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Vuelve “Face to Face”: el milagro de cada miércoles en Jaén

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El próximo miércoles, 17 de septiembre, a las 21:00 horas, el Sagrario de la Santa Iglesia Catedral de Jaén volverá a llenarse de luz, oración, testimonios, canciones y mucha, mucha alegría.

Regresa, por cuarto curso consecutivo, la Adoración Juvenil “Face to Face”, ese momento, a mitad de la semana, en el que los jóvenes de Jaén nos encontramos cara a cara con Jesús.

Una hora única en la que parar, conocer, compartir la fe con otros jóvenes, descansar y dejarnos mirar por Él.

Asimismo, el mismo día y a la misa hora, en la Catedral, comienza el “Face to God”, un formato similar, pero dirigido a adultos y familias. Cada semana, un testimonio de vida, de conversión, de experiencia de fe, es el arranque de una hora de oración y adoración en la que el hilo conductor es el Señor.

Ven y vive el milagro de los miércoles. ¡Jesús te espera!

“Face to Face”

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Inicio de curso con la Fundación San Juan de Ávila y el Colegio San Fernando

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Celebrada con una Eucaristía en el colegio Santa Luisa de Marillac.

La comunidad educativa de los colegios diocesanos que conforman la Fundación San Juan de Ávila y el Colegio Diocesano San Fernando inauguraron el curso escolar 2025-26 el pasado día 1. El Colegio diocesano Santa Luisa de Marillac acogió la Eucaristía votiva de San Juan de Ávila, oficiada por el presidente delegado de la Fundación Pía Patronato Escolar Diocesano San Juan de Ávila, D. Ildefonso Fernández-Fígares. Junto a él, concelebró el párroco de San Vicente de Paúl, capellán del colegio, el padre trinitario D. Evelio, que pronunció la homilía.

“Al lado del Evangelio se colocaba una vela-candil como símbolo de la luz de Cristo; una maceta con romero en recuerdo de los 600 años del Pueblo Gitano en España y un gran rosario, para que la Virgen María nos acompañe en la misión evangelizadora entre todos, unidos”, informó José Manuel Gómez, del equipo de la Fundación.

La jornada de inicio de curso congregó a más de 250 docentes, que comenzó con la acogida y desayuno, y posteriormente, la Santa Misa, que se celebró en el patio del centro, “perfectamente adaptado y decorado con sencillez y buen gusto, donde se alzaba el altar en cuyo lateral estaba la imagen de Santa Luisa de Marillac”, señaló.

“Entrañables experiencias, nacidas del corazón, fueron compartidas con el profesorado. Muy al inicio de este encuentro lo abrió la hermana María Ángeles, Hija de la Caridad, tan ligada al servicio de este centro. En definitiva, al patrón San Juan de Ávila. En un ambiente de fraternidad y convivencia, compartimos el desayuno donde, con la amabilidad y simpatía que le caracteriza, estuvo presente D. Ildefonso, participando en cada una de las tertulias que se formaron. Con una dinámica amena, en grupos, se visitaba el resto del complejo educativo, así como un itinerario por las calles cercanas para conocer la realidad del vecindario. Algunas familias expresaron la buena sintonía con su colegio, felicitando a sus maestros”, explicó José Manuel Gómez.

“Nuestro presidente se dirigió a todos los asistentes hablando de mirar al futuro, exponiendo las líneas marcadas para este curso, donde todos formamos la gran familia de la Fundación San Juan de Ávila y San Fernando, con 12 centros. Recordó el Año Jubilar y el Plan de Pastoral de la Diócesis, con especial alusión a la Comunidad Educativa anfitriona, a la que felicitó. Con un cariñoso aplauso de gratitud a D. Ildefonso, se dio por concluida la jornada”, indicó.

La jornada de inicio de curso concluyó con la entrega de un obsequio a los asistentes con una maceta de romero y el lema evangélico “Sacamos lo mejor de ti”, y un pin con el nuevo logotipo de la Fundación.  

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Inicio del Curso Pastoral 2025-2026 en la Diócesis de Huelva

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Inicio del Curso Pastoral 2025-2026 en la Diócesis de Huelva

El Obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra, ha dirigido una carta pastoral a sacerdotes, diáconos, seminaristas, personas consagradas y fieles laicos, invitándoles a renovar el compromiso de todos en la transformación misionera de la pastoral diocesana.

El contexto actual de la sociedad y de la cultura exige una presencia eclesial misionera y esperanzada, porque como ha afirmado el papa León XIV:

“La falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, la crisis de la familia o la violación de la dignidad de la persona.”

Prioridades pastorales para el nuevo curso

Se han señalado tres prioridades fundamentales para este curso:

  1. Continuar la celebración del Jubileo 2025, convocado por el papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de esperanza”.
  2. Impulsar la catequesis de la Iniciación Cristiana, renovando procesos y métodos.
  3. Consolidar los Consejos Parroquiales de Pastoral y Economía, y renovar los órganos de participación diocesanos.

El Jubileo 2025: un año de gracia y esperanza

La Diócesis continúa celebrando el Año Jubilar hasta el próximo 28 de diciembre, como una oportunidad para reavivar la fe y testimoniar la esperanza cristiana. Entre los eventos programados, destacan:

  • Procesión Magna Mariana – 20 de septiembre
  • Jubileo de Consejos Pastorales – 4 de octubre
  • Jubileo de los Catequistas – 8 de noviembre
  • Jubileo de la Caridad – 15 de noviembre

Asimismo, se anima a las parroquias a realizar peregrinaciones a los templos jubilares, preparadas con catequesis específicas, y a participar en la obra de caridad jubilar, en favor de mujeres embarazadas y madres en situación de vulnerabilidad, a través de los proyectos Casa Familia Oasis y Proyecto Acompañar.

Catequesis renovada: camino de conversión

Una de las claves del nuevo curso será la implementación del Directorio Diocesano para la Iniciación Cristiana, que busca recuperar una catequesis integral: cristocéntrica, litúrgica, doctrinal, moral, comunitaria y misionera. El Obispo ha advertido contra la reducción de la catequesis a una preparación sacramental superficial:

“La Confirmación no debe ser el sacramento del adiós, sino el inicio de una vida cristiana madura y comprometida.”

La formación permanente durante este año se centrará especialmente en la propuesta moral de la Iglesia a través de los Diez Mandamientos, como base para una renovación moral personal y del testimonio de los católicos en la vida pública.

Iglesia corresponsable y misionera

El Obispo ha reafirmado el compromiso diocesano por avanzar en la responsabilidad diferenciada de todos los bautizados en la misión evangelizadora de la Iglesia. En este sentido, la consolidación de los Consejos Parroquiales y la renovación de los órganos diocesanos de participación son ejes prioritarios para fortalecer la corresponsabilidad y la comunión para la misión en la vida eclesial.

Como ha recordado el Papa León XIV:“Sinodalidad es el nombre eclesial del caminar juntos, reconociendo la riqueza de los carismas y practicando la fraternidad.”

Vocaciones y evangelización digital

Con alegría, la Diócesis acoge la entrada de nuevos seminaristas. Y el próximo sábado, 13 de septiembre, será la ordenación de un sacerdote y tres nuevos diáconos en la Catedral de la Merced. El Obispo ha pedido a toda la comunidad rezar con insistencia por las vocaciones sacerdotales y religiosas, y fomentar una cultura vocacional desde el testimonio alegre y coherente de la comunidad cristiana.

También ha anunciado la creación de la Delegación Diocesana para la Evangelización Digital, que buscará llevar el Evangelio a los entornos digitales, donde especialmente los jóvenes desarrollan su vida y relaciones.

El Obispo ha concluido su mensaje diciendo que: “Formamos una Iglesia que camina unida, sostenida por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Caminemos juntos, con María, Madre de la Iglesia, hacia Jesucristo, nuestra esperanza.”

CARTA PASTORAL Y PROGRAMACIÓN DIOCESANA PARA EL CURSO 2025-2026

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La Universidad Eclesiástica San Dámaso ofrece un curso gestión económica parroquial

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La Universidad Eclesiástica San Dámaso ofrece un curso gestión económica parroquial

El objetivo del curso es capacitar para poder realizar una adecuada gestión económica en las parroquias

La Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Eclesiástica San Dámaso en coordinación con la Vicesecretaría para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española ha organizado un Curso de Gestión económica parroquial, que tendrá una duración estimada en un mínimo de 30 horas, distribuidas en 15 sesiones de 2 horas. La finalidad del mismo es ofrecer una panorámica general de la gestión económica parroquial, en sus distintas vertientes: canónica, jurídica, económica, contable, fiscal, etc. y las exenciones vigentes, pasando por los mecanismos de comunicación y comunión con la administración diocesana.

El curso quiere capacitar para poder realizar una adecuada gestión económica en las parroquias, ya sea desde la perspectiva del párroco como de aquellos que colaboran en los consejos económicos parroquiales. Por ello, tiene un carácter eminentemente práctico afrontando tanto cuestiones muy básicas como la apertura de una cuenta corriente y su funcionamiento hasta el análisis de los distintos conceptos por los que se debe tributar y las exenciones vigentes, pasando por los mecanismos de comunicación y comunión con la administración diocesana.

Los interesados en realizarlo, podrán optar a dos modalidades. Por un lado, la de enseñanza presencial, centrada en turno de mañana indicado, preferentemente, para sacerdotes y seminaristas. Se realizaría usualmente una sesión semanal de 2 horas los lunes de 11:00h. a 13:00h. comenzando el 29 de septiembre y terminando el 2 de febrero. Y por otro lado, la enseñanza en modalidad “online” con trabajo síncrono en horario de tarde. Comienza el lunes 12 de enero de 17:00h. a 19:00h. hasta el lunes 4 de mayo.

Las clases emplearán distintas metodologías como clase magistral, prácticas o resolución de problemas, entre otros.

Adjuntamos el programa completo: CURSO Gestión Parroquial SAN DÁMASO

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DEMASIADO MUERTOS PARA VIVIR, por Jesús Martín Gómez

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Existen dos características fundamentales de nuestra era actual. Por un lado, la hiperconectividad impulsada por la tecnología digital e internet y marcada por la constante conexión en tiempo real entre personas, dispositivos y sistemas. Por otro, la obsesión por el rendimiento que se define como la autoexigencia constante gracias a la cual las personas se han convertido en sus propios explotadores.

En su obra La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han arremete contra estas tendencias que dominan nuestras vidas. El filósofo surcoreano nos ofrece una crítica aguda que resuena con una claridad inquietante. El exceso de cuidado de la salud como un precepto casi religioso, la transformación de la vida inmanente en el único fin existencial o el deseo por vivir a toda costa eliminando todo lo que suponga profundidad son para él los frutos de la hiperactividad que caracteriza nuestro tiempo.

Tras el exceso de cuidado de la salud quiere se esconde la eliminación de cualquier atisbo de fragilidad o vulnerabilidad que pueda convertirnos en desechos del sistema. Solo así se entiende que la vida misma se haya convertido en el objeto supremo de veneración eliminando toda búsqueda trascendente de sentido y buscando conservar a toda costa la vida biológica. Se descubre así la paradoja que el mismo Han acuña: demasiado vitales para morir, demasiado muertos para vivir; y que nos enfrenta con la manera en que enfocamos nuestra propia existencia.

En el afán de evitar la muerte, nos aferramos a una vitalidad biológica que, paradójicamente, anula la experiencia auténtica de vivir, sustrayendo a la vida también todo su significado dentro del cual la caducidad y temporalidad juegan un papel fundamental. En nuestro esfuerzo por dominar la vida, la estamos vaciando de significado ¿Estamos dispuestos a mantener cuerpos biológicamente activos, pero vivir una vida desconectada de toda experiencia significativa?

De cómo respondamos a esta pregunta dependerá la búsqueda de nuestro propósito en el que la propia finitud tenga su lugar. La verdadera salud no reside en el control absoluto del cuerpo, sino en la capacidad de abrazar la fragilidad, estar dispuestos a correr riesgos y comprender que la caducidad es parte esencial de la experiencia humana. Al fin y al cabo, ¿no fue este el camino que como ejemplo nos dejó el Maestro?

Jesús Martín Gómez

Párroco de Vera

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Jueves, 11 de septiembre

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Dossier de prensa diario elaborado por la Delegación diocesana de Medios de Comunicación Social de la diócesis de Córdoba.

20250911 Dossier de prensa

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La Catedral acoge un Laudato Reinicio este viernes

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La Catedral acoge un Laudato Reinicio este viernes

La Santa Iglesia Catedral de la Merced de Huelva será escenario este viernes, 12 de septiembre, de una nueva edición de Laudato Reinicio, un encuentro de oración y reflexión.

La iniciativa está organizada por la Delegación de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Huelva y está abierta a todos los fieles y personas de buena voluntad que deseen compartir un tiempo de silencio, música y oración en clave de cuidado de la creación y compromiso con la casa común.

El acto dará comienzo a las 21:00 horas en el primer templo de la diócesis.

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“De armonías y batallas”, concierto en la Catedral

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Tendrá lugar el 20 de septiembre, dentro de las actividades del templo metropolitano en su V centenario.

“De armonías y batallas” es el nombre del concierto que la S.A.I Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada acogerá el próximo 20 de septiembre, dentro de las actividades que viene realizando con motivo de su V Centenario.

El concierto, que es la primera actividad que se propone desde el Centro Cultural del Arzobispado, estará a cargo del organista Daniel Oyarzabal y la violinista Miriam Hontana.

Daniel Oyarzabal cuenta con una ya larga trayectoria internacional que desde hace años cultiva con una intensa actividad de conciertos en prestigiosos festivales de más de 25 países de Europa, Asia, África y América. Actualmente, es profesor del Grado en Composición de Músicas Contemporáneas de la Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos TAI-Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y organista principal de la Orquesta Nacional de España.

El concierto se celebrará a las 20 horas, patrocinado por Atlas Comercial Industrial, S. A. La entrada es libre hasta completar aforo.

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Beato Buenaventura de Barcelona

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Beato Buenaventura de Barcelona

BuenaventuraBarcelonaEl Beato Buenaventura Gran vino al mundo en Riudoms, pueblecito de Cataluña cercano a Tarragona, el 24 de noviembre de 1620. Sus padres eran labradores pobres, pero muy temerosos de Dios. Lo llamaron Miguel Bautista, nombre que mudó más adelante en el convento por el de Buenaventura. Al paso que crecía en edad, sus padres le enseñaban las grandes verdades de nuestra fe, y excitaban en su corazón vivos sentimientos de amor a Dios, al par que una tierna y filial devoción a la Virgen María.

Frecuentó algunos años la escuela del pueblo; después, lo emplearon sus padres en las labores del campo. No obstante sus muchas ocupaciones, el piadoso joven hallaba tiempo para cumplir fielmente los ejercicios devotos que se había impuesto para cada día. Antes y después de la tarea cotidiana, solía entrar en la iglesia a visitar al Señor sacramentado, y muchas veces, sobre todo en la víspera de las fiestas principales, permanecía en oración ante el Santísimo toda la noche.

Ya en su juventud hubiera deseado Miguel entregarse de todo en todo al Señor en la vida religiosa; pero tales razones alegó su padre para disuadirle, que Miguel se convenció de que Dios le quería todavía en el siglo. Contrajo matrimonio con una doncella muy virtuosa; pero el día de la boda, después de la ceremonia religiosa, se quedó en la iglesia por espacio de largas horas; cuando fueron a buscarle, lo hallaron totalmente absorto en altísima contemplación, y fue menester hacerle volver en sí.

Ambos esposos determinaron vivir como hermanos guardando virginidad perfecta, y así lo hicieron con la gracia de Dios. A los dieciséis meses de matrimonio, murió la virtuosa compañera de Miguel; antes de morir declaró formalmente a su madre que el Señor le había otorgado la insigne merced de guardar intacta su virginidad.

Lego franciscano

Rotos ya los lazos que le tenían atado al siglo, partió Miguel de casa con licencia de sus padres, y fue a llamar a las puertas del convento franciscano de San Miguel de Escornalbou. Se echó a los pies del Padre Provincial y le suplicó que lo admitiese como fraile converso. El buen Padre se negó a ello, alegando falta de salud y estudios en el pretendiente. Entonces le dijo Miguel: «Razón tenéis de despedirme; pero al fin y al cabo menester será cumplir lo que el Señor ha determinado». Viendo el Superior su constancia, lo admitió en el convento, donde tomó el hábito el día 14 de julio, entonces fiesta de San Buenaventura, cuyo nombre quiso llevar para merecer la protección del seráfico Doctor franciscano.

Recién entrado en la religión, dio muestras del celo con que se proponía observar la pobreza de la Orden. Al hallar en el bolsillo cierta moneda que guardaba sin advertirlo, la tiró por la ventana tan lejos como pudo, exclamando: «Maldígame Dios si en los días que me quedan de vida llego a apropiarme semejante moneda».

El fervor de los principios no se desmintió en todo el tiempo de su noviciado. Tanto sus compañeros como los religiosos antiguos le miraban como a modelo. Al año de probación, profesó con los votos religiosos.

Celo apostólico. Persecuciones del diablo

Los superiores eligieron a fray Buenaventura para que, en compañía de otros religiosos, fuese a fundar en Mora un convento de la Reforma franciscana. En esta nueva residencia llevó el Beato vida todavía más devota y mortificada, a pesar del mucho trabajo que suele acarrear una nueva fundación. Por sus cargos de limosnero y cocinero, tenía trato continuo con el mundo, pero sabía enderezarlo todo a la mayor gloria de Dios.

Lo que más le afligía era ver que el libertinaje se cebaba en poblaciones fieles hasta entonces a su fe y de sanas costumbres. Les llegaba el contagio de los ejércitos franceses que ocuparon Cataluña en el último período de la guerra de los Treinta Años.

Aunque mero fraile converso, llevado de celo ardiente, se presentaba sin temor en medio de los concursos y saraos del mundo, y con sus palabras traía al sendero del bien a los extraviados y trocaba en «Magdalenas» a las mayores pecadoras.

Casi todos los soldados franceses eran calvinistas. Fray Buenaventura intentó convertirlos, y tuvo la dicha de traer a muchos de ellos al seno de la Iglesia Católica. Notable fue la conversión de uno de los principales jefes de aquel ejército. Cierto día se llegó a él fray Buenaventura en ademán de pedirle limosna. El oficial mandó a su ordenanza que le diese algo.

— No es esa limosna la que te pido -exclamó el siervo de Dios.

— ¿Pues qué quieres? -preguntó el hereje.

— La limosna que deseo no es para el convento -repuso el fraile-, sino para la salvación de tu alma.

No se enojó el oficial con las palabras del fraile; al contrario, habiéndose mostrado hasta entonces rebelde a todas las exhortaciones, ahora oyó los consejos de fray Buenaventura con docilidad y mansedumbre y, movido de la gracia, abjuró de la herejía al poco tiempo.

Con malos ojos veía el demonio escapársele tantas almas que creía poseer para siempre. Para vengarse del santo fraile, empezó a aparecérsele de noche en figuras espantosas, amenazándole, persiguiéndole y dándole recios golpes y toda suerte de malos tratos. Pero Buenaventura, confiando en el Señor y escudándose en su fe, menospreciaba la violencia del infierno embravecido. «Nada podrás contra mí, espíritu maligno, porque Dios me ampara y defiende», solía decirle al demonio. Con hacer entonces la señal de la santa Cruz e invocar los sagrados nombres de Jesús y María, ahuyentaba a los espíritus infernales.

Éxtasis y milagros

Frente a las violentas persecuciones del infierno, el Señor solía consolar a Buenaventura con mercedes y dones realmente admirables.

Yendo un día de camino, se paró a hablar con algunos amigos y, en la conversación, vinieron a tratar de las glorias de la Virgen María. De repente, apareció el Beato cercado de extraordinario resplandor; se alzó en el aire y recorrió unos cien pasos gritando con toda su fuerza:

— ¡Virgen Santísima! ¡Virgen Santísima! ¡Viva la Virgen Santísima!

Un hecho más maravilloso todavía ocurrió un día de fiesta en la iglesia del convento, donde por mandato del superior explicaba la doctrina a los niños. Mientras hablaba con fervor de los misterios de nuestra fe, miró un instante a un cuadro de la Inmaculada colocado en el altar mayor. Lo mismo fue verlo que lanzarse disparado como una flecha por el aire hasta besar con sus labios el purísimo rostro de la Virgen. Los niños empezaron a gritar asustados; acudieron los frailes y muchísimas personas vecinas de la iglesia, y todos contemplaron admirados aquel éxtasis maravilloso, hasta que el padre superior, para acabar con aquel alboroto de la gente, mandó al Beato que bajase. Al punto obedeció fray Buenaventura; pero extrañado y corrido a vista de la muchedumbre, se retiró a su celda para no oír las voces del pueblo, que le aclamaba ya como a santo.

El Señor le favoreció asimismo con el don de milagros. Siendo cocinero, dejó un día la comida en el fogón y se fue a la iglesia a hacer una visita corta. Pero, estando allí, quedó arrobado en éxtasis, y se olvidó totalmente de las ollas y del fogón. Entretanto la comida de la comunidad quedó del todo quemada y echada a perder.

— ¿Qué hacéis, fray Buenaventura? -le dijo el hermano campanero, antes de tocar a comer-; la comida está totalmente quemada, y así tendrán que contentarse hoy los frailes con pan y agua.

— No tema, hermano -repuso humildemente el siervo de Dios-, todo se arreglará. Toque a comer como de costumbre, y el Señor proveerá al sustento de sus siervos.

Fue a tocar el campanero, riéndose para sus adentros de la ingenuidad de fray Buenaventura. Pero, ¡cosa maravillosa!, llevaron al comedor aquellos alimentos carbonizados, y los frailes los hallaron tan exquisitos y en su punto, que declararon no haberlos comido nunca tan sabrosos.

Otro día recibió el Beato dos hermosos peces para la comida de los frailes. Se ausentó unos instantes y al volver no halló sino las espinas. Los culpables habían sido los gatitos del convento. Buenaventura los llamó a todos sin enfadarse y, tomando mansamente en sus rodillas al más viejo, le echó un sermoncillo de encantadora sencillez: «¡Ah goloso! -le dijo-; tú, que eres el más viejo y deberías dar buen ejemplo a los gatitos tus compañeros, les enseñas a robar y comerse el pescado de los pobres franciscanos. Mira, no tengo más remedio que castigarte delante de todos tus compañeros para que escarmienten». Diciendo esto, le dio unos golpecitos con la mano, pero con tanta suavidad, que más parecían caricias. Hallábase entonces en la cocina un tal Salmerón; al ver aquella escena, no pudo menos de reírse a carcajada limpia. Pero aquella risa se trocó en admiración cuando al mirar al plato vio, en lugar de las raspas, otros dos peces tan grandes y hermosos como los de antes.

Una señora llamada Isabel Vila criaba gusanos de seda; pero llegó a faltarle hoja de morera, con lo que temió perder el fruto de su labor. Acudió a fray Buenaventura, y éste fue con ella a ver de qué se trataba. Ante aquellos gusanillos muertos de hambre que levantaban sus cabecitas como pidiendo el sustento de que habían menester, dijo a la señora:

— No os aflijáis, doña Isabel; estos minúsculos hermanitos nuestros están ahora alabando al Señor.

Y mirando a los gusanitos les dijo:

— Vaya, hermanos gusanos; puesto que ya no hay hojas que comer, haced vuestros capullos.

No en balde les dijo el Beato estas palabras, porque la misma noche hicieron capullos tan grandes y de tan excelente calidad, que la señora logró beneficio mayor que si la hoja no hubiera faltado.

Salió cierto día a pedir limosna, y advirtió de pronto que el Ebro arrastraba a una mujer con su borriquillo. Ya estaban a punto de perecer ahogados, cuando Buenaventura se fue a ellos andando sobre las aguas, y los trajo a la orilla.

— ¡Prodigio, prodigio! -empezaron a gritar los transeúntes.

— ¿A esto llamáis prodigio? -les dijo el Beato; y cándidamente añadió-: La prueba de que no es un milagro, es que todos podéis hacer lo mismo si tenéis fe.

En el convento de Tarrasa

Al humilde fray Buenaventura le pareció que no era nada cuanto hasta entonces había hecho en la religión. Pensó reformar su vida, y para ello no vio mejor camino que fundar un convento donde se observase rigurosamente la primitiva Regla de San Francisco. Un día estaba el Beato suplicando a la Virgen María que le diese a conocer cuál era la voluntad divina. La Reina del cielo se le apareció entonces y le dijo:

— Buscas, hijo, cómo fundar un convento de la perfecta observancia. Yo te lo diré. Parte para Roma. Allí quiere Dios fundar por tu medio un Instituto más austero.

Aquel mismo día se le apareció Nuestro Señor, y le volvió a decir que partiese para Roma, donde podría llevar a efecto la reforma.

Manifestó Buenaventura a sus superiores la orden celestial y, como era modelo de obediencia, aguardó con sosiego que le llegase la licencia de embarcarse para Italia. Mucho le costó al padre Provincial dar el permiso, porque no quería perder un fraile tan virtuoso; y así, en vez de dejarle ir a Roma, lo envió como limosnero al convento de Tarrasa.

Aquí tuvo ocasión de desplegar todo su celo. Cierto día se llegó hasta el puerto de la cercana ciudad de Barcelona. Entró en una galera y, al ver a los cautivos moros que hacían de remeros, movióse a compasión. Empezó a hablarles, y lo hizo con tanta mansedumbre y caridad, que todos ellos, movidos y persuadidos con las palabras de Buenaventura, acabaron pidiendo el bautismo.

Finalmente, le dieron licencia para embarcarse. Pronto cundió la noticia por Tarrasa y sus alrededores, y se afligieron sobremanera todas aquellas gentes. Llegó el día del embarco, y entonces se vio cuánto apreciaban todos al humilde fraile limosnero; porque al llegar al puerto, fue tal la aglomeración de gente que cercó a fray Buenaventura, que no podía dar un paso. Esta demostración popular le conmovió vivamente. «Hermanos míos -les dijo-, si no fuera porque así lo quiere el Señor, nunca me separaría de vosotros. Ofrezcámosle todos el sacrificio de nuestra propia voluntad». Diciendo esto, se levantó en el aire, donde permaneció suspendido una hora a vista de la gente.

Entendieron con este prodigio que no debían oponerse más tiempo a que se embarcase el siervo de Dios y, en cuanto hubo bajado al suelo, se apartaron y le dejaron libre el paso. En medio de las lágrimas y gemidos de los presentes, entró Buenaventura en un navío que se hacía a la vela con rumbo a Italia.

Reformador y apóstol. Su muerte

A punto estuvo el navío de caer en manos de los holandeses, enemigos entonces de España. El Beato lo salvó milagrosamente, porque con el Santo Cristo en la mano gritó a los perseguidores que se acercaban:

— Deteneos, enemigos de nuestra fe, y no os acerquéis más.

Al punto se levantó un viento huracanado que barrió lejos los cuatro grandes veleros holandeses, y empujó al navío español hacia las costas italianas. También sosegó una furiosa tempestad con sólo una palabra.

Desembarcó en Génova, y prosiguió a pie hasta Roma, pasando por Loreto y Asís. Primero se hospedó en el convento de Ara Coeli. De allí pasó al de San Mauricio, con el cargo de limosnero. Pero, a poco de llegar, se ganó de tal manera el aprecio de las gentes, que en tropel acudían a verle, lo que determinó a los superiores a enviarle a Capránica (Viterbo). Aquí premió el Señor la obediencia de su siervo, permitiendo que la sagrada Hostia volase de los dedos del sacerdote a los labios del Beato después del Dómine non sum dignus.

La noticia de este milagro llegó hasta Roma. Los cardenales Facchinetti y Barberini -este último protector de la Orden-, con intento de asegurarse del hecho y estudiar de cerca el espíritu del Beato, le hicieron ir al convento de San Isidoro, en Roma, del que fue cocinero. Los dos príncipes de la Iglesia acudieron a verle, hablaron con él largo rato y quedaron convencidos de la eminente santidad del humilde lego franciscano. A menudo iban a verle o le llamaban a palacio. Estas amistades fueron de gran provecho a Buenaventura para llevar a efecto la anhelada Reforma.

Merced a la intervención de tan poderosos protectores, tuvo el humilde fraile una larga entrevista con el Sumo Pontífice Alejandro VII, el cual, maravillado de que un hermano lego le hablase con elocuencia tan extraordinaria, encargó al cardenal Barberini que apresurase la ejecución de aquella empresa.

El cardenal llamó a Buenaventura. Le dijo que redactase una súplica a la Congregación de Obispos y Regulares, y el mismo prelado la presentó a los Padres, que la aprobaron. Alejandro VII sancionó, el 8 de marzo de 1662, la fundación de la Reforma, y el Capítulo provincial franciscano celebrado en Roma aquel mismo año cedió al Beato y a sus compañeros el convento de Santa María de las Gracias, sito en Ponticelli (Rieti).

Quince religiosos, entre padres y hermanos legos, acudieron al llamamiento de fray Buenaventura. Su vida fue copia de la del santo Fundador; ni almacenaban provisiones, ni aceptaban estipendios por la predicación, misas u otros ejercicios del santo ministerio, y se contentaban con lo que la Providencia les enviaba por mano de los bienhechores.

Buenaventura no aceptó el cargo de superior sino por imposición del cardenal Barberini; y por cierto que lo ejerció con vigilancia, prudencia y caridad tales, que todos se hacían lenguas ensalzando las virtudes de su amado Guardián.

— ¿Dónde habéis estudiado, fray Buenaventura? -le preguntó cierto día un hermano.

— En las llagas de Jesucristo -le contestó el Beato.

Tanto prosperó la Reforma, que fue menester fundar otros conventos para recibir a los muchos que deseaban entrar en ella. El más famoso fue el de Roma, en el Palatino, llamado convento de San Buenaventura, fundado el 8 de diciembre de 1677 con veinticinco frailes.

Durante su estancia en Roma, fue este santo y humilde religioso otro San Felipe Neri. Solía enviar a los padres a dar misiones en todas las iglesias de la ciudad y parroquias vecinas. Enseñaba la doctrina a los niños en el portal del convento; visitaba a los enfermos en los hospitales, y a muchos los curaba milagrosamente con sólo rezar por ellos. Por eso, cuando alguien caía enfermo, solían decir: «Llamemos a fray Buenaventura»; y también: «Llevémosle a fray Buenaventura».

Le agradaba sobremanera dar limosna a los pobres. Quería que cada mañana se les repartiese abundante sopa; cuando los mendigos eran más numerosos, las provisiones se multiplicaban milagrosamente en las manos del Beato. Cierto día que volvía al convento llevando a cuestas el pan de la comunidad, se vio cercado de tantos pobres, que se le llevaron todo el pan.

–Señor -dijo entonces fray Buenaventura-, así como yo atiendo a las necesidades de vuestros pobres, Vos proveeréis a las de mis frailes.

Y así fue, porque, al llegar al convento, el cesto se halló lleno de tanto y mejor pan que antes.

Al conde Tomás Barberini le predijo que tendría pronto un heredero, como así sucedió el mismo año; y al cardenal Francisco Barberini le libró de gravísimo peligro, porque, a pesar de cierta prohibición, entró el Beato en el aposento del prelado y, para despedirse, le acompañó el cardenal hasta la puerta de palacio; y no bien habían salido del aposento, se derrumbó el techo del mismo estrepitosamente.

Llegó el Beato a la edad de sesenta y cuatro años. Previendo ya su próximo fin, solía repetir amorosamente: «¡Paraíso, paraíso! ». El 15 de agosto de 1684, le sobrevino una recia calentura. Los médicos esperaban vencerla, pero Buenaventura aseguraba que no sanaría. El 11 de septiembre recibió los santos Sacramentos con admirable devoción, bendijo a los frailes, y fue arrebatado al éxtasis eterno de la vida perdurable.

El Sumo Pontífice Pío X beatificó a fray Buenaventura Gran de Barcelona el 10 de junio del año 1906.

[Beato Buenaventura de Barcelona, en El Santo de cada día, tomo V. Zaragoza, Editorial Luis Vives, 1955, pp. 111-119]

(Fuente: franciscanos.org)

http://www.santopedia.com/santos/beato-buenaventura-de-barcelona

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