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La Diócesis celebra, este sábado, la Fiesta de San Raimundo de Peñafort y la apertura del Año Judicial

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La Diócesis de Jaén celebrará este sábado, 11 de enero, la fiesta de San Raimundo de Peñafort y la apertura del Año Judicial.

El acto, que estará presidido por el Obispo de Jaén, Don Sebastián Chico Martínez, dará comienzo a las 12 del mediodía con una Eucaristía en la Casa de la Iglesia.

A la 1 de la tarde tendrá lugar el acto académico con la lectura de la Memoria del año 2024. A continuación D. Juan José Toral Fernández, Vicario Judicial del Tribunal Eclesiástico de Guadix y profesor de Derecho Canónico de la Facultad de Teología de la Universidad de Loyola, ofrecerá la lección inaugural bajo el título «Reciprocidad entre fe y consentimiento matrimonial».

La jornada concluirá con un almuerzo fraterno.

Comienzan los preparativos de la Vigilia Diocesana de Espigas

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Con la mirada puesta en la Vigilia Diocesana de Espigas, que se celebrará el sábado 5 de julio, en la ciudad de Jaén, el Consejo Diocesano de ANE, acompañado del Consejo Diocesano de ANFE, la sección local de ANE de Jaén y las Misioneras Eucarísticas de Nazaret han comenzado con los preparativos de dicha cita eucarística.

Con motivo del Año Jubilar de la Esperanza, la capital del Santo Reino acogerá una gran celebración, que busca reunir a todos los movimientos eucarísticos y sacramentales de la Diócesis de Jaén en torno al Amor de los Amores. En definitiva, lo que se persigue desde la organización es que la popular Fiesta de la Espiga no solo reúna a las secciones de ANE y ANFE como hasta el momento se hacía, sino que sea una celebración para todos los movimientos del mismo carisma de la diócesis.

Los actos preparatorios comenzarán los días 28 y 29 de marzo con la celebración de las “24 horas para el Señor” en las diferentes localidades de la Diócesis de Jaén.

El 24 de mayo será presentado el cartel anunciador de esta esperada Vigilia Diocesana de Espigas, que convertirá a todos los adoradores en peregrinos de la esperanza.

De la mano de la Cofradía de la Buena Muerte de Jaén, los días 5, 6 y 7 de junio se celebrará un Solemne Triduo Eucarístico en la Catedral de la Asunción.

El sábado 5 de julio, la ciudad de Jaén se envolverá en fragancias de juncia y romero en una de las principales citas de este Año Jubilar de la Esperanza y es que, Jesús Sacramentado recorrerá las calles de la capital para bendecir los campos y lomas de esta tierra olivarera.

En próximas semanas se conocerán más detalles de esta gran cita, que como novedad contará con una peregrinación, durante la jornada de la Fiesta de la Espiga, en la que los asistentes realizarán procesión de banderas por el Camarín de Jesús, la Parroquia de la Merced, la Parroquia de San Bartolomé y la Parroquia de San Ildefonso.

José García Checa
Consejo Diocesano de ANE

Evaluación, por Vicarías de zona, de la marcha del Plan de Pastoral

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El Vicario Gral. y de Evangelización, D. Juan Ignacio Damas, ha enviado una carta a los sacerdotes de la Diócesis para animarlos a participar, junto con sus comunidades parroquiales, para una revisión de la marcha del Plan de Pastoral, que en este curso está potenciando el Discipulado.

“Ahora que el curso está en marcha y que hemos pasado el tiempo de Navidad, es momento propicio para revisar los pasos que hemos dado en estos primeros meses”– expresa Damas López– quien añade, “En el calendario diocesano del curso 2024-205 teníamos marcadas las fechas para el encuentro de los sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos por vicarías, presididos por el Obispo, para hacer esta revisión. Os invitamos a participar en estos encuentros y a compartir con los demás vuestras opciones, los pasos que habéis dado y las dificultades con las que os habéis encontrado. Eso nos hará bien a todos.

Estas son las fechas y los lugares en los que los cinco encuentros tendrán lugar:

Jueves, 16 enero, 17.00 a 19.00 horas: Vicaría 1, en la Casa de la Iglesia de Jaén.

Miércoles, 22 enero, 17.00 a 19.00 horas: Vicaría 5, en el “Conventico” de Torredonjimeno.

Jueves, 23 enero, 17.00 a 19.00 horas: Vicaria 4, en la Casa de la Cultura de Bailén.

Viernes 24 enero, 17.00 a 19.00 horas: Vicaría 2, en la Casa de la Iglesia de Úbeda.

Jueves 30 enero, 17.00 a 19.00 horas: Vicaría 3, en el Teatro de Beas de Segura.

El orden del día de las reuniones será el siguiente:

  1. Breve oración.
  2. Breves palabras de Vicario de Evangelización.
  3. Compartición de experiencias. Diálogo.
  4. Palabra del Obispo y cierre de la reunión.

Se trata de compartir la experiencia que estamos viviendo, para ayudarnos y para animarnos mutuamente. Básica- mente estas son las cuestiones que tendríamos que llevar al diálogo:

  1. ¿Cómo estamos trabajando en la parroquia el plan pastoral? ¿Hemos creado o estamos en proceso de creación de un equipo de conversión o de evangelización, (un grupo pequeño de fieles sensibles al tema, que reflexiona y se forma) encargado de animar a otros miembros de la comunidad parroquial?
  2. ¿Estamos usando en la parroquia al- guna herramienta de primer anuncio?

¿Cuál? ¿Cómo convocamos? ¿Cómo acompañamos a los que han vivido la experiencia?

¿Han surgido nuevos ministerios en la parroquia (personas que han comenzado a realizar en la comunidad una tarea nueva que antes no realizaban y que tiene que ver con el anuncio del Evangelio)?

  • ¿Estamos organizando grupos de discipulado en la parroquia? ¿Cómo?
  • ¿Estamos viviendo la ayuda de una parroquia a otra? ¿Estamos organizando en común acciones que tiene que ver con el anuncio del Evangelio?
  • ¿Qué experiencias positivas estamos teniendo?
  • ¿Qué dificultades estamos encontrando?
  • ¿Qué ayuda le pedimos al equipo de la Vicaría de Evangelización?

Desde la Vicaría se anima a participar en estos encuentros de valoración a sacerdotes, laicos y religiosas de la Diócesis de Jaén.

Discípulos misioneros

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Mi primera carta de este año jubilar 2025 coincide con la fiesta del Bautismo del Señor que cierra el Tiempo de Navidad, y que nos llevará mañana con la liturgia a retomar el camino del Tiempo Ordinario.

Con el inicio del Año Jubilar en la Catedral de Sevilla el pasado 29 de diciembre quedan abiertos los templos jubilares para que podamos recibir las gracias como peregrinos de la esperanza. La fiesta que hoy celebramos nos recuerda que el bautismo nos hace renacer a la vida cristiana. El jubileo debe ser para nosotros un tiempo para reavivar nuestra vida cristiana. Reflexionemos sobre la importancia de nuestro propio bautismo contemplando a Jesús. Con el bautismo contemplamos a Jesús adulto junto a la orilla del Jordán dispuesto a iniciar su ministerio público. Impresiona contemplarlo dispuesto a recibir el bautismo de conversión, un rito penitencial y de conversión, que administraba Juan en el Jordán. Aunque Jesús no necesita purificación y a pesar de que Juan trata de oponerse, quiere con este gesto hacerse solidario con los pecadores y bajar al río a sumergirse en nuestra misma condición.  Es por tanto un gesto de compasión que realiza Cristo por nosotros. Durante el bautismo sucede algo extraordinario, una teofanía, una manifestación de Dios. Los cielos se abren y se desvela finalmente la Trinidad. Nos revela que Jesús es el Hijo de Dios; y, por otra, nos habla del fruto de nuestro bautismo o gracia bautismal: “es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1279).

Dice la constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia: “Por el bautismo, en efecto, nos configuramos en Cristo: «porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu» (1 Co 12,13), ya que en este sagrado rito se representa y realiza el consorcio con la muerte y resurrección de Cristo: «Con El fuimos sepultados por el bautismo para participar de su muerte; más, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección» (Rm 6,4-5)” (LG 7,2). El bautismo es un gran don de Dios, pero este don comporta también una gran responsabilidad. Lo enseña el mismo Concilio: “Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo […] tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia” (LG 11,1). En la exhortación Evangelii Gaudium nº 120, el papa Francisco nos recuerda: “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros».

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

Es mi Hijo amado

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El domingo del Bautismo del Señor en el Jordán cierra el ciclo de Navidad, y comienza
el ministerio público de Jesús por los caminos de Galilea y de Jerusalén. Precisamente
en estos días, 10 de enero de 2025, ha sido consagrado un Templo, una Basílica en el
lugar mismo del Bautismo del Señor, al otro lado del Jordán.
El evangelio de este domingo nos describe esa escena, en la que Juan el Bautista está
predicando junto al Jordán un bautismo de penitencia, y se le van acercando aquellos
que quieren prepararse a la venida del Mesías. Escuchan, hacen penitencia, se
reconocen pecadores y entran en el agua con el deseo de ser purificados.
En esto que entre la multitud se acerca Jesús y se mezcla con los pecadores, siendo él
inocente. Y al acercarse al Bautista, éste le reconoce y le señala delante de todos: Éste
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús pide que le bautice, y Juan
se resiste: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. La
insistencia de Jesús empuja a Juan a realizar aquel bautismo también sobre Jesús.
Se trata de una escena preciosa. Cuando Jesús entra en el agua, Jesús fue plenificado de
Espíritu Santo, el amor del Padre que lo envuelve con su amor, acogiendo el Espíritu
Santo. El cielo se abrió y se oyó esa voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, el
predilecto”. Amado del Padre en el don permanente del Espíritu Santo. Como sucede en
el seno de la Trinidad.
Jesús es plenamente consciente en su corazón humano de este derroche de amor por
parte de su Padre, cuando en la sinagoga de Nazaret exclama: El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la salvación a los pobres.
Toda la misión de Jesús irá envuelta del Espíritu Santo, como amor del Padre, como
motor de su obra redentora, hasta el último suspiro en la Cruz, donde él insuflará este
Espíritu Santo sobre toda la humanidad.
El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha hecho capaz de la gloria, de la que
ahora goza ya resucitado. Esa carne de Cristo se convierte en vehículo del amor del
Padre para todos los hombres. El amado del Padre se convierte así en amado de todos
los hombres. Ese Verbo divino que se ha hecho carne ha recorrido los caminos de la
misión, rematada en la pasión y muerte y coronada en la resurrección. Esa carne de
Cristo ya glorificada es la que recibimos en el sacramento de la Eucaristía, convertida
en alimento de salvación.
A partir de este momento, el agua se ha convertido en vehículo transmisor del Espíritu
para todos los que reciban el nuevo bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios,
amados en el Amado, por la efusión del Espíritu Santo, que nos capacita para la gloria.
En el bautismo del Jordán, donde Jesús es sumergido en las aguas, tiene origen nuestro
propio bautismo, el primero de los sacramentos que nos abre la puerta para todas las
demás gracias de Dios en nuestra vida.
Jesús se mezcla entre los pecadores. Nos está indicando con ello cuál es su misión y
cuáles sus destinatarios. No ha venido a los que se consideran justos, sino a los que
reconocen humildemente su condición de pecadores y necesitan salvación. Si, Jesús ha

cargado con el pecado del mundo, es para librarnos del pecado y hacernos hijos de Dios,
amados de Dios.
He aquí el atractivo de Jesucristo, todo hermoso con la hermosura de Dios (nos recuerda
san Juan de Ávila), amado del Padre y de los hombres, lleno de Espíritu Santo.
Acercándonos a él, comiendo su carne gloriosa, acogemos al Amado. El Espíritu Santo
le irá conduciendo por los caminos de la misión, vayamos con él.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

La puerta de la vida espiritual

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De manos de la Iglesia llegamos al final del tiempo litúrgico de Navidad con la Fiesta del bautismo del Señor. La celebración de este año nos ha regalado, junto con el encuentro renovado con el Niño Dios, la apertura del Jubileo Ordinario del Año 2025, que tiene como tema central la esperanza. Al acercarnos desde la fe al misterio de la Natividad del Hijo de Dios hecho hombre hemos descubierto que la esperanza brota del Corazón de Jesús. La esperanza, en efecto, tiene un portal que se llama Belén. Quien entra en él se encuentra con María Santísima y San José, y aprende de ellos a custodiar la esperanza. En la escuela de Nazaret, la Sagrada Familia nos ofrece el camino silencioso y seguro de la esperanza que no defrauda. La paciencia es hija de la esperanza, y quien tiene esperanza sabe esperar. El periodo más largo de la vida terrena del Verbo encarnado, su infancia y juventud, nos enseña qué significa saber esperar.

El evangelista san Lucas resume el misterio de la vida oculta de Jesús, desde su infancia hasta el comienzo de su actividad pública, con una afirmación que revela la continuidad entre la vida oculta y la vida pública: [Jesús] bajó con ellos [María y José] y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,51-52). El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien esta afirmación del evangelista: «Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: No se haga mi voluntad… (Lc 22,42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido» (CCE 532).

Como la Liturgia actualiza en el tiempo los misterios de la vida de Cristo, la Fiesta del Bautismo del Señor se nos muestra como pórtico que cierra y abre a la vez: cierra el tiempo de Navidad, abre el curso ordinario del año litúrgico; cierra la contemplación de la infancia de Jesús, abre el conocimiento de su vida y misión; cierra el reconocimiento de lo oculto, abre la constatación de lo manifiesto.

El Concilio de Florencia (1439) presentó el bautismo cristiano como puerta de la vida espiritual. Recordando esta verdad, en la ceremonia de apertura del Año jubilar realizamos una peregrinación que nos llevó primero, al entrar en la Catedral, a la pila bautismal. En el bautismo se nos regaló la dignidad de la filiación divina: recibimos la vida nueva de Cristo, nuestra esperanza. Bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hemos vuelto a nacer para dejar atrás la antigua vida de pecado y caminar en la comunión de amor de la Trinidad Santa. Renovemos la gracia bautismal, dejándonos reconciliar con Dios y con nuestros hermanos, y veremos nuestra esperanza restaurada.

 

+José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

Homilía en la fiesta de la Epifanía del Señor

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Homilía del arzobispo Mons. José María Gil Tamayo en la Eucaristía de la fiesta de la Epifanía del Señor, el 6 de enero de 2025, celebrada en la S.A.I Catedral.

Queridos sacerdotes concelebrantes;
Querido diácono;
Queridos hermanos y hermanas, que a pesar del frío y ser una mañana después de una noche, pues de ilusión para los pequeños, pero también de trasnochar para los mayores… Os habéis dado cita en nuestra catedral:

Bienvenidos todos.

Estamos celebrando la Epifanía del Señor. ¿Qué significa esto? Al principio se nos ha dicho, es la manifestación de Dios a todos los pueblos, a todas las gentes.

Dios no se ha hecho hombre solo para los pueblos de Israel. La llamada universal a la santidad que Dios quiere, y a la salvación en consecuencia y previa, es que Dios quiere que todos los hombres se salven. Que lleguen al conocimiento de la verdad. No está reducido ya a un pueblo a una casta, a un lugar. Es la universalidad salvífica que trae el misterio cristiano, el Mesías.

Nos lo ha dicho San Pablo, del que hemos escuchado palabras suyas en la carta a los Efesios estos días. Ayer nos invitaba que el Señor nos dé espíritu de revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a esos santos. Y hoy, el mismo apóstol en esa carta nos dice que también los gentiles y los no judíos son coherederos, son miembros del pueblo de Dios.

Esa es una de las novedades cristianas, de la gran novedad traída por Jesucristo. Y hoy el Evangelio de Mateo nos presenta precisamente esa realidad en los Reyes Magos. La tradición dice que eran reyes. El Evangelio no dice que eran reyes, dice que eran unos magos, probablemente unos astrólogos de Persia. Buscadores en todo caso de la verdad y que rastrean las huellas de Dios en la creación. Y que creen descubrir, pues, cosas nuevas, mundos nuevos, rastreando las estrellas.

Y aparece una estrella como un signo de esa presencia de Dios. Y estos hombres se ponen en camino. En la primera lectura, también del libro de Isaías, se invita al pueblo de Israel a la esperanza, a ese pueblo minúsculo, ese pueblo del destierro, ese pueblo que vuelve a la tierra. Ese pueblo, en definitiva, al que se le promete en los tiempos mesiánicos la venida de los reyes, de todas partes del mundo conocido.

Desde Sabá a Tarsis. Esos territorios y esos confines vendrán a Jerusalén, traerán riquezas. Son esos tiempos mesiánicos que son imagen de lo que serían los tiempos del Mesías real. Pero, queridos hermanos, en el Mesías real que aparece, no aparece ese esplendor y esa gloria, esa realeza. Sino que aparece la humildad, la sencillez, la universalidad. Sí, lo esencial. Y aparece el gran misterio revelador, como nos ha recordado San Pablo en el texto que hemos escuchado de la Carta a los Efesios. Ha aparecido la gracia de Dios en su Hijo Jesucristo.

Y vemos esa escena de estos hombres inquietos, estos buscadores de la verdad, que en definitiva es la esencia del hombre. El hombre que se pregunta por la razón, por el sentido de la vida y de las cosas. De dónde viene y a dónde va. Qué es lo que es, qué es lo que ha de hacer. El ser humano, que no solo vive de medios de vida con los que satisfacer sus necesidades físicas o con los que sobrevivir, sino de unas razones por las que vivir.

En definitiva, ese ser racional que Dios le ha dado la inteligencia para que lo busque. Esa inteligencia y esa razón que, aunque dañada por el pecado, vislumbra y otea los rastros del Creador en la creación, de la inteligencia creadora, en definitiva, de Dios en su obra. Y estos hombres vienen preguntando. Son inquietos, preguntan, no lo saben todo. Son conscientes de que no lo saben todo y es una de las manifestaciones de su sabiduría.

Y estos hombres, ciertamente poderosos, preguntan a Herodes. Aquel que solo mira con una visión humana, con una visión egoísta, hasta el punto que es capaz de sacrificar a esos inocentes martirizándolos porque les da celo de un niño que dicen que es el rey de Israel. Y los magos preguntan también y preguntan a la Escritura, la Palabra de Dios, a la revelación.

Y el profeta les anuncia que en Belén nacerá el Mesías. Y allá que se encaminan y descubren de nuevo la estrella, cuando ya han perdido de vista los criterios humanos, rastreros, de Herodes. Y ven la estrella de nuevo y se alegran. ¿Y qué es lo que descubren? A un niño con María, su madre, en un pesebre. En la pobreza.

Y este es el misterio cristiano. Que el Dios omnipotente, que se ha revelado en su Hijo Jesucristo y se manifiesta a los pueblos, se muestra en la condición humilde de nuestra naturaleza humana. Se nos muestra en la cruz. En definitiva, que estos magos saben superar el escándalo de los gentiles ante el misterio de la cruz, y reconocen, nada más y nada menos que la sabiduría de Dios en los balbuceos de un pequeño.

Y como nos muestra el evangelio de San Mateo, lo adoran. La adoración solo es propia de Dios. Es el culto que se rinde a Dios, y esos dones son simbólicos. Lo único que podría servirle algo a la Sagrada Familia es el oro. El incienso y la mirra ya me diréis. Y vienen a perfumar aquel pobre establo.

¿Pero qué ocurre? Que el significado y la simbología que expresa es precisamente que son los dones debidos a Dios. Nosotros tenemos que abrir el corazón para evitar todo nacionalismo en el Espíritu. Todo encerramiento en nosotros mismos, para abrirnos a esa universalidad de la Iglesia y sentir el sentido misionero de anuncio en nuestras circunstancias. Para que los que no conocen a Cristo descubran que también están llamados a participar de esa salvación plena que seguro han recibido de pequeños, pero que la paganía ambiental, la secularización o los avatares de la vida le ha hecho enfriarse.

Y necesitamos anunciar a Jesucristo. La Epifanía es manifestación de Dios, pero es también asunción de la responsabilidad misionera, evangelizadora de cada uno de nosotros. Anunciar a Jesucristo. Y en este año, este año jubilar. Este Año Santo, estamos llamados a ser partícipes de esa gracia que se nos ofrece y de manera especial. De esa perdonanza y esa conversión que exige mostrarle a todos para que realmente sepan descubrir en Jesús de Nazaret el misterio del Dios hecho hombre. La grandeza de Dios en la pequeñez de nuestra humanidad y al mismo tiempo la grandeza del hombre redimido en Jesucristo.

Que María, también a nosotros nos muestre Jesús. Eso es lo que les pide el pueblo cristiano: Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Que Jesús sea el centro de nuestra vida. Que Jesús sea el centro de nuestros pensamientos. Que Jesús sea el centro de nuestro obrar. La oración colecta de este día es una oración que pide que sepamos captar la belleza del misterio de Dios en su Hijo Jesucristo.

Le hemos pedido a Dios: oh Dios, que revelaste a tu Hijo a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe, nosotros, contemplar un día la hermosura infinita de tu gloria.

Que así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

6 de enero de 2025
S.A.I Catedral de Granada

Homilía en el II Domingo de Navidad

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Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en la S.A.I Catedral en el II Domingo de Navidad, el 5 de enero de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes,

Queridos hermanos y hermanas, que a pesar del frío de esta mañana, de este segundo domingo de Navidad, os deis cita en nuestra Catedral.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios que ilumina el acontecimiento que celebramos. Esta primera parte de la Eucaristía, la Palabra, es como el alimento, es como la luz que nos enciende el sentido de la celebración.

Lo mismo que el Prefacio, después, litúrgicamente nos resumirá precisamente el misterio que celebramos, que no es otro que el misterio de Cristo. El misterio de Cristo desplegado a lo largo del año litúrgico. Y en este tiempo de Navidad hay como unos elementos que se repiten en esa presentación del misterio de Cristo. Primero, la Encarnación, que es el hecho más relevante. Esa encarnación que abre precisamente el misterio del Dios encarnado en medio de nosotros, el Verbo que se ha hecho carne. Y que llega a sumir nuestra naturaleza al misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección.

En la Semana Santa, en el triduo pascual y después en toda la Pascua. Para invitarnos a una vida nueva, que es esa vida del cristiano, que es el tiempo ordinario de la Iglesia, esperando la parusía del Señor. Y esto que se repite cada año no supone una especie de un eterno retorno, sino lo contrario. Es estamos ya en un tiempo que se ha iniciado en plenitud y que para cada uno de nosotros, al final de nuestra historia, llegará a su consumación.

Pero sobre todo al final de la historia, cuando Cristo se muestre vencedor del pecado y de la muerte absolutamente, en su manifestación gloriosa al final de los tiempos, donde seremos juzgados en el amor. Y en este tiempo de Navidad vuelve a insistirnos la Palabra de Dios precisamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, del Hijo de Dios. De la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima que se nos ha mostrado en la realidad de nuestra carne, haciéndose igual a nosotros excepto en el pecado.

En la primera lectura hemos escuchado, tomando el capítulo 24, 25 del libro de Eclesiastico, nos muestra ya en la literatura sapiencial judía esa, ese darle rasgos personales a la sabiduría. Ciertamente, todavía en el Antiguo Testamento no se vislumbra ese sentido personal de manera plena, como lo vemos ya mostrarse, como nos dice la carta a los Hebreos, cuando llegado en la plenitud de los tiempos. En que ya Dios no nos habla por los profetas, no nos hace su revelación por intermediarios en el Antiguo Testamento, sino que es su misma Palabra la que se hace carne.

Por eso a nosotros también como al apóstol Felipe, el Señor nos dirá: Felipe, tanto tiempo con vosotros y aún no me conocéis. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Cuando Felipe le dice: Muéstranos al Padre y nos basta. Esa visión de Dios, que dice San Agustín, que es la plenitud de la felicidad y el cielo, ese ver a quien nos ve y lo ve todo.

Precisamente, esta Palabra de Dios ya es vislumbrada en la sabiduría, manifestada en la ley de Moisés, que es el orgullo del pueblo de Israel y que se asienta. Nos pone a Jerusalén como el centro. Qué pueblo tiene una ley como la tiene el pueblo de Israel. Es el orgullo del pueblo de Israel. Pero esa sabiduría es creada, esa sabiduría es llegar a un conocimiento del comportamiento moral que el pecado había obnubilado, había oscurecido y que Dios, en su misericordia, revela al pueblo escogido como mediación para las naciones.

Pero llegada la plenitud de los tiempos, se nos muestra en su Hijo Jesucristo. Y es ese prólogo maravilloso del Evangelio de Juan, el mismo que se proclama el día de Navidad y que nos hace esa lectura teológica del nacimiento de Jesús. El Verbo se ha hecho carne. Dios hecho hombre. El que ha hecho el mundo, se ha hecho uno de nosotros.

Vino otro a su casa, lo hemos escuchado y los suyos no lo recibieron. Es el misterio de la presencia de Dios que se conjuga con la obstinación del hombre que lo niega. Pero Dios es el que ha vencido y nos ha ganado con su humildad y con su sencillez, con su pobreza, para ensalzar al hombre y para hacer al hombre nada más y nada menos que Hijo de Dios.

Por eso, el evangelista nos dice, a los que le reciben les da poder para ser hijos de Dios, los cuales no han nacido de la carne ni sangre, sino que de Dios son nacidos. Y San Juan, en su primera carta, el mismo autor del cuarto Evangelio nos dirá: Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos.

Y dice él: Pues lo somos, y aún no se ha manifestado lo que seremos, pues solo cuando le veamos tal cual es, entonces se manifestará. La visión de Dios, que en la Navidad también se nos presenta como iluminación para nuestra fe. Que camina, que peregrina hacia ese encuentro definitivo del Señor. Es un tiempo de gozo, es un tiempo de alegría, es un tiempo de tomar conciencia de que Dios está en medio de nosotros y que el hombre ha sido ensalzado a esta manera maravillosa, en este maravilloso intercambio que nos salva, hasta adquirir la condición de hijo e hija de Dios.

Eso tiene consigo una manera de vivir. Renunciemos ya a la vida sin religión, hemos escuchado de parte del apóstol, esta Navidad. Y hemos escuchado otro himno que nos trae la Palabra de Dios este domingo, el comienzo con el gran himno cristológico de la Carta a los Efesios. Donde San Pablo nos habla, bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en la persona de Cristo, nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Cristo es nuestra bendición. Cristo es la verdadera sabiduría, porque es el Hijo de Dios hecho hombre. Cristo inaugura la ley de la gracia que ya supera absolutamente a la ley de tablas. Es la ley nueva, la ley del Amor. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos. Es más, el autor del cuarto Evangelio, precisamente también su primera carta, nos define a Dios como amor y nos dice: Nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él.

Es el primer credo cristiano, queridos amigos. Yes el motivo de la alegría, de la felicidad, de la esperanza cristiana, que Dios es amor y nos ha llamado a ser, nos dice la Sagrada Escritura, partícipes de su naturaleza. Y eso es lo que está empapando todas las oraciones de la Navidad. Participar de la naturaleza divina de aquel que se ha dignado a compartir con el hombre, la nuestra.

Queridos amigos, este es el motivo de la felicidad de la Navidad. Este es el mayor regalo de Dios para cada uno de nosotros. De tal manera que esto nos cuesta entenderlo. Por eso el apóstol Pablo, al final del texto que hemos escuchado, nos dice: El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos dé espíritu de revelación para conocerlo e ilumine los ojos de nuestro entendimiento. Para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál es la gloria que nos espera.

Luego, este es nuestro itinerario. Pero es un itinerario de santidad. Nos dice, también San Pablo, en el himno que hemos escuchado, que Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de la constitución del mundo, para que seamos santos e irreprochables, en su presencia por el amor. Luego, ahí tenemos ya la esencia cristiana transformados en Cristo, elevados a la dignidad de hijos de Dios, para que vivamos como tales.

Y para que veamos a los demás como hermanos nuestros, en los que se refleja también el rostro de Jesús.

Vamos a pedirle a la Virgen que nosotros, al acercarnos al misterio del nacimiento del Señor, no nos quedemos en lo exterior. No nos quedemos en lo sentimental y mucho menos en el azúcar de un sentimentalismo estéril que pasa pasado mañana. Sino que realmente vayamos a lo central y vivamos la alegría que nos ha traído el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Ya que le pedíamos a Dios en Adviento, celebrarlo con alegría desbordante y con piedad sincera. Y al mismo tiempo con una certeza en esta fe que nos salva. Como María, nosotros así también seremos benditos, porque hemos creído lo que se nos ha dicho de parte del Señor.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

5 de enero de 2025
S.A.I Catedral de Granada

ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 10-01-2025

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ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 10-01-2025

Una nueva edición de ARCHISEVILLA7días, un resumen de la actualidad semanal de la Iglesia en Sevilla.

 

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Lecturas de la fiesta del Bautismo del Señor

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Lecturas de la fiesta del Bautismo del Señor

Primera lectura

Isaías 42, 1-4. 6-7.

Mirad a mi siervo, en quien me complazco.

Mirad a mi Siervo,

a quien sostengo;

mi elegido, en quien me complazco.

He puesto mi espíritu sobre él,

manifestará la justicia a las naciones.

No gritará, no clamará,

no voceará por las calles.

La caña cascada no la quebrará,

la mecha vacilante no la apagará.

Manifestará la justicia con verdad.

No vacilará ni se quebrará,

hasta implantar la justicia en el país.

En su ley esperan las islas.

«Yo, el Señor,

te he llamado en mi justicia,

te cogí de la mano, te formé

e hice de ti alianza de un pueblo

y luz de las naciones,

para que abras los ojos de los ciegos,

saques a los cautivos de la cárcel,

de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Salmo responsorial Sal 28.

R/: El Señor bendice a su pueblo con la paz

  • Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
  • La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica.
  • El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» El Señor se sienta sobre las aguas del diluvio, el Señor se sienta como rey eterno.

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.

Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22

Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos.

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Comentario Bíblico del padre Pablo Díez

Dado que, en la tradición religiosa del judaísmo, el hombre no encuentra su identidad más que en la llamada de Dios, el pueblo tiene una legítima expectativa sobre el posible mesianismo de Juan. En su respuesta, el Bautista desvía las esperanzas desde sí mismo al “más fuerte que él”. En la tradición veterotestamentaria se caracteriza a Yahvé como: “El Fuerte de Israel” (Is 1, 24). Por tanto, Juan apunta a la divinidad y define su relación con ella desde la perspectiva de siervo. Téngase en cuenta que desatar la correa de las sandalias era tarea de esclavos.  De hecho, los rabinos prohibían al discípulo que ejercitara ese menester con su maestro. En ello incide también la dualidad de bautismos. El bautismo de Juan se inscribe en las lustraciones y ritos purificatorios del AT y comporta la conversión. El bautismo del “Fuerte” supone la efusión del Espíritu Santo y preludia el tiempo de la Iglesia. Así lo pone de manifiesto la expresión: “con Espíritu Santo y fuego”, que es en realidad una hendíadis, ya que el fuego en la literatura lucana es una metáfora del Espíritu (Hch 2, 3).

El agua y el Espíritu ocupan, por tanto, un lugar central. Esto se evidencia en la ambivalencia del agua en la simbología veterotestamentaria. Representa a la vez la vida (Gn 2, 5-6) y la muerte, prefigurada en el océano / abismo primordial. Precisamente sobre este último planea el Espíritu (Gn 1,2), como signo de la victoria divina que se yergue sobre estas aguas torrenciales que prefiguran también el diluvio, tal como lo expresa el salmo (Sal 28,3.10). El salmista glosa la voz divina que, al dominar las aguas, es artífice de la creación. Es la misma voz del Padre que se oye en la escena del bautismo, desvelando la auténtica identidad del siervo del que habla Isaías, quien tras posarse el Espíritu sobre él (Is 42,1; Lc 3, 22) es proclamado Hijo amado. Cobran así pleno sentido las tareas que se le atribuyen en el oráculo profético, porque ilustran el proceso de recrear en él todas las cosas.

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