Mis queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Juan Bautista, del “Barrio de las 200 Viviendas” de Roquetas de Mar, en Almería, España.
Equipo de la Delegación Diocesana para los Migrantes y Refugiados.
Señor Párroco, hermanos sacerdotes concelebrantes y mujeres consagradas, que dedicáis vuestra vida a todos los que necesitan la ternura de Dios y su justicia.
Comunidad de los “Misioneros de África”, encarnados en medio de estos nuestros hermanos que vienen de las distintas naciones del continente africano.
Saludo especialmente a todas las personas que nos veis en “Le Jour du Seigneur” por medio de FRANCE2 TV, para todos los pueblos francófonos.
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El Evangelio de hoy termina con una firme convicción: “Dios lo puede todo” y no lo olvidemos, el poder de Dios es el AMOR. La mayoría de vosotros, que venís de muy lejos, sentíais que muchas veces vuestro camino no tenía fin. Y luchasteis contra la sed, el calor, la injusticia y … la soledad. Quizás lo peor de todo es encontrarte solo, en un país extraño, sin tu pueblo y tus tradiciones, sin tu familia y tus amigos, solo con tu lengua, la única que permanece para dirigirte a Dios, que escucha los gritos del afligido.
Tu experiencia vital, cuando saliste de tu tierra, es la misma que relatan tantos textos de la Biblia, si has mantenido tu confianza en Dios. Salió nuestro padre Abrahán, por un mandato divino, pero pronto, cuando en Negeb arreciaba el hambre, bajó a Egipto, como lo hizo más tarde la familia de Jacob para buscar alimento y allí se multiplicaron. Huyó la sagrada familia de Nazaret –de nuevo a Egipto- para proteger a su hijo perseguido, buscando la seguridad en otra tierra. Da la sensación que los grandes imperios o poderes, cuando se desmoronan, buscan víctimas expiatorias para justificar su derrumbe o su inaptitud.
Querida comunidad, debemos volver la mirada a los relatos de la Biblia que está plagada de caminos de huidas de la muerte, de búsquedas de sustento para vivir y de seguridad para sus familias, de deportaciones masivas, de guerras, de persistentes sequías, de persecuciones… ¡es nuestra propia historia! Sin embargo, Dios permanece fiel, su palabra está llena de consejos para acoger y hospedar a los extranjeros: no olvidéis que también fuisteis extranjeros, nos dice el Señor, por eso tratadlos bien, como uno más de vosotros, no les oprimáis, dadles pan y ropa, ayúdalo para que pueda seguir viviendo entre vosotros. Creedme, es Palabra de Dios, pero no os quiero abrumar con citas. Solo con una cita era suficiente.
La historia de Almería, del mismo modo que la historia de la humanidad, está plagada de pueblos, culturas y personas que, sobre todo, se nos han acercado por el mar. En nuestra diócesis, en este momento, proceden de 145 nacionalidades. Ante esta situación migratoria, que a veces es sangrante, la única solución es la ACOGIDA. No estamos en este mundo para clasificar, etiquetar y al final descartar, o en el peor de los casos odiar.
No soy un ingenuo, sé que no es tarea fácil, pero nuestra misión es hacer de este mundo un HOGAR y no podemos fracasar en este empeño. Nos creemos el culmen de la evolución, pero muchas veces actuamos como seres no evolucionados, es más, nos enquistamos en nuestros propios castillos defensivos, convirtiéndonos en eso, un tumor sin futuro, abocado a la aniquilación. Toda esta experiencia tiene que ver con la dignidad de la persona. Es digno tanto el que da como el que recibe. La dignidad, querida comunidad, es empatía y compasión (y ésta, es la esencia del corazón de nuestro Dios, hecho ternura). En el momento que nos acercamos es cuando nos hacemos prójimo. Cuando ya no pensamos tanto en nosotros mismos, sino en los demás. Nos hacemos iguales.
Los que os entregáis –igual que los que venís- sois personas que tenéis DIGNIDAD, que excede toda ley, que supera todo perjuicio, que sobrepasa cualquier miedo, que pone en juego nuestras sensibilidades y nuestros razonamientos. Cuanto más andemos por los senderos del Evangelio y más conozcamos a Cristo, seremos más abiertos, miraremos menos nuestros intereses, más grande será nuestro corazón y aceptaremos, como el Buen Samaritano, a todo aquel que encontremos en la cuneta de la vida.
Me gustaría que mantengamos siempre en el corazón las palabras que Rut le dice a su suegra, familia de migrantes, cuando se quedan solas y vuelven a Belén, la patria de Noemí: “Allí donde vayas iré yo, viviré donde tú vivas, porque tu pueblo es mi pueblo y tu Dios es mi Dios, moriré donde mueras y tu tierra me acogerá”.
Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, cada uno de nosotros, será para el otro, el hermano y la hermana que necesitamos para poder recorrer juntos caminos de esperanza.
¡Ánimo y adelante!