SEGUNDO DÍA DE PEREGRINACIÓN

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Roma, 28.02.05.- La Basílica de San Juan de Letrán, la Catedral de Roma, ha sido la siguiente etapa en la peregrinación de los mil peregrinos andaluces que se encuentran en estos días en Roma.

 

            Un viento helado y una fina lluvia intermitente recibieron a los peregrinos andaluces a la entrada de la Basílica de San Juan de Letrán. Allí tenía lugar el momento central de esta segunda jornada de peregrinación en Roma, con la celebración de la Eucaristía y la renovación de las promesas bautismales.

 

            La Eucaristía estuvo presidida por D. Juan García-Santacruz, Obispo de Guadix, y concelebrada por el resto de Obispos andaluces presentes en la ciudad, además de un buen número de sacerdotes. Desde el principio, las palabras del prelado reconocían la importancia de esta ciudad para la fe cristiana. Algo que se afirma aún más en este lugar, puesto que la Basílica de San Juan de Letrán es la Catedral de esta capital, la sede del Obispo de Roma: el Papa. A él también ha querido tenerlo muy presente en este acto, rezando para que el Espíritu Santo lo fortalezca en estos momentos de prueba. Así, esta comunión con Juan Pablo II, en su sufrimiento, esta siendo un plus de calidad de esta peregrinación.

 

            No quiso dejar pasar la ocasión de felicitar, con ocasión del Día de Andalucía, a todos los presentes, y  también a toda la gente de esta región, que se esfuerza por hacer cada día de esta tierra un lugar más próspero. Él pedía especialmente para que en este pueblo andaluz creciera sobre todo el amor a Dios y al hermano, antes que cualquier cosa.

 

            Ya en su homilía, el Obispo, quiso subrayar las connotaciones e imagines bautismales presentes en las lecturas de la Liturgia de la Palabra. Así reconocía que el Bautismo libera del pecado, nos hace hijos de Dios, partícipes de la vida divina. Nos hace renunciar al pecado y afirmar nuestra fe en Dios Padre.

 

            Añadió que el Bautismo nos hace “sacerdotes, profetas y reyes”. Explicando que somos sacerdotes al santificar la realidad que nos rodea, haciendo presente a Dios, con nuestra propia vida, allí donde estamos. Decía que también somos profetas, no porque adivinemos el futuro, sino en la medida en la que vivimos de un modo nuevo en medio del mundo. Y añadía que somos reyes según el estilo de Jesucristo, siendo servidores de los demás; esto implica morir a uno mismo y donarse a los que nos rodean.

 

            Estas palabras finales introdujeron la renovación de las promesas bautismales, que se realizó a continuación; no sin antes pedir a la Virgen María que nos ayude a vivir siguiendo su ejemplo.

 

            Al terminar la Eucaristía, la alegría era visible en la mirada de los peregrinos. Todos se sentían contentos de haber aprovechado esta ocasión para acercarse hasta Roma. Ahora más que nunca –decían– tiene sentido venir hasta aquí. Se referían a la oportunidad de expresarle personalmente al Papa su cercanía, también física, en estos momentos de sufrimiento. A quien sienten de un modo concreto, no como a un gestor de un gran organismo, sino como a un verdadero padre. Añadía uno de ellos que “a un padre no se le abandona, y mucho menos cuando sufre o está enfermo”.

 

 

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