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Sacerdotes, “elegidos, consagrados y enviados a una misión”: homilía en la Misa Crismal

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Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Misa Crismal celebrada el Miercoles Santo, el 16 de abril de 2025, con el arzobispo emérito y el clero diocesano, que ha renovado sus promesas sacerdotales.

querido D. Javier, arzobispo emérito de Granada;
queridos hermanos sacerdotes del presbiterio de Granada;
queridos miembros de la vida consagrada;
queridos seminaristas, hermanos y hermanas de la vida consagrada;
queridos hermanos todos:

que os habéis dado cita en esta celebración tan peculiar y tan bella de la Misa Crismal, en que bendeciremos, como os decía al comienzo, los óleos: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el más excelso de los óleos, el crisma, aceite perfumado que nos consagra a Cristo, el alfa y omega, el que es, el que era y el que viene, el Señor de la historia, aquél que ha vencido, y todos nosotros miramos también al que traspasaron, y todos nosotros hacemos realidad el vaticinio de San Pablo en la Carta a los Filipenses –“Al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, y toda lengua proclame ‘Jesucristo Señor, para la Gloria de Dios Padre’”.

Es la centralidad de Cristo, queridos hermanos. Y precisamente, esta misa, esta celebración, en que también los sacerdotes renovamos nuestras promesas, porque hemos sido ungidos
-ungidos todo el pueblo de Dios-. Somos una nación santa, como proclama el apóstol Pedro, en su catequesis bautismal; somos una nación consagrada, somos un pueblo de sacerdotes, una nación regia. Él nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Todos hemos sido cristificados -acristianados, decía en el lenguaje viejo castellano-, hemos sido hechos otros cristos, el mismo Cristo.

Y esta es nuestra dignidad. Esta es nuestra realeza. Este es el sacerdocio común de Cristo, para ofrecer sacrificios espirituales con nuestra vida. Nuestra vida está cristificada, está imbuida de la gracia, está penetrada, como el aceite penetra hasta lo más profundo, el Espíritu Santo, que es el que nos conforma a Cristo. Y entre los hombres de ese pueblo, Dios nos ha elegido a algunos, no por méritos propios, sino por su bondad infinita, para que, participando de Cristo, cabeza y pastor de Su pueblo, le representemos sacramentalmente, le impersonemos, como dice la Carta a los hebreos, “tomado de entre los hombres para servir a los hombres las cosas que a Dios se refiere”. Para hacer de nosotros esa “presencia por la caridad pastoral”, que diría san Agustín: que el amor es oficio, para hacer presente a Cristo en medio de los demás.

Nosotros, queridos hermanos, fieles del pueblo de Dios, somos los primeros que tenemos que decir que no somos dignos, porque nosotros estamos llenos de miserias, palpables, por las que pedimos perdón y por las que pedimos ayuda. Pero, queridos hermanos, nosotros no podemos renunciar a esa dignidad que es prestada, que no es nuestra; que no es de poder, sino que es de servicio: “Yo estoy en la mesa como el que sirve”, nos dice nuestro Maestro. Precisamente, el día que instituye el sacerdocio ministerial. “Habéis visto lo que he hecho Yo con vosotros, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Y esta impronta de servicio, de ministerialidad, es la que tiene que conformar nuestra vida. Pero no lo olvidemos, como nos ha recordado el profeta, el texto de la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre nosotros”, porque está sobre Jesús, de cuyo sacerdocio participamos. Como él deja claro en la sinagoga de Nazaret, que hemos escuchado en la proclamación del Evangelio: “Estas palabras se cumplen hoy entre nosotros”. Y se cumple también en cada uno de nosotros, a pesar de los pesares.

Nosotros, queridos hermanos, somos también, desde ese cristocentrismo, desde esa centralidad de Cristo, que es el protagonista, nosotros no somos nada sin Él, lo somos todo en Él.: “Mi vivir es Cristo dirá”. Y ese traspaso de lo que somos, de nuestra ontología personal; ese traspaso a lo existencial es nuestra vida.

Queridos amigos, sacerdotes, quiero daros públicamente, una vez más, las gracias por vuestro ministerio, por vuestra ayuda, por vuestra fidelidad, por ser como sois cada uno. Os voy conociendo más en la medida en que llevo más tiempo. Me siento ayudado y querido, y os quiero con todo el corazón. Como quiero y le pido al Señor por quienes echo de menos. Como pido y me duele en el corazón cuando nos falta un sacerdote, cuando muere un sacerdote. Y le pido especialmente que Él nos ayude a vivir la fidelidad que Él ha vivido, y nos ayude a que haya un relevo vocacional en nuestro seminario, en nuestro presbiterio, con nuestros sacerdotes. Hoy pedimos especialmente por don Francisco Peinado, como también recordamos a los que han muerto este año, en nuestro presbiterio.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos fieles, hemos sido llamados, queridos hermanos, por una vocación. Una vocación a la vida cristiana. Una vocación a ser santos e irreprochables ante Él por el amor, como nos dice San Pablo en el himno introductorio de la Carta a los Efesios. En Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que seamos santos e irreprochables ante Él por el amor. Pero el Señor también nos ha elegido con una vocación específica. Y, en este día, aunque sea con un flash, con un pensamiento fugaz, tomemos en consideración de quiénes se sirvió el Señor, para llamarnos al sacerdocio: de nuestros padres, de los sacerdotes, de nuestros pueblos, de quienes se sirvió el Señor.

Gracias Señor por haberme llamado. Y queremos mantener ese espíritu, que el Señor reclama para Sí, para el ejercicio supremo de su sacerdocio y que nos relata la Carta a los hebreos cuando nos habla del sacerdote cristiano. Aquí estoy para hacer tu Voluntad. La ablación de nosotros mismos que progresivamente la hemos ido haciendo y que actualizamos cada día y que tuvo un momento culminante el día de nuestra ordenación sacerdotal.

Hemos sido llamados, pero hemos sido consagrados en ese día. Se ungió nuestras manos con el crisma. Ya habíamos sido ungidos en el Sacramento del Espíritu Santo, en la Confirmación, para ser testigos de Cristo. Y habíamos sido ungidos en el momento del bautismo con el crisma, para entrar a formarte de su pueblo y ser para siempre, como dice el ritual, “miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey”. Pero, cuando se nos ungió las manos, es para servir. Las manos es la extensión de nosotros mismos, para darnos, para crucificarnos con Cristo, para perdonar, en esa renovación que haremos dentro de un momento; en esa consagración por la cual ya estamos desposeídos, estamos alienados en el sentido más literal de la palabra, vaciados de nosotros mismos. Esa exigencia que pone Jesús a sus discípulos antes que tomar la cruz, niéguese a sí mismo, ya no nos poseemos, ya no podemos conjugar en primera persona, queridos hermanos. Estamos expropiados como sacerdotes, no nos poseemos. Luego, mis cosas, mis preferencias, mis objetivos, “todo lo considero basura -dice Pablo- con tal de ganar a Cristo”. Nosotros también hemos hecho esa opción, queridos hermanos, para que penetre en nosotros esa consagración. Somos de Dios. Y eso nos tiene que llevar a poner una primacía de Dios en nuestra vida. “Hombre, este es un hombre de Dios”. Pues, que realmente lo sea por un sentido de adoración de nuestra vida, de sacrificio, de entrega, de sacralidad, que no hace que los demás nos tengan que venerar o encumbrarnos, sino en el sacerdocio cristiano somos los servidores de los otros.

La consagración cristiana es una consagración de servicio, porque somos elegidos para las cosas aptas, para ofrecer el sacrificio en nombre del pueblo a Dios, para perdonar en el nombre del Señor, para santificar en el nombre del Señor, para ungir con el óleo a los enfermos, y aliviarlos y darles el consuelo del Espíritu en el Nombre del Señor; para hacer presente, como testigo cualificado, el amor humano entre un hombre y una mujer, como hizo Cristo con su presencia en las bodas de Cana y expresar así el misterio de amor de Cristo a su Iglesia.

Queridos hermanos, hoy es un día de fraternidad también, de pedir por los otros, de recordar a quienes nos han dejado y pido especialmente por los sacerdotes que nos han dejado y con los que he hablado este año, para entregarles la dispensa del Papa.

Todos, queridos hermanos, hemos sido elegidos, hemos sido consagrados y hemos sido enviados a una misión. La oración colecta de este día de la Misa Crismal, hemos pedido al Señor que quienes hemos sido consagrados por Cristo, seamos testigos de la Redención de Cristo. “Id y enseñad, id y bautizad, id”. El mandato imperativo y misional de Cristo se extiende para nosotros de una manera especial como anunciadores del Reino de Dios.

Luego, queridos amigos, ay de nosotros si no evangelizáramos como dice san Pablo. Y esta realidad es la que lleváis a cabo, aunque a veces viene el cansancio, aunque en esta sociedad descreída y pagana, nos formamos insignificantes. Pero no olvidéis, la lógica de Dios es distinta. La lógica de Dios es la de la cruz, como reclama Pablo en el inicio de la Primera de Corintios. La lógica de Dios es la de la cruz, que es esa segunda parte: “Niéguese a sí mismo, tome su cruz”. La lógica del crucificado, del que traspasaron, del que no reconocieron como el hijo del hombre del profeta Daniel. Pero nosotros sí, como en el Apocalipsis, lo proclamamos. La lógica del despojado, la lógica del sentenciado. Y esa es nuestra lógica.

En este mundo nuestro, frío, indiferente, incluso a veces en los propios ambientes en los que nos movemos, donde llega esa fría paz del secularismo, no estamos solos. El Señor va con nosotros. El Señor está a nuestro lado: “No temas, yo estoy contigo. Aunque camine por calladas oscuras, Tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me sosiegan”. Luego, no os desaniméis. Y buscar en el hermano. El Señor quiso enviarlos de dos en dos. Esa fraternidad que es esencial al ejercicio del ministerio, porque lo somos con la iglesia. Esas cercanías de las que habla el Papa y que las sabéis. A Dios, al obispo, a los hermanos sacerdotes, al santo pueblo de Dios. Y esa misión en nuestro mundo hace que tengamos opciones y preferencias. Los pobres, los niños, los enfermos, los necesitados.

Queridos hermanos, estamos llamados, estamos consagrados, estamos enviados. “Perseveraban en la oración con María, la Madre de Jesús”, nos dicen los Hechos de los apóstoles. Con ella también nosotros vivimos la misión de unos consagrados, que un día fuimos llamados.

Que el Señor nos dé el don de la perseverancia, el don de la caridad, el don de una fe sin fisuras, el don de anunciar a Jesucristo, de ser testigos de su redención, como lo hemos pedido hoy. Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

16 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada

Descanse en paz, D. Francisco Peinado Manzano

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Su último destino pastoral fue la parroquia de los Santos Justo y Pastor, donde estaba adscrito.

El sacerdote diocesano D. Francisco Peinado Manzano, natural de Albondón, ha sido llamado a la Casa del Padre hoy Miércoles Santo. Recibirá sepultura en el cementerio de Los Gualchos. Previamente, se celebrará la misa funeral mañana jueves, 17 de abril, a las 12:30 horas, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Gracia.

D. Francisco estaba en la parroquia de los Santos Justo y Pastor, como adscrito desde el año 2013. Ordenado en 1961 en Santa Fe, comenzó su ministerio presbiteral en la parroquia de la Encarnación en Almuñécar como párroco coadjutor, donde estuvo un año. Después, fue destinado sucesivamente a la parroquia de Los Milagros en Gálvez, La Inmaculada Concepción en Rubite, Nuestra Señora en Lentegí, la parroquia de San Antonio en Jete y de San José en Otívar, todo ello hasta el año 1973.

A partir de ese año fue encargado de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora en la Mamola y también ese año párroco en San Miguel de Los Gualchos.

En la parroquia de Nuestra Señora del Carmen en Castell de Ferro estuvo desde 1976 hasta 1990, año en que fue párroco en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen en Torrenueva. Cuatro años más tarde, en 1994, fue encargado de las parroquias de la Inmaculada Concepción de Gorgoracha, san Francisco de Asís en Lagos, administrador parroquial de san Agustín en Lobras y párroco en Nuestra Señora del Rosario de Vélez en Benaudalla. Su último destino fue como adscrito a la parroquia de los Santos Justo y Pastor.

Descanse en paz, D. Francisco Peinado Manzano. Rogamos una oración a Dios por su alma.

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La fiesta del don sacramental del Orden Sacerdotal

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Celebrada la Misa Crismal esta mañana en la Catedral, presidida por el arzobispo de Granada y con la asistencia del emérito, así como de gran parte del clero diocesano que ha renovado sus promesas presbiterales. Se han bendecido el Santo Crisma y los Santos Óleos para algunos de los sacramentos.

En una celebración esencialmente sacramental, como ha recordado el arzobispo de Granada, Mons. José maría gil Tamayo, en su alocución al inicio, se ha llevado a cabo esta mañana la Misa Crismal en la S.A.I Catedral Metropolitana de la Encarnación en Granada. Una Misa con marcado carácter de acción de gracias por el don del sacramento del Orden Sacerdotal, de servicio a imitación de Jesucristo en su Iglesia.

Con el arzobispo de Granada y el arzobispo emérito Mons. Javier Martínez, en la Misa han concelebrado gran parte del clero diocesano, venidos desde todos los puntos de la provincia. Tras la homilía, los sacerdotes han renovado sus promesas proclamadas en el día de su Ordenación y lo hicieron ante la asamblea de Dios como testigo. Con estas promesas, los presbíteros han renovado su entrega íntegra y plena al Señor, al servicio de la Iglesia y en obediencia en la misión del obispo, así como la predicación de la fe católica, la celebración de la liturgia, guardar el celibato, la oración e imitar en todo a Jesucristo. 

Otro de los momentos destacados en el rito litúrgico ha sido la consagración de los Santos Óleos para el Santo Crisma, los enfermos y los catecúmenos, que después se utilizan en los distintos Sacramentos del Orden Sacerdotal, Bautismo, Confirmación y Unción de enfermos. Las ánforas con los aceites perfumados para esta consagración y bendición se situaban en el pasillo central frente al altar. Desde allí, fueron trasladados ante la mesa del Señor en el altar, donde el arzobispo lo bendijo e insufló su aliento en la consagración.

ELEGIDOS PARA UNA VOCACIÓN

En sus palabras durante la homilía, el arzobispo ha hablado de la centralidad en la vida que es Cristo y del don del bautismo que nos hace miembros de “una nación santa”, así como del don del Orden Sacerdotal, con el que “hemos sido llamados”.

“Hemos sido llamados, queridos hermanos, por una vocación. Una vocación a la vida cristiana, una vocación a ser santos e irreprochables por el amor, como nos dice San Pablo en el himno introductorio de la Carta a los Efesios. En Él nos eligió antes de la constitución del mundo. Pero el Señor también nos ha elegido con una vocación específica y en este día, aunque sea con un pensamiento fugaz, tomemos en consideración de quienes se sirvió el Señor para llamarnos al sacerdocio: de nuestros padres, de los sacerdotes, de nuestros pueblos”, señaló D. José María Gil Tamayo.

El arzobispo habló al clero del servicio según la lógica de Jesucristo que es el sacerdocio: “Cuando se nos ungió las manos es para servir. Las manos es la extensión de nosotros mismos, para darnos, para crucificarnos con Cristo, para perdonar, en esa renovación que haremos dentro de un momento, en esa consagración por la cual ya estamos desposeídos, estamos alienados en el sentido más literal de la palabra, vaciados de nosotros mismos. Esa exigencia que pone Jesús a sus discípulos antes que tomar la cruz, niéguese a sí mismo, ya no nos poseemos, ya no podemos conjugar en primera persona. Queridos hermanos, estamos expropiados como sacerdotes, no nos poseemos”.

ORACIONES

En la Misa Crismal, D. José María agradeció la vocación y el servicio que presta el clero diocesano en la acción evangelizadora y pastoral en la Iglesia para el Pueblo de Dios. Asimismo, recordó y pidió oraciones por los sacerdotes fallecidos, especialmente este año, entre ellos el sacerdote diocesano D. Francisco Peinado Manzano, adscrito a la parroquia de los Santos Justo y Pastor, y fallecido hoy día 16.

También pidió oraciones por las vocaciones sacerdotales y anunció la alegría para la Iglesia diocesana de las próximas ordenaciones diaconales, que tendrán lugar en la Catedral el 3 de mayo, a las 12 horas. Estas ordenaciones serán las de cuatro seminaristas, en su camino de formación como candidatos al sacerdocio, procedentes del Seminario Mayor San Cecilio y del Misionero Redemptoris Mater. 

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¿Quién puede ser Hermano/a Mayor?

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Es una de las preguntas más sonadas en el seno de las hermandades y cofradías. Conocer algunas de las cualidades exigibles a un Hermano/a Mayor resulta esencial para presentar una candidatura

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Una de las características más usuales en el mundo de las hermandades y cofradías es que, al ser tan numerosas, siempre hay alguna en puertas de un proceso electoral. Pero, ¿qué importancia tienen las elecciones en una hermandad y qué pautas debe seguir para elegir quién será el candidato a Hermano/a Mayor? Es una de las preguntas más repetidas, porque no todo el mundo reúne las cualidades mínimas necesarias para dirigir una hermandad, aunque cumpla los requisitos formales que determinen, en su caso, las Reglas. No basta con ser muy antiguo en la hermandad, tener mucha devoción a los titulares o ser alguien de gran relevancia.

Supone un honor para un cofrade llegar al más alto cargo en una Cofradía y el nombramiento de un Hermano/a Mayor surge por cumplir las normas establecidas en el Estatuto de la Cofradías. Celebrar elecciones en el momento preciso, recibir el visto bueno del capellán o consiliario y la debida autorización, así como la aprobación del Obispado, es esencial. Pero, ¿se conocen los requisitos previos a esto para ser Hermano/a Mayor?

Según el Estatuto Marco Diocesano de Hermandades y Cofradías de la diócesis de Córdoba, concretamente el artículo 15 del mismo, “cada cuatro años se celebrará Asamblea General de elecciones, que deberá convocarse al menos con un mes de antelación” y podrán presentarse a esta elección todos los hermanos que lo deseen y que cumplan los requisitos que se exigen para ser miembro de la Junta de Gobierno y ser avalada la candidatura por diez hermanos con plenos derechos como mínimo.

Entre esos requisitos se encuentran “ser miembro con plenos derechos de la Hermandad del que conste que servirá a la misma con adecuada capacidad y con sentido cristiano y eclesial”, así como “no ejercer cargo de dirección en partido político o asociaciones análogas o de autoridad política ejecutiva nacional, autonómica, provincial o local”.

A diferencia con los miembros de una Junta de Gobierno, el Hermano/a Mayor sí podrá ser elegido por un periodo de cuatro años y ser reelegido otros cuatros años más de forma consecutiva. Los que integran la Junta, no pueden ser reelegidos en los mismos cargos más de una vez sucesiva.

Si se da el caso de que sea más de un candidato quien ostente al cargo de Hermano Mayor, en caso de haber empate en el resultado de la votación, será Hermano/a Mayor aquel que tenga una mayor antigüedad ininterrumpida en la Hermandad. Si en esta se produce un nuevo empate, obtendrá el puesto el candidato de mayor edad.

Otras notas importantes

Cada hermandad, necesita de un Hermano/a Mayor con unas características determinadas, según en el momento en el que se encuentre. Entre ellas, resulta fundamental que la persona tenga conocimientos básicos de organización, de trabajo en equipo, control presupuestario y planificación estratégica, así como una visión de futuro innovadora, que sea capaz de distinguir entre lo permanente, lo que es “tradición” en la hermandad y esencia de la misma, de lo que se ha quedado obsoleto. Igualmente, ser capaz de tomas las decisiones oportunas y tener una formación doctrinal suficiente para dirigir una Asociación Pública de Fieles de la Iglesia Católica.

Cabe destacar además la ejemplariedad, ya que un Hermano/a Mayor no se circunscribe al ámbito exclusivamente cofrade, sino que abarca toda su vida. Debe ser el espejo en el que miren todos los hermanos y su formación ha de ser permanente.

Asimismo, es necesaria la responsabilidad y la humildad para asumir el cargo. En relación con las funciones, derechos y obligaciones de un Hermano/a Mayor, es necesario que la persona tenga conciencia de su obligación a participar en los actos que organiza la Cofradía, a fomentar el culto en honor a sus Sagrados Titulares, a promover todos los fines de la Hermandad y cuidar de su cumplimiento, a apoyar a los hermanos para que se formen en el apostolado propio de los laicos, a cuidar de la Cofradía en sus actuaciones, a colaborar con la parroquia y la Diócesis y a convocar en tiempo y hora a su Junta de Gobierno.

En definitiva, el Hermano/a Mayor tiene el privilegio de poder gestionar las Hermandades durante un periodo de tiempo, sirviendo con lealtad y siendo el primer cumplidor de las normas de la Hermandad y Cofradía.

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Colecta por los Santos Lugares el Viernes Santo

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La Archidiócesis de Granada se suma a esta Colecta promovida por la Santa Sede.

Un año más, en el Viernes Santo la Iglesia dirige también su mirada hacia los cristianos de Tierra Santa, donde nació, murió y resucitó Jesucristo, y cuya presencia encuentra dificultades. Ese día la Colecta en las celebraciones litúrgicas en todas las parroquias del mundo van dirigidas a sostener a estos hermanos en la tierra de Jesús. También será así en nuestra Archidiócesis de Granada, en comunión con la Iglesia universal.

“En torno a esos lugares han surgido iniciativas de gran valor pastoral: parroquias, escuelas, hospitales, casas para ancianos, centros de asistencia para migrantes, desplazados y refugiados”, recuerda el prefecto del Dicasterio Pro Eclesiis Orientalibus, cardenal Claudio Gugerotti, en su carta dirigida a los obispos de todo el mundo para promover esta Colecta en sus diócesis sobre el bien que hacen los fondos aportados por los fieles para este fin.

Esta Colecta para los Santos Lugares fue instituida por san Pablo VI y se celebra una vez al año en Viernes Santo. “Este año la Colecta se ha convertido en un recurso imprescindible: después de la pandemia, de la casi completa interrupción de las peregrinaciones y de las pequeñas actividades creadas, sobre todo por los cristianos”, explica.

SOSTENER A LAS COMUNIDADES CRISTIANAS

“Si queremos reforzar la Tierra Santa y asegurar el contacto vivo con los Santos Lugares es necesario sostener a las comunidades cristianas que, en su variedad, ofrezcan al Dios-con-nosotros una perenne alabanza, también en nuestro nombre. Pero para que esto llegue a realizarse tenemos la absoluta necesidad del don generoso de vuestras comunidades”, subraya el prefecto.

“La Tierra Santa, los Lugares Santos, el Pueblo de Dios son vuestra familia, porque son patrimonio de todos nosotros”, indica, al mismo tiempo que pide a los obispos de todo el mundo “que sintáis la Colecta como una de vuestras prioridades pastorales”, ya que “aquí está en juego la supervivencia de esta nuestra preciosa presencia, que se remonta directamente a los tiempos de Jesús”. 

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Priego celebra un Vía Crucis infantil interparroquial

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Más de 200 niños de catequesis participaron en esta jornada procedentes de las tres parroquias de la localidad

Priego de Córdoba vivió el pasado martes, 8 de abril, una intensa jornada de oración y convivencia con los más jóvenes de la localidad. Más de 200 niños de las catequesis de pre-comunión, comunión y post-comunión de las tres parroquias de Priego -Trinidad, Carmen y Asunción-, junto con sus catequistas y familiares, realizaron el tradicional Vía Crucis.

“Ya son 8 años, los que los niños imitan a los mayores subiendo desde el Carmen al Calvario, y a su llegada rezan un Vía Crucis infantil”, informa el párroco de la Asunción de Priego de Córdoba, Ángel Cristo Arroyo.

Tras el rezo, los jóvenes entraron a venerar las sagradas imágenes del Cristo de la Buena Muerte y María Stma. de los Dolores, para terminar con una merienda.

“Con esta actividad terminamos el segundo trimestre, y se convierte en un acto de comunión entre las distintas parroquias de Priego y los colegios concertados de las Angustias y de san Jose”, ha indicado Ángel Cristo al tiempo que ha pedido a los fieles prieguenses que sigan haciendo Iglesia desde los más pequeños.





















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Homilía del obispo de Jaén en la Misa Crismal

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Nos reunimos, esta mañana de Martes Santo, unos días antes de la celebración del Jueves Santo, para conmemorar la institución de la Eucaristía y del Sacramento del Sacerdocio, y así, vivir este momento de gracia en el que renovaremos las promesas que un día hicimos con ilusión y entrega. Lo hacemos como peregrinos de esperanza, en este Año Jubilar en el que el Señor nos invita a redescubrir la belleza de nuestra vocación y la fecundidad de nuestro ministerio.

Que este aniversario de la Encarnación del Señor nos ayude a reavivar, más que nunca, el gozo de nuestra llamada, un gozo que debe nacer de una memoria agradecida por el don recibido, a través de la imposición de manos y la unción con el Santo Crisma.

Este es un día de gracia para nosotros, porque Cristo nos vuelve a llamar y nos recuerda el inmenso don que hemos recibido. Somos sacerdotes por pura misericordia, llamados, no por nuestros méritos, sino por su amor. Nos ha confiado su ministerio para que seamos signo vivo de su presencia en medio del mundo, ministros de su Evangelio, dispensadores de su gracia, pastores de su pueblo.

Camino de servicio y entrega, donde nuestra esperanza se alimenta en la oración constante y fiel. Comenzar cada mañana junto al Sagrario, dedicar tiempo a beber del manantial de esperanza que es el corazón de Cristo, en la Eucaristía diaria, nos sostiene y nos fortalece, para que nunca perdamos la orientación de nuestra vocación.

En este camino, también, la comunión y la sinodalidad son signos de esperanza. Vivimos en un mundo dividido, sumido en guerras y polarización, en una sociedad fragmentada, ensombrecida por falsedades que llevan a la desconfianza, y nuestro testimonio como presbiterio unido en Cristo es esencial. La sinodalidad no es solo una estrategia pastoral; es la manifestación de una Iglesia que se escucha y se acompaña, una Iglesia que vive y camina unida en la esperanza.

Así lo siento yo. El obispo no puede caminar sin sus sacerdotes, como los sacerdotes no pueden caminar sin el obispo, sin su presbiterio, ni sin el pueblo de Dios que le ha sido encomendado. Somos una familia en la fe, un presbiterio unido en Cristo y nacido de su corazón, que camina en comunión para dar testimonio de la esperanza que no defrauda. Os manifiesto que os siento especialmente cercanos, como hermanos y amigos, unidos en una misma misión. Realidad que he experimentado, de manera especial, en las distintas Visitas Pastorales que ya he realizado.

Queridos hermanos, no nos dejemos confundir por las “cosas y valores de este mundo”, el sacerdocio solo se comprende a la luz del Misterio Pascual. Nuestra vida no tiene sentido fuera de Cristo. Él es la piedra angular, el centro de la historia y de nuestras vidas. Solamente, a la luz de estos misterios de la redención de la humanidad, llevada a cabo por el Hijo de Dios, podemos justificar y estimar nuestra vida, y pueden los demás entendernos y apreciarnos en lo que somos.

Esta verdad nos llena de gozo y nos confirma en nuestra misión: somos ministros, delegados y mensajeros de Jesucristo, “signos visibles” de su presencia en el mundo. A través de nosotros, Cristo sigue hablando, sanando, perdonando y dando vida.

Este pensamiento debe llenarnos de humildad y, al mismo tiempo, de una profunda seguridad y alegría. No estamos solos en esta gran misión, Cristo está con nosotros, nos sostiene y nos renueva cada día.

Somos conscientes de que vivimos tiempos difíciles. Nuestra sociedad muchas veces nos ignora o incluso nos rechaza. Nos duele la indiferencia religiosa, la secularización creciente, el desprecio a los valores del Evangelio, incluso podemos sentirnos tentados a “tirar la toalla” por el desaliento o la sensación de inutilidad.

Sin embargo, debemos recordar que el mundo necesita, más que nunca, nuestra presencia y nuestro testimonio. Aunque a veces no lo perciban o no lo reconozcan, los hombres y mujeres de hoy necesitan pastores que les ayuden a descubrir el sentido profundo de la vida, que les ofrezcan la luz de la fe, que los acompañen en sus sufrimientos y búsquedas.

No nos dejemos llevar por la desesperanza ni por el cansancio. No cedamos al pesimismo ni a la queja; no cedamos, tampoco, a la indiferencia ni al desánimo; no dejemos emponzoñarnos por el veneno de la crítica destructiva. Dejemos que la esperanza, sustentada por el recuerdo de la verdad de nuestra vocación, se renueve cada día, fortaleciéndose en la Gracia recibida: la Caridad Pastoral. Nuestra misión es imprescindible para el mundo.

Hoy, más que nunca, se nos urge a organizar bien nuestra vida, para salvar lo importante, lo imprescindible, sin que nuestra vida, “esa herramienta a disposición de Dios y de su pueblo”, no se quiebre. No somos meros gestores de estructuras eclesiales, somos sacerdotes de Cristo, llamados a anunciar su Reino y a servir con generosidad y entrega.

Gracias por ser «sacerdotes encarnados», con esa actitud que el Papa Francisco nos pide: «en salida», siendo signo de esperanza en las periferias de nuestra tierra giennense; saliendo al encuentro de los mayores que viven en soledad; de las familias que atraviesan problemas económicos; de los jóvenes que viven sin raíces y sin horizonte; de los inmigrantes que llegan a nuestros campos en busca de un futuro; o de aquellos que se ven sumidos en una indiferencia religiosa creciente.

Somos conscientes de que el camino del sacerdote no está exento de sacrificios. A menudo experimentamos la soledad, la incomprensión, la fatiga de la entrega cotidiana. Sin embargo, cuando abrazamos con amor estas dificultades, que son parte de nuestras cruces, encontramos en ellas una fuente de libertad y fecundidad. Recordad que al aceptarlas voluntariamente adquirimos una soberana libertad y dejamos claro que “Cristo y el servicio a los demás son las verdaderas razones de nuestra vida”.

Sí, hermanos, Cristo y el servicio a los demás son nuestra verdadera riqueza. Cuando vivimos con esta libertad, experimentamos una alegría profunda, porque sabemos que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que hemos sido entregados para el bien del pueblo de Dios. “Con Cristo y como Cristo, al servicio de todos los hombres, en la Iglesia, desde la Iglesia y con la Iglesia.”

Riqueza que nos lleva, también, y de una manera especial, a avivar nuestro compromiso por promover una cultura vocacional. Ésta debe ser siempre una prioridad en nuestro ministerio. Nuestra misión como pastores es, también, animar nuevas vocaciones al sacerdocio, con la certeza de que, en la obediencia a la llamada de Dios, la Iglesia se renueva y se fortalece. El Señor sigue siendo fiel a su pueblo. Estoy convencido de que hay jóvenes llamados por el Señor para este ministerio. Seamos, en lo posible, cauce de gracia para que sientan la fortaleza en su respuesta generosa.

Oramos, también, en esta celebración, de una manera especial, por nuestros seminaristas, por quienes un día recibirán esta misma unción. Que encuentren en nosotros modelos de fidelidad y alegría sacerdotal.

Hoy, al consagrar los santos óleos, sentimos, una vez más, que nuestras manos vuelven a ser ungidas por el Espíritu Santo. Hoy, el Señor nos llama nuevamente a ser suyos, sin reservas ni condiciones.

Por eso, os invito a renovar con fuerza vuestra entrega. Seamos sacerdotes de oración, de cercanía, de escucha, de entrega generosa, en salida. Seamos testigos de esperanza, en este tiempo en que tantos se sienten perdidos. Seamos fieles a nuestra identidad, sin diluirnos en el mundo, sin escondernos ni avergonzarnos de nuestra vocación.

Hoy, juntos, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser, renovemos una vez más nuestro “sí” al Señor, para la gloria de Dios y el bien de su pueblo.

Y vosotros, queridos seminaristas, religiosas y fieles presentes, os invito a que nos acompañéis con vuestra oración. Rezad por nosotros: vuestros sacerdotes y vuestro obispo, para que vivamos con fidelidad y alegría nuestra vocación, y para que nuestro ministerio sea siempre un signo de esperanza en medio de las dificultades que atraviesa el mundo. Estoy convencido de que vuestra intercesión es totalmente fecunda, nos fortalecerá y nos guiará en nuestro servicio a Dios y a su pueblo.

Que la Santísima Virgen maría, Madre de los Sacerdotes, nos acompañe y nos guarde en este camino.

+Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

Homilía del obispo de Almería en la Misa Crismal

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LECTURAS: Isaías 61, 1-9  Cambiaré el luto por el óleo de la alegría y os daré un perfume  de fiesta: Salmo 88   Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán: Apocalipsis 1, 4b-8  Por su sangre hizo de nosotros un reino de sacerdotes; San Lucas 4, 16-21 Hoy se cumple este pasaje que acabáis de oír

Querida comunidad, hermanos del presbiterio, diáconos permanentes, vida consagrada, queridos seminaristas, servidores del altar de distintas parroquias de la diócesis, sacerdotes que habéis venido de fuera a ayudar a los párrocos durante esta Semana Santa, hermanas y hermanos todos de esta Iglesia del Señor que camina en Almería.

La misericordia de Dios nos concede un año más la oportunidad de sentir y celebrar los vínculos que nos unen a esta nuestra diócesis. Como siempre que celebramos la Eucaristía, Dios establece con cada uno de nosotros un diálogo personal. Dios entra en comunión con cada uno de nosotros, nos habla «al corazón» y renueva, y renovamos, su Alianza.

Todos nosotros, que muchas veces vivimos cómodamente nuestra fe y los sacerdotes, que podemos hacer de nuestro ministerio un “modus vivendi”, sin riesgos notables… tendremos que preguntarnos, esta mañana, qué entraña haber sido redimidos por la sangre de Cristo, como hemos escuchado en el Apocalipsis. La sangre que es vida entregada, se repetirá durante toda esta Semana Santa.

Hace tres años –la primera vez que os presidí esta Misa Crismal- recordaba, que podemos repetir hermosas frases teológicas que nos pierdan en envolturas exteriores o que nos hagan creer, que, por apacentar el rebaño, tenemos un cierto dominio sobre él. Olvidando que somos siervos inútiles, y que todo se nos ha dado por gracia, ¡por la sangre del cordero! para que entreguemos la vida y no nos sirvamos, como los criminales operarios de la viña, para nuestro provecho. A veces la gente se queja de nuestra intransigencia y que nos creemos los dueños de nuestros templos y comunidades, cuando solo somos administradores (y a los administradores del evangelio se les exige trabajo, prudencia, justicia y caridad, mucha caridad. ¡Cuántas veces hemos reflexionado sobre la caridad pastoral! Nuestra ganancia está sólo en ser otros Cristo. Porque ser ungidos (como Cristo, no como los poderosos de este mundo) significa asumir un servicio para los demás y este servicio de donación nos expropia de nosotros mismos y nos pone de por vida a la disposición del otro, especialmente de aquel que más necesidad tiene: espiritual, corporal, del tipo que sea. Haced esto en memoria mía engloba el lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía (cuerpo y sangre entregados) y el mandamiento del amor.

Queridos bautizados, queridos sacerdotes y diáconos, cada Misa Crismal, pedimos por todos los que van a servirse durante todo este año de estos Santos Óleos y de este Santo Crisma y cada Misa Crismal renovamos nuestra unción. Por su sangre –otra vez su sangre, que es la vida– hizo de nosotros un reino de sacerdotes. Pero cuidado, los primeros versículos del Apocalipsis en la presentación lo dice de la comunidad, de todos los bautizados. Nuestra misión es que la comunidad nunca olvide que por la entrega de Cristo TODOS somos ese reino de sacerdotes. Son palabras mayores.

Pero no decaigamos, el Señor nos ayudará, porque –como hemos proclamado en el salmo– nos promete la compañía de su Amor y de su Fidelidad, y entonces ¿qué más podemos pedir? ¿qué podemos temer? ¿Dónde están nuestros miedos? Hoy nos ponemos todos en manos de Dios, él sabe de nuestra fragilidad, de nuestras buenas intenciones que se quedan en polvo del camino, porque muchas veces fracasamos. Confiemos más en Cristo, él es nuestra salvación, incluso cuando NO sabemos comprender nuestra vida ni nuestra propia historia.

Hermanos sacerdotes, diáconos permanentes, sabéis que esta celebración debía ser la mañana del Jueves Santo, pero los motivos pastorales hacen que la celebremos hoy Martes Santo. Cada vez que celebramos la Eucaristía, resuena el eco de todos los lazos tejidos con la vida de nuestra comunidad. Cuando celebramos la Santa Misa, nunca estamos solos, aunque seamos muy pocos, porque llevamos el polvo de los pies de todo el mundo.

Pensad que cada vez que comienza esta Sagrada Cena, la mirada de Cristo planea compasiva ante todos los que están como ovejas sin pastor, y fijará su mirada sin duda en la oveja perdida, o en el hijo que huyó del calor del hogar del Padre, o en aquel que no puede levantarse de la vera del camino, por donde transitamos todos…también los sacerdotes, como en la parábola del Buen Samaritano, por eso, los que venimos a participar diariamente del Cuerpo y la Sangre del Señor, no podemos ser iguales que los que nunca celebran la Misa, tenemos que ser más misericordiosos, más compasivos, más entregados, más justos… más esperanzados.

Por eso nosotros los sacerdotes, que consagramos y partimos el Cuerpo de Cristo para alimentar al Pueblo Santo de Dios, debemos de volcar nuestra vida en la Comunidad que nos ha sido entregada y que obedientemente nos ha acogido y hemos acogido, y también en la Fraternidad entre nosotros. Reunirnos, rezar juntos, buscar espacios de encuentro y de diálogo, formarnos, buscar nuevos caminos de evangelización y acercamiento a los que no están en nuestras comunidades y descansar juntos, no es una estrategia pastoral, es una realidad espiritual que dimana del mismo corazón de Cristo, de la misma Eucaristía. Lo hemos meditado muchas veces, eligió a los apóstoles para que estuvieran con él. No vale que cada uno esté por su parte y por su cuenta. Si es así haremos un flaco favor a la evangelización de nuestros pueblos.

Si, Jesucristo fue ungido fue para ponerse al servicio de los demás… así lo hemos escuchado en el Evangelio: no se puede dar la vida si no hay entrega desinteresada, lo demás son negocios. Amor con amor se paga. Cuánto tenemos que aprender todos, también los sacerdotes de la misión que se nos ha encomendado por medio del bautismo y de la confirmación y además por el sacramento del orden. ¿Qué nos ha quedado del perfume de fiesta? ¿Quién nos ha engañado si en lugar de servicio exigimos poder? Sólo el que divide. El que nos pone el señuelo de una hermosa mentira haciéndonos creer que seremos como dioses, mejor dicho, como ídolos, porque bien sabemos nosotros que nuestro Dios es la humildad pura, el que nos enseña a servir, el que nos da la vuelta a la tortilla y nos dice que el que quiera ser el primero de todos, sea el esclavo de todos. Pero nosotros… ¿cómo podremos entender esto, que va contra toda realidad humana? ¡Qué facilidad podemos tener muchas veces para elegir las frases que nos justifiquen, dulcificando el Evangelio y convirtiéndolo en sofismas que no nos perjudiquen demasiado!

Si la Iglesia, que es madre y maestra, ha elegido estos textos para esta Eucaristía de consagración y bendición del aceite, algo nos querrá decir a todos nosotros. El óleo de la alegría y el perfume de fiesta deben orientar nuestra vida. ¡Mirémonos al corazón!

A las personas ungidas se les nota. Os lo dicho muchas veces y me lo digo siempre. Desprenden el aroma de la unción. Cuando alguien dice algo con “unción” las personas que le rodeamos sabemos que está expresando la verdad más íntima. Cuando un sacerdote celebra con unción, predica con unción y vive con unción… la gente sencilla lo reconoce como un ungido. Y el buen olor de la unción no necesita de ningún tipo de aditamentos porque todo lo demás sobra. Desde la simplicidad, la humildad, el diálogo sincero y abierto, el gozo interior, la palabra de la verdad fluye del corazón y llega al corazón del que la escucha. Y así entregaremos día a día la vida.

Os ruego que nos pongamos en las manos de nuestro venerable Cura Valera (que se vislumbra ya cerca su beatificación, si Dios quiere) y aprendamos de él de su humildad y de su entrega, hoy, en esta celebración, en la que renovamos nuestros compromisos sacerdotales, y recobremos el amor primero, si no estaremos malgastando la vida y la gracia. Bendecimos a Dios por el ministerio al que hemos sido llamados, a la vez que contemplamos nuestro ministerio mirando cara a cara a Cristo, el Pastor Bueno, que nos precede y nos alienta en nuestra tarea pastoral.

Pidamos a María, Madre de la Iglesia, reina de los apóstoles, que interceda por todos nosotros para que nos presentemos con Cristo como ofrenda agradable a los ojos de Dios y descienda sobre nosotros la gracia que todo lo transforma, que todo lo eleva, que todo lo perfecciona y que todo lo glorifica. ¡Ánimo y adelante!

+Antonio, vuestro obispo

Idolatría o devoción: la Cuestión de las imágenes sagradas

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Artículo basado en la conferencia ofrecida por el Vicario General de la Diócesis y director del secretariado de patrimonio cultural, Jesús Daniel Alonso

El cristiano tiene en la Sagrada Escritura y en la tradición la explicación para la veneración de las imágenes sagradas y toda respuesta a las acusaciones de idolatría. Aunque en el libro del Éxodo (20,4-5) y en el del Deuteronomio (5, 8) aparece un texto significativo para la controversia: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ella ni la darás culto porque yo soy un Dios celoso”, también la Sagrada Escritura presenta como voluntad de Dios la construcción de querubines de oro macizo para el Arca de la Alianza, “que estarán con la ala extendida por encima cubriendo con ella el propiciatorio”. En el mismo libro del Éxodo que prohibía hacer imágenes, encontramos que Yahvé le pide a Moisés que ponga una serpiente abrasadora sobre su mástil y Moisés nos presenta así una prefiguración de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

La fidelidad de Dios emerge en esta aparente falta de unidad y nos conduce a buscar la explicación en los judíos y en cómo interpretaron esta prohibición explícita en la Sagrada Escritura. Sin ir más lejos, en Córdoba  contamos con una Sinagoga plena de adornos florales pero sin imágenes, aunque en Oriente aparecen representaciones de figuras humanas hechas por los judíos en el siglo III y otras posteriores con escenas de sacrificio, en algunos casos muy primitivas y en otros de composición más compleja que nos urgen a preguntarnos dónde queda el mandamiento.

Para Jesús Daniel Alonso, Vicario General de la Diócesis de Córdoba y autor del estudio “Idolatría o devoción: la cuestión de las imágenes sagradas”, la razón es que tanto los judíos como los cristianos entendieron muy pronto que el problema no era la imagen sino la idolatría que representa “sustituir a Dios por una imagen” que queda representado en el becerro de oro, cuando los judíos en el desierto de Sinaí piden a Aarón un Dios y ellos construyen un becerro de oro antes de que Moisés bajara de la montaña.

Las referencias más antiguas sobre los cristianos en torno a esta controversia parten del siglo II. Clemente de Alejandría afirma que la estatua es materia muerta y el Concilio de Elvira, celebrado en Granada entre el 300 y el 324, prohíbe el uso de las imágenes en la iglesia, aunque ningún otro concilio las prohibirá más. Sin embargo, Clemente de Alejandría (150-213), padre de la Iglesia griega, ya constata en otro de sus libros que los cristianos  usan anillos de sello con representaciones de paloma, pez, nave,  ancla, pescador o niños salidos del agua, en referencia al bautismo, de lo que se deduce que el teólogo y filósofo cristiano acepta el uso de las imágenes  no para adorarlas, sino para usarlas. Para Jesús Daniel Alonso “esa va a ser la puerta, es lo que va a hacer que esos símbolos adquieran tanta fuerza, por ejemplo el pez en la que los cristianos veían una manifestación de fe”. Los símbolos y las imágenes desarrollan una función ilustrativa y se prodigarán imágenes tan conocidas como el Buen Pastor para el cementerio de Priscila o a las catacumbas.

En el siglo VIII, en el año 730, un emperador de Constantinopla ordenó retirar una imagen de Jesús que estaba colocada en la puerta principal del palacio. Era una imagen con mucha devoción que quedó reemplazarla por una cruz. La eliminación provocó un tumulto y el hecho llevó al gobernante a considerar que perdía la guerra contra los musulmanes por no respetar aquel mandato de Dios en el Éxodo. Una acción intensificada por Constantino V, hijo de León III, que atacará monasterios, destruirá reliquias y muchas imágenes de iglesias. Se destruyen imágenes en algunos libros, como ese Salterio del siglo IX y en Córdoba consta el ejemplo del sarcófago paleocristiano, expresamente de Roma del siglo IV, en el que se aprecian las cabezas de las imágenes destruidas. Este es un hecho propio de los protestantes  en el siglo XVI y de la España del siglo XX durante la persecución de los años 30, con ataque al corazón de Jesús con fusiles y su destrucción con dinamita, una verdadera hecatombe que no siempre pertenece al pasado y tiene vigencia hoy con la destrucción de piezas mesopotámicas en Bagdad a manos de los talibanes o el asedio a la imagen de Isabel la Católica en américa como símbolo de la evangelización del Nuevo Mundo.

El II Concilio de Nicea permitió las imágenes

En el segundo concilio de Nicea, celebrado entre el 24 de septiembre y el 13 de octubre de 787, se aborda la iconoclastia fundamentada para los cristianos de la Biblia, para los judíos de su uso para la idolatría y para  los bizantinos por creerlas responsables de la pérdida de poder y las guerras.

En este concilio se da legitimidad a la veneración de las imágenes frente a la controversia iconoclasta basándose en la teología de un santo padre de la iglesia, San Juan de Amaceno (s. VII y VIII). Este doctor de la Iglesia distingue entre adoración y veneración y establece que la adoración se debe a Dios, mientras que la veneración es el tributo de devoción a la virgen, a los santos, a los ángeles o a las imágenes religiosas. Esta distinción es fundamental en tanto que san Juan Damasceno  considera legítimo honrar las imágenes “con la ofrenda del incienso, de las luces”, basándose en una piadosa costumbre antigua ejercida por San Juan Crisóstomo  y otros grandes santos porque “el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada”, puntualiza Jesús Daniel Alonso, al explicar que “la veneración o la adoración que yo hago hacia Dios la puedo hacer a través de la imagen, esa es la clave. Quien adora una imagen de Dios adora realmente lo hace a la persona en ella representada”.

Según textos de San Juan Damasceno, el mismo Dios fue el que engendró a su hijo unigénito,  a imagen suya, luego Jesús es imagen del Padre, de la misma naturaleza, en modo alguno discrepante de su eternidad. Luego, hizo al hombre a imagen y semejanza suya y si el padre engendra al hijo, y luego crea al hombre a imagen y semejanza que el hijo, si el verbo invisible de Dios  asume su naturaleza humana y se hace visible  en la tierra, ocurre que el Dios “invisible que no se puede representar,  de repente se puede representar porque se hace visible”. La imagen es entonces intermediaria, que lleva a Dios, al verdadero Jesús que es representado en esa bendita imagen.

Cruz preciosa y vivificante

En el texto del concilio del segundo Concilio de Nicea se define la imagen de la cruz como “preciosa y vivificante”, antes que de la venerable y santa imagen de la virgen. Pero aun así cuesta trabajo representar a Cristo clavado en la cruz. En torno al año 390, en los mosaicos de la Iglesia de Roma de santa Prudencia aparece la cruz gloriosa, la Vera Cruz encontrada por Santa Elena, que se recubre con plata dorada y se le llena de joyas: La cruz que triunfa.  La primera representación propiamente de un crucificado es un pequeño cuerpo de marfil del siglo V conservado en el museo británico

¿Por qué rechazar la veneración llevaría a negar la encarnación?

Dios toma la naturaleza humana para dejarse ver y tocar. El evangelio de San Juan, nos revela a Dios visible a través de la naturaleza humana de Jesús y tiene rostro porque se ha encarnado, se hace uno de nosotros. Las imágenes son representación de su divinidad humana.

El concilio Vaticano II define con exactitud y cuidado que también las venerables y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico, u otra materia conveniente, se expongan  en la Santa Iglesia de Dios. El catecismo de la Iglesia Católica hoy, en el número 1.192 propone que “las imágenes sagradas, presentes en nuestra iglesia y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación”.

Desde un punto de vista legal, el derecho canónico establece que se debe conservar firmemente la exposición a la veneración de los fieles a las imágenes sagradas en la Iglesia.

Para la Iglesia, el uso de las imágenes no es simplemente algo permitido, “es que algo bueno es algo que estimula la devoción de las personas,  de los fieles”.

El arte reflejo de Dios

Igual que la imagen de Dios queda plasmada en el hombre,  también la imagen del hombre ha quedado impresa en la obra de arte.

Al respecto el Concilio Vaticano II consolida la maternidad de la Iglesia respecto a las bellas artes, como signo y símbolo de la realidad celestial. El  arte debe estar dirigido a un culto digno, decoroso y bello que la Iglesia debe discernir para que cada representación esté de acuerdo con la fe, la piedad popular y las leyes religiosas tradicionales en una iglesia.

No todas las obras de arte pueden despertar devoción, aunque se pueda admirar su valor artístico. La Iglesia nunca consideró como propia ningún estilo artístico. También el arte de nuestro tiempo puede ejercerse libremente en la iglesia, si se sirve con honor y reverencia. Es decir, “es una libertad controlada por los mismos fines de la Iglesia”.

¿Qué dice el magisterio  sobre las cofradías?

El  Papa Francisco  en la encíclica Evangelii Gaudium, avisa de que hay que prestar atención y no ser indiferentes a las múltiples expresiones de piedad popular porque son un lugar teológico para saber interpretar la nueva evangelización.

 

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Los grupos “Alpha” se reúnen en Palenciana

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Esta iniciativa llegó a la Diócesis para quienes desean explorar grandes preguntas de la vida y tener un lugar donde poder decir lo que piensan

La diócesis de Córdoba acogió hace más de un año los grupos “Alpha”, una iniciativa que se implantó para todos aquellos que buscaran un espacio donde explorar las grandes preguntas de la vida, un lugar donde poder decir lo que piensan y escuchar los puntos de vista desde la fe.

Este nuevo camino de evangelización comenzó funcionando en Palenciana y Encinas Reales, las primeras localidades en ponerse en marcha y organizar el primero de estos encuentros de la mano del matrimonio formado por Javi y Clara, de Palenciana, que junto con otros matrimonios y su celo pastoral, dieron a conocer esta iniciativa y trabajaron para hacerla una realidad en Córdoba.

La pasada semana, estos grupos volvieron a reunirse en Palenciana para compartir una sesión en la que exploraron un aspecto diferente de la fe cristiana y, luego, en grupos pequeños, compartieron lo que piensa cada uno de forma libre.

Como en anteriores encuentros, el formato a seguir fue, en primer lugar, la comida, después la charla y seguidamente un debate.




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