Sí, en familia y entre amigos; orando y con propuestas que encajan con la moral cristiana. Da mucha pena y sorprende desagradablemente cuando las despedidas de soltero de cristianos se convierten en fiestas paganas donde el sexo, la droga y el alcohol, o directamente el despropósito económico, protagonizan la fiesta. No está de más pensar si son despedidas coherentes con lo que días más tarde se celebra: el sacramento del santo matrimonio. Quienes afirman ser cristianos y además participan de una comunidad cristiana están llamados a ser ejemplo para todos.

Es más, a poco que des un paso recién levantado, lo raro es ver gente que ríe o está alegre. Como te descuides está hasta mal visto decir que las cosas te van bien. Siempre habría que incorporar algún «pero» para amortiguar el recelo, la envidia o el rechazo: estoy bien, pero… la familia bien, pero… la salud bien, pero…

Las cosas pueden ir bien en la vida, por tanto, no pasa nada si nos reímos o nos alegramos; si lo expresamos. Es una trampa mortal no reír o salir de manera permanente en las fotos con cara de malote.

El horno no está para bollos: demasiadas depresiones hay como para seguir alimentando la pena, la tristeza o la amargura también en nuestras conversaciones o reacciones. Recordemos que al cerebro le afecta lo que pensamos o decimos, hay una conexión sicosomática que nos afecta directamente.

En esto de vivir alegres o de reír habitualmente la espiritualidad juega un papel importante: comprender que las cosas no siempre van a ir bien o que todos tenemos nuestras cruces, nos ayudará a encajar de manera realista la vida. No pretendamos renunciar a la evidencia… las cosas pueden ir regular, pero podemos vivir mejor. Invirtamos la expresión con la ayuda del pero; nos ayudará a sobrevivir y reír.

Jesús instruía a sus discípulos y ellos no comprendían. En dos ocasiones san Marcos subraya esos silencios: el primero es consecuencia de la incomprensión del mensaje; el segundo es una hiriente paradoja; les habla de humillación y de muerte y se discute sobre el primer puesto. Es el silencio de la ambición, de la desconfianza y de la incomunicación. Los discípulos han reaccionado con dureza de corazón. No existe intimidad con Jesús, sienten miedo y el miedo produce desconfianza en sus palabras. La situación es dolorosa, mientras más avanzan con Jesús, menos le siguen; cuanto más escuchan, menos entienden; a mayor intimidad, mayor egoísmo.

También hoy cuesta acoger el anuncio de la Pasión, en particular cuando padecemos prejuicios, recelos o críticas infundadas. También hoy debemos estar preparados para subir a Jerusalén con todo su contenido de pasión, de muerte y de vida. Debemos hacerlo luchando contra nuestros silencios, pero abiertos a un diálogo sincero con el Padre, rechazando las ambiciones que habitan en nuestro corazón. En un mundo preñado de conflictos, mentiras, destrucción de la persona o afán de dominio, la Iglesia tiene que ofrecer una alternativa real de humanización en las relaciones. Para ello hemos de luchar por dar un testimonio veraz con nuestra entrega al Maestro y Señor, para «ser últimos y servidores».