Hemos vivido un tiempo pascual irrepetible y único. En la solemnidad de Pentecostés volvemos a revivir el espíritu de oración del Cenáculo junto con María, Madre de la Iglesia para seguir contemplando con ojos de fe la sucesión de acontecimientos vividos con la muerte del amado Papa Francisco y la llegada del papa León XIV. Sin duda, para la Iglesia este tiempo ha sido esencialmente un tiempo de gracia.
La vitalidad de la Iglesia es un signo de la presencia del Espíritu Santo. El papa Benedicto XVI citaba a Romano Guardini para manifestar esta realidad viva de la Iglesia cuando afirmaba que «no es una institución inventada y construida en teoría…, sino una realidad viva… Vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser vivo, transformándose… Sin embargo, su naturaleza sigue siendo siempre la misma, y su corazón es Cristo». Y recordaba otra expresión de Guardini: «La Iglesia se despierta en las almas». El papa Benedicto decía que “La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que —como la Virgen María— acogen la Palabra de Dios y la conciben por obra del Espíritu Santo; ofrecen a Dios la propia carne y, precisamente en su pobreza y humildad, se hacen capaces de generar a Cristo hoy en el mundo. A través de la Iglesia, el Misterio de la Encarnación permanece presente para siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y de todos los lugares”.
Vivir la Iglesia y sentirnos Iglesia es acoger la presencia del Espíritu Santo. El papa León XIV subrayaba la identidad de la Iglesia en la tarde de su elección: «Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes dialogando, siempre abierta a recibir […] con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, diálogo y amor». Y manifestaba su gran deseo en la Misa de inicio de su ministerio petrino: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado. La celebración de Pentecostés nos recuerda que el Espíritu Santo desciende mientras “están todos reunidos” (cf. Hch 2,1). Pidamos la asistencia del Espíritu para caminar juntos, para servir a la comunión, a la unidad, en la caridad y en la verdad.
Este fin de semana se celebra en Roma el Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades. Allí se hará presente la segunda peregrinación de nuestra Archidiócesis hispalense junto con la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar, parroquias y movimientos. Celebraremos la fiesta del Espíritu Santo convocada por el Santo Padre y reunidos en oración entraremos en la escuela del Paráclito para aprender a ser levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. El papa León XIV nos ha invitado a vivir este tiempo como “la hora del amor” para decir al mundo con humildad y alegría: “¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno.” Vivamos juntos esta llamada a la unidad y comunión en nuestras parroquias, movimientos, hermandades y en toda ocasión que se nos presente.
En Pentecostés «todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). El Espíritu Santo es el alma de la misión. Sin Él no hay misión, no hay evangelización. San Pablo nos recuerda que el Espíritu hace que nosotros pertenezcamos a Cristo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo» (Rm 8,9). Esta pertenencia a Cristo nos hace discípulos misioneros. Como recordaba el Papa Francisco: “Quien vive según el Espíritu está en esta tensión espiritual: se encuentra orientado a la vez hacia Dios y hacia el mundo”. E insistía: “¡Pongamos a Dios en el primer lugar! Pertenecer a Cristo es colocar en el centro de nuestra vida el primado de la gracia”.
Pidamos al Espíritu Santo, Espíritu Paráclito, que en este tiempo que vivimos seamos dóciles para ser profetas alegres del Evangelio, misioneros de unidad para la Iglesia y la humanidad y testigos de la primacía del amor de Dios. A María Madre de la Iglesia, Esposa del Espíritu Santo nos confiamos.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla