Este año se han cumplido 75 años de la primera peregrinación de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Sevilla, con sede en la iglesia colegial del Divino Salvador, a la aldea almonteña del Rocío. Una efeméride que se ha celebrado durante 2025 con diversos actos religiosos y culturales, y que ayer lunes, 22 de diciembre, se clausuró en el último día del triduo de Navidad que la corporación rociera celebra cada año en las vísperas de la Natividad del Señor. La misa fue presidida por el arzobispo, monseñor José Ángel Saiz Meneses, en un abarrotado templo, con la imagen de la Virgen del Rocío en el altar mayor, preparada para su posterior procesión por las calles del centro de la capital.
Magnificat, “escuela de contemplación y de compromiso”
En su homilía, el prelado hispalense calificó esta celebración como “un momento de gracia, de profunda devoción mariana y de acción de gracias, que este año se reviste de un significado especial”. En el contexto del “umbral mismo de la Navidad”, el arzobispo se detuvo en el Magnificat: “Este canto es mucho más que una expresión de piedad: es un programa espiritual y moral para todo cristiano”. En este sentido, precisó que “María proclama que Dios se fija en la pequeñez, actúa con poder, derriba la soberbia, enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos. En Él -añadió- encuentra fundamento la esperanza del pueblo fiel”. Se trata también de “una escuela de contemplación y de compromiso: quien canta el Magnificat no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de los pobres, la injusticia o la soberbia que divide”.
Aludiendo al 75º aniversario de la primera peregrinación de la Hermandad de Sevilla al Rocío, monseñor Saiz Meneses rememoró “tantos momentos vividos con profundidad espiritual en el camino, en la Aldea, ante la Señora”. Aquella primera peregrinación coincidió con el Año Santo Mariano y setenta y cinco años después se comprueba que “la Virgen del Rocío ha sido y sigue siendo un faro luminoso para el pueblo cristiano”.
“Una experiencia espiritual”
Más adelante trazó un recorrido por la vida y el camino. Definió este último como “una experiencia espiritual”, más allá de la vertiente cultural o festiva que en ocasiones se resalta, y lo calificó como “profundamente mariano”, en la medida que “en cada paso reconocemos los pasos de Ella; en cada cansancio descubrimos su fortaleza; en cada alegría sentimos su presencia”.
Finalmente, aludió a la procesión de la imagen mariana por las calles de Sevilla, con la que se cerró el triduo. Monseñor Saiz Meneses dio gracias a Dios por estos setenta y cinco años de peregrinación y aclaró que “no es una simple tradición: es una proclamación pública de fe”. En este punto precisó que “en estos tiempos tan necesitados de esperanza y de paz, la Virgen sale a nuestro encuentro y al encuentro de la ciudad. La procesión es una catequesis viva: las familias que se acercan, los niños que miran con admiración, los ancianos que rezan desde sus ventanas, todos reciben un mensaje de consuelo y de luz. La imagen de la Virgen del Rocío -concluyó- es un recordatorio de que Dios no abandona nunca a su pueblo, que María camina con nosotros, que la fe sigue siendo un manantial de esperanza para Sevilla y para el mundo”.
Texto íntegro de la HOMILÍA del arzobispo
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