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La Agrupación Mira de Amescua renueva su vínculo con la Casa de Espiritualidad Sierra Nevada

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Creada hace 32 años.

La Agrupación Teatral Mira de Amescua y el Centro Artístico Literario y Científico de Granada continúa fortaleciendo su legado cultural y espiritual con sus tradicionales encuentros en la Casa de Espiritualidad Sierra Nevada, un espacio que ha sido punto de reunión para muchos de sus integrantes durante más de seis décadas.

Con su núcleo formado por antiguos alumnos del seminario, este movimiento cultural no solo tiene pasión por el teatro y las artes, sino también un profundo vínculo con este lugar. “Hace más de 60 años que venimos aquí”, recuerdan los miembros más veteranos. “Y desde la creación de la Agrupación Teatral, hace 32 años, siempre hemos regresado a nuestras raíces. La Casa de Espiritualidad Sierra Nevada es parte de nuestra identidad.”

La hospitalidad del lugar es lo más destacado por sus integrantes. “La administración nos brinda una atención extraordinaria. Volver aquí es reencontrarse con antiguos superiores, revivir recuerdos y, sobre todo, disfrutar de la paz, la tranquilidad y el sosiego que solo este entorno puede ofrecer.”

Ubicada en un paraje natural privilegiado, la Casa de Espiritualidad ofrece mucho más que un simple alojamiento. “Aquí se respira la naturaleza y la creación de Dios. Si la gente supiera lo que realmente hay en este sitio, estaría lleno todos los días del año”, aseguran.

La Casa de Espiritualidad Sierra Nevada está abierta para todo aquel que busque un lugar para rezar, realizar convivencias, admirar la naturaleza y vivir unos días de comunidad.

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Cerrado el Palacio Episcopal del 1 al 17 de agosto

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Las Oficinas del Obispado volverán con horario habitual el lunes, 18 de agosto

Le informamos que las oficinas del Obispado estarán cerradas del 1 al 17 de agosto, ambos inclusive, y volverán con el horario habitual el lunes 18 de agosto. Asimismo le informamos que la Librería Diocesana estará cerrada del 1 al 26 de agosto, ambos inclusive.

Le deseamos un feliz descanso estival y aprovechamos para mandarle un saludo con todo afecto en el Señor.

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Mártires españoles en la “catosphere” literaria francesa

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Tomo como percha periodística en este nuevo artículo de IGLESIA EN JAÉN, el anuncio de la próxima beatificación de 124 mártires, sacerdotes y laicos, de la diocesis de Jaén, durante la persecución religiosa en los tres años de la guerra civil. Y hablaré de la literatura católica francesa en esos años de guerra cainita. Los escritores católicos franceses han sido leídos en España de forma desigual, y más concretamente en esos años de guerra. Diré antes algo

LA CATHOSPHERE FRANCESA. Francia, “ La fille aînée de l` Eglise” desde el año 496, con Clodoveo, abrazó el laicismo de Estado en 1905. Desde entonces viene surgiendo lo que el periodista galo Marc Baudriller llama “Cathosphere” (Les rèseaux cathos. Leur pouvoir, leurs valeurs, leur nouvelle influence” (Ed. Robert Laffon. París 2011) No es un movimiento organizado con reglas precisas que pretenda influir en las altas esferas políticas, económicas, culturales y, también literarias de la nación vecina.  Es el compromiso de dar razón de su fe por parte de católicos significativos.

A mediados del siglo pasado, cuatro de los mejores escritores franceses que pudieran considerarse como parte de esa” “Cathosphere”. Eran Jacques Maritain, François Mauriac, George Bernanos y Paul Claudel.  Todos ellos escribieron sobre la guerra civil española y no todos supieron ver la tragedia de la iglesia española entonces. Todos, excepto Paul Claudel, vieron y escribieron de la guerra desde una perspectiva política, como un enfrentamiento entre democracia y antidemocracia en el contexto de la situación europea entonces.  Maritain criticó a los dos bandos, pero no se conocen escritos suyos sobre las matanzas de clérigos y de la situación de la Iglesia perseguida; solo opina sobre lo que él creía de la Iglesia como aliada del fascismo, Mauriac, de profundas convicciones católicas, apoyó al bando republicano exigiendo una paz negociada y criticando la postura adoptada por la Iglesia ante el conflicto español. Bernanos, residente en Mallorca entonces, escribió su conocido libro “Los grandes cementerios bajo la luna” en donde solo denuncia los crímenes franquistas durante la guerra. frente a la extrema derecha ni su denuncia a los crímenes franquistas durante la Guerra Civil. Ninguno de los tres, aunque católicos, denuncia la sistemática persecución de la Iglesia entonces.

SOLO CLAUDEL CAPTA LA TRAGEDIA ESPIRITUAL. Paul Claudel supo ver la índole espiritual del conflicto y hace de ella la médula de su poema “Aux martyrs espagnols”, escrito en 1937, impresionado por los acontecimientos que estaban ocurriendo en España en el transcurso de la guerra civil, movido sobre todo por el afán de defender a la Iglesia atacada y que se publicó como prólogo al libro, en francés, de “La Persecution religieuse en Espagne” de Joan Estelrich. Claudel, se muestra sin complejos como defensor de una clara línea de seguridad dogmática y jerárquica. El texto, pues, viniendo de este autor, tiene una intención general más religiosa que política; sin embargo, ¿cómo negarlo?, Claudel no toma una posición equidistante, no se sitúa au dessus de la mêlée, sino que muestra una clara preferencia por uno de los bandos, el llamado nacional. El texto provocó inmediatamente reacciones de adhesión y rechazo, en Francia y en España, también entre los intelectuales católicos. Pero más allá de la polémica, se trata de un poema de gran valor literario. Su tono es solemne y aparentemente arcaico, ajeno al inmediato y apasionado habitual en la poesía sobre el mismo asunto. Fue publicada por la editorial Encuentro en el 2009 con una esclarecedora introducción de Tomás Salas y un amplio cuerpo de notas explicativas que facilitan la lectura de un clásico de la literatura sobre la guerra civil española

CODA SOBRE LAS ALGUNAS DE LAS OBRAS DEL MEJOR HISTORIADOR DE LA IGLESIA SOBRE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. Se trata del sacerdote valenciano, Vicente Cárcel Ortí, quien, tras muchos años residiendo en Roma y consultando el Archivo Secreto Vaticano, nos ha dado algunas de las mejores obras sobre la persecución religiosa en España en los años treinta del siglo pasado. A beneficio de inventario para el lector solo menciono estas: “Caídos, víctimas y mártires” y “La gran persecución, España 1931-1939”, pero lo más importante de ellas son los siete volúmenes publicados por BAC con documentos sobre las relaciones durante la II Republica y la Guerra Civil.

Benedicto XVI al término de una ceremonia de beatificación, desde el habitual balcón de sus aposentos, en la última planta del palacio apostólico. rezó el ángelus y, saludó a los presentes en varios idiomas, entre ellos, el español. Fue en ese momento cuando señaló que los mártires españoles «con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica».

Juan Rubio Fernández
Sacerdote, escritor y periodista

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Émilie Tardivel. Una apuesta de futuro

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A lo largo del año pastoral hemos ido esbozando el pensamiento de las intelectuales católicas más significativas de los siglos XX y XXI.  Dos aspectos fundamentales determinaron los criterios de elección: en primer lugar, sería el de ser filósofas más que teólogas, en segundo lugar, debían ser relevantes en el mundo del pensamiento. Es indudable que S. Weil, E. Estein, M. Zambrano, E. Anscombe, A. Cortina, P. Allem o E. Stump son intelectuales católicas ya consagradas. Para concluir esta serie sobre pensadoras católicas me he permitido realizar una apuesta personal al elegir a una filosofa de apenas 45 años: Émile Tardivel.

Émile Tardivel nació en 1980, en la actualidad es profesora de filosofía moral y antropología religiosa de la Universidad de Estrasburgo y ocupa una cátedra sobre el bien común en colaboración con el Instituto Católico de París y la Escuela de Negocios de Essec. Su actividad académica la compagina con la editorial al ser la subdirectora del equipo editorial francófono de la revista Communio. Su pensamiento, de impronta fenomenológica, integra la tradición cristiana, la filosofía política y la reflexión ética. Desde esta perspectiva propone una renovación del pensamiento político cristiano, no desde la nostalgia por el pasado, sino desde una reflexión crítica sobre la modernidad, el poder y el bien común.

Al tratar el tema del poder, inspirándose en San Pablo, sostiene que “todo poder viene de Dios” (Rom 13, 1). Si profundizamos en la realidad del poder descubrimos que no viene de quien lo detenta, ni de quien lo ofrece o permite, el poder se enraíza en el fondo en algo invisible, o sea su fundamento es trascendente, aunque sus mediaciones y su ejercicio se dan en el tiempo. Esto debe impedir cualquier divinización del poder que debe purificarse constantemente desde la conciencia, especialmente si se trata de una conciencia cristiana. El poder debe relativizarse en nombre de la verdad y la justicia. Respecto al cristianismo señala que el cristiano no debe buscar el poder, sino ser testigo del verdadero fundamento del orden justo. Como ella misma dice: “La paradoja cristiana es aceptar la legitimidad del poder sin dejar de someterlo al juicio de Dios”.

Desde una perspectiva política Tardivel afirma que hay que   recuperar la noción de bien común como fin de la acción pública. No se trata de negar la noción de interés general que puede jugar un papel político útil, pero advierte que no puede reemplazar al bien común. A diferencia del bien común que sería un descubrimiento racional sobre los fines creados e inscritos por Dios en la naturaleza humana, el interés general sería el artificio racional. Nuestras exigencias morales actuales cuestionan el concepto de interés general, pues hemos de formular una serie de normas universales que no se reduzcan a un mero acuerdo entre las partes, que eventualmente podemos cambiar, o a la mera utilidad que termina desfondando la moral. Esto exige como presupuesto recuperar la noción de naturaleza humana, lo que finalmente nos llevaría a replantear la cuestión de Dios. Ahondando en este tema, Tardivel, propone reconectar con aquello que permite al hombre buscar el bien común: el ejercicio de la virtud, o sea esa disposición libre y constante de la voluntad a actuar por el bien que la inteligencia le indica al final de una búsqueda sobre el principio y fin de todo lo que existe. Obviamente el bien común y el ejercicio de la virtud nos abren a un horizonte trascendente.

Una de las críticas constantes de Tardivel es a la separación moderna de derecho y moral. La ley no es válida solo porque ha sido aprobada formalmente, Una ley puede ser legal pero no legítima. Debe haber una dimensión moral objetiva para que podamos reconocerla como legitima. Desde esta perspectiva, el derecho debe ser un instrumento para el bien común, no un instrumento del poder.

Para Tardivel toda política está sostenida por una espiritualidad, aunque sea secular. En este sentido el cristianismo, que no pretende imponerse por la fuerza, tiene una misión específica en el ámbito político: la de aportar una memoria viva de la trascendencia que proteja al ser humano del totalitarismo y del nihilismo, y la de invitar a una forma de humildad política, en la que nadie se erige en salvador ni en árbitro último del bien. “El cristianismo, dirá, no propone un programa político, sino una forma de mirar al otro y de entender el poder”.

El cristiano representa una nueva forma de ser ciudadano. “Toda tierra es una patria para el cristiano, y toda patria es una tierra extranjera” (Carta a Diogneto). La forma cristiana de ser ciudadano consiste en una distancia responsable mediante la cual el cristiano se compromete con la ciudad y la crítica a la vez. Desde luego Tardivel nos impele a vivir un cristianismo exigente encarnando el ideal de virtud cívica: vivir según la fe y la razón, huir del mal y erigir nuestra vida en ley.

 

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La peregrinación sevillana al Jubileo de los Jóvenes llega a Roma

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La peregrinación sevillana al Jubileo de los Jóvenes llega a Roma

La peregrinación sevillana al Jubileo de los Jóvenes ha llegado a Roma. A primera hora de la tarde de ayer miércoles, los setecientos jóvenes pertenecientes a la delegación coordinada por la Delegación Diocesana de Pastoral con Jóvenes, que dirige Manuel Jiménez, arribó a la capital italiana, tras casi dos jornadas de trayecto en autocares.

Lo primero que hicieron nada más llegar a Roma fue hacerse con el kit del peregrino, que les acreditará para participar en todos los actos previstos por la organización del Jubileo.

La delegación se desplazó hasta la Parroquia de la Natividad de María, donde participaron en la Eucaristía junto a la comunidad parroquial. Al acabar la misa, tarde libre y primeros contactos con otras delegaciones internacionales ya presentes en Roma, y nueva cita en los alojamientos asignados para el rezo de completas.

Hoy jueves está prevista la celebración de la Eucaristía que el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, presidirá a mediodía en la Basílica de los Santos Apóstoles. Esta tarde, a las cuatro y media, los jóvenes peregrinarán a la puerta santa en la Basílica de Santa María la Mayor. Ya por la noche, está prevista una vigilia vocacional en la Basílica de la Natividad de María.

GALERÍA FOTOGRÁFICA de la jornada

 

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Jueves, 31 de julio

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Dossier de prensa diario elaborado por la Delegación diocesana de Medios de Comunicación Social de la diócesis de Córdoba.

20250731 Dossier de prensa

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La juventud de Guadix gana el Jubileo en Roma: un viaje de fe Junto a su obispo La diócesis de Guadix está celebrando con inmensa alegría la peregrinación de su juventud a Roma, donde, en una significativa y emotiva jornada, han cruzado la Puerta S

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La juventud de Guadix gana el Jubileo en Roma: un viaje de fe Junto a su obispo La diócesis de Guadix está celebrando con inmensa alegría la peregrinación de su juventud a Roma, donde, en una significativa y emotiva jornada, han cruzado la Puerta S

La diócesis de Guadix está celebrando con inmensa alegría la peregrinación de su juventud a Roma, donde, en una significativa y emotiva jornada, han cruzado la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, obteniendo así las gracias del Jubileo. En esta memorable experiencia de fe, los jóvenes de Guadix han estado acompañados por los de la diócesis de Almería y por nuestro obispo, D. Francisco Jesús Orozco Mengíbar.

El miércoles 30 de julio han tenido el rito del cruce de la Puerta Santa, un gesto de profundo significado espiritual que simboliza el paso de la vida terrenal a la divina, la conversión y el encuentro con la misericordia de Dios. Este acto central del Año Jubilar representa una oportunidad única para la renovación de la fe y el compromiso cristiano.
D. Francisco Jesús, quien ha guiado a nuestros jóvenes en este peregrinar, ha expresado su profunda satisfacción y emoción. «Ver a nuestros jóvenes, el futuro de nuestra Iglesia, cruzar la Puerta Santa en el corazón de la Cristiandad, ha sido un momento de gracia. Han respondido con generosidad a la llamada de la fe, viviendo una experiencia que, sin duda, marcará sus vidas y fortalecerá su camino espiritual. Además, esta unidad entre las juventudes de Guadix y Almería, y la comunión con el Sucesor de Pedro, es testimonio vivo de una Iglesia en camino», afirmó el obispo.
Los jóvenes peregrinos, visiblemente emocionados, compartieron testimonios de profunda gratitud y esperanza. Para muchos, este viaje no solo está siendo una oportunidad para conocer los lugares santos de Roma, sino, sobre todo, para profundizar en su relación con Dios y con la comunidad eclesial. La convivencia y el compartir entre los jóvenes de ambas diócesis está también fortaleciendo los lazos de fraternidad y el sentido de pertenencia a una misma Iglesia universal.
Desde la diócesis de Guadix, se anima a toda la comunidad a unirse en oración por estos jóvenes y por los frutos espirituales de este Jubileo, que sin duda enriquecerá la vida de nuestra diócesis. Esta peregrinación es un recordatorio vibrante del dinamismo y la vitalidad de la fe entre las nuevas generaciones.

Antonio Travé
Delegación diocesana de MCS. Guadix

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San Ignacio de Loyola

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San Ignacio de Loyola

loyolaSan Ignacio nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Íñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.

Los franceses no abusaron de la victoria y enviaron al herido en una litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación y la soportó estoicamente ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas a todo costo. Pero, como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales complicaciones que los médicos pensaron que el enfermo moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo empezó a mejorar, aunque la convalecencia duró varios meses. No obstante la operación de la rodilla rota presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la protuberancia y, pese a éstos le advirtieron que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen y soportó la despiadada carnicería sin una queja. Para evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño que haya quedado cojo para el resto de su vida.

Con el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre había sido muy afecto. Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola fue una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron». Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como hermano lego a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos y empezó por hacer toda penitencia corporal posible y llorar sus pecados.

Le visita la Virgen; purificación en Manresa

Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente. Su propósito era llegar a Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona que está muy cerca de Montserrat. La ciudad se encontraba cerrada por miedo a la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de Manresa, no lejos de Barcelona y a tres leguas de Montserrat. El Señor tenía otros designios más urgentes para Ignacio en ese momento de su vida. Lo quería llevar a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.

«A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a El, de verdad, cada vez más; quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo». Se decidió a «escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo»…hasta lograr alcanzar su santidad.

A las consolaciones de los primeros tiempos sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta tempestad de escrúpulos que le hacían creer que todo era pecado y le llevaron al borde de la desesperación. En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para el libro de los «Ejercicios Espirituales». Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. Aquella experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual. Más tarde, confesó al P. Laínez que, en una hora de oración en Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle enseñado todos los maestros en las universidades. Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la mentalidad del mundo que, al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.

Tierra Santa

En febrero de 1523, Ignacio por fin partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito de establecerse. Pero, al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él. Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra vez, la Divina Providencia tenía designios para esta alma tan generosa.

De nuevo en España donde es encarcelado por la inquisición.

En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues «pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas». Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad. Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino «amare» se convertía en un simple pretexto para pensar: «Amo a Dios. Dios me ama». Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades y dedicándose a la contemplación y soportaba con paciencia y buen humor las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.

Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio y convertía a numerosos pecadores con sus reprensiones llenas de mansedumbre.

Había en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que, finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca. Pero pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia como pruebas que Dios le mandaba para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.

Estudios en París

Los dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes y aun a Inglaterra a pedir limosna a los comerciantes españoles establecidos en esas regiones. Con esa ayuda y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía. Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña juzgó que con aquellas prédicas impedía a sus compañeros estudiar y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle entre sus compañeros. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.

El Señor le da compañeros

Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.

Bendición del Papa; aparición del Señor

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que, si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de «jesuita». Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de «La Storta», el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: «Ego vobis Romae propitius ero» (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.

La Compañía de Jesús

Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, «para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado». No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos una hora diaria.

La primera de las obras de caridad consistiría en «enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios». La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: «Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el gozo de evitar un solo pecado». Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur.

Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo.

El Papa Paulo III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosa- mente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor. En 1550, San Francisco de Borja regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.

En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. «La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas» (cardenal Manning). A este propósito citaremos las, instrucciones que San Ignacio dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: «Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores». El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.

Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los Los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.

La prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible. Aunque San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro se atenía humildemente al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos cuando veía que lo necesitaban. En particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio volvía orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de San Ignacio era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: «A la mayor gloria de Dios». A ese fin refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: «Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?» Quien ama verdaderamente no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios y sufrir por su causa. Tal vez se ha exagerado algunas veces el «espíritu militar» de Ignacio y de la Compañía de Jesús y se ha olvidado la simpatía y el don de amistad del santo por admirar su energía y espíritu de empresa.

Durante los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos.

Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.

http://www.santopedia.com/santos/san-ignacio-de-loyola

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¿Quieres conocer mejor la vida de Carlo Acutis?

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El Centro de Pastoral Pedro Arrupe y la Delegación Diocesana de Infancia y Juventud organizan una conferencia, para el 8 de agosto, sobre la figura del futuro santo Carlo Acutis. este joven, que mjurió con tan sólo 15 años, fue beatificado el 10 de octubre de 2020, en Asís, por el papa Francisco, y será canonizado, por el papa León XIV, el próximo 7 de septiembre, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

La conferencia tendrá lugar el 8 de agosto, a las 20.00 horas, en el Centro Pastoral Pedro Arrupe (Plaza de San IGnacio, 2, Málaga), y correrá a cargo de Carlos Leret, delegado internacional de la Asociación de Amigos «Carlo Acutis». 

Están invitadas todas las personas que deseen asistir y conocer mejor la vida de este joven que amó profundamente la Eucaristía. De forma especial, están invitados los jóvenes, par conocer mejor a este «santo de internet».

 

Su vida

El 10 de octubre de 2020 fue beatificado en Asís, «su lugar favorito en el mundo». Su madre, Antonia Salzano, explicaba que Carlo era «un chico normal, con sus defectos y virtudes, que luchó por colocar a Dios en primer lugar y que usó internet para evangelizar». A Antonia le impactó de su hijo su gran amor a la Eucaristía, amor que le llevó «a pasar horas y horas de trabajo de investigación para crear una página web y una exposición con los principales milagros eucarísticos que, hoy todavía sigue siendo visitada por miles de personas de todo el mundo. Y no es para menos, como él decía, pues “la Eucaristía es mi autopista hacia el cielo”».

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La parroquia de Estación de Cártama vive el verano en profundidad

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La parroquia de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, en la Estación de Cártama, no cesa en su actividad cuando llega la época de verano y es que «el verano es una oportunidad para acercarse más al Señor».

Como explica su párroco, Francisco González, «desde hace varios años, en nuestra parroquia intentamos poner en práctica las orientaciones pastorales de nuestro Obispo D. Jesús, de superar el desarrollo de las catequesis y reuniones  solo en el tiempo escolar. Para ello durante el mes de julio ponemos en marcha los Talleres de Verano para niños, a los que este año se han inscrito más de 160 participantes. Comenzamos con una sencilla catequesis y luego desarrollan talleres culturales, canciones, juegos, cocina, habilidades, estética, bailes, etc. Están dirigidos por catequistas, responsables y jóvenes ayudantes. Se trata de una experiencia muy alegre y gratificante con la que tratamos que el verano les sirva para acercarse más al Señor».

Por otro lado, también en verano celebra el Campamento de Mies en “Jara”, «en el que han participado 50 infantiles y otro tanto en Juveniles y en el Campo de Trabajo para Jóvenes», y también un grupo de jóvenes se ha unido a la Delegación Diocesana de Juventud en la peregrinación a Roma para vivir el Jubileo de los Jóvenes. 

 

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