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San Luis Gonzaga

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San Luis Gonzaga

luis_gonzagaSan Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.

Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro.

En cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía cándidamente.

Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.

Despierta su vida espiritual

Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo. Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.

En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, «la escuela de la piedad».

Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, «¡qué dichosa sería yo!». Luis le dijo al oído: «Yo seré el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado al la Santísima Virgen. A los nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».

A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.

Fue muy puro y exigente consigo mismo

Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, según la descripción de un historiador, «formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie». Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.

A fin de librarse de las tentaciones, se sometió a una disciplina rigurosísima. En su celo por la santidad y la pureza, se dice que llegó a hacerse grandes exigencias como, por ejemplo, mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer. Sea cierto o no, hay que cuidarse de no abusar de estos relatos para crear una falsa imagen de Luis o de lo que es la santidad. No es extraño que en los primeros años, después de una seria desición por Cristo, se cometan errores al quererse encaminar por la entrega total en una vida diferente a la que lleva el mundo. El mismo fundador de los Jesuitas explica que en sus primeros años cometió algunos excesos que después supo equilibrar y encausar mejor. Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren grandes penitencias. San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del desierto.

Algunos hagiógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una falsa imagen de ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser santo. La realidad es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había un ideal mas grande y que requería mas valor y virtud.

San Luis Gonzaga San Luis Gonzaga Iglesia de Manresa, España

Fue en Montserrat donde se decidió la vocación de Luis.

Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin, crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.

Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de «Vidas de los Santos» por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos.

Otros libros que leyó en aquel período de reclusión son , Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.

En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.

Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un religioso, sometiéndose a grandes penitencias. A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.

Madrid

En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones.

Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.

Resuelto a unirse a la Compañía de Jesús

El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.»

Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.

De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.

Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho, pero no lo consiguieron.

Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas, diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas.»

El Noviciado

Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant’Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: «Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado» (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de perder la vida.

Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia, desaparecieron.

Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir. El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano

No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales.

Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.

Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.

Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.

Una epidemia

En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.

Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno, limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.

Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.

Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.

Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.

En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.

En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el «Te Deum» como acción de gracias.

Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: «Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!» (Salmo Cxxi – 1). En una de esas ocasiones, agregó: «¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!» Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:

-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos …! -¿A dónde, Luis? -¡Al Cielo! -¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: «En Tus manos, Señor. . .»

Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.

Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma.

Fue canonizado en 1726.

El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes. El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.

Bibliografía:

Benedictinos, monjes de la abadía de San Agustin en Ramsgate. The Book of Saints. VI edition. Wilton: Morehouse Publishing, 1989

Butler, Vida de Santos, vol. IV. México, D.F.: Collier’s International – John W. Clute, S.A., 1965.

Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Dia. Santa Fe de Bogota: San Pablo. 1996.

(Fuente: corazones.org)

http://www.santopedia.com/santos/san-luis-gonzaga

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Sigue en directo la ordenación de los nuevos sacerdotes malagueños Antonio y José Ignacio

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Hoy, a las 11.00 horas, el Sr. Obispo, D. Jesús Catalá, ordena como sacerdotes a Antonio del Río Mena y José Ignacio Postigo Íñigo. Pueden seguir en directo la celebración desde el canal Youtube de la Catedral de Málaga.

A partir de las 11.00 horas podrán ver en directo desde el Canal Youtube de la Catedral de Málaga, la celebración. 

Pinchando en este enlace.

También podrá seguir en directo la celebración de la Solemnidad del Corpus Christi mañana, 22 de junio, a las 11,30 horas, presidida por el Sr. Obispo, D. Jesús Catalá.

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ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 20-06-2025

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ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 20-06-2025

Un resumen de la actualidad semanal en la Archidiócesis de Sevilla. Edición del viernes 20 de junio de 2025.

La Buena Noticia de la Iglesia en imágenes.

 

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Eucaristía, misterio que se ha de creer, celebrar y vivir

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Eucaristía, misterio que se ha de creer, celebrar y vivir

Este domingo 22 de junio la Iglesia Universal celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La conmemoración del Corpus Christi hunde sus raíces en el siglo XIII, cuando la religiosa santa Juliana de Cornillón promovió, en 1208, la idea de celebrar una festividad en honor del Cuerpo de Cristo presente en la Eucaristía.  La primera vez que se celebró fue en la diócesis de Lieja (Bélgica), en 1246.

La solemnidad se instituyó el 11 de agosto de 1264 por el papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus de hoc mundo’ que se traduce en ‘Pasando de este mundo’, en referencia a la Última Cena.

En el citado documento, el papa Urbano escribió: “Es un alimento que restaura y nutre verdaderamente, sacia en sumo grado no el cuerpo, sino el corazón; no la carne, sino el espíritu; no las vísceras, sino el alma. El hombre tenía necesidad de un alimento espiritual, y el Salvador misericordioso proveyó, con piadosa atención, al alimento del alma con el manjar mejor y más noble”. Sobre el pan de vida añadió: ¡Glorioso memorial, deberías ser guardado entre los más profundos latidos del corazón, impreso indeleblemente en el alma, encerrado en las intimidades del espíritu, honrado con la más asidua y devota piedad!”.

Eucaristía, fuente y cima de la misión de la Iglesia

Ocho siglos después de ‘Transiturus de hoc mundo’, la Iglesia celebró el Concilio Vaticano II, donde afirmó con acierto, por medio de sus documentos conciliares, concretamente de Lumen Gentium (Luz de los pueblos) que la Eucaristía es la fuente y la cima de la vida y de la misión de la Iglesia. “Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, los fieles ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella”.

También el papa Benedicto XVI en la exhortación apostólicaSacramentun Caritatis publicada en 2007, reflejó la armonía entre dogma, liturgia y vida: “la Eucaristía es un misterio que se ha de creer, celebrar y vivir”. Las consideraciones siguientes del documento se centraron en dos aspectos de esa triple dependencia: la relación entre fe y celebración y la relación entre celebración y vida.

Éste es el misterio de la fe

Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, “la Eucaristía es misterio de la fe por excelencia: Es el compendio y la suma de nuestra fe. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos”, escribió el papa Benedicto.

Lex orandi lex credendi

En esta línea, los padres sinodales participantes en el Sínodo de los Obispos celebrado en 2015, dos años antes de ‘Sacramentum caritatis’, reflexionaron sobre la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración, poniendo de relieve el nexo entre lex orandi y lex credendi (la ley de la oración es la ley de la creencia), subrayando la primacía de la acción litúrgica. “Es necesario vivir la Eucaristía como misterio de la fe celebrado auténticamente, teniendo conciencia clara de que el intellectus fidei (entendimiento de la fe) está originariamente siempre en relación con la acción litúrgica de la Iglesia”.

“Puesto que la liturgia eucarística es esencialmente actio Dei que nos une a Jesús a través del Espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento. En esto también es válida la afirmación indiscutible de san Pablo: «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo»”, añadieron los padres sinodales.

Forma eucarística de la vida cristiana

La tercera dimensión esbozada en ‘Sacramentum caritatis’, es la Eucaristía como misterio que se ha de vivir. Así, el nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: «Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10, 31). De lo anterior se deduce que “el cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios”.

En este sentido, “todo lo que hay de auténticamente humano -pensamientos y afectos, palabras y obras- encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud”.

Frutos de la comunión eucarística

El numeral 1391 del Catecismo de la Iglesia Católica describe los frutos de la comunión eucarística de la siguiente manera: “La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús”. De allí se desprende que “la comunión con la Carne de Cristo resucitado conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística”. En definitiva, la Eucaristía acrecienta la comunión con Cristo, separa del pecado, fortalece la caridad, construye la comunión dentro de la Iglesia, compromete a favor de los necesitados,  fomenta la dimensión misionera de la Iglesia y anticipa la gloria celeste.

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Aniversario de la primera comunidad neocatecumenal de la Parroquia San Antonio Abad de Cartagena

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El obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, presidió el pasado sábado la Eucaristía en la Parroquia San Antonio Abad de Cartagena, donde durante este curso están de celebración por el 50 aniversario de la creación de la primera comunidad del Camino Neocatecumenal en esta parroquia.

En su homilía, el prelado quiso destacar la gran afluencia a esta misa en la que esta comunidad participó junto a sus familiares. Casi 300 personas que son «los frutos de esta primera comunidad, aquellos que se fiaron de la Palabra hace 50 años y vivieron en medio de la comunidad». Con el paso del tiempo el número de comunidades en esta parroquia ha ido en aumento y, en la actualidad, hay trece. Para el párroco, Saúl Sánchez Fernández, es «sorprendente como en esta parroquia, ubicada en un barrio donde hay mucha inmigración, hay este número tan grande de comunidades; la realidad que se vive aquí es muy llamativa».

Para festejar este aniversario, durante todo el curso se han realizado diferentes actos, como la misión con la que «se ha anunciado el Evangelio de casa en casa» una vez al mes, destaca Sánchez. En este día, el obispo también visitó las instalaciones de la parroquia y bendijo uno de los salones parroquiales que ha sido recientemente reformado.

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Carta Pastoral de Mons. Orozco para el Corpus Christi

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Carta Pastoral de Mons. Orozco para el Corpus Christi

“Mientras haya personas, hay esperanza”

Dios es fiel y siempre cumple su palabra: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia celebra el misterio del amor permanente y fiel de Dios hecho presencia real en la Eucaristía. Este sacramento es el corazón palpitante de nuestra fe, donde Cristo se entrega como alimento y nos impulsa a vivir en comunión y servicio, partiéndonos en amor para los que más sufren. Por eso, el Corpus es la fiesta de la caridad cristiana, el día de Cáritas.

Este año santo jubilar, que nos regaló el Papa Francisco, celebra el 2025 aniversario del nacimiento de Jesucristo con el lema “Peregrinos de la Esperanza”, acogiendo en nuestra vida la Esperanza que nunca defrauda, al Hijo eterno del Padre que, en la fuerza del Espíritu Santo, se hace contemporáneo del hombre en cada Eucaristía. En este marco jubilar de la Iglesia universal, la campaña de Cáritas nos invita a orar, afirmando que “Mientras haya personas, hay esperanza”. Celebrar la caridad es celebrar la Esperanza, porque cada gesto de amor y cercanía es un signo tangible de la presencia de Dios entre nosotros que siempre está de parte de los que más sufren, restituyendo dignidad.

El Concilio Vaticano II proclamaba que “la eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). La Eucaristía es fuente de caridad porque no es solo un rito, sino una escuela de vida. En ella, aprendemos a partir el pan y a compartir la vida. Cada vez que participamos en la misa, somos enviados a ser testigos del amor de Dios, especialmente con los más pobres y vulnerables.

Cáritas es la vena aorta a través de la cual la comunidad cristiana ejerce la caridad organizada y riega de la Vida de Cristo al mundo. En nuestra diócesis, Cáritas Diocesana, las Cáritas inter-parroquiales y parroquiales trabajan incansablemente para acompañar a quienes más lo necesitan. Su labor es un testimonio vivo de que “tu gesto moviliza la esperanza”. En 2024, se han atendido 1675 familias, beneficiando a 3.617 personas. De ellas, 2471 han sido ayudadas en situaciones de emergencia social: ayudas materiales, acompañamiento y seguimiento a familias que pasan por situaciones de dificultad, principalmente familias con menores a su cargo, que es la partida en que más recursos se invierten, seguida de la atención a mayores y el programa de empleo. También miramos fuera de nuestra Diócesis y 30.000€ se enviaron a Cáritas Valencia, para atender a los damnificados por la Dana, además de estar atentos a colaborar en otras emergencias y situaciones nacionales y mundiales. Nuestro mejor patrimonio son los 262 voluntarios, 189 socios, 240 donantes y la sensibilidad cercana de otras muchas personas que hacen posible el milagro de seguir sembrando esperanza que no defrauda en el corazón de los más necesitados.

Quiero expresar nuestro profundo agradecimiento a todos los voluntarios, trabajadores y bienhechores que hacen posible la misión de Cáritas en cada rincón de nuestra querida Diócesis de Guadix. Vuestra entrega y generosidad, coordinada por el delegado episcopal de la acción caritativa y social, de la directora de Cáritas diocesana y de los que están al frente de los diferentes equipos de las Cáritas inter-parropquiales y parroquiales, son semillas de esperanza que florecen en la vida de muchas personas. Sois el reflejo del amor de Cristo que se hace presente en cada gesto de ternura cercana. En este tiempo de desafíos sociales y económicos, la Iglesia está llamada a ser signo de esperanza. Cada uno de nosotros puede contribuir con gestos concretos de caridad: una palabra de aliento, una ayuda material, una oración sincera. Recordemos que “celebrar la caridad es celebrar la esperanza”.

El Espíritu Santo nos ha regalado al Papa León XIV que tanto nos interpela, ya en este corto periodo como sucesor del primero de los apóstoles, a vivir los principios de la Doctrina social de la Iglesia. Nos ha dicho que “el estudio y la profundización son fundamentales, al igual que el encuentro y la escucha de los pobres, tesoro de la Iglesia y de la humanidad, portadores de puntos de vista descartados, pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios”. “Los pobres […] no deben ser simplemente instruidos en la Doctrina Social de la Iglesia, sino reconocidos como sus continuadores y actualizadores”.

Que, en esta fiesta del Corpus Christi, renovemos nuestro compromiso de vivir la Eucaristía no solo en el templo, sino también en la calle, en el hogar y en cada encuentro con el prójimo en la caridad, sin la que la Eucaristía queda incompleta. “Mientras haya personas, siempre habrá esperanza, porque en las personas que más sufren, Cristo, Esperanza que no defrauda, sale a nuestro encuentro para salvarnos. Con mi afecto y bendición.

+Francisco Jesús Orozco

Obispo de Guadix

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Fundación Vimpyca inaugura nueva sede social para fortalecer su labor

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El obispo de Córdoba ha bendecido las instalaciones ubicadas en el centro de la ciudad

La Fundación Vimpyca ha inaugurado este viernes, 20 de junio, su nueva sede social, un espacio moderno y accesible que permitirá ampliar su capacidad de atención y su compromiso con el desarrollo social en el sector de la vivienda de protección oficial.

Ubicada en Avenida Ronda de los Tejares 16, la nueva sede ha sido bendecida por el obispo de Córdoba, monseñor Jesús Fernández, quien ha estado acompañado por el presidente de Vimpyca , el canónigo Fernando Cruz Conde Suarez de Tangil; diversos representantes institucionales; así como directivos y trabajadores de la empresa, entre otros.

El Obispo ha resaltado el trabajo de esta Fundación, destacando especialmente su empeño por dar un hogar a aquellos que no tienen dónde vivir. “La promoción de vivienda es un gesto hermoso y profético en estos momentos, porque hay mucha gente de carece de vivienda por los precios, por ejemplo, porque su coste elevado hace más difícil acceder a ella”, ha comentado el prelado animando a los integrantes de la Fundación a continuar con este trabajo que, a su vez, permite el desarrollo de muchas profesiones. “Que este lugar sea de trabajo para esas personas que necesitan hogar, acogida y protección”, ha concluido.
Con esta nueva sede, la Fundación Vimpyca reafirma su misión de promover el derecho a una vivienda digna a la ciudadanía desde 1.968, con casi 7000 viviendas entregadas de protección oficial. Además, conmemora el cincuenta aniversario de un trabajo que ha beneficiado a cerca de 30.000 personas, a quienes han ofrecido un lugar para vivir con óptimas condiciones y precios asequibles.

Cinco décadas con una clara vocación

La Fundación Vimpyca, constituida en 1968, fue fundada bajo la figura de entidad benéfica de construcción y se ha regido a lo largo de estas cinco décadas por una clara vocación social, centrada en facilitar a los ciudadanos el acceso a una vivienda digna en condiciones y precios asequibles.

Su función social se asienta en la Ley de Casas Baratas de 1911, cuyo objetivo era dignificar las condiciones de vida de la creciente clase trabajadora mediante la creación de viviendas sociales.

En estos cincuenta años, la entidad ha construido viviendas de protección oficial en prácticamente toda Andalucía, y especialmente en Córdoba, que aglutina 4.164 viviendas, cerca de un 70% de los 6.071 pisos entregados.

La fundación ha contribuido, además, en el desarrollo económico de la ciudad de Córdoba y de la región con un impacto directo de su actividad estimado en unos 10.000 puestos de trabajo directos y cerca de 25.000 indirectos.

En Córdoba capital, la promoción de la calle Úbeda supuso en 1968 el inicio de la labor social de Vimpyca, centrada en las zonas con mayor necesidad de vivienda social, como el Sector Sur, que acogió gran parte de la migración de familias a la ciudad.

La entidad ha tenido a lo largo de su historia un papel importante en la configuración de la Córdoba contemporánea y ha favorecido la configuración de la ciudad promoviendo nuevas barriadas, entre las que destacan la Avenida del Corregidor, el Parque de las Avenidas o Barriada de Albolafia.

Con el tiempo, la creciente demanda de vivienda social motivó que la labor de Vimpyca se extendiera desde la capital hacia la provincia de Córdoba y, posteriormente, al resto de Andalucía, donde ha contribuido al desarrollo de nuevas zonas residenciales de pueblos y ciudades. Así, los municipios de la provincia de Córdoba han aglutinado el 30% de las viviendas construidas en tierras cordobesas, sobre todo localidades como Baena y Palma del Río.

Más tarde, la fundación amplió su campo de acción hacia otras provincias andaluzas, especialmente Málaga, donde se han construido un millar de viviendas sociales, distribuidas principalmente en los municipios de Torremolinos, Vélez-Málaga, Mijas y Benalmádena.

Jaén y Sevilla han sido otras de las provincias más beneficiadas por la labor social de Vimpyca. En Jaén, la fundación ha promovido la construcción de 482 viviendas, mientras que en la provincia de Sevilla han ascendido a 296. Por último, las provincias de Granada y Cádiz suman un total de 78 viviendas de VPO entregadas.

Mirando al futuro

La entidad mira al futuro preparada para seguir avanzando al disponer en la actualidad de reservas de suelo que le permitirán construir 4.000 nuevas viviendas de protección oficial en Andalucía, algunas de las cuales ya se encuentran en fase de proyecto y construcción en Sevilla, Granada, Málaga y Córdoba.




















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La Eucaristía, centro de la vida eclesial

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La solemnidad del Corpus Christi es la fiesta para manifestar que la Iglesia vive de la Eucaristía. Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. En la encíclica Ecclesia de Eucharistia de San Juan Pablo II se recuerda la profunda relación entre la formación de la Iglesia y la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. En el don eucarístico está para siempre como incluido, anticipado y «concentrado» el Triduum paschale. Quiere decir que “en este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos”. En esta hora del amor a la que somos convocados por el Papa León XIV, os invito a reavivar el asombro eucarístico “a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada”.

 

En la celebración eucarística nos adentramos en aquella «hora» de Jesús donde Él se hace presente y contemporáneo nuestro. Benedicto XVI lo explicaba así a los jóvenes: “La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. En otras palabras:  Es Dios quien ha vencido, porque él es Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida”. En la Eucaristía, esta «hora» suya se convierte en nuestra hora. De esta manera se nos abren los ojos como a los discípulos de Emáus para salir trasformados como testigos del único Amor que es digno de fe.  La comunión con Cristo suscita el asombro eucarístico y convierte la adoración en ardor apostólico y misionero. Animo a todas las comunidades parroquiales, comunidades religiosas, hermandes y grupos de oración al cuidado de la celebración dominical, al fomento de la oración de adoración ante el Santísimo Sacramento y el impulso de iniciativas evangelizadoras de primer anuncio. Que toda acción pastoral de evangelización y catequesis tenga a la Eucaristía como su fuente y culmen.

 

La procesión del Corpus Christi nos recuerda que la adoración nos abre el corazón a la Caridad de Cristo. En este día celebramos también el Día de la Caridad, la jornada principal de Cáritas y damos a conocer los proyectos, propósitos y recursos que desde Cáritas diocesana y otras instituciones se realizan. El asombro eucarístico nos abre los ojos a la realidad como así lo viven las Cáritas parroquiales de nuestro barrios y pueblos que atienden a tantas personas en situaciones de extrema vulnerabilidad. La reciente memoria presentada por Cáritas Sevilla nos alerta a no ceder a la globalización de la indiferencia de la que tantas veces nos habló el papa Francisco.

 

Hay un vínculo entre Eucaristía y la Virgen María. El Papa Juan Pablo II la llamó «Mujer eucarística». Ella nos enseña a entrar en la Hora de su Hijo y a colocar en el centro la Eucaristía, “nos enseña lo que significa entrar en comunión con Cristo:  María dio su carne, su sangre a Jesús y se convirtió en tienda viva del Verbo, dejándose penetrar en el cuerpo y en el espíritu por su presencia. Pidámosle a ella, nuestra santa Madre, que nos ayude a abrir cada vez más todo nuestro ser a la presencia de Cristo; que nos ayude a seguirlo fielmente, día a día, por los caminos de nuestra vida. Amén”.

 

+José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

Corpus Christi 2025: “Mientras haya personas, hay esperanza”

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Dios es fiel y siempre cumple su palabra: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia celebra el misterio del amor permanente y fiel de Dios hecho presencia real en la Eucaristía. Este sacramento es el corazón palpitante de nuestra fe, donde Cristo se entrega como alimento y nos impulsa a vivir en comunión y servicio, partiéndonos en amor para los que más sufren. Por eso, el Corpus es la fiesta de la caridad cristiana, el día de Cáritas.

Este año santo jubilar, que nos regaló el Papa Francisco, celebra el 2025 aniversario del nacimiento de Jesucristo con el lema “Peregrinos de la Esperanza”, acogiendo en nuestra vida la Esperanza que nunca defrauda, al Hijo eterno del Padre que, en la fuerza del Espíritu Santo, se hace contemporáneo del hombre en cada Eucaristía. En este marco jubilar de la Iglesia universal, la campaña de Cáritas nos invita a orar, afirmando que “Mientras haya personas, hay esperanza”. Celebrar la caridad es celebrar la Esperanza, porque cada gesto de amor y cercanía es un signo tangible de la presencia de Dios entre nosotros que siempre está de parte de los que más sufren, restituyendo dignidad.

 

El Concilio Vaticano II proclamaba que “la eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). La Eucaristía es fuente de caridad porque no es solo un rito, sino una escuela de vida. En ella, aprendemos a partir el pan y a compartir la vida. Cada vez que participamos en la misa, somos enviados a ser testigos del amor de Dios, especialmente con los más pobres y vulnerables.

 

Cáritas es la vena aorta a través de la cual la comunidad cristiana ejerce la caridad organizada y riega de la Vida de Cristo al mundo. En nuestra diócesis, Cáritas Diocesana, las Cáritas inter-parroquiales y parroquiales trabajan incansablemente para acompañar a quienes más lo necesitan. Su labor es un testimonio vivo de que “tu gesto moviliza la esperanza”. En 2024, se han atendido 1675 familias, beneficiando a 3.617 personas. De ellas, 2471 han sido ayudadas en situaciones de emergencia social: ayudas materiales, acompañamiento y seguimiento a familias que pasan por situaciones de dificultad, principalmente familias con menores a su cargo, que es la partida en que más recursos se invierten, seguida de la atención a mayores y el programa de empleo. También miramos fuera de nuestra Diócesis y 30.000€ se enviaron a Cáritas Valencia, para atender a los damnificados por la Dana, además de estar atentos a colaborar en otras emergencias y situaciones nacionales y mundiales. Nuestro mejor patrimonio son los 262 voluntarios, 189 socios, 240 donantes  y la sensibilidad cercana de otras muchas personas que hacen posible el milagro de seguir sembrando esperanza que no defrauda en el corazón de los más necesitados.

 

Quiero expresar nuestro profundo agradecimiento a todos los voluntarios, trabajadores y bienhechores que hacen posible la misión de Cáritas en cada rincón de nuestra querida Diócesis de Guadix. Vuestra entrega y generosidad, coordinada por el delegado episcopal de la acción caritativa y social, de la directora de Cáritas diocesana y de los que están al frente de los diferentes equipos de las Cáritas inter-parroquiales y parroquiales, son semillas de esperanza que florecen en la vida de muchas personas. Sois el reflejo del amor de Cristo que se hace presente en cada gesto de ternura cercana. En este tiempo de desafíos sociales y económicos, la Iglesia está llamada a ser signo de esperanza. Cada uno de nosotros puede contribuir con gestos concretos de caridad: una palabra de aliento, una ayuda material, una oración sincera. Recordemos que “celebrar la caridad es celebrar la esperanza”.

 

El Espíritu Santo nos ha regalado al Papa León XIV que tanto nos interpela, ya en este corto periodo como sucesor del primero de los apóstoles, a vivir los principios de la Doctrina social de la Iglesia. Nos ha dicho que “el estudio y la profundización son fundamentales, al igual que el encuentro y la escucha de los pobres, tesoro de la Iglesia y de la humanidad, portadores de puntos de vista descartados, pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios”. “Los pobres […] no deben ser simplemente instruidos en la Doctrina Social de la Iglesia, sino reconocidos como sus continuadores y actualizadores”.

Que, en esta fiesta del Corpus Christi, renovemos nuestro compromiso de vivir la Eucaristía no solo en el templo, sino también en la calle, en el hogar y en cada encuentro con el prójimo en la caridad, sin la que la Eucaristía queda incompleta. “Mientras haya personas, siempre habrá esperanza, porque en las personas que más sufren, Cristo, Esperanza que no defrauda, sale a nuestro encuentro para salvarnos. Con mi afecto y bendición.

+Francisco Jesús Orozco

Obispo de Guadix

La puerta abierta

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No se dan cuenta, pero lo empujan como si de un imposibilitado se tratara. Lo llevan por las calles entre cánticos y músicas procesionales como a un héroe que ha vencido, con su sacrificio, una gran batalla. Lo cubren de flores que lanzan desde las ventanas y balcones. Lo llevan en una carroza de plata y joyas profusamente adornada. Le acompaña un cortejo con sus mejores galas. En las aceras, algunos miran el espectáculo, por su belleza, pero nada tienen que ver con los que celebran el triunfo.

Visiblemente, esa lámina endeble de pan, rodeada de piedras preciosas, como dice la plegaria eucarística, se convierte para nosotros en el Cuerpo (y la Sangre) de Jesucristo, nuestro Señor. Esta es la razón de tanta fiesta, sacada de la crudeza de los jueves y viernes santos. Pero, quizás, no deberíamos olvidar lo esencial, que el pan es alimento, que se parte, comparte y reparte, que nutre a la familia y que, como en el ritual de la Cena Pascual, siempre debemos mantener la puerta abierta por si viene un peregrino necesitado para que no le falte de nada, para compartir nuestro pan. Pan para los pobres.

Los discípulos de Cristo, en nuestro testimonio de la fe, tenemos tres partes bastantes claras, las mismas que en la Última Cena del Señor:

Primero, el lavatorio de los pies, “el que quiera ser el primero que sea el último de todos”. Sin humildad no se va a ningún sitio.
Después, la institución de la Eucaristía: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros; tomad y bebed, esta es mi Sangre que será derramada por vosotros y por muchos…”.
Y, finalmente, “amaos como yo os he amado”. No hay que echar en saco roto el adverbio de modo, tan poco contemplado.
Cáritas, en este día del Corpus Christi, nos enseña que, además de abrir nuestro hogar, para que los necesitados entren en nuestra casa, como en la cena judía, también nosotros debemos salir al encuentro de los más pobres, con tantos y diferentes rostros de pobreza, que hemos ido olvidando a nuestro alrededor. Siempre me pregunto por qué los pobres se ponen en las puertas de nuestras iglesias y no en las de los bancos, que es donde está el dinero. Quizás es porque sabían que, después de compartir el Cuerpo de Cristo, éramos enviados a manifestar su amor, de una manera no solo afectiva sino efectiva, a aquellos muchos por los que también se ha entregado. Este es el misterio de la fe. ¡Ánimo y adelante!

+ Antonio Gómez Cantero

Publicado en la Revista Vida Nueva el 14/06/2025

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