El pasado domingo 27 de octubre, en nuestra querida comunidad parroquial de San Bartolomé de Jaén, pastoreada por D. Domingo Pérez, hemos vivido un encuentro profundo con el amor y la misión en la eucaristía de envío de catequistas. Fue una celebración llena de sentido y compromiso, marcada por la coincidencia significativa de la Jornada de las Personas sin Hogar. Nuestro párroco, con palabras llenas de amor y firmeza, nos recordó que el envío de los catequistas no es solo un acto de compromiso pastoral, sino un llamado urgente y necesario a ser manos y voz de Dios para aquellos que más lo necesitan, los que, como Jesús, no tienen donde reclinar su cabeza. Entendimos que la misión de ser catequistas no es solo enseñar sobre el amor de Dios, sino vivirlo. Que, en el rostro de cada persona sin hogar, está Cristo esperándonos, desafiándonos a amar hasta el extremo.
La comunidad y, sobre todo, nosotras estábamos atentas al el eco de las palabras del evangelio según San Marcos: el relato del ciego Bartimeo, quien, al escuchar que Jesús pasaba, clamó con todo su ser: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” En Bartimeo, reconocemos el grito de tantos que, como él, se encuentran al margen, en la oscuridad de la indiferencia y el olvido, clamando por compasión y un lugar en nuestra sociedad. Al ver a Jesús detenerse, escuchar su súplica y devolverle la vista, sentimos la invitación de Dios a hacer lo mismo: a detenernos ante el dolor del otro y ser instrumentos de su misericordia. No podemos vivir un cristianismo cómodo si nuestros hermanos imploran nuestra ayuda.
A continuación, las catequistas nos acercamos al altar. Cada una oró a Dios y recibió la bendición para salir y enseñar, no solo con palabras, sino con gestos concretos de amor y servicio. Esos mismos gestos que pedimos a Dios que nos inspire para llegar a cada niño y cada joven de nuestra parroquia. La misión de un catequista no termina en las salas de San Bartolomé; es ser reflejo de Cristo allá donde más se le necesita, en cada calle y en cada esquina.
Al finalizar la Eucaristía, nos fuimos con la certeza de que, como comunidad, estamos llamados a ser un hogar, un refugio de esperanza y de fe. Que Dios nos conceda ser dignos de esta misión, que nuestra vida y nuestro servicio a los más pequeños sean para su gloria.
Al volver a nuestros hogares, llevamos en el corazón una pregunta que nos seguirá resonando: ¿A quién puedo acercarme para hacerle sentir el amor de Dios? Que esta pregunta nos acompañe, nos transforme y nos impulse a vivir cada día como verdaderos discípulos de Cristo, catequistas de nuestra comunidad.
Catequistas de la comunidad parroquial de San Bartolomé (Jaén)
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