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“La universidad tiene que ser un espacio de diálogo sereno”

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Querido señor Rector;
miembros de la Junta de Gobierno de la Universidad;
queridos profesores;
queridos alumnos;
queridos amigos todos:

Es un motivo de alegría empezar el curso con esta celebración. Con esta celebración en que desde la fe le pedimos al Señor pedimos que envíe Su Espíritu y que ayude en los trabajos.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en que reivindica sabiduría. Esa sabiduría que, como decía Eliot, “¿dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento?, ¿dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”.

Hoy más que nunca tenemos un caudal de información infinito, inmenso. Tenemos un caudal inmenso de conocimientos, que se han ido adquiriendo y que constituyen el bagaje de la humanidad, transmitido de unos a otros y que, realmente, forma parte de nuestro acervo. Pero, en ese camino, tenemos que preguntarnos si no hemos perdido grados de sabiduría. En su sentido más genuino y profundo del sentido. El ser humano es el ser que busca el sentido; que busca el sentido de la existencia; que no se conforma con tener medios de vida, calidad de vida, esperanza de vida, se llama. No se conforma, simplemente, con la sociedad del tener, sino que aspira a saber y, sobre todo, aspira a ser más, mejor. Y estas dimensiones del ser humano, integradas en lo que es esa vida completa, esa vida buena de la que hablaban los clásicos, esa vida en plenitud, en definitiva, que la civilización cristiana ha ido conformando en la dignidad de la persona humana, con sus derechos inalienables; esa situación, ese estar, que nace del ser de la persona, de su naturaleza profunda, de lo que el Papa Ratzinger llamaba “de la gramática de la naturaleza”, de la constitución profunda de la persona…

Queridos amigos, eso es algo a preservar. Y preservar, sobre todo, cuando vivimos en un mundo enormemente complejo. Estamos en una zona en que los movimientos sísmicos casi nos hemos acostumbrado. Pero, estamos asistiendo a nuestro mundo, no solo a un cambio, estamos en un cambio profundo, no sólo en una época de cambios, sino un cambio de época. Estamos asistiendo, por primera vez en la historia, con una aceleración inusitada a una transformación, y no sólo a una transformación propiciada ciertamente por las nuevas tecnologías.

Estáis, todo el verano ha sido noticia la UGR por la inteligencia artificial. Yo os felicito que por fin esto pueda, porque detrás hay un esfuerzo, hay toda una ilusión y todo un trabajo. Pero no voy a hablar de política. En comunicación, se dice que la política la ha invadido todo. Si cogemos un periódico que es la expresión de la agenda de las personas, de la agenda de la sociedad, vemos que la política está en todo. Ocupa gran parte. De tal manera, que la vida ha quedado reducida a una página, a dos páginas, que ahora se llama de sociedad. Y al mismo tiempo, en esta sociedad convulsa nuestra, han aumentado las páginas de sucesos. Las páginas de necrológica han desaparecido, porque la realidad de la muerte no la queremos ver aparecer. Y Él nos ha dicho en la Escritura que el Señor nos ayude a calcular nuestros años, para que adquiramos una sabiduría.

Luego, en este mundo convulso, en este mundo acelerado, en este mundo de un acelerador no sólo de partículas que tenéis entre mano, sino en ese acelerador de la vida tenéis una función esencial. El rector decía el otro día que la universidad no es una máquina de expender títulos. No se trata simplemente de conseguir un título, de tener unos saberes -si queréis, unos conocimientos cada vez más parcializados o más especializados, pero, al mismo tiempo, sin el intercambio de la ‘universitas’ de saberes-, y toda esa armonía de saberes es lo que da la universidad. Y un crecimiento en cantidad no lleva consigo un crecimiento en calidad, en intensidad, en profundidad. Don Miguel de Unamuno, ilustre rector, decía que tenemos que cultivar el adentramiento, el adentro de la persona. Lo que nos da esa sabiduría que reclamaba Elliot, que la Sagrada Escritura nos propone como un don de Dios, como algo que nos hace saborear la vida: sabiduría-saborear.

Y desde esa sabiduría es la que hay que transmitir, hay que llevar a la gente. Con un sentido testimonial del profesor, del que profesa (hay un intercambio permanente en las terminologías entre los religiosos, no en vano de la universidad, la funda de la Iglesia); hay un trasvase entre el ámbito del conocimiento de la universidad y el ámbito litúrgico. La cátedra es donde se sienta el obispo, de ahí viene catedral-el que enseña; profesor viene de profesar, y profesar se llama al credo, la profesión de fe. Y profesar se llama cuando los religiosos, las religiosas, hacen la entrega de su vida, profesar.

Pues, yo os pido, queridos profesores, que profeséis un sentido y una sabiduría de vida que da sentido a lo que se hace y a lo que se transmite. Que tengáis un sentido testimonial, porque pasan por vosotros generaciones, para que salga con la información necesaria, ciertamente, sin esa polución informativa de la que se habla en el mundo de la comunicación. Que sepan seleccionar realmente lo que constituye algo bueno para el ser humano. Y al mismo tiempo, con un acervo de conocimientos, que ahora los llamáis competencias; un acervo de conocimientos, pero, sobre todo, con el desarrollo de algo que constituye uno de los elementos esenciales del humano, la curiosidad, la pregunta, el sentido. Y, lógicamente, que pongáis las bases de una sabiduría con la que moverse, con una recuperación del sentido común en nuestra sociedad, con una recuperación de lo obvio en un mundo de relatos, con una recuperación, en definitiva, de la persona que peligra en medio de esta vorágine, de esta aceleración de vida, de esta polarización que asistimos.

Vivimos un momento complejo. Y la universidad no puede ser no sólo una expendedora de títulos, sino simplemente un lugar; sino que tiene que encontrar en el ámbito social, en el ámbito público, y la vida personal de cada uno, un tiempo que marque, como un tiempo de profundización, de crecimiento, no sólo de adquirir competencias para encontrar un hueco en un mercado laboral, sino algo mucho más profundo, para saber y mejorar en ser, para saber y mejorar en la buena vida, en el sentido de la virtud.

Y esto es importante, queridos amigos. Y la fe viene ahí a iluminar, a dar sentido. Porque sin Dios se viene abajo todo. Sin el que es la verdad suprema, que es la respuesta. Y Jesús mismo nos dice “Yo soy el camino” (y al mismo tiempo, la meta, decía San Agustín), “Yo soy la verdad”, que da razón a nuestras preguntas, “Yo soy la vida”, que nos hace superar ese sentido de la hierba que nace y que muere y fenece por la tarde, sino que aspira a una plenitud por la que el ser humano es eso también: anhelo, plenitud, deseo, tensión, proyección. Todas esas cosas tenemos que… Y evitar la politización, por favor. Y al mismo tiempo, poner esos cortafuegos, que son tan necesarios en nuestra España, visto el verano que hemos pasado, para preservar la identidad del sentido originario de la universidad. Y aspirar a lo mejor, a formar hombres y mujeres que sepan ser personas, no sólo individuos o sólo elementos de un engranaje, de una cadena de mercado, según ofertas y demandas. Y, sobre todo, la recuperación del sentido social de la universidad, que no está sólo en su titularidad pública, sino en el sentido del quehacer. No es gente que sale para lucrarse, sino para servir. Fijaros, hasta los ministros vienen de la palabra servir. Y ahora se ha quedado para los elementos de informática, que son los servidores.

Queridos amigos, recuperemos el sentido genuino. Pensemos en esta sociedad nuestra. Y otra cosa que quiero transmitir. La universidad tiene que ser en esta España plural, en esta España que ha cambiado su rostro, un espacio de diálogo sereno, no de imposición ideológica. Una defensa con la razón, pero, sobre todo, con la paz de esa mansedumbre de la que habla Jesús. Con esa mansedumbre que no se puede tener violencia en nombre de Dios, en absoluto. Tampoco la universidad puede ser un escenario de enfrentamiento o de leña para la polarización que vivimos.

Tenemos que recuperar el sentido del quien piensa contrario y del respeto que va más allá de la tolerancia. El respeto se basa en las convicciones propias y en la certeza, a la que se ha llegado por unos saberes que incluyen la fe, al menos una recta razón, pero se lleva al respeto del otro y su dignidad. Por favor, vivamos una universidad que genere personas de paz, personas de convivencia, personas que sepan del respeto más allá de la tolerancia o de la coexistencia pacífica, sino personas que llevan el sentido del reconocimiento del otro en su grandeza y su dignidad. Y de ahí nace una solidaridad cimentada, no una solidaridad de eslóganes según moda o según estrategias políticas, sino una solidaridad que nace del amor a la persona por lo que es, no por lo que piensa ni por lo que tiene.

Todo esto lo vamos a pedir al Señor, al menos yo lo haré por vosotros, a la par que pido por vuestras familias y por el trabajo que realizáis. Y pido también por los difuntos de vuestras familias, de los profesores, de todos.

Que la Virgen, hoy celebra la Iglesia el Dulce Nombre de María, que Ella, con esta imagen de la Virgen de los Remedios, que también remedie tanta necesidad que tenemos.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
12 de septiembre de 2025
Parroquia Santos Justo y Pastor

Texto íntegro, audio y vídeo de la homilía en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga

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Homilía de Mons. José Antonio Satué Huerto en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga celebrada en la Catedral el 13 de septiembre de 2025

Queridos hermanos obispos y sacerdotes.

Hermanas y hermanos de la vida consagrada y del laicado; seminaristas.

Autoridades presentes que habéis tenido la deferencia de acompañarnos.

Representantes de otras confesiones religiosas.

Queridos amigos y amigas.

Comienzo estas palabras dando gracias a Dios. En primer lugar porque nunca ha dejado de cuidarme ni de sorprenderme. Me ha guiado por senderos que jamás habría imaginado, conduciéndome al encuentro de personas —dentro y fuera de la Iglesia— que han sido auténticas caricias divinas en mi camino.

A través del Espíritu, me ha ido llamando desde Sesa, mi pueblo natal, pasando por el Seminario de Zaragoza, diversas parroquias de Huesca, el Colegio Español de Roma, el Dicasterio para el Clero en el Vaticano y la Diócesis de Teruel y Albarracín, hasta traerme a esta tierra bendita.

Gracias también por la confianza del Santo Padre León al encomendarme el cuidado pastoral de esta Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Gracias por la fraternal acogida de Mons. Jesús Catalá y de tantas personas que hasta ahora he podido saludar y me habéis dado la bienvenida.

Quiero dar gracias a Dios por el formidable equipo de trabajo que, con dedicación y esmero, ha preparado esta celebración: ¡Mil gracias!

Y quiero agradecer vivamente la presencia de quienes me acompañáis con vuestro cariño y oración, tanto aquí en la Catedral como a través de la radio y la televisión. Grazie per gli amici e amiche venuti dall’Italia.

La Palabra de Dios que hemos proclamado ilumina este momento “como lámpara para nuestros pasos” (Sal 119). Al acogerla en el corazón, he sentido tres llamadas que deseo compartir; tres actitudes que, con la ayuda de Dios y la vuestra, quisiera cultivar tanto en mi vida personal como en la comunidad eclesial.

1. Humildad

La primera llamada es a la humildad.

Las palabras de san Pablo a Timoteo resuenan hoy con fuerza en mí: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero» (1Tim 1,15). Y añade: «Pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia» (1Tim 1,16).

No tengo mejores palabras para presentarme ante vosotros, hermanos y hermanas de Málaga y Melilla. Vengo tal como soy: un hombre nacido en una familia humilde, grande de estatura, pero pequeño por mis limitaciones y pecados, porque tropiezo a menudo en la misma piedra. Y precisamente por ello, un creyente agradecido por haber experimentado, una y otra vez, la misericordia de Dios.

El camino de la humildad es inexcusable para cada creyente y también en nuestra experiencia de Iglesia. Estamos llamados a vivir en humildad, sin negar los talentos recibidos ni exagerar nuestras faltas; porque, como bien decía Santa Teresa “humildad es andar en verdad” (VI Moradas 10, 7).

Con el testimonio del papa Francisco hemos recordado que sólo una Iglesia que renuncia al triunfalismo y deja de mirarse a sí misma, para poner en el centro a Dios, que nos envía a aliviar el sufrimiento de las personas más vulnerables y a buscar el bien de la humanidad, puede abrir caminos de encuentro con Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), que no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante (cf. Mt 12,20). Sólo desde la humildad, la Iglesia puede ser madre que engendra nuevos cristianos y maestra que contagia el deseo de vivir con alegría el Evangelio.

Quiero elevar hoy ardientemente mi oración al Señor, por intercesión de su humilde servidora, la Virgen de la Victoria, para que nuestra Iglesia diocesana de Málaga respire humildad, en sus celebraciones y en el ejercicio de la caridad, en el anuncio de la Buena Noticia y en la denuncia profética de las injusticias, y también en los momentos en que, aunque nos cueste, debamos reconocer nuestros errores.

La Diócesis de Málaga ha aprendido la humildad en el Sagrario, allí donde sus obispos más ejemplares enseñaron a buscarla. San Manuel González encarnó la humildad como una de sus virtudes más profundas, cultivada en su cercanía con los pobres y alimentada por su amor constante a la Eucaristía. En su amor a Cristo Eucaristía descubrió la grandeza de lo pequeño, la fuerza de lo escondido y la verdad de una vida entregada sin buscar protagonismo.

El ejemplo de nuestro querido “Don Manuel” ha marcado la historia de esta diócesis, ha inspirado la espiritualidad de su clero y ha configurado su Seminario. Todos estamos invitados a reavivar este espíritu.

2. Coherencia

La segunda llamada es a la coherencia.

La humildad no se contradice con la coherencia y la determinación. Jesús nos dice en el Evangelio: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a uno que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24).

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos conceda crecer en coherencia:

  • No basta con tener en nuestros labios el nombre de Dios. Es necesario abrirle cada día nuestro corazón y permitirle que transforme desde nuestra sensibilidad más profunda hasta la manera en que nos relacionamos con los demás. Porque, ¿qué podemos aportar de original los creyentes a nuestro mundo, si no es una vida tocada por la gracia de Dios?
  • No basta con hablar de sinodalidad, hay que vivirla. Para escuchar el susurro del Espíritu, debemos alejarnos de la crispación y la polarización que nos asfixian, y abrir espacios reales de escucha mutua, de entendimiento y de colaboración: en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestros barrios y en nuestros puestos de trabajo.
  • No basta con hablar de solidaridad ni del cuidado de la Creación. Es urgente dar pasos firmes que transformen nuestro estilo de vida, porque muchas personas —e incluso pueblos enteros— no pueden esperar más; porque las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar del mar, de las montañas y de este planeta precioso que Dios ha puesto en nuestras manos.

Cristo nos pide y el mundo espera una vida coherente con lo que creemos. No hay nada más elocuente que un cristiano que vive con sencillez, con alegría y con verdad lo que predica.

La coherencia comienza por ti y por mí, por cada comunidad cristiana. Se manifiesta en nuestra manera de tratar a los pobres, de organizar nuestras parroquias, de administrar los bienes que se nos han confiado, y también en la forma en que nos comunicamos en los despachos, desde los púlpitos y a través de las redes sociales.

El cardenal Ángel Herrera Oria fue un ejemplo de coherencia de vida, tanto en su etapa como laico comprometido como en su vocación sacerdotal y episcopal. Vivió con integridad cada una de sus convicciones, sin separar la fe de la vida pública ni la doctrina social de la acción concreta, con una unidad de vida que lo hizo testigo creíble para su tiempo.

Otros ejemplos de coherencia han florecido de entre la vida consagrada en nuestra diócesis: La beata Madre Petra de San José, la beata Madre Carmen del Niño Jesús, el beato Tiburcio Arnaiz, misionero de los sencillos de corazón. Y también, en el ámbito seglar: tantos mártires que entregaron su vida por fidelidad al Evangelio, y otros que han dejado un testimonio de servicio público, inspirado por una fe viva, como el siervo de Dios José Gálvez Ginachero.

3. Misión

La tercera llamada, que da sentido a las anteriores, es la misión. Hoy resuena en nosotros el grito del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a vendar corazones rotos, a liberar a los cautivos…» (cf. Is 61, 1-3).

No podemos, por tanto, permitirnos ser una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, preocupada solo por sus necesidades y problemas. No hemos sido llamados para optimizar recursos ni para mejorar nuestra imagen, mucho menos para proteger privilegios. Nuestra vocación no es conservar espacios, sino promover procesos de liberación, de justicia y santidad, especialmente entre las personas marginadas en las afueras de la sociedad y de la Iglesia. Sólo así, “todos, todos, todos” nuestros hermanos y hermanas podrán experimentar la ternura de Dios y su salvación.

San Juan Crisóstomo, cuya fiesta hoy celebramos, nos recuerda la importancia de estar centrados en la misión, viviendo la opción preferencial con quienes sufren:

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres. Ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (Homilía 50 sobre el Evangelio de San Mateo).

Como sabéis, vengo de mi querida diócesis de Teruel y Albarracín, siguiendo los pasos del obispo José Molina Lario, nacido en el pequeño pueblo de Camañas, en Teruel. En 1775, él también pasó de Albarracín a Málaga.

Aquel pastor dejó una huella profunda entre los más humildes: cuidó la vida cristiana de las gentes de la Sierra de Albarracín y, a la vez, impulsó el desarrollo económico de esas tierras, promoviendo la industria textil y fundando un Monte de Piedad. Ya en Málaga, fomentó el arte, dialogó con la cultura y financió mejoras en infraestructuras y servicios.

Molina Lario, en las circunstancias propias de su tiempo, encarnó aquellas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (n. 49).

Inspirados por el testimonio de este gran obispo, acojamos la llamada a vendar corazones rotos y a anunciar el Evangelio, «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (EG 14).

En esta tierra próspera de Málaga también hay heridas: soledad, pobreza, adicciones, violencia, inmigrantes explotados, jóvenes sin rumbo, familias rotas… Ante esta realidad, las parroquias junto a las Hermandades y Cofradías y otras realidades eclesiales, deberíamos ponernos en camino, «con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad» (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2023).

Conclusión

Estas tres llamadas: la humildad, la coherencia y la misión, no son recetas ni tampoco un programa pastoral. Sencillamente son invitaciones que he sentido en la oración, y que he compartido con vosotros en mis primeras palabras como pastor de la Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Os pido que recéis por mí, para que nunca me aparte del camino de Jesús: humilde, coherente y misionero. Ruego a San Lorenzo, el diacono oscense, cuya imagen está sobre nuestras cabezas, que me acompañe, por lo menos hasta que coja confianza con sus amigos: nuestros patronos San Ciriaco y Santa Paula. Que Santa María de la Victoria, en este especial año jubilar, revestida de esperanza, interceda por nosotros. Que Ella, humilde y valiente, servidora y misionera, nos enseñe a decir cada día: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

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Claves para entender el inicio de un pontificado: «Humildad, coherencia y misión»

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Con los signos de recibir el báculo de manos del arzobispo metropolitano de Granada y de tomar asiento en la sede catedralicia, a las 11.18 horas de este sábado 13 de septiembre de 2025, Mons. José Antonio Satué Huerto (Huesca, 1968) tomó posesión de la Diócesis de Málaga en una multitudinaria celebración en la que estuvo acompañado por casi una treintena de obispos de toda España.

La Eucaristía en la que, además del ya citado arzobispo de Granada, Mons. Gil Tamayo, concelebraron los cardenales José Cobo, arzobispo de Madrid, y Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, el arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, y el ya obispo emérito de Málaga, Mons. Jesús Catalá, entre otros muchos, contó con la participación de en torno a 3.000 personas, contando con la mayor parte del clero local. Desde las diócesis de Teruel-Albarracín y Huesca vinieron dos autocares cargados de sacerdotes, vecinos y amigos, a los que hay que unir una representación de las distintas iglesias no católicas presentes en la Diócesis y muchos miles que siguieron la ceremonia, en directo, a través de distintas emisoras de radio y televisión.

La primera homilía de Mons. Satué como obispo en la Catedral de Málaga giró en torno a tres llamadas: la humildad, la coherencia y la misión, «tres actitudes –afirmó– que, con la ayuda de Dios y la vuestra, quisiera cultivar tanto en mi vida personal como en la comunidad eclesial».

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Llegada de Mons. José Antonio Satué, junto al vicario general, Antonio Coronado, al Palacio Episcopal antes de comenzar la celebración de su toma de posesión

HUMILDAD

En cuanto a la primera llamada, la de la humildad, el obispo de Málaga señaló que «No tengo mejores palabras para presentarme ante vosotros, hermanos y hermanas de Málaga y Melilla. Vengo tal como soy: un hombre nacido en una familia humilde, grande de estatura, pero pequeño por mis limitaciones y pecados, porque tropiezo a menudo en la misma piedra. Y precisamente por ello, un creyente agradecido por haber experimentado, una y otra vez, la misericordia de Dios» y, recordando el testimonio del papa Francisco, manifestó que «sólo una Iglesia que renuncia al triunfalismo y deja de mirarse a sí misma, para poner en el centro a Dios, que nos envía a aliviar el sufrimiento de las personas más vulnerables y a buscar el bien de la humanidad, puede abrir caminos de encuentro con Jesucristo».

En este sentido, encomendó a Santa María de la Victoria «nuestra Iglesia diocesana de Málaga respire humildad en sus celebraciones y en el ejercicio de la caridad, en el anuncio de la Buena Noticia y en la denuncia profética de las injusticias, y también en los momentos en que, aunque nos cueste, debamos reconocer nuestros errores». Como ejemplo de vivencia de esta humildad, recordó a su predecesor como obispo de Málaga, San Manuel González que «ha inspirado la espiritualidad de su clero y ha configurado su Seminario» y quien «en su amor a Cristo Eucaristía descubrió la grandeza de lo pequeño, la fuerza de lo escondido y la verdad de una vida entregada sin buscar protagonismo».

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Saludo de Mons. Catalá al inicio de la celebración de la toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga

COHERENCIA

Con respecto a la llamada a la coherencia, Mons. Satué invitó a los fieles a pasar de las palabras a la acción en ámbitos como la oración, la sinodalidad o el cuidado de la Creación, porque «no hay nada más elocuente que un cristiano que vive con sencillez, con alegría y con verdad lo que predica». Para mostrar un modelo de esta vida cristiana volvió a recordar el episcopologio malagueño, esta vez destacando la figura del cardenal Ángel Herrera Oria, que «fue un ejemplo de coherencia de vida, tanto en su etapa como laico comprometido como en su vocación sacerdotal y episcopal. Vivió con integridad cada una de sus convicciones, sin separar la fe de la vida pública ni la doctrina social de la acción concreta, con una unidad de vida que lo hizo testigo creíble para su tiempo».

También puso como ejemplo concreto de coherencia a beatos malagueños como la Madre Petra de San José, la beata Madre Carmen del Niño Jesús, el beato Tiburcio Arnaiz o al siervo de Dios José Gálvez Ginachero.

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Mons. José Antonio Satué con el lienzo de la decapitación de San Pablo de Simonet al fondo

MISIÓN

Sobre la última llamada, la de la misión, D. José Antonio explicó que es la que da sentido a las anteriores: «No podemos, por tanto, permitirnos ser una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, preocupada solo por sus necesidades y problemas. No hemos sido llamados para optimizar recursos ni para mejorar nuestra imagen, mucho menos para proteger privilegios. Nuestra vocación no es conservar espacios, sino promover procesos de liberación, de justicia y santidad, especialmente entre las personas marginadas en las afueras de la sociedad y de la Iglesia. Sólo así, “todos, todos, todos” nuestros hermanos y hermanas podrán experimentar la ternura de Dios y su salvación».

Para personificar esta llamada a la misión, buscó de nuevo el ejemplo de un obispo histórico de Málaga, recurriendo esta vez a José Molina Lario quien, al igual que él, fue obispo de Albarracín antes que de la diócesis malacitana y que, una vez aquí, «fomentó el arte, dialogó con la cultura y financió mejoras en infraestructuras y servicios». De él destacó que encarnó «aquellas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades»».

Y concretando cómo imitar su ejemplo, señaló que «en esta tierra próspera de Málaga también hay heridas: soledad, pobreza, adicciones, violencia, inmigrantes explotados, jóvenes sin rumbo, familias rotas… Ante esta realidad, las parroquias junto a las Hermandades y Cofradías y otras realidades eclesiales, deberíamos ponernos en camino».

Mons. Satué se encomendó finalmente a su paisano, el diácono San Lorenzo, cuya imagen es una de las que adorna el nivel superior de la capilla mayor de la Catedral, pidiéndole «que me acompañe, por lo menos hasta que coja confianza con sus amigos: nuestros patronos San Ciriaco y Santa Paula».

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Autoridades asistentes a la toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga

Desarrollo de la celebración

Además de la numerosa presencia de obispos y sacerdotes, la representación institucional también fue muy concurrida, contando con la asistencia, entre otras muchas autoridades civiles, militares, judiciales y académicas de Francisco de la Torre, alcalde de Málaga; Patricia Navarro, delegada del Gobierno de la Junta de Andalucía; José Francisco Salado, presidente de la Diputación Provincial; Ramón Boria, director general de Asistencia Sanitaria del Gobierno de Aragón; Juan José Imbroda Ortiz, presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla; Daniel Pérez, portavoz de PSOE en el Ayuntamiento; Javier González de Lara, presidente de la Confederación de Empresarios de Málaga y de Andalucía; Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario General de Asuntos Economicos de la CEE; Manuel Domínguez, presidente de la Fundación Bancaria Unicaja; Isidro Rubiales, CEO de Unicaja; Sergio Corral, director General de la Fundación Bancaria Unicaja; Juan Ignacio Zafra Becerra, director territorial de Andalucía de CaixaBank; Eduardo Pomares, director nacional de Instituciones Religiosas del Banco Santander; Santiago J. Portales, director nacional de Instituciones Religiosas del Banco Sabadell; Gonzalo Otalecu, director de la Fundación Málaga.

Del ámbito de las hermandades y cofradías acudieron los presidentes de las agrupaciones de cofradías de Semana Santa de Málaga y de Hermandades de Gloria, así como los hermanos mayores de la Congregación de los Santos Patronos y de la Hermandad de la Victoria.

Unos minutos antes de las 11, una comitiva compuesta por el obispo electo, el obispo administrador apostólico, el arzobispo metropolitano, el representante de la nunciatura, el sacerdote Mons. Roman Walczak, los cardenales Omella y Cobo, el presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Luis Argüello, el secretario general y el Colegio de Consultores salió desde la puerta del Palacio Episcopal en la Plaza del Obispo y se dirigió hacia la puerta principal donde fueron recibidos por el Cabildo Catedralicio.

Tras venerar Mons. Satué el Lignum Crucis que le ofreció el deán de la Catedral y asperger con agua bendita a sí mismo y a los presentes, el cortejo hizo entrada en el primer templo de la Diócesis, abarrotado ya de malagueños y fieles provenientes de las diócesis de Huesca y Teruel, mientras el coro cantaba  “Ecce sacerdos magnus”, obra del sacerdote diocesano y músico fallecido en 2019 Padre Manuel Gámez López, un clásico en los recibimientos de los obispos desde que se compuso para D. Antonio Añoveros.

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga

La comitiva continuó su recorrido hasta la capilla de la Encarnación para adorar al Santísimo. Después de unos instantes de oración, se dirigieron a la sacristía para revestirse.

Tras la procesión de entrada, que presidió Mons. José María Gil mientras la asamblea cantaba “Pueblo de Reyes” y su saludo a la asamblea, Mons. Catalá, como administrador apostólico, dirigió unas palabras de acogida a los asistentes y especialmente al nuevo obispo a quien deseó un gozoso y fecundo pastoreo: «Querido hermano José Antonio –dijo– la comunidad cristiana malacitana te acoge con gran afecto y alegría, como pastor que viene en nombre del Señor. Acogemos también con gozo a quienes te acompañan en este día: familiares, amigos, fieles de tus Diócesis, Teruel y Albarracín; y todos aquellos, venidos de fuera, que han querido celebrar hoy la fe con nosotros. Damos gracias a Dios por el regalo de tu persona y de tu ministerio episcopal, que hoy comienzas en estas tierras, bañadas por el mar Mediterráneo».

A continuación, el representante de la nunciatura, Mons. Roman Walczak, leyó un mensaje en nombre del Santo Padre en el que León XIV le deseaba «que la Madre de Dios le asista siempre. A ella le pedimos que, mirando el bien de esta parte del pueblo que adquirió su hijo con su preciosa sangre, le otorgue, Mons. José Antonio, gracias escogidas, para que tenga una fecunda y feliz misión a mayor gloria de Dios y edificación de esta diócesis de Málaga».

Seguidamente, el arzobispo de Granada pidió que se presentasen al Colegio de Consultores las Letras Apostólicas por las que el Papa proclama a Mons. Satué Obispo de Málaga y, acto seguido, pidió que un diácono les diera lectura en presencia del canciller de la curia, que levantó acta.

Tras una aclamación, el arzobispo invitó al obispo electo a sentarse en la cátedra y le entregó el báculo simbolizando la sucesión apostólica y la continuidad pastoral, lo que se celebró con un gran aplauso por parte de los presentes y el repique de campanas de la Catedral.

Mons. Satué presidió desde ese momento la Eucaristía. Antes del canto del Gloria, no obstante, fue saludado por el deán en señal de respeto al nuevo obispo y, a continuación, una representación de la Iglesia diocesana se acercó para saludarle y manifestarle en nombre de todos su obediencia y reverencia.

La representación estuvo compuesta por el sacerdote mayor del presbiterio malagueño, Francisco Martín; el sacerdote más joven, José Ignacio Postigo; el seminarista Cristian Carrasco, miembros del Consejo Pastoral Diocesano, un matrimonio con sus hijos, un religioso y una religiosa.

Toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga
Instantes antes de la toma de posesión de Mons. José Antonio Satué como Obispo de Málaga

El canto fue animado por distintas agrupaciones musicales y solistas. A lo largo de la celebración además del organista Antonio del Pino, intervinieron el coro de la Catedral y coralistas de la diócesis. Interpretaron, entre otros, el Aleluya de Marco Frisina y el Sanctus y Agnus Dei con el gregoriano de la Missa de Angelis y polifonía de José María Álvarez.

El salmo, compuesto para esta ocasión por Antonio del Pino fue cantado por la joven Beatriz Jiménez-Villarejo, perteneciente al coro de la Catedral.

Durante la comunión, el grupo Mediterráneo interpretó una malagueña sobre la Eucaristía y, por alegrías, un tema que evoca la aparición del Resucitado en el lago y su conversación con Pedro. Ambas composiciones son obra del sacerdote y músico malagueño Francisco Castro.

Asimismo, el delegado de Pastoral Gitana de Granada, José Emiliano Rodríguez Amador y familia, cantaron en el ofertorio y la Salve Gitana con la que concluyó la Eucaristía.

Finalizada la Misa, Mons. Satué fue saludado en el presbiterio por sus hermanos en el episcopado y, posteriormente, recorrió las naves de la Catedral saludando recibiendo el cariño de todos los malagueños.

Se repartieron 3.000 libretos de la celebración y otros tantos recordatorios con la explicación del lema episcopal de Mons. Satué «Como tú y contigo» acompañado con una oración alusiva.

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«Como tú y contigo, hermana y hermano»

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Al final de la Eucaristía de Toma de Posesión de Mons. José Antonio Satué como nuevo obispo de Málaga se distribuyeron entre los asistentes 3.000 unidades del recordatorio de Inicio del Ministerio Episcopal que, además de la explicación de su escudo episcopal incluye una oración que Mons. Satué ha querido compartir este día en torno a su lema episcopal “Como tú y contigo”.

Como tú y contigo, hermana y hermano,
abrazando los gozos y las tristezas de quienes sufren,
compartiendo nuestras angustias y esperanzas,
entretejiendo búsquedas, dudas y certezas,
caminando juntos, trabajando por el Reino de Dios,
celebrando y contagiando la alegría de creer y amar.

Como Tú y Contigo, Jesús.
Que abra mi corazón al Espíritu, como Tú y Contigo;
que sea cercano a todas las personas, como Tú y Contigo;
que ame y ore a Dios Padre, como Tú y Contigo;
que trabaje en comunidad, como Tú y Contigo;
que busque primero tu Reino, como Tú y Contigo;
que defienda a los más débiles, como Tú y Contigo;
que anuncie tu Evangelio, como Tú y Contigo;
que acepte y abrace la cruz, como Tú y Contigo;
que viva por amor y con amor, como Tú y Contigo;
para disfrutar y compartir tu vida resucitada,
en esta tierra y por toda la eternidad. Amén.

Ver este artículo en la web de la diócesis

Texto íntegro y audio de la homilía en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga

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Homilía de Mons. José Antonio Satué Huerto en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga celebrada en la Catedral el 13 de septiembre de 2025

Queridos hermanos obispos y sacerdotes.

Hermanas y hermanos de la vida consagrada y del laicado; seminaristas.

Autoridades presentes que habéis tenido la deferencia de acompañarnos.

Representantes de otras confesiones religiosas.

Queridos amigos y amigas.

Comienzo estas palabras dando gracias a Dios. En primer lugar porque nunca ha dejado de cuidarme ni de sorprenderme. Me ha guiado por senderos que jamás habría imaginado, conduciéndome al encuentro de personas —dentro y fuera de la Iglesia— que han sido auténticas caricias divinas en mi camino.

A través del Espíritu, me ha ido llamando desde Sesa, mi pueblo natal, pasando por el Seminario de Zaragoza, diversas parroquias de Huesca, el Colegio Español de Roma, el Dicasterio para el Clero en el Vaticano y la Diócesis de Teruel y Albarracín, hasta traerme a esta tierra bendita.

Gracias también por la confianza del Santo Padre León al encomendarme el cuidado pastoral de esta Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Gracias por la fraternal acogida de Mons. Jesús Catalá y de tantas personas que hasta ahora he podido saludar y me habéis dado la bienvenida.

Quiero dar gracias a Dios por el formidable equipo de trabajo que, con dedicación y esmero, ha preparado esta celebración: ¡Mil gracias!

Y quiero agradecer vivamente la presencia de quienes me acompañáis con vuestro cariño y oración, tanto aquí en la Catedral como a través de la radio y la televisión. Grazie per gli amici e amiche venuti dall’Italia.

La Palabra de Dios que hemos proclamado ilumina este momento “como lámpara para nuestros pasos” (Sal 119). Al acogerla en el corazón, he sentido tres llamadas que deseo compartir; tres actitudes que, con la ayuda de Dios y la vuestra, quisiera cultivar tanto en mi vida personal como en la comunidad eclesial.

1. Humildad

La primera llamada es a la humildad.

Las palabras de san Pablo a Timoteo resuenan hoy con fuerza en mí: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero» (1Tim 1,15). Y añade: «Pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia» (1Tim 1,16).

No tengo mejores palabras para presentarme ante vosotros, hermanos y hermanas de Málaga y Melilla. Vengo tal como soy: un hombre nacido en una familia humilde, grande de estatura, pero pequeño por mis limitaciones y pecados, porque tropiezo a menudo en la misma piedra. Y precisamente por ello, un creyente agradecido por haber experimentado, una y otra vez, la misericordia de Dios.

El camino de la humildad es inexcusable para cada creyente y también en nuestra experiencia de Iglesia. Estamos llamados a vivir en humildad, sin negar los talentos recibidos ni exagerar nuestras faltas; porque, como bien decía Santa Teresa “humildad es andar en verdad” (VI Moradas 10, 7).

Con el testimonio del papa Francisco hemos recordado que sólo una Iglesia que renuncia al triunfalismo y deja de mirarse a sí misma, para poner en el centro a Dios, que nos envía a aliviar el sufrimiento de las personas más vulnerables y a buscar el bien de la humanidad, puede abrir caminos de encuentro con Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), que no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante (cf. Mt 12,20). Sólo desde la humildad, la Iglesia puede ser madre que engendra nuevos cristianos y maestra que contagia el deseo de vivir con alegría el Evangelio.

Quiero elevar hoy ardientemente mi oración al Señor, por intercesión de su humilde servidora, la Virgen de la Victoria, para que nuestra Iglesia diocesana de Málaga respire humildad, en sus celebraciones y en el ejercicio de la caridad, en el anuncio de la Buena Noticia y en la denuncia profética de las injusticias, y también en los momentos en que, aunque nos cueste, debamos reconocer nuestros errores.

La Diócesis de Málaga ha aprendido la humildad en el Sagrario, allí donde sus obispos más ejemplares enseñaron a buscarla. San Manuel González encarnó la humildad como una de sus virtudes más profundas, cultivada en su cercanía con los pobres y alimentada por su amor constante a la Eucaristía. En su amor a Cristo Eucaristía descubrió la grandeza de lo pequeño, la fuerza de lo escondido y la verdad de una vida entregada sin buscar protagonismo.

El ejemplo de nuestro querido “Don Manuel” ha marcado la historia de esta diócesis, ha inspirado la espiritualidad de su clero y ha configurado su Seminario. Todos estamos invitados a reavivar este espíritu.

2. Coherencia

La segunda llamada es a la coherencia.

La humildad no se contradice con la coherencia y la determinación. Jesús nos dice en el Evangelio: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a uno que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24).

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos conceda crecer en coherencia:

  • No basta con tener en nuestros labios el nombre de Dios. Es necesario abrirle cada día nuestro corazón y permitirle que transforme desde nuestra sensibilidad más profunda hasta la manera en que nos relacionamos con los demás. Porque, ¿qué podemos aportar de original los creyentes a nuestro mundo, si no es una vida tocada por la gracia de Dios?
  • No basta con hablar de sinodalidad, hay que vivirla. Para escuchar el susurro del Espíritu, debemos alejarnos de la crispación y la polarización que nos asfixian, y abrir espacios reales de escucha mutua, de entendimiento y de colaboración: en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestros barrios y en nuestros puestos de trabajo.
  • No basta con hablar de solidaridad ni del cuidado de la Creación. Es urgente dar pasos firmes que transformen nuestro estilo de vida, porque muchas personas —e incluso pueblos enteros— no pueden esperar más; porque las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar del mar, de las montañas y de este planeta precioso que Dios ha puesto en nuestras manos.

Cristo nos pide y el mundo espera una vida coherente con lo que creemos. No hay nada más elocuente que un cristiano que vive con sencillez, con alegría y con verdad lo que predica.

La coherencia comienza por ti y por mí, por cada comunidad cristiana. Se manifiesta en nuestra manera de tratar a los pobres, de organizar nuestras parroquias, de administrar los bienes que se nos han confiado, y también en la forma en que nos comunicamos en los despachos, desde los púlpitos y a través de las redes sociales.

El cardenal Ángel Herrera Oria fue un ejemplo de coherencia de vida, tanto en su etapa como laico comprometido como en su vocación sacerdotal y episcopal. Vivió con integridad cada una de sus convicciones, sin separar la fe de la vida pública ni la doctrina social de la acción concreta, con una unidad de vida que lo hizo testigo creíble para su tiempo.

Otros ejemplos de coherencia han florecido de entre la vida consagrada en nuestra diócesis: La beata Madre Petra de San José, la beata Madre Carmen del Niño Jesús, el beato Tiburcio Arnaiz, misionero de los sencillos de corazón. Y también, en el ámbito seglar: tantos mártires que entregaron su vida por fidelidad al Evangelio, y otros que han dejado un testimonio de servicio público, inspirado por una fe viva, como el siervo de Dios José Gálvez Ginachero.

3. Misión

La tercera llamada, que da sentido a las anteriores, es la misión. Hoy resuena en nosotros el grito del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a vendar corazones rotos, a liberar a los cautivos…» (cf. Is 61, 1-3).

No podemos, por tanto, permitirnos ser una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, preocupada solo por sus necesidades y problemas. No hemos sido llamados para optimizar recursos ni para mejorar nuestra imagen, mucho menos para proteger privilegios. Nuestra vocación no es conservar espacios, sino promover procesos de liberación, de justicia y santidad, especialmente entre las personas marginadas en las afueras de la sociedad y de la Iglesia. Sólo así, “todos, todos, todos” nuestros hermanos y hermanas podrán experimentar la ternura de Dios y su salvación.

San Juan Crisóstomo, cuya fiesta hoy celebramos, nos recuerda la importancia de estar centrados en la misión, viviendo la opción preferencial con quienes sufren:

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres. Ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (Homilía 50 sobre el Evangelio de San Mateo).

Como sabéis, vengo de mi querida diócesis de Teruel y Albarracín, siguiendo los pasos del obispo José Molina Lario, nacido en el pequeño pueblo de Camañas, en Teruel. En 1775, él también pasó de Albarracín a Málaga.

Aquel pastor dejó una huella profunda entre los más humildes: cuidó la vida cristiana de las gentes de la Sierra de Albarracín y, a la vez, impulsó el desarrollo económico de esas tierras, promoviendo la industria textil y fundando un Monte de Piedad. Ya en Málaga, fomentó el arte, dialogó con la cultura y financió mejoras en infraestructuras y servicios.

Molina Lario, en las circunstancias propias de su tiempo, encarnó aquellas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (n. 49).

Inspirados por el testimonio de este gran obispo, acojamos la llamada a vendar corazones rotos y a anunciar el Evangelio, «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (EG 14).

En esta tierra próspera de Málaga también hay heridas: soledad, pobreza, adicciones, violencia, inmigrantes explotados, jóvenes sin rumbo, familias rotas… Ante esta realidad, las parroquias junto a las Hermandades y Cofradías y otras realidades eclesiales, deberíamos ponernos en camino, «con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad» (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2023).

Conclusión

Estas tres llamadas: la humildad, la coherencia y la misión, no son recetas ni tampoco un programa pastoral. Sencillamente son invitaciones que he sentido en la oración, y que he compartido con vosotros en mis primeras palabras como pastor de la Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Os pido que recéis por mí, para que nunca me aparte del camino de Jesús: humilde, coherente y misionero. Ruego a San Lorenzo, el diacono oscense, cuya imagen está sobre nuestras cabezas, que me acompañe, por lo menos hasta que coja confianza con sus amigos: nuestros patronos San Ciriaco y Santa Paula. Que Santa María de la Victoria, en este especial año jubilar, revestida de esperanza, interceda por nosotros. Que Ella, humilde y valiente, servidora y misionera, nos enseñe a decir cada día: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

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¿Quieres ver la toma de posesión de D. José Antonio Satué?

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Ofrecemos la retransmisión de la toma de posesión de Mons. Satué como Obispo de Málaga ofrecida por COPE Málaga y TRECE desde la Catedral de la Encarnación, el 13 de septiembre de 2025.

Retransmisión en COPE Más Málaga

Retransmisión en TRECE

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«Como tú y contigo, hermana y hermano», la oración de D. José Antonio

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Al final de la Eucaristía de Toma de Posesión de Mons. José Antonio Satué como nuevo obispo de Málaga se distribuyeron entre los asistentes 3.000 unidades del recordatorio de Inicio del Ministerio Episcopal que, además de la explicación de su escudo episcopal incluye una oración que Mons. Satué ha querido compartir este día en torno a su lema episcopal “Como tú y contigo”.

Como tú y contigo, hermana y hermano,
abrazando los gozos y las tristezas de quienes sufren,
compartiendo nuestras angustias y esperanzas,
entretejiendo búsquedas, dudas y certezas,
caminando juntos, trabajando por el Reino de Dios,
celebrando y contagiando la alegría de creer y amar.

Como Tú y Contigo, Jesús.
Que abra mi corazón al Espíritu, como Tú y Contigo;
que sea cercano a todas las personas, como Tú y Contigo;
que ame y ore a Dios Padre, como Tú y Contigo;
que trabaje en comunidad, como Tú y Contigo;
que busque primero tu Reino, como Tú y Contigo;
que defienda a los más débiles, como Tú y Contigo;
que anuncie tu Evangelio, como Tú y Contigo;
que acepte y abrace la cruz, como Tú y Contigo;
que viva por amor y con amor, como Tú y Contigo;
para disfrutar y compartir tu vida resucitada,
en esta tierra y por toda la eternidad. Amén.

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Texto íntegro de la homilía en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga

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Homilía de Mons. José Antonio Satué Huerto en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga celebrada en la Catedral el 13 de septiembre de 2025

Queridos hermanos obispos y sacerdotes.

Hermanas y hermanos de la vida consagrada y del laicado; seminaristas.

Autoridades presentes que habéis tenido la deferencia de acompañarnos.

Representantes de otras confesiones religiosas.

Queridos amigos y amigas.

Comienzo estas palabras dando gracias a Dios. En primer lugar porque nunca ha dejado de cuidarme ni de sorprenderme. Me ha guiado por senderos que jamás habría imaginado, conduciéndome al encuentro de personas —dentro y fuera de la Iglesia— que han sido auténticas caricias divinas en mi camino.

A través del Espíritu, me ha ido llamando desde Sesa, mi pueblo natal, pasando por el Seminario de Zaragoza, diversas parroquias de Huesca, el Colegio Español de Roma, el Dicasterio para el Clero en el Vaticano y la Diócesis de Teruel y Albarracín, hasta traerme a esta tierra bendita.

Gracias también por la confianza del Santo Padre León al encomendarme el cuidado pastoral de esta Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Gracias por la fraternal acogida de Mons. Jesús Catalá y de tantas personas que hasta ahora he podido saludar y me habéis dado la bienvenida.

Quiero dar gracias a Dios por el formidable equipo de trabajo que, con dedicación y esmero, ha preparado esta celebración: ¡Mil gracias!

Y quiero agradecer vivamente la presencia de quienes me acompañáis con vuestro cariño y oración, tanto aquí en la Catedral como a través de la radio y la televisión. Grazie per gli amici e amiche venuti dall’Italia.

La Palabra de Dios que hemos proclamado ilumina este momento “como lámpara para nuestros pasos” (Sal 119). Al acogerla en el corazón, he sentido tres llamadas que deseo compartir; tres actitudes que, con la ayuda de Dios y la vuestra, quisiera cultivar tanto en mi vida personal como en la comunidad eclesial.

1. Humildad

La primera llamada es a la humildad.

Las palabras de san Pablo a Timoteo resuenan hoy con fuerza en mí: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero» (1Tim 1,15). Y añade: «Pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia» (1Tim 1,16).

No tengo mejores palabras para presentarme ante vosotros, hermanos y hermanas de Málaga y Melilla. Vengo tal como soy: un hombre nacido en una familia humilde, grande de estatura, pero pequeño por mis limitaciones y pecados, porque tropiezo a menudo en la misma piedra. Y precisamente por ello, un creyente agradecido por haber experimentado, una y otra vez, la misericordia de Dios.

El camino de la humildad es inexcusable para cada creyente y también en nuestra experiencia de Iglesia. Estamos llamados a vivir en humildad, sin negar los talentos recibidos ni exagerar nuestras faltas; porque, como bien decía Santa Teresa “humildad es andar en verdad” (VI Moradas 10, 7).

Con el testimonio del papa Francisco hemos recordado que sólo una Iglesia que renuncia al triunfalismo y deja de mirarse a sí misma, para poner en el centro a Dios, que nos envía a aliviar el sufrimiento de las personas más vulnerables y a buscar el bien de la humanidad, puede abrir caminos de encuentro con Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), que no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante (cf. Mt 12,20). Sólo desde la humildad, la Iglesia puede ser madre que engendra nuevos cristianos y maestra que contagia el deseo de vivir con alegría el Evangelio.

Quiero elevar hoy ardientemente mi oración al Señor, por intercesión de su humilde servidora, la Virgen de la Victoria, para que nuestra Iglesia diocesana de Málaga respire humildad, en sus celebraciones y en el ejercicio de la caridad, en el anuncio de la Buena Noticia y en la denuncia profética de las injusticias, y también en los momentos en que, aunque nos cueste, debamos reconocer nuestros errores.

La Diócesis de Málaga ha aprendido la humildad en el Sagrario, allí donde sus obispos más ejemplares enseñaron a buscarla. San Manuel González encarnó la humildad como una de sus virtudes más profundas, cultivada en su cercanía con los pobres y alimentada por su amor constante a la Eucaristía. En su amor a Cristo Eucaristía descubrió la grandeza de lo pequeño, la fuerza de lo escondido y la verdad de una vida entregada sin buscar protagonismo.

El ejemplo de nuestro querido “Don Manuel” ha marcado la historia de esta diócesis, ha inspirado la espiritualidad de su clero y ha configurado su Seminario. Todos estamos invitados a reavivar este espíritu.

2. Coherencia

La segunda llamada es a la coherencia.

La humildad no se contradice con la coherencia y la determinación. Jesús nos dice en el Evangelio: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a uno que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24).

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos conceda crecer en coherencia:

  • No basta con tener en nuestros labios el nombre de Dios. Es necesario abrirle cada día nuestro corazón y permitirle que transforme desde nuestra sensibilidad más profunda hasta la manera en que nos relacionamos con los demás. Porque, ¿qué podemos aportar de original los creyentes a nuestro mundo, si no es una vida tocada por la gracia de Dios?
  • No basta con hablar de sinodalidad, hay que vivirla. Para escuchar el susurro del Espíritu, debemos alejarnos de la crispación y la polarización que nos asfixian, y abrir espacios reales de escucha mutua, de entendimiento y de colaboración: en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestros barrios y en nuestros puestos de trabajo.
  • No basta con hablar de solidaridad ni del cuidado de la Creación. Es urgente dar pasos firmes que transformen nuestro estilo de vida, porque muchas personas —e incluso pueblos enteros— no pueden esperar más; porque las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar del mar, de las montañas y de este planeta precioso que Dios ha puesto en nuestras manos.

Cristo nos pide y el mundo espera una vida coherente con lo que creemos. No hay nada más elocuente que un cristiano que vive con sencillez, con alegría y con verdad lo que predica.

La coherencia comienza por ti y por mí, por cada comunidad cristiana. Se manifiesta en nuestra manera de tratar a los pobres, de organizar nuestras parroquias, de administrar los bienes que se nos han confiado, y también en la forma en que nos comunicamos en los despachos, desde los púlpitos y a través de las redes sociales.

El cardenal Ángel Herrera Oria fue un ejemplo de coherencia de vida, tanto en su etapa como laico comprometido como en su vocación sacerdotal y episcopal. Vivió con integridad cada una de sus convicciones, sin separar la fe de la vida pública ni la doctrina social de la acción concreta, con una unidad de vida que lo hizo testigo creíble para su tiempo.

Otros ejemplos de coherencia han florecido de entre la vida consagrada en nuestra diócesis: La beata Madre Petra de San José, la beata Madre Carmen del Niño Jesús, el beato Tiburcio Arnaiz, misionero de los sencillos de corazón. Y también, en el ámbito seglar: tantos mártires que entregaron su vida por fidelidad al Evangelio, y otros que han dejado un testimonio de servicio público, inspirado por una fe viva, como el siervo de Dios José Gálvez Ginachero.

3. Misión

La tercera llamada, que da sentido a las anteriores, es la misión. Hoy resuena en nosotros el grito del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a vendar corazones rotos, a liberar a los cautivos…» (cf. Is 61, 1-3).

No podemos, por tanto, permitirnos ser una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, preocupada solo por sus necesidades y problemas. No hemos sido llamados para optimizar recursos ni para mejorar nuestra imagen, mucho menos para proteger privilegios. Nuestra vocación no es conservar espacios, sino promover procesos de liberación, de justicia y santidad, especialmente entre las personas marginadas en las afueras de la sociedad y de la Iglesia. Sólo así, “todos, todos, todos” nuestros hermanos y hermanas podrán experimentar la ternura de Dios y su salvación.

San Juan Crisóstomo, cuya fiesta hoy celebramos, nos recuerda la importancia de estar centrados en la misión, viviendo la opción preferencial con quienes sufren:

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres. Ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (Homilía 50 sobre el Evangelio de San Mateo).

Como sabéis, vengo de mi querida diócesis de Teruel y Albarracín, siguiendo los pasos del obispo José Molina Lario, nacido en el pequeño pueblo de Camañas, en Teruel. En 1775, él también pasó de Albarracín a Málaga.

Aquel pastor dejó una huella profunda entre los más humildes: cuidó la vida cristiana de las gentes de la Sierra de Albarracín y, a la vez, impulsó el desarrollo económico de esas tierras, promoviendo la industria textil y fundando un Monte de Piedad. Ya en Málaga, fomentó el arte, dialogó con la cultura y financió mejoras en infraestructuras y servicios.

Molina Lario, en las circunstancias propias de su tiempo, encarnó aquellas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (n. 49).

Inspirados por el testimonio de este gran obispo, acojamos la llamada a vendar corazones rotos y a anunciar el Evangelio, «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (EG 14).

En esta tierra próspera de Málaga también hay heridas: soledad, pobreza, adicciones, violencia, inmigrantes explotados, jóvenes sin rumbo, familias rotas… Ante esta realidad, las parroquias junto a las Hermandades y Cofradías y otras realidades eclesiales, deberíamos ponernos en camino, «con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad» (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2023).

Conclusión

Estas tres llamadas: la humildad, la coherencia y la misión, no son recetas ni tampoco un programa pastoral. Sencillamente son invitaciones que he sentido en la oración, y que he compartido con vosotros en mis primeras palabras como pastor de la Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.

Os pido que recéis por mí, para que nunca me aparte del camino de Jesús: humilde, coherente y misionero. Ruego a San Lorenzo, el diacono oscense, cuya imagen está sobre nuestras cabezas, que me acompañe, por lo menos hasta que coja confianza con sus amigos: nuestros patronos San Ciriaco y Santa Paula. Que Santa María de la Victoria, en este especial año jubilar, revestida de esperanza, interceda por nosotros. Que Ella, humilde y valiente, servidora y misionera, nos enseñe a decir cada día: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

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Ofrecemos la retransmisión de la toma de posesión de Mons. Satué como Obispo de Málaga ofrecida por COPE Málaga y TRECE desde la Catedral de la Encarnación, el 13 de septiembre de 2025.

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Ante el Huesca-Málaga: «Que Dios reparta suerte»

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NoticiaPodcasts diocesanos

· Autor: LAZARUS

Publicado: 13/09/2025: 216

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Al concluir la celebración eucarística, Mons. Satué ha dado de nuevo las gracias a todo el equipo que ha trabajado en la organización, ha afirmado que ha sido un disfrute y ha recordado que el Málaga juega hoy en Huesca, deseando «que Dios reparta suerte», lo que ha arrancado un aplauso entre los participantes.

Tras la celebración, Mons. Satué ha saludado ha recorrido todas las naves de la Catedral para saludar a los fieles que se habían acercado a celebrar la Misa de toma de posesión. 

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