Hermanos y hermanas, amados por el Señor:
Hoy Huelva se viste de fiesta para honrar a su Madre y Patrona, la Santísima Virgen de la Cinta. En torno a Ella nos sentimos pueblo, familia, comunidad. Su presencia a lo largo de la historia ha sido signo de protección y esperanza, sobre todo, en los momentos más difíciles, que a todos y en todos los tiempos se presentan.
Bajo esta advocación tan querida nos volvemos a reunir como familia de Dios, como hijos que buscan el calor del abrazo materno. No es casualidad que la tradición nos haya legado esta devoción: es signo de que Dios quiso bendecir a nuestra ciudad dándole una Madre, que alimenta la fe, la esperanza y la caridad en sus hijos.
Las lecturas propias de la fiesta de la Natividad de María están llenas de referencias al misterio de la Encarnación. En la primera lectura, hemos escuchado el oráculo del profeta Miqueas sobre Belén. Dice que el Mesías –Cristo– procederá de Belén como el rey David; sin embargo, el Ungido de Dios superará los límites de lo humano, pues «sus orígenes son… de tiempos inmemoriales», rayan con la eternidad; y su grandeza llegará «hasta el confín de la tierra» (cf. Mi 5, 1-4). Y hablando de su futura venida, el profeta usa una expresión misteriosa: «hasta que dé a luz la que debe dar a luz» (Mi 5, 2). Así, la revelación divina nos enseña a reconocer que el nacimiento de María, que hoy celebramos, está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David, nuestro Señor Jesucristo.
El evangelio según san Mateo, nos ha presentado precisamente el relato del nacimiento de Jesús. El evangelista se fija en la figura de san José, su drama interior, su fe y su rectitud ejemplar. En el fondo de sus deliberaciones está el amor a Dios y la firme voluntad de obedecerle y, al mismo tiempo, la estima y el amor a su prometida. Busca en Dios la respuesta, y la encuentra en la Palabra que le explica lo que no alcanzaba a comprender: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que significa «Dios con nosotros» (Mt 1, 23; cf. Is 7, 14).
Así, una vez más, podemos entender el lugar que ocupa María en el designio salvífico de Dios, el «plan» del que nos habla la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos. Se trata de un proyecto de salvación originado desde el amor y la libertad infinita de Dios que, sin embargo, espera la libre colaboración de su criatura. Así comprendemos lo decisivo del fiat, del hágase, de la Virgen María en la Anunciación y la obediencia de san José; que se convierten para «los que aman a Dios» (Rm 8, 28) en modelos de obediencia a la voluntad divina.
Por eso, al mirar la imagen de la Virgen Chiquita, aprendemos que creer consiste en recibir de modo consciente, libre y agradecido la obra de Dios, el plan de Dios acabado en Cristo, y en que la manifestemos en nuestra vida entera (cf. Presbyterorum ordinis, 2).
Entonces nuestra devoción mariana constituye un verdadero patrimonio espiritual de la ciudad de Huelva, que se encarna en valores morales, gestos cotidianos y costumbres que expresan la fe de la Iglesia. Es un patrimonio que no se mide en piedras ni en cifras, sino en vidas entregadas generosamente al servicio de los demás; en familias que se preocupan por educar a sus hijos y nietos en el Evangelio; en hermandades, que conscientes de su tarea misionera, quieren seguir sosteniendo la devoción cristiana que hemos recibido a lo largo de los siglos; en procesiones que han sido y son catequesis vivientes; en templos que se cuidan y a los que se acude como casa de oración para el encuentro con Dios vivo; y en obras de caridad que han hecho y hacen visible la misericordia de Dios para con los pobres y los que sufren. Ese es el verdadero tesoro espiritual que encierra la devoción a la Reina del Conquero.
Hermanos, este patrimonio espiritual de la devoción cintera necesita ser cuidado, porque puede deteriorarse si reducimos la fe a un simple folclore, si nos dejamos arrastrar por la indiferencia, si nos acostumbramos a vivir de espaldas a Dios. Hoy la Virgen de la Cinta nos ofrece en sus manos a su Hijo –Camino, Verdad y Vida–. Si le olvidáramos, la ciudad perdería buena parte de su identidad y, sin duda, sería más inhóspita, más insolidaria, más triste, porque habría olvidado la fuente de la verdadera alegría: el amor de Dios manifestado en Cristo. Porque tenemos que asumir que el desorden de la vida pública –familiar, social o política– procede del desorden del alma de cada uno.
Por el contrario, cuando la fe se mantiene viva, cuando se transmite de padres a hijos, cuando se hace experiencia propia en la oración y los sacramentos, y se encarna en una conducta conforme a los Mandamientos de la Ley de Dios, entonces nuestra fe genera y fomenta un estilo de vida que propicia el gusto por convivir, la buena vecindad, la participación ciudadana, la búsqueda del bien común y el cuidado solidario.
María es la memoria viva del “Dios-con-nosotros”. Si la tenemos a Ella, no olvidaremos quienes somos y de dónde venimos. Si la imitamos, no perderemos el rumbo y el sentido de la vida. Si nos dejamos guiar por su mano, sabremos custodiar el patrimonio espiritual que hemos recibido y podremos entregarlo, enriquecido y fortalecido, a quienes vendrán después.
Hoy, levantamos nuestra mirada a la Virgen de la Cinta y le pedimos que cubra con su manto a nuestra ciudad, que proteja a nuestras familias, que fortalezca a quienes sufren y que inspire a nuestros gobernantes y a todos los ciudadanos en la búsqueda del bien común. Madre querida, vela por Huelva, sigue intercediendo por nosotros, para que Cristo sea el verdadero Señor de nuestra vida y de nuestra historia común. Así sea».