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La fama tiene alas

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Rematando las cúspides de las imponentes moles arquitectónicas que son las cajas de los dos órganos catedralicios, podemos observar a un angelote tocando un clarín.

Sin embargo, no se trata en este caso de una criatura angélica, sino de la representación alegórica, y de trasfondo mitológico, de la Fama. Según los antiguos romanos, lo que definimos como la notoriedad pública era un mensajero apresurado de Júpiter, de ahí sus alas, que vivía en un palacio situado en el centro del mundo, teniendo como compañía tanto a la gloria como al descrédito, la veracidad como la falsedad. No es de extrañar que la sugestión de esta figuración fuera heredada por el cristianismo, que tiene como referencia al mismo Jesús, cuya fama se extendía por todos los lugares, pero que se conservaba íntegro y humilde.

Talladas y estofadas en madera, estas imágenes malagueñas de la Fama son obra de los escultores  Juan de Salazar y Antonio Medina, que las labraron entre 1778 y 1782. De gran tamaño, aunque no lo parezcan a causa de la altura donde se encuentran, tienen en común estar soplando una larga bocina,  mientras que sujetan otra con la izquierda, en ademán de usar ambas alternativamente. Esto encierra un rotundo significado, ya que con ello se quiere expresar cómo la voz pública sobre algo o alguien puede ser difundida indiscriminadamente a los cuatro vientos, responda a una verdad o a una mentira. Con razón escribe san Pablo que nuestra vida discurre entre el honor y el agravio, entre la calumnia y la buena fama… (cfr. 2Cor 6, 8).

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Málaga escucha a Cuba

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El miércoles 27 de noviembre, a las 19.00 horas, se celebra en la parroquia de San Miguel, en Málaga, la Eucaristía y posterior testimonio del sacerdote de la diócesis de Córdoba José Manuel Alcaide Borreguero, sobre su experiencia en la Iglesia de Cuba. Este acto está organizado por la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

El sacerdote José Manuel Alcaide Borreguero nació en Córdoba el 11 de junio de 1980. Inició los estudios de Derecho en la Universidad de Córdoba e ingresó en el Seminario Conciliar de San Pelagio Mártir en 2001. Recibió la ordenación sacerdotal en 2007. 

Con posterioridad, realizó la Licencia en Derecho Canónico en la Università della Santa Croce en Roma (2008-2011), y el doctorado en Derecho Canónico en la Università di San Giovanni in Laterano también en Roma (2012), además de los Estudios para el Servicio Diplomático de la Santa Sede en la Pontificia Accademia Ecclesiastica (2008-2012).

En el curso pastoral 2007-2008 sirvió como Vicario Parroquial en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en Castro del Río. 

En el verano de 2008 sirvió como adscrito en la parroquia St. James’s Catholic Church in Spanish Place en Londres. En el verano de 2009 sirvió como adscrito en la parroquia Our Lady of Grace and St. Edward, en Chiswick (Londres).

En 2012 fue enviado como Agregado Diplomático en la Nunciatura Apostólica (Embajada de la Santa Sede) en Singapur y miembro de la Delegación Pontificia en Hanoi, Vietnam. 

De 2013 a 2015 sirvió como Secretario de Embajada a Kinshasa, República Democrática del Congo; al mismo tiempo, recibió el encargo pastoral como adscrito en Paroisse Siant Leopold de la misma ciudad.

De 2015 a 2018 trabajó en la Nunciatura Apostólica de Cuba.

De 2018 a 2022 sirvió en la Nunciatura Apostólica de Suiza, acreditado también ante Liechtenstein. Compaginó su servicio diplomático con la Capellanía de las Comunidades Católicas de Lengua Italiana en las parroquias de St. Martin Katholische Kirche en la localidad de Thun y en la parroquia de Heiliggeist Interlaken Katholische Kirche, en la localidad de Interlaken.

De regreso a España, en 2022, sirvió como vicario Parroquial en la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación de Córdoba. Desde abril de 2023 sirve como vicario parroquial en San Juan y todos los Santos (La Trinidad), de Córdoba.

Es también Vicecanciller del Obispado de Córdoba, Vicario Judicial Adjunto y profesor del Instituto de Estudios Teológicos “San Pelagio”.

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Peregrinación jubilar a Roma de la parroquia de San Gabriel

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Los peregrinos visitarán las basílicas de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros y San Pedro. En esta última celebrarán la Eucaristía el último día, antes de regresar. 

El miércoles está prevista la participación en la Audiencia General (siempre que el Papa se encuentre en Roma en esas fechas), y podrán visitar los Museos Vaticanos y la Capilla Sixtina.

La peregrinación incluye, entre otras visitas a templos y lugares significativos para la fe cristiana, la de los principales monumentos de la ciudad eterna: foros, Coliseo, Plaza Venezia, Panteón, Fontana de Trevi, Piazza Navoda, Plaza de España, etc. 

Para confirmar la reserva, es necesario contactar con la parroquia personalmente o en el teléfono: 952 210 836 para

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Las brasas de la oración

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Una vez más, apelamos a la observación de los lectores de DIÓCESISMÁLAGA, para que reparen en los relieves contenidos en los chaflanes del facistol, que es como se denomina el gigantesco atril que se encuentra ubicado en el centro de la sillería coral de nuestra Catedral.

Costeado por el obispo Alonso de la Cueva-Benavides, fue tallado hacia 1654 por un artífice llamado Fernando Ortiz. Este conjunto, en forma de pirámide truncada, tenía como uso servir de anaquel para los grandes libros de música que eran empleados para el rezo de las horas canónicas y cuya lectura se facilitaba a los celebrantes gracias a que el cuerpo central es giratorio.

En todo caso, en esta ocasión nos detendremos a reparar en las parejas de ángeles representados en él y que sostienen ascuas encendidas sobre sus manos. Es una alegoría de cómo ellos hacen suyas las oraciones de los hombres y las presentan, purificadas, ante el trono del Altísimo. Esta idea queda plasmada a la perfección en boca del profeta Isaías: «Voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado del altar, y tocó mi boca y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa y tu pecado está expiado» (6, 6-7).  Igualmente, en el libro del Apocalipsis se lee: «Y, por mano del ángel, subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra» (8, 3-5).

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Las ventanas del alma

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En lo más alto del tabernáculo academicista que preside el presbiterio de la Catedral se alza, solemne e hierática, la figura de la Fe. Concebida como una joven matrona, fue esculpida en mármol, como el resto del conjunto, por el artífice suizo José Frapolli, autor de numerosas esculturas en el cementerio de San Miguel y en el  Inglés de Málaga.

Correcta en cuanto a composición y labra, esta obra tiene una particularidad que, aunque no inédita, es infrecuente. En este caso, la Fe, virtud por la cual los cristianos aceptamos las verdades reveladas por Dios y transmitidas por la Iglesia, aparece con los acostumbrados atributos de la cruz y el cáliz, significando la creencia en el sacramento eucarístico y en el sacrificio de Cristo inmolado en la cruz. Pero, a la par, se encuentra con los ojos descubiertos.

La tendencia más generalizada para representar esta virtud teologal es mostrarla con una venda sobre ellos, para expresar plásticamente la sentencia de Cristo: «Dichosos aquellos que crean sin haber visto» (San Juan, 20, 24-29) o, como dice la carta a los Hebreos (11,1): «La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de los que no se ve». Es evidente que el tabernáculo malagueño no muestra la recreación de este modo de afrontar la Fe, sino que está inspirada en esta otra recomendación contenida en la segunda epístola a los Corintios: «¡Mirad las cosas cara a cara! Si alguien cree ser de Cristo, que reconsidere en su interior esto: si él es de Cristo, también lo somos nosotros» (10, 8-9).

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Málaga recibe un testimonio de Ayuda a la Iglesia Necesitada

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El miércoles 27 de noviembre, a las 19.00 horas, se celebra en la parroquia de San Miguel, en Málaga, la Eucaristía y posterior testimonio del sacerdote de la diócesis de Córdoba José Manuel Alcaide Borreguero, sobre su experiencia en la Iglesia de Cuba. Este acto está organizado por la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

 

El sacerdote José Manuel Alcaide Borreguero nació en Córdoba el 11 de junio de 1980. Inició los estudios de Derecho en la Universidad de Córdoba e ingresó en el Seminario Conciliar de San Pelagio Mártir en 2001. Recibió la ordenación sacerdotal en 2007. 

Con posterioridad, realizó la Licencia en Derecho Canónico en la Università della Santa Croce en Roma (2008-2011), y el doctorado en Derecho Canónico en la Università di San Giovanni in Laterano también en Roma (2012), además de los Estudios para el Servicio Diplomático de la Santa Sede en la Pontificia Accademia Ecclesiastica (2008-2012).

En el curso pastoral 2007-2008 sirvió como Vicario Parroquial en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en Castro del Río. 

En el verano de 2008 sirvió como adscrito en la parroquia St. James’s Catholic Church in Spanish Place en Londres. En el verano de 2009 sirvió como adscrito en la parroquia Our Lady of Grace and St. Edward, en Chiswick (Londres).

En 2012 fue enviado como Agregado Diplomático en la Nunciatura Apostólica (Embajada de la Santa Sede) en Singapur y miembro de la Delegación Pontificia en Hanoi, Vietnam. 

De 2013 a 2015 sirvió como Secretario de Embajada a Kinshasa, República Democrática del Congo; al mismo tiempo, recibió el encargo pastoral como adscrito en Paroisse Siant Leopold de la misma ciudad.

De 2015 a 2018 trabajó en la Nunciatura Apostólica de Cuba.

De 2018 a 2022 sirvió en la Nunciatura Apostólica de Suiza, acreditado también ante Liechtenstein. Compaginó su servicio diplomático con la Capellanía de las Comunidades Católicas de Lengua Italiana en las parroquias de St. Martin Katholische Kirche en la localidad de Thun y en la parroquia de Heiliggeist Interlaken Katholische Kirche, en la localidad de Interlaken.

De regreso a España, en 2022, sirvió como vicario Parroquial en la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación de Córdoba. Desde abril de 2023 sirve como vicario parroquial en San Juan y todos los Santos (La Trinidad), de Córdoba.

Es también Vicecanciller del Obispado de Córdoba, Vicario Judicial Adjunto y profesor del Instituto de Estudios Teológicos “San Pelagio”.

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Encuentro agustino en Málaga: «Los jóvenes anunciamos la esperanza»

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El Colegio Los Olivos de Málaga ha acogido del 8 al 10 de noviembre el Retiro Ciudad de Dios en el que han participado jóvenes de espiritualidad agustiniana de toda España a partir de 2º de Bachillerato.

El objetivo de este retiro es compartir su experiencia de fe y profundizar en la espiritualidad agustiniana que llevan años conociendo en los colegios y parroquias de la Provincia San Juan de Sahagún.

Ciento setenta chicos y chicas de distintos lugares de España viajaron hasta Málaga para participar en esta experiencia, que es una de las principales propuestas pastorales del curso para los centros agustinos y que se organiza desde el Secretariado de Infancia y Juventud en colaboración con el Equipo de Pastoral Vocacional de la Provincia de San Juan de Sahagún.

 

Catequistas y monitores

La mayoría de estos jóvenes se han formado en colegios y parroquias agustinas y actualmente son catequistas o monitores de grupos de niños y adolescentes. Acompañarles y cuidar su formación, haciéndoles conscientes de la enorme responsabilidad que supone ser referentes de otros más pequeños que ellos es uno de los objetivos del encuentro, que este año ha tenido como lema «Los jóvenes anunciamos la esperanza».

Para los participantes, la experiencia de estos días en Málaga es sinónimo de encuentro, familia, comunidad y esperanza. Durante estas jornadas, han comprobado que la amistad no está reñida con la fe y que la actitud de servicio da sentido a la vida.

 

Contenido

A lo largo del fin de semana los participantes han escuchado las reflexiones del conocido ilustrador católico «Fano», han conocido más de cerca cuál es la labor del equipo de voluntarios de pastoral penitenciaria de la Diócesis de Málaga y han podido expresar la fe al ritmo de las canciones de Nico Montero.

También ha habido un taller coordinado por Red Madre y otro para abordar cuestiones relacionadas con el noviazgo que desarrolló un matrimonio del movimiento Encuentro Matrimonial.

En definitiva, ha sido un fin de semana con un programa muy variado, con sesiones formativas, testimonios y momentos de reflexión y oración, tanto personal como comunitaria. Un programa de actividades y celebraciones para subrayar la idea de que la vocación es mucho más que decidir qué carrera universitaria estudiar, sino descubrir qué quiere Dios y cómo lograr una vida plena para ser un bien para los demás.

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Homilía en el Centenario de la Fundación de la Hermandad de los Estudiantes

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Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses. Centenario de la Fundación de la Pontificia, Patriarcal e Ilustrísima Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Angustia, de Sevilla.

Domingo XXXIII Tiempo Ordinario, ciclo B. 16 de noviembre de 2024. Lecturas: Daniel 12,1-3; Sal 15; Heb 10,11-14. 18; Mc 13, 24-32.

La Hermandad de los Estudiantes celebra hoy el centenario de su fundación. Damos gracias a Dios, al Cristo de la Buena Muerte y a María Santísima de la Angustia, por todos los dones recibidos en estos 100 años, por toda la gracia, por todo el amor, por la vida compartida en la Iglesia y en la Hermandad, por todos los hermanos que nos han precedido en este camino.

El Evangelio de este domingo nos invita a meditar sobre el fin de los tiempos, que coincidirá con el retorno glorioso de Cristo y con el cumplimiento de la historia de la salvación. Las pruebas y los sufrimientos de aquella hora serán la última llamada a la conversión. Toda la historia está orientada hacia esta venida gloriosa del Señor. Las imágenes cósmicas del sol que se oscurece, la luna que deja de brillar y las estrellas que caen, quieren subrayar con un lenguaje simbólico esta venida gloriosa en poder y majestad.

Una de las tentaciones del hombre moderno es la pretensión de conocer y controlar todas las realidades de la vida desde la racionalidad científica, de ahí que se interese por el origen del universo y por el fin del mundo. Son preguntas que también se hace todo creyente, pero el hombre de fe ha de superar esas pretensiones, y también las alarmas apocalípticas que, de tanto en tanto, aparecen en la sociedad. Porque el futuro está en manos de Dios, y el cristiano ha de vivir el momento presente sin nostalgias del pasado ni agobios respecto al futuro. Sólo el Padre conoce el día y la hora.

La parábola de la higuera es una invitación a la vigilancia continua. Hay que mantener la esperanza, una esperanza sana y firme, viviendo el presente con actitud vigilante: como centinelas fieles que están siempre a punto esperando la llegada del Señor, porque su venida nos es desconocida. Nuestra vigilancia debe orientarse también a descubrir los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. Así podremos captar como Dios va actuando en la Historia y, a la vez, viviremos con intensidad el tiempo que Dios nos concede y la relación con las personas que comparten nuestro camino.

Pidamos al Señor la gracia de ser auténticos mensajeros de esperanza en el mundo. Muchos de nuestros coetáneos la han perdido, sobre todo porque han dejado que se apagara la llama de la fe. Pero, a la vez, están buscando continuamente sentido a sus vidas, están sedientos de esperanza y se preguntan dónde la podrán encontrar. Pues bien, la gran esperanza no es una idea, o un sentimiento o un valor; es una persona viva: Jesucristo. En Él podemos confiar, a Él podemos entregar nuestra vida, porque el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán.

La Hermandad de los Estudiantes celebra el centenario de su fundación. Nació con la sencillez de un grano de mostaza, con la humildad de un poco de levadura: por la fe y la devoción que despertaba una imagen del Señor en la Universidad, y posteriormente la de la Virgen de la Angustia, que fue germen de una Hermandad única en su idiosincrasia. Hay mucho que agradecer a los hermanos fundadores, y también cabe destacar la labor y el compromiso de todas las generaciones de hermanos que les fueron sucediendo y recogieron el testigo de la misión de ser reflejo de la luz de Cristo en la Universidad y hacer que la Hermandad sea la gran familia abierta a todos.

El lema de la Hermandad es “perfundet omnia luce”, “todo brilla con la luz”. La imagen de la luz está muy presente en la Sagrada Escritura. Según el profeta Isaías, la luz de Israel y de todas las naciones el Mesías. En el evangelio de san Juan (cf. 8,14), Jesús afirma de sí mismo que es la luz del mundo, y lo mismo afirma de los discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Es este un profundo misterio: la luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo (cf. II Cor 4,6). Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo. Esta expresión contiene una significación profunda y un compromiso enorme. Ahora bien, sólo podremos ser luz en la medida que vivamos unidos a Cristo, permaneciendo en él, siendo transparencia de su luz, a partir de una experiencia de encuentro que cambia el corazón, que cambia la vida entera.

A lo largo de su historia centenaria, la Hermandad ha llevado a cabo diferentes iniciativas a modo de misión popular: la Santa Misión en 1952 para universitarios en el templo de la Anunciación; participó también en la Misión General que se llevó a cabo en toda la Archidiócesis de Sevilla en 1965; y, por último, la Misión que se ha desarrollado con ocasión del centenario, con grupos de diálogo en los distintos campus universitarios que han ofrecido el espacio para compartir inquietudes, preguntas y respuestas, dudas y certezas, al propiciar diferentes temas de conversación que tienen lugar y sentido en la universidad.

Hermanos Mayores, Directores Espirituales, Juntas de Gobierno y miembros de la Hermandad, han sido fieles a su identidad universitaria y, al mismo tiempo, han dialogado y han interpelado a una sociedad cada vez más influida por la secularización. Cuantos ciclos de conferencias y tertulias, coloquios y mesas redondas, actividades orientadas a la síntesis entre fe y razón, porque “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad», tal como nos enseñó san Juan Pablo II; cuantas energías dedicadas desde el principio de la “caridad intelectual”, para guiar a jóvenes y adultos hasta el conocimiento de la verdad, como subrayó el papa Benedicto XVI; cuantos trabajos encaminados a encontrarse y entrar en diálogo con los otros, a “crear redes” entre las distintas instituciones, como nos insiste el papa Francisco.

Las celebraciones, los encuentros de oración y los retiros espirituales han sido fundamentales para mantener viva la llama de la fe. El acompañamiento espiritual y la formación personalizada han sostenido a muchas personas a lo largo del camino. Permitidme un recuerdo entrañable y agradecido a don Juan del Río, hermano en el episcopado, y a tantas personas que han dedicado su tiempo, sus energías, su cariño, su corazón. A la vez, el reconocimiento a una acción caritativa y social tan creativa como eficaz en el campus y en lugares más allá de nuestras fronteras.

En este día de fiesta damos gracias al Señor por todo el amor recibido y compartido en estos 100 años. Contemplamos el pasado con agradecimiento, afrontamos el futuro con confianza, y vivimos el presente con pasión, con la gracia del Cristo de la Buena Muerte, centro y fundamento de nuestra vida; de la mano de María Santísima de la Angustia, que está presente en todo momento y nos protege; en la compañía de los hermanos con los que seguimos haciendo camino. Así sea.

Carta a los sacerdotes en la clausura del Año de la Eucaristía

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Queridos sacerdotes:

Culmina el año dedicado a la Eucaristía, que estamos viviendo con una especial atención espiritual y pastoral. Lo haremos con una “semana grande”, a modo de congreso eucarístico diocesano, con conferencias y meditaciones relevantes, pero, sobre todo, con la adoración eucarística que se ha extendido notablemente en nuestros templos, y agradeciendo este don inestimable en cada una de nuestras celebraciones. Gracias por vuestra colaboración constante y esforzada que ha hecho posible esta expresión de amor al Señor. Gracias por presidir a diario la Eucaristía que alimenta nuestras vidas, y por educar a los fieles en la adoración del Señor.

 

CRISTO EUCARISTÍA: FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

Me dirijo a vosotros pidiendo al Señor que renovemos con esta ocasión el propósito de que Cristo Eucaristía sea el fundamento de nuestra espiritualidad sacerdotal. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, “es la raíz, centro, culmen, meta de la vida cristiana” (LG 11), debe ser también para nosotros el sello carismático que marque nuestra espiritualidad, nuestra personalidad y toda la vida sacerdotal. Es la fuente y sentido último de la existencia sacerdotal (PO 6;13). Como nos ha recordado Francisco, “no agradeceremos nunca bastante al Señor el don que nos ha hecho con la Eucaristía … No acabaremos nunca de entender todo su valor y riqueza. Pidámosle, entonces, que este sacramento siga manteniendo viva su presencia en la Iglesia” (Audiencia 05.02.2014). Gracias al sacramento de la Eucaristía nos hacemos misteriosamente contemporáneos del acontecimiento del cenáculo y de la cruz, de la muerte y resurrección de Cristo. De este modo, haciendo de la Iglesia una Eucaristía, la Eucaristía hace la Iglesia mediante la consagración, la comunión, la contemplación y la imitación.

El Cenáculo es la cuna de nuestro sacerdocio, donde hemos nacido con la Eucaristía y para la Eucaristía, que no existiría sin nosotros, pero también es nuestra escuela de vida sacerdotal. Nosotros hemos de sentir en ella, más que nadie, el abrazo de nuestro querido Jesucristo, siempre buscado, amado, contemplado, estudiado y predicado. Nuestro camino de santidad, como predicaba fascinado San Manuel González, es “llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada”. Su experiencia le demostraba que el trabajo de rodillas ante el sagrario es infinitamente más fecundo que cualquier otro. De esta experiencia nace la necesidad de anunciar a todos su amor: “¡Ay de mí, si no evangelizara!” (1 Cor 9, 16), “Me urge el amor de Cristo” (2 Cor 2, 14).

 

MISTERIO DEL AMOR, CENTRO  DE LA VIDA SACERDOTAL

La Eucaristía es el misterio del amor sorprendente de Cristo que se quiere quedar con nosotros antes de volver al Padre, haciéndose apoyo de nuestra debilidad y alimento de nuestras almas. Cada día nos regala el memorial que actualiza de modo incruento el único sacrificio de la cruz, que es el misterio de nuestra fe, la eterna alabanza y acción de gracias que Cristo tributa la Padre y que cada día renovamos en el altar. Aquí está presente de tal modo, real y substancial, que lo convierte en el sacramento por excelencia, manantial de la vida y de la misión de la Iglesia, esperanza firme frente al pecado y frente a los poderes del mundo.

Poder realizar como sacerdotes la consagración in persona Christi debe ser ocasión permanente de asombro y gratitud, y un estímulo para identificarnos con Él. Dios ha puesto su cuerpo en nuestras manos y se humilla diariamente ante nosotros. Acerquémonos a él humildes y arrepentidos de nuestros pecados, temblando ante la grandeza del don que recibimos, sabiendo que no somos dignos. Antes de acogerle reconozcamos su grandeza y majestad; digamos, al menos, como Juan el Bautista: “¿Tu vienes a mí?” (Mt 3,14), y ¿qué esperas de mí?, ¿cómo acogerte en mis manos, y a dónde llevarte?, ¿con qué corazón recibirte? Sólo podemos acoger a Dios como Dios, aceptando su voluntad con pureza de intención, como hacemos patente siempre al comulgar “el cuerpo de Cristo”, respondiéndole: “Amén”.

Aprendamos de San Juan de Ávila, para quien la Santa Misa era el centro de su vida sacerdotal y el centro de su evangelización. La celebraba pausadamente, con lágrimas en los ojos “trátelo bien, que es Hijo de Buen Padre”, decía a un sacerdote en el convento de Santa Clara de Montilla cuando celebraba la Eucaristía con cierta ligereza. “Junte vuestra merced a esta consideración, de quién es el que al altar viene, el por qué viene, y verá una semejanza del amor de la encarnación, del nacimiento, de la vida y de su muerte, que le renueve lo pasado. Y si entrare en lo íntimo del Corazón del Señor y le enseñare que la causa de su venida es un amor impaciente, violento, que no consiente al que ama estar ausente de su amado, desfallecerá su ánima en tal consideración”.

“Mucho se mueve el ánima considerando: «A Dios tengo aquí»; más cuando considera que del grande amor que nos tiene —como desposado que no puede estar sin ver y hablar a su esposa ni un solo día— viene a nosotros, querría el hombre que lo siente tener mil corazones para responder a tal amor, y dice como San Agustín: “Señor, ¿qué soy yo para ti, cuando me mandas que te ame? ¿Qué soy yo?” ¡Y tanto deseo tienes de verme y abrazarme, que, estando en el cielo con los que tan bien te saben servir y amar, vienes a este que sabe muy bien ofenderte y muy mal servirte! ¡Que no te puedes, Señor, hallar sin mí!

¡Que mi amor te trae! ¡Oh, bendito seas, que, siendo quien eres, pusiste tu amor en un tal como yo! Y que vengas aquí con tu Real Presencia y te pongas en mis manos, como quien dice: “Yo morí por ti una vez y vengo a ti para que sepas que no estoy arrepentido de ello; más si me has menester, moriré por ti otra vez”» (Carta 6, O.C. IV, 44).

En la Eucaristía celebrada y adorada, el Señor Crucificado y Resucitado toma posesión del hombre para transformarlo en sí. Con la fuerza propia de este sacramento el mal es derrotado en el corazón, una nueva creación rehace las ruinas del pecado, y, donde la muerte es derrotada, se recobra la vida. La celebración de la Eucaristía es, pues, la verdadera schola veritatis que nos hace capaces de amar y nos devuelve la libertad para el servicio y la entrega. Nuestro sacerdocio debe tomar forma de la Eucaristía. Mons. D. José María García Lahiguera, maestro de sacerdotes y gran renovador de la vida sacerdotal, promotor de la instauración de la fiesta litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, decía: «No hay aquí más que un amor de Dios: ‘Caritas Christi’. Un amor nuestro, correspondiendo. Por tanto, el sacerdocio es una acción de gracias, en correspondencia a la llamada del Señor, en servicio perenne a la Iglesia, en entrega a las almas. Tríptico admirable, que es, si me lo permitís, lo que define a Cristo: el Padre, la Iglesia y las almas». Enamorado del sacerdocio y de la santidad sacerdotal, repetía: «Si no soy santo, ¿para qué soy sacerdote?; y si soy sacerdote, ¿por qué no soy santo?». El ministerio sacerdotal que actualiza permanentemente el sacrificio de Cristo debe ser vivido con espíritu de oblación, de entrega, de sacrificio personal, en definitiva, con las mismas actitudes y sentimientos de Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor de la Iglesia: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

 

¡ADOREMOS Y CELEBREMOS A JESÚS EN EL SACRAMENTO DEL ALTAR!

Jesús, presente en cada sagrario, reclama nuestra atención y oración. Quiere consolarnos, animarnos, transformarnos, para que adquiramos sus sentimientos de humildad y su obediencia al Padre, de modo que vivamos una existencia eucarística. Adoremos a Jesús en el santísimo sacramento del altar, haciendo nuestra la profecía: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37), viviendo en la fe la contemplación que los santos en el cielo poseen por visión (cf. Ap 5,1ss), volviendo después a nuestros hermanos como Moisés al bajar del Sinaí (cf. Ex 34,29), con el rostro radiante por haber contemplado al Señor. Arraiguemos en ella nuestra existencia sacerdotal para dar frutos de adoración al Padre, de entrega de la vida por amor, para no confundir las riquezas vanas de las verdaderas, que son Jesucristo y su amistad; para no dejarnos atrapar en la confusión del bienestar y los mitos de la autorrealización; para ser “pescadores de hombres” que llevan a los hombres a la vida verdadera, a la luz de Dios. Imitemos al Cura de Ars, que amaba tanto a Cristo eucaristía y se sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo: “No es necesario hablar mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el corazón, nos alegramos de su presencia. Y esta es la mejor oración”. Su devoción a Cristo eucaristía era realmente extraordinaria. Decía: “Está allí aquél que nos ama tanto, ¿por qué no le hemos de amar nosotros igual?”.

Reunidos en torno al altar del sacrificio de Cristo –pues la Eucaristía es el memorial de la muerte del Señor—, repartimos su cuerpo y su sangre derramada para la remisión de los pecados. Este alimento nos compromete a entregarnos dando la vida. Celebremos, anunciemos, comuniquemos la misericordia infinita de Dios, pues está en juego la salvación y santificación de los hermanos que “Dios adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hch 20,28). Cristo, presente en la Eucaristía, es pan donado, pan partido, pan comido. Quien come de este pan vive de su misma vida: “El que me come vivirá por mi” (cf. Jn 6,57). La experiencia de comunión eucarística nos adentra en un proceso de donación, en el auténtico milagro de nuestra conversión, y sana nuestra disgregación, nuestro corazón dividido, y nos hace pan partido para los hermanos. Vivir, celebrar y adorar la eucaristía nos hace vivir en comunión con Él, y nos enseña a mirar a los demás con los ojos de Jesús. Que el sacramento de la unidad nos haga servidores incondicionales de la unidad, como siervos de Cristo y administradores de los misterios de Dios (cf. 1Cor 4,1). La Eucaristía nos lleva a ser solidarios con los demás, haciéndonos promotores de armonía, de paz, y especialmente a compartir nuestros bienes con los necesitados.

En cada Eucaristía nos ponemos sacramentalmente, como María y Juan, bajo la cruz actual, y participamos en la liturgia del cielo, delante del Cordero inmolado por nosotros (Ap 5,5-8; 1Pe 1,19). Crece así, sin duda, nuestra esperanza al contemplar la cruz como victoria que nos salva. Solo comprendiendo la eucaristía como memoria passionis Christi es como podemos evocar también la historia de la pasión del mundo que sufre. El Agnus Dei, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, que es el Cordero degollado por nosotros, implora en cada misa la misericordia y la paz para nuestro mundo y pone nuestro ministerio sacerdotal bajo el signo de la cruz. La Eucaristía hace presente el mayor gesto de amor a Dios y de amor al prójimo más perfecto que existe, porque Jesús tomó en la Última cena sus sufrimientos y su misma muerte y los transformó en ocasión del amor más grande, el que ofrece y da la vida por las personas amadas (cf. Jn 15,3). En ella nos abrimos al dinamismo de amor que Jesús inauguró en su pasión. Desde el altar se nos da la capacidad para negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz de cada día y seguir a Jesús. Busquemos aquí nuestro consuelo cargando con la cruz de cada ocasión de entrega a los demás, o de persecución si la hubiese, los sinsabores de las renuncias y nuestro descanso en la fatiga, el orden y las prioridades en nuestros trabajos, el deseo de entregarnos abnegadamente sin compensaciones humanas.

 

COMO JESÚS, BUEN PASTOR E INTERCESOR

Hermanos sacerdotes: que la Eucaristía, el gran legado de Jesús, sea el lugar central y primordial de cada día, y que, al resonar en nosotros las palabras del Señor, “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1Cor 11,24-25), encontremos el vigor necesario para vivir este don supremo que reúne, purifica y transforma la Iglesia en un solo cuerpo de Cristo animado por un solo Espíritu (cf. Ef 5,29). Con los sentimientos sacerdotales del Buen Pastor, seamos testigos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, de este don del Amor, del encuentro con el Dios que nos ama, de la fuente de vida que mana hasta la vida eterna.

El resucitado está permanentemente con nosotros y en nosotros, se regala a sí mismo en su cuerpo y en su sangre con un amor imposible de superar, se hace manjar y bebida de la vida nueva y eterna (Jn 6,35.48- 49.54.58), y es don permanente, algo tan sublime y tan inmenso que solamente podemos celebrar como una acción de gracias, como “eucaristía”.

La oración de intercesión característica de los sacerdotes encuentra toda su fuerza en la Eucaristía. «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (Catecismo I.C. n. 2635). Debemos orar siempre por los demás, suplicar por las necesidades de todos e incluso en su nombre, tomando su lugar, con fe y perseverancia, siguiendo el modelo del Señor Jesucristo: “Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos” (Heb 7,25). Jesús es el intercesor que nos enseña a interceder. Quien se atreve a seguir a Jesús en su oración está persuadido de que recibirá el don del Espíritu, que convierte la vida en ofrenda sacerdotal al Padre. El don de la oración requiere un aprendizaje largo, una entrega disciplinada y un amor probado a quienes nos rodean. También forma parte de nuestra misión sacerdotal apelar al corazón misericordioso de Dios, interceder por cuantos nos ha confiado en el ministerio, sabiendo que nunca se resiste a las almas humildes que lo buscan con insistencia y con fe. El corazón compasivo del Señor se deja conmover, compadecer y tocar por nuestras miserias y pobrezas, terminando por derramarse sin cesar. De un sacerdote santo se dice: “Este es el pastor bueno, el que ora mucho por su pueblo” (Antífona del Común de Pastores).

 

VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS

El Señor no trata a sus sacerdotes como siervos, sino que los ama como amigos, y revela así el misterio más profundo de Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8.16). El sacerdocio de Jesús es, pues, amistad que llega al extremo con un solo objetivo: “Que vuestro gozo sea completo” (Jn 15,11; cf. 16,24; 1Jn 1,4; 2Jn 12). Nunca acabaremos de penetrar lo suficiente en este misterio de amor, de predilección, de salvación al que nos ha llamado. La Eucaristía celebrada con unción y constantemente adorada nos adentra en su intimidad y misterio, fortalece nuestra entrega y entusiasma nuestro corazón. El Señor nos invita a ello para llenarnos de gozo en el ministerio, y para que rebose de alegría el pueblo santo de Dios que nos ha encomendado.

Se nos ha dado a gustar el “pan del cielo que contiene en sí todo deleite”, y en cada Eucaristía “anunciamos la muerte del Señor, hasta que venga” (1Cor 11,26). Que la comunión eucarística aliente en nosotros y en nuestros fieles la nostalgia del encuentro definitivo con el Señor en la gloria, con la sabiduría de “sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo”. A quien ama no le basta una presencia escondida y parcial, sino que aspira ardientemente ver cara a cara. Puesto que esperamos con las lámparas encendidas que venga el Esposo (cf. Mt 25), salgamos a su encuentro y, con el Espíritu y la Esposa, digamos a Jesús: “Ven” (cf. Ap 22, 17).

+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

Las Comunidades Neocatecumenales organizan el Anuncio de Adviento 2024

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Las Comunidades Neocatecumenales organizan el Anuncio de Adviento 2024

El próximo domingo, 24 de noviembre, se celebrará a las siete y media de la tarde en Abades Benacazón el anuncio de Adviento que organizan las Comunidades Neocatecumenales más antiguas de la Archidiócesis de Sevilla.

Este anuncio será impartido por Lucio García y su esposa María José Romero, el padre Alferson Cedano y un alumno del seminario Redemptoris Mater, que son catequistas responsables de las comunidades de Andalucía y Canarias.

A este anuncio del Adviento acudirán catequistas de diferentes parroquias, como es el caso de Sagrada Familia, San Gil, San Roque, Concepción Inmaculada, San Gonzalo, Claret, Corpus Christi, San Pablo, Nuestra Señora de los Remedios, Santa María la Blanca (Los Palacios), San Juan Bautista (Las Cabezas de San Juan), Ave María (Dos Hermanas), Nuestra Señora Belén (Gines), la Victoria y Consolación (Osuna) y Virtudes (La Puebla de Cazalla).

Posteriormente, los catequistas de estas comunidades se encargarán de transmitir el anuncio de Adviento a las demás parroquias, así como a las parroquias catequizadas por ellos.

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