VIOLETAS DE SANTIDAD

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Reproducimos a continuación, el artículo de Gloria Gamito publicado en ABC el 2 de marzo de 2006, fecha en la que se cumplen setenta y cuatro años del fallecimiento de Santa Ángela de la Cruz.

 

Violetas de santidad

 

No hace falta anunciarlo. Hoy, 2 de marzo, se cumplen 74 años de la muerte de Santa Ángela de la Cruz. Los sevillanos, en especial, y sus devotos de Andalucía, en general, no faltarán a su entrañable cita en la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz para rezar ante su cuerpo incorrupto, visitar el cuarto donde expiró y se guardan sus recuerdos personales y pasar las violetas por la tarima

Hay fechas que están escritas en el corazón. Días especiales que no necesitan publicidad porque responden a claves secretas de cariño y devoción. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy los sevillanos acudirán de forma masiva a visitar el cuarto donde murió Sor Ángela hace 74 años y a pasar por la tarima donde expiró las violetas, la flor de la humildad, virtud de la que son maestras las Hermanas de la Cruz, en imitación de su fundadora.

 

La Casa Madre estará abierta al público desde antes de las nueve de la mañana porque las Hermanas suelen abrir muy pronto las puertas del convento para que el público no se acumule. Pero las colas son inevitables a lo largo del día. En ocasiones llegan hasta mediada la calle Santa Ángela y otras veces incluso a San Pedro. Eso después de cruzar el patio subir las escaleras y llegar al cuarto donde conservan en exposición los recuerdos personales de Sor Ángela. De cuidar el orden, controlar las colas y hacer los ramilletes de violetas que luego los devotos pasarán por la tarima donde murió Madre Angelita se encargan jóvenes de los Grupos de Santa Ángela que ayudan de esta forma a las Hermanas.

 

Los devotos, que se cuentan por miles, de todas las edades y condición social, irán a pedir favores y a dar las gracias por los muchos recibidos y también a contemplar una sala que sólo puede visitarse este día del año, y donde están las pertenencias personales de la santa sevillana: sus rosarios, sus cilicios, sus hábitos remendados, sus alpargatas… Y también los recuerdos del padre José Torres Padilla, cofundador con Santa Ángela del Instituto de la Cruz.

 

La fidelidad y el cariño de Sevilla a Sor Ángela y sus hijas ha ido en aumento, pero se remonta a casi la fundación de la Compañía. Cuando la conocieron, los sevillanos adoraron a esa zapaterita santa, que mandaba legiones de ángeles a los corrales para combatir la suciedad del cuerpo y del alma, la miseria, el hambre. Y antes de su muerte ya la veneraban y tenía fama de «milagrera». Muchos años antes de que la Iglesia proclamara su santidad, ya los sevillanos así la consideraban y como tal le pedían favores y se encomendaban a a ella sabiendo que encontrarían su respuesta de Madre.

 

En 1925 la Compañía de la Cruz celebró las bodas de oro. Sor Ángela tenía entonces 79 años. Sevilla se volcó en el cincuentenario. El Ayuntamiento iluminó el convento y el Cabildo Catedral prestó los candeleros de plata para la capilla. Sor Ángela pidió una fiesta para los pobres y se la concedieron.Tal y como cuenta José María Javierre, su biógrafo, en su libro «Madre de los Pobres» las señoras de Acción Católica realizaron una cuestión que arrojó una importante suma y Sor Ángela la repartió entre los necesitados. El programa de los actos previsto con motivo del 2 de agosto incluía procesión, folleto informativo, consagración del Instituto a la Virgen, Tedeum, misa con orquesta y baile de los seises. También los campanilleros le dedicaron coplas a Sor Ángela. Comentó Madre con un sacerdote «¿qué dirán ellos?», refiriéndose a los directores del Instituto, ya fallecidos, los padres José Torres Padilla, José Álvarez Delgado y José Rodríguez Soto, ya que desde 1907 Sor Angela estuvo sola al frente del Instituto.

 

Cuando terminaron las celebraciones del cincuentenario la fundadora escribió a las casas: «Tantas alabanzas. Ahora estamos obligadas a ser como dicen y creen que somos».

 

Sor Ángela seguirá al frente del Instituto hasta 1928. Mientras, en su interior, a fuerza de seguir las palabras del padre Torres: «No ser, no querer ser, pisotear el yo..», su alma ha quedado vacía de todo lo ajeno a Dios y Él la llena plenamente, escribe en ella, la moldea. Y todos la veneran por su bondad y ternura, por su santidad que escapa por todos los poros de su piel.

 

Sucesión

En 1928 Sor Ángela cesa como Madre general. En todos los capítulos las hermanas la elegían sin tener duda ninguna. El 28 de agosto de ese año se abrió el capítulo, en el que el sacerdote Antonio Lorán representó al cardenal, y volvió a salir reelegida. Hubo que escribir a Roma y el capítulo quedó en suspenso. La contestación del Vaticano fue que Sor Ángela era muy mayor y que eligieran a otra Madre General.Cuando Antonio Lorán leyó la orden la sorpresa de las hermanas fue mayúsculas y la única que conservó la calma fue Sor Ángela. Se arrodilló ante el representante del cardenal, le besó los pies y le dijo «Dios se lo pague a Dios». Se repitió la votación y salió elegida Hermana Gloria, Madre Angelita estuvo encantada de volver a ser hija, si bien Roma ordenó después que llevase el título de superiora general honoraria. La única que no entendió el cambio fue Hermana Pilar, que fue aprendiza de Sor Ángela cuando ésta era oficiala en el taller Maldonado. Se negó a que a Sor Ángela le quitasen su título y se murió a los dos días del capítulo.

 

Desde entonces hasta sufrir la embolia, nueve meses antes de morir, Sor Ángela pasa sus días escribiendo cartas a sus hijas, partiendo pan para las migas o cosiendo. Los jueves y los sábados después de la misa escuchan las Hermanas una repetición de los consejos de Madre. Ella dirige y comenta los puntos de meditación del día y de toda Sevilla vienen a pedirle milagros y favores, porque es muy grande su fama de santidad. Sus religiosas la cuidan y ella es paciente. Llega una hermana y la abriga porque piensa que tendrá frío, luego otra la destapa porque opina que tendrá calor. Sólo cuando cree que la miman demasiado las amenaza con «pedir plaza en Santa Paula».

 

Sevilla lloró ante su cadáver

 

En junio de 1931 Sor Ángela se desplomó al sufrir una embolia cerebral y el 28 de julio perdió el habla definitivamente. Sus últimas palabras fueron las del padre Torres «No ser, no querer ser, pisotear el yo…». Hasta su muerte el 2 de marzo de 1932, cuando contaba 86 años, Madre estuvo literalmente unida a la Cruz, el lugar que voluntariamente escogió para vivir. Desde el día 2 de marzo hasta el sábado día 5 en que fue enterrada en la cripta del Convento, miles de sevillanos acudieron a llorar ante su cadáver instalado por las Hermanas en la capilla en la misma tarima en la que murió.

 

El viernes día 4, dos días después de su muerte, el Ayuntamiento de Sevilla, acordó por unanimidad que se rotulase con su nombre la calle Alcázares. Ese mismo día por la noche un grupo de médicos reconocieron el cadáver y manifestaron que no presentaba rigidez cadavérica ni síntomas de descomposición. De todo ello levantó acta el notario Félix Sánchez Blanco.

 

Las leyes de la República prohibían el enterramiento en sagrado, pero el cardenal, el alcalde, el gobernador y el ministro de a Gobernación gestionaron la oportuna autorización.

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