Es Navidad. Queridos hermanos y hermanas, en Belén se vuelve a encender la grandeza de una luz pequeña, la luz de un Dios que se hace Niño y entra en nuestra historia con ternura. El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros: Dios entra en la historia, toma nuestra humanidad, se pone a nuestra altura para levantarnos a la suya.
El pesebre de Belén es el signo de que Dios se “desarma”, que elige la humildad para salvarnos. En ese Niño, Dios nos dice: no estás solo, nunca estás solo. La Navidad revela que el ser humano -tú y yo- somos alguien, amados hasta el extremo. Por eso, la Navidad ya lleva dentro la Pascua: el que nace para nosotros, vivirá para nosotros, morirá y resucitará por nosotros. La luz del portal es la misma que vencerá toda oscuridad en el Aleluya eterno.
Navidad es la luz y la esperanza que sostuvo a nuestros mártires, desde San Torcuato hasta Avelino Aguilera y sus 50 compañeros. El Niño Jesús es el Príncipe de la Paz. Navidad es pedir que el amor sea más fuerte que el odio, es sostener nuestra mirada con los que más sufren. La situación extrema de violencia sigue destrozando vidas en Tierra Santa, en Ucrania y en otros muchos lugares del mundo. Solo Dios es la Esperanza que no defrauda y desde el portal de Belén nos compromete a ser también nosotros constructores de paz y de esperanza: en casa, en el trabajo, en la familia, en la parroquia, en las calles del mundo, en definitiva, en nuestro corazón.
La pobreza del portal nos recuerda también tantas heridas de nuestra sociedad: una sociedad dividida, fracturada, tensionada y muy agresiva. En el establo de Belén encontramos el antídoto: vivir unidos, como María, José y el Niño-Dios. Porque somos la Iglesia sinodal, es decir una familia, la comunión y el amor son nuestra identidad.
El camino de la Sagrada Familia hasta Belén nos recuerda que en España hay millones de personas en exclusión. Pienso en los migrantes y refugiados que buscan un futuro seguro. La fe, la Navidad, nos pide ser hospitalarios, abrir puertas y abrir el corazón. Ellos son el rostro de María y José buscando posada; ellos son Jesús olvidado en todos. Gracias a Cáritas y a todos los que cuidáis, con discreción y mucho cariño, la dignidad de las personas más frágiles y vulnerables. Gracias por abrazar la soledad de tantos mayores en cada rincón de nuestra diócesis.
El Niño Jesús se vuelve vida en la Iglesia; en la Eucaristía, en el sagrario -allí el Señor nos espera y se nos entrega-; en la familia, donde se aprende a amar; en los pobres, donde Cristo nos espera; y en el perdón tan necesario, que reconstruye lo que parecía perdido. Gracias, queridos sacerdotes, queridos consagrados y laicos comprometidos, por vuestra entrega siempre sin condiciones.
Nos decía el Papa León en la audiencia jubilar del pasado 6 de diciembre que “La Navidad de Jesús nos revela un Dios que nos involucra: María, José, los pastores, Simeón, Ana, y más adelante Juan Bautista, los discípulos y todos los que encuentran al Señor son llamados a participar. Es un gran honor, ¡y qué vértigo! Dios nos involucra en su historia, en sus sueños”. Os invito a involucraros esta Navidad, a vivir interiormente este encuentro salvífico con oración, con los sacramentos, y con gestos concretos de caridad y reconciliación. Y entonces, 24-7, es decir, siempre, será Navidad. Eso es lo que necesita nuestro mundo y, entonces, nuestro mundo encontrará la verdadera paz.
Que la luz de Belén renueve nuestra esperanza, cuide a nuestras familias y nos recuerde que Dios está siempre, absolutamente siempre, de nuestra parte y con nosotros.
! Feliz y Santa Navidad a todos. Os deseo un año 2026 lleno de las mejores bendiciones del Señor¡¡Feliz y Santa Navidad!!