Sesión inaugural de la Asamblea Plenaria

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

Palabras del Nuncio Apostólico en España, Mons. D. Renzo Fratini. Eminentísimo Señor Cardenal Presidente, Eminentísimos Señores Cardenales, Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos, Señoras y Señores:

Agradezco profundamente la oportunidad de poder dirigirme a todos ustedes al comienzo de esta sesión inaugural de la Asamblea Plenaria nonagésima quinta de esta Conferencia Episcopal.

En primer lugar deseo manifestarles mi sentida participación en el gozo de la Iglesia que peregrina en España, por la Beatificación, tan esperada por todas partes -también fuera de España- del joven sacerdote jesuita el P. Bernardo de Hoyos, testigo elocuente del amor de Dios, ejemplo vivido de vida sacerdotal y celoso propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

También, en este día tan señalado en el que recordamos, profundamente agradecidos a Dios -que cuida tanto de su pueblo amado con su providencia- la elección al Pontificado de Su Santidad Benedicto XVI, deseo expresarles muy sentidamente, a todos ustedes, las hondas manifestaciones de comunión, solidaridad, y apoyo que recientemente han hecho llegar al Santo Padre. Junto con sus amables cartas, han llegado también otras desde diversos monasterios asegurando sus oraciones por la persona del Sucesor de Pedro, agradeciendo la labor que desempeña al servicio de la Iglesia confirmándola en la fe y consolidando sus vínculos de caridad en la verdad.

La Iglesia, Cuerpo de Cristo, está perseguida hoy: “Si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” ( Jn 15, 20), nos ha dicho el Señor; pero nosotros renovamos nuestra fe y esperanza en aquellas palabras “no temáis, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

Observando la vida eclesial en estos momentos, me complace hacerme eco, en primer lugar, de la llamada del Santo Padre al encuentro con Cristo, presente en la Sagrada Eucaristía. Dentro de poco, Toledo será escenario de un Congreso Eucarístico Nacional, ocasión magnífica para poner una particular atención a este inestimable Sacramento, centro de la vida cristiana. El Santo Padre, nos está invitando a todos los obispos a “promover la fe en la presencia real del Señor en la Santa Eucaristía y asegurar a la celebración de la Santa Misa toda la dimensión de la adoración” (Audiencia a los miembros de la Congregación para el Culto Divino, 13 de marzo de 2009).

En el contexto de este Año Sacerdotal, quiero referirme también a algo que, estoy seguro, todos ustedes tienen en su celosa atención pastoral; las vocaciones sacerdotales y la importancia de la formación en los seminarios. La manera de custodiar el bien de la Iglesia pasa necesariamente por la selección y la buena preparación espiritual e intelectual sólida de los candidatos al sacerdocio. Esto necesita una atención integral por parte de formadores fieles al Magisterio, y por parte de los mismos alumnos, prestando atención a todos los aspectos de la persona.

En la última audiencia General, el pasado miércoles, el Santo Padre se ha referido al munus docendi del sacerdote. Con toda claridad el Papa ha insistido en que, ante la desorientación del hombre acerca “de qué y para qué hemos sido hechos y adónde vamos”, el sacerdote, con desprendimiento de sí, ha de proponer la Verdad, que es Cristo mismo, siendo bien consciente de que su fuerza profética “consiste en no ser nunca homologado, ni homologable, a una cultura o mentalidad dominante” Solo así puede servirse al pueblo de Dios que “pide escuchar de nuestras enseñanzas la genuina doctrina eclesial, a través de la cual poder renovar el encuentro con Cristo que da la alegría, la paz, la salvación”.

En una sociedad, cada vez más secularizada, urge la formación y educación cristiana en la familia y en la escuela. Se habla hoy en la Iglesia de una emergencia educativa. Los padres tienen el insustituible papel y el derecho a orientar a sus hijos en sus convicciones acerca de la religión y la moral.

Por otra parte, la escuela necesita profesores bien formados, católicos existencialmente comprometidos, convencidos de que la enseñanza religiosa no es un modus vivendi más. Su apreciada tarea no puede limitarse en la práctica a informar del hecho cristiano, sino que, atendiendo a los valores espirituales, han de saber presentar las raíces de la fe en Jesucristo y despertar el amor a la Iglesia. Toda tarea educativa tiene también, entre sus objetivos, el compromiso social, moviendo a la solidaridad hacia los más pobres.

Como he tenido ocasión de señalar en otro momento, son de alabar, al respecto de la enseñanza, las iniciativas que promueven un “pacto de Estado”. La Iglesia, actora y promotora de una cultura verdaderamente humana, está convencida de que este compromiso, realizado en el respeto y la salvaguardia de la libertad, no puede sino resultar en un amplio beneficio de todos.

Por último quiero referirme a la delicada cuestión de la presencia de los signos religiosos, y en particular del crucifijo, en la vida pública. Al respecto expreso el deseo de que, en la sociedad española en general, perviva el afecto por este signo del Amor sin límites de un Dios que se ofrece por el hombre hasta el sacrificio propio. El crucifijo ha sido y es signo de protección, de consuelo, y de fortaleza en el dolor. Se ha convertido en signo de las profundas raíces de la propia cultura en España, llegando a encontrarse, no sólo sobre las esbeltas torres de las iglesias, sino presidiendo las plazas y los cruces de muchos caminos. Muchos de ellos son obras de arte con la sublime serenidad de un Velázquez, la dulzura de un Murillo, o el dramatismo de un Goya.

Eminencias, Excelencias, les aseguro mi oración. Encomiendo al Señor los trabajos de esta Asamblea que, una vez más, quiere servir a la Iglesia, signo de Cristo Resucitado que camina junto a nosotros. Quiera Él, como hizo con los de Emaús, encender nuestro corazón, iluminarlo y dirigirlo para ayudar a todos los hermanos a vivir el don inapreciable de la fe que nos da la vida eterna.

Mons. Renzo Fratini
Nuncio Apostólico

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