embargo, que ella, como posteriormente algunas otras grandes figuras de la reforma católica, representa la posibilidad de una modernidad distinta, mejor y más plenamente humana que la que se ha construido sobre la llamada “razón secular”, que tantas veces se ha mostrado amante de la razón y de la libertad sólo en apariencia. La Reina Isabel es signo de la una modernidad que no estaba construida sobre la fragmentación de la realidad y de la conciencia, en vistas al dominio absoluto del hombre sobre el mundo material, o sobre la exacerbación de la separación entre natural y sobrenatural, con todas las desastrosas consecuencias que esa exacerbación ha producido y sigue produciendo en la cultura cristiana europea. Era una modernidad, en cambio, construida sobre la centralidad de Cristo como condición de un amor verdadero a la dignidad, a la razón y a la libertad de los hombres, incluidos los diferentes. y condición de un amor a la vida y a la realidad entera, algo que en nuestro mundo se muestra cada vez más difícil y extraño.

El momento en que vivimos en Occidente, y la ocasión de esta acción de gracias a Dios por la fe recibida, y en memoria una gran gobernante cristiana como la Reina Isabel, nos invita de nuevo a pensar en los elementos que constituyen esa “otra ciudadanía”, esa otra polis que es la Iglesia, y su significado específico para la ciudad terrena. Toda política, hasta la aparentemente más banal, no lo olvidemos, tiene unas implicaciones teológicas. Y el acontecimiento cristiano, que probablemente no es una religión en el sentido normal que se da al término “religión” en el vocabulario secular, tiene, desde luego, unas implicaciones políticas, de las que somos a veces muy poco conscientes los mismos cristianos. Nosotros mismos hemos admitido como normal una separación tan radical entre la fe y la vida y hemos contribuido de tal modo a ella, que somos tal vez los primeros responsables de un laicismo cuyas consecuencias ahora nos escandalizan.

Dejadme señalar brevísimamente, en el marco en que es posible aquí, algunas de esas implicaciones, algunos de los rasgos esenciales de las consecuencias políticas de la ontología que se deriva de la experiencia cristiana. Aunque la historia ponga de manifiesto multitud de caídas y de traiciones a estos ideales, la existencia misma de un pueblo cristiano implica por sí misma estos rasgos, que es necesario recordar, primero porque tal vez los olvidamos demasiado fácilmente, y segundo, porque son de una dramática actualidad:

El primero es la imposibilidad de la divinización del Cesar, o del imperio. En el mundo pagano, el Cesar y el imperio son siempre dos absolutos, se presentan a sí mismos como dioses. Esa divinización no era sólo cosa de la antigüedad, existe igualmente hoy con otras formas. A ellos, al Cesar y al imperio, se les somete todo: el juicio, la libertad, la conducta, la vida. Los cristianos, en cambio, respetuosos siempre con las leyes y las autoridades que no atentan contra la ley de Dios, saben siempre que al Cesar hay que darle “lo que es del Cesar”, que el culto sólo se le da a Dios, y que sólo Dios es el dueño de la conciencia de los hombres, de su libertad y de sus vidas.

El segundo es que la violencia, que sin duda llena la historia (y hace de ella una historia de pecado), no es un dato primigenio, originario de la realidad. La violencia no pertenece al orden de las cosas como son, sino que es una intromisión destructiva en ese orden. El conocimiento de un Dios que es amor, que crea todas las cosas por amor y, más aún, es tan grande en su amor que se entrega a sí mismo por la redención de su criatura, hace que el significado último de todas las cosas, y especialmente de la vida humana, sea un misterio de amor. Por ello, para un cristiano, la violencia o la competitividad no son nunca el modo por el que progresa la historia, sino el modo en que se destruye lo humano. Sólo el amor crea, sólo el amor construye, sólo el amor hace progresar y crecer la humanidad.

El tercero es la centralidad absoluta de la persona humana y de lo humano, como un bien sagrado e intangible. “El profundo estupor ante la dignidad de la persona humana se llama evangelio, se llama también cristianismo”, decía Juan Pablo II en su primera Encíclica. La verdad y el bien de la persona, alma y cuerpo, en todas sus dimensiones, son el centro mismo de una experiencia que consiste en acoger a un Dios que quiere unirse a su criatura hasta el punto de hacerse uno con ella, para llenarla con su amor y con su vida.

Como el acontecimiento de Cristo –Encarnación del Verbo, victoria de Cristo sobre la muerte, don del Espíritu Santo–, afecta a la humanidad en cuanto tal, y por tanto a todos los hombres, resulta que la vida cristiana, cuando es vivida con sencillez de corazón, genera un corazón “ecuménico” (por decirlo con una sola palabra), capaz de abrazar a todo ser humano como a un hermano, capaz de perdonar siempre, capaz de amar a los enemigos, incluso cuando se viera en la obligación de luchar con ellos. Y sólo sobre un amor así –que no existe sino como participación en el amor de Dios–, es posible una convivencia plenamente humana. Sólo sobre un amor así es posible pensar y construir una paz verdadera.

Y por eso también es esencial a la vida de la Iglesia, a la luz de nuestra experiencia de Dios y por tanto de la realidad, el valor de la vida humana desde el primer instante de su concepción hasta su muerte natural, y la verdad sobre el amor humano, y la verdad sobre el matrimonio (que sólo es la unión de un hombre y una mujer), y sobre la familia. En ese reconocimiento de la verdad de la persona, un factor esencial es también el amor especial a los más débiles, a los más pequeños e indefensos, a los que sufren más. Al servicio de este bien de la persona y de la familia, de cada persona y de cada familia –porque en clave cristiana el bien de cada uno coincide con el bien común–, existen todas las demás realidades de la vida política y social: la educación, el mercado, la vida de la ciudad y sus leyes, las asociaciones libres de todo tipo.

El cuarto y último elemento que quiero mencionar, también muy olvidado entre nosotros mismos (tal vez el más olvidado, y tal vez la fuente del olvido de los demás), es el hecho de que la Iglesia no consiste en la mera agregación de quienes tienen las mismas ideas o comparten los mismos valores, llamados a veces “valores cristianos”; tampoco es una organización, o una “institución”, en el sentido mundano del término. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, congregado en torno a la Eucaristía. La Iglesia es un cuerpo social, un pueblo estructurado, una realidad visible unida por los lazos de la comunión en el Cuerpo de Cristo. Y esos lazos son más poderosos que los de la familia, la nación, la lengua o la raza. Esta pertenencia a la Iglesia, para quien ha encontrado a Jesucristo, “vale más que la vida”, y no es un bien negociable, y menos aún, con los poderes del mundo; porque esa pertenencia –al ser la Iglesia el lugar donde Cristo se me da, la humanidad histórica de Cristo, su “cuerpo” y mi “cuerpo”, desde el que sé quien soy, y para qué estoy en el mundo–, esa pertenencia es precisamente la fuente de la verdad y de la vida, la fuente de la esperanza y de la alegría.

En esta Eucaristía de hoy, al dar gracias al Señor por lo que la Reina Isabel hizo por la fe católica y por cómo la vivió, le pedimos también al Señor por su alma. Que ella goce ya de la visión prometida a los siervos fieles, y que a nosotros nos inspire su ejemplo de esposa y de madre, de mujer y de gobernante cristiana. Pedimos al Señor que, si Dios fuera servido con ello y fuese para el bien de la Iglesia y de los hombres, sus virtudes sean reconocidas por la autoridad de la Iglesia, y los cristianos podamos venerarla públicamente e impetrar su intercesión ante el Señor.

Y que a todos nos conceda el Señor, y su Madre, la Virgen Inmaculada, ser hoy, en este mundo nuestro, testigos de la fe, es decir, ser el pueblo cristiano en que resplandece esa humanidad que nace de la presencia en medio de nosotros del Dios tres veces Santo.

SEMANA DEL 13 AL 19 DE NOVIEMBRE

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Sumario:

 

Asidonia-Jerez: Carta Pastoral con motivo del XXV aniversario de la creación de la Diócesis.

Asidonia-Jerez: Asamblea sacerdotal.

Granada: Actos conmemorativos del V Centenario de la muerte de Isabel la Católica.

Guadix: Procesión de la Virgen de las Angustias.

Huelva: Prorrogada la exposición “Cristo Eucaristía en el arte onubense”.

Murcia: La Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) celebrará a principios de diciembre el II Congreso sobre la familia.

Sevilla: Cierre del Proceso Diocesano de Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz.

Tenerife: Nueva sede del Archivo Histórico Diocesano.

Tenerife: Exposición itinerante “La Huella y la Senda”.

 

CONGRESO SOBRE LA FAMILIA EN LA UCAM

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MURCIA. La Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) celebrará a principios de diciembre el II Congreso sobre la familia.     
El congreso de la familia, organizado con la colaboración del Consejo Pontificio para la Familia, se celebrará en el Campus de los Jerónimos (Murcia) los días 2, 3 y 4 de diciembre. Será presidido por el cardenal López Trujillo, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia). El cardenal Rouco realizará el acto de clausura y el nuncio en España, monseñor Monteiro de Castro, la apertura.     
Entre los ponentes, destacan los arzobispos de Burgos –Francisco Gil Hellín– y Toledo – Antonio Cañizares; el obispo de Segorbe-Castellón y presidente de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Reig Pla; el obispo de Cartagena, Manuel Ureña; y el presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, Paul Joseph Cordes.     
También participarán el expresidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, el Director del Instituto de Ciencias para la Familia, Pedro Juan Viladrich, los presidentes del Foro Español de la Familia y del Instituto de Política Familiar, José Gabaldón y Eduardo Hertfelder, así como los psicólogos Enrique Rojas, Bernabé Tierno y Aquilino Polaino. Participarán también los filósofos Rafael Alvira y Enrique Bonete.

ACTOS CONMEMORATIVOS DEL V CENTENARIO DE LA MUERTE DE ISABEL LA CATÓLICA

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GRANADA. (19/11/2004). El viernes 19 de noviembre fueron presentados en rueda de prensa los actos principales a desarrollar en torno al 26, fecha en la que se conmemora el día en que falleció en Medina del Campo Isabel I. Ese día, en Capilla Real, se celebrará una misa de acción de gracias en memoria suya. Será presidida por D. Javier Martínez.

El día siguiente, sábado 27, a la celebración ofrecida por la Iglesia de Granada se une una amplia representación de la Conferencia Episcopal Española. Después de la eucaristía, celebrada en la Catedral, se pasará a la Capilla Real donde se cantará un Te Deum.

 

CARTA PASTORAL CON MOTIVO DLE XXV ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS DE ASIDONIA -JEREZ

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ASIDONIA-JEREZ. (18/11/2004). El pasado 18 de noviembre fue presentada la Carta Pastoral que D. Juan del Río, obispo de Asidonia-Jerez, ha escrito con motivo del XXV aniversario de la creación de la Diócesis. La carta lleva por título “La alegría de ser cristiano” y está dirigida a todos los diocesanos; en ella, indica el objetivo de la conmemoración: “tiene que ser un tiempo de gracia y conversión a Dios, una vuelta a lo esencial del cristianismo: el amor a Cristo, muerto y resucitado, que se manifiesta en una fe viva, una esperanza firme y una caridad activa”.

CLAUSURADO EL PROCESO DIOCESANO DE BEATIFICACIÓN DE MADRE MARÍA DE LA PURÍSIMA CRUZ

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SEVILLA. (15/11/2004). El día 15 de noviembre se desarrolló en la Catedral de Sevilla el acto de clausura del proceso diocesano «sobre la vida, virtudes y fama de santidad» de madre María de la Purísima Cruz, séptima madre general de las Hermanas de la Cruz, compañía fundada en Sevilla por santa Ángela de la Cruz. El acto fue presidido por el cardenal arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo.

Siguiendo el protocolo establecido para estos actos, el cardenal recibió del notario actuario las cajas con las actas originales y dos ejemplares auténticos del proceso que hoy se cierra. Tras consultar al promotor de justicia y al vicepostulador si tienen algo que objetar, el cardenal, el juez delegado y el promotor de justicia firmaron las cartas que serán enviadas al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, para que se siga allí el proceso. Posteriormente, Teodoro León, vicepostulador de la causa, recibió toda la documentación con el encargo de llevarla a Roma.     
La madre María de la Purísima, bautizada como María Isabel Salvat Romero, nació en Madrid, el 20 de febrero de 1926. En 1945 vistió el hábito de las Hermanas de la Compañía de la Cruz.
En el Capítulo celebrado el 11 de febrero de 1977 fue elegida madre general. Siendo reelegida consecutivamente en los años siguientes.

Durante los 22 años que dirigió la Congregación, transmitiendo el carisma de la fundadora, escribió multitud de circulares y cartas particulares a Religiosas. Estas cartas y circulares son “un tesoro espiritual que han ayudado a las religiosas a vivir el espíritu de la Congregación con un fuerte empuje”, señaló el comunicado.     
Murió el 31 de octubre de 1998, día del rosario. Su fama de santidad atrajo a centenares de devotos que asistieron conmovidos al entierro, presidido por monseñor Carlos Amigo Vallejo.

PROCESIÓN DE LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS

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GUADIX. (14/11/2004). El domingo 14 de noviembre la imagen de la Virgen de las Angustias salió a las calles de Guadix. Por la mañana  se celebró una misa pontifical en la catedral accitana, presidida por el Obispo de la Diócesis Monseñor Juan García Santacruz y concelebrada por el cabildo catedralicio.

Desde el día siete se venía celebrando una septena en honor a la Virgen de las Angustias, patrona de Guadix. Este año el predicador ha sido el P. Brian, sacerdote irlandés que ejerce su ministerio en la Parroquia de Huéscar

 

ASIDONIA-JEREZ: CARTA PASTORAL CON MOTIVO DEL XXV ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS

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El pasado 18 de noviembre fue presentada la Carta Pastoral que D. Juan del Río, obispo de Asidonia-Jerez, ha escrito con motivo del XXV aniversario de la creación de la Diócesis. La carta lleva por título “La alegría de ser cristiano” y está dirigida a todos los diocesanos; en ella, indica el objetivo de la conmemoración: “tiene que ser un tiempo de gracia y conversión a Dios, una vuelta a lo esencial del cristianismo: el amor a Cristo, muerto y resucitado, que se manifiesta en una fe viva, una esperanza firme y una caridad activa”.

ASIDONIA-JEREZ: ASAMBLEA SACERDOTAL

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Ayer 18 de noviembre se reunió en Asamblea todo el clero de la diócesis.  Se trata de la Asamblea que, anualmente, se venía realizando en septiembre. Durante la misma se presentaron los actos  a celebrar con motivo del XXV aniversario de la creación de la diócesis. Otros temas tratados fueron los de la Visita ad limina, las nuevas normas de Hermandades y Cofradías, la información económica de la diócesis y la actuación pastoral con motivo de celebraciones y sacramentos.

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