Discurso de apertura de la XVII Asamblea General de CONFER

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

Pronunciado por el Presidente de la Conferencia Española de Religiosos, el P. Elías Royón, sj.

Mis primeras palabras quieren ser un saludo agradecido al Sr. Nuncio que nos preside en nombre de su Santidad. Es la primera vez que comparte con nosotros un acontecimiento tan importante para la vida religiosa española como la Asamblea General de CONFER, aunque ya hemos podido constatar su estima y aprecio por ella, y comprobar su interés por conocerla.

El Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, Don Jesús, sabe bien que está en su Casa y entre hermanos. Le agradecemos su presencia, sus palabras, y que mañana nos presida la Eucaristía. En él saludamos a los demás Obispos de la Comisión, algunos de los cuales han anunciado su presencia en estos días, y a toda la Conferencia Episcopal.

Ya nos es familiar en nuestras Asambleas la presencia del P. Eusebio; desde la Congregación romana sigue con interés afectuoso todo el caminar de CONFER, prestándonos siempre su apoyo y asesoramiento. Muchas gracias, P. Eusebio, por su presencia y sus palabras.

Me complace agradecer a la Presidenta de la UCESM que haya tenido la amabilidad de compartir estos días con nosotros; en ella saludamos a nuestros hermanos y hermanas religiosos de los demás países europeos, con los que compartimos misión y esperanzas.

Mis saludos a la Presidenta y al Secretario General de la FERE, la institución hermana a la que pertenecéis tantos de vosotros y vosotras, Superiores Mayores, comprometidos con la misión de la Escuela Católica.

Con gozo y alegría en el Señor os saludo y os doy la más cordial y fraternal bienvenida a todas vosotras y vosotros, Superiores Mayores, que constituís esta XVII Asamblea General de CONFER. Gracias por vuestra numerosa participación que nos permite tener el quórum necesario en la primera convocatoria para que la Asamblea quede formalmente constituida. Una presencia que es fiel reflejo de vuestro interés por compartir y colaborar en todo lo que puede ayudar a ser ánimo y estímulo a la vida religiosa.

Hace un año recibí vuestra confianza al elegirme como nuevo Presidente de CONFER, y acepté esa responsabilidad, consciente de mis límites, confiando en la gracia del Señor, y en vuestra ayuda y colaboración. Entendía y continúo interpretando mi servicio a CONFER como un servicio a la Vida Religiosa y por tanto, a la Iglesia, a la que sirve desde su peculiaridad carismática. Todos somos convocados a prestar este servicio, todos somos invitados a revitalizarla y renovarla cada día, con los ojos fijos en Aquel que es el origen y el fundamento de nuestro ser de consagrados. La celebración de esta Asamblea pretende precisamente ayudar a ir alcanzando este objetivo siempre actual.

Aunque brevemente, quisiera hacer memoria, de algunos de los acontecimientos más importantes de este año. Por su significado, me refiero en primer lugar a la aprobación, el 19 de enero del 2010, de nuestros Estatutos, que el Cardenal Prefecto tuvo la delicadeza de entregarnos personalmente con motivo de nuestra visita a aquel Dicasterio. Los Estatutos son ciertamente un instrumento jurídico, pero también están dotados de una fuerza animadora al señalarnos los fines y las actuaciones para animar la vida y misión de la vida religiosa, para promoverla según sus peculiaridades carismáticas, para procurar el mutuo conocimiento y colaboración, para fomentar la relación de los consagrados y los laicos, para apoyar iniciativas conjuntas. Y todo ello con espíritu de comunión de los Institutos entre sí y de estos con nuestros obispos. Más allá, por tanto de sus aspectos jurídico, funcional y organizativo, todos ellos necesarios, los Estatutos nos proponen un modo de actuar en fidelidad a la acción del Espíritu en la Iglesia que la recrea continuamente en la unidad y la dispone para la misión evangelizadora. (cfr carta a los SS.MM. enviando los Estatutos, 24 mayo 2010).

Nuestra visita en enero a algunos Dicasterios de la Santa Sede nos proporcionó gozo por la amabilidad de la acogida y la confianza en que se desarrollaron los encuentros, como también la esperanza en una fluida comunicación, como hemos tenido ocasión de  comprobar posteriormente. Lo mismo debo decir en lo que se refiere a la acogida y relación personal con los obispos miembros de la Conferencia Episcopal, y de modo particular con los de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, como igualmente con la Secretaría de dicha Comisión. Así en un clima de normalidad y confianza se desarrolló en la Sede de la CONFER, el 27 de septiembre pasado, el primer encuentro entre algunos obispos de dicha comisión episcopal y miembros de la presidencia y secretaría de CONFER. Hemos visto la conveniencia de celebrar un nuevo encuentro el 25 de enero 2011; tal vez sea esta la prueba del deseo de todos de instaurar de un modo estable, la celebración de estos encuentros, que son complementarios de los que habitualmente se tienen en COBYSUMA. Entre otros asuntos, se programó la celebración conjunta, el próximo marzo en Salamanca, de los aniversarios de Mutuae relationes y Vita Consecrata, y la organización de un “Festival de la vida consagrada” en la Jornada Mundial de la Juventud en el próximo agosto.

En estos meses estamos trabajando en la renovación del documento “Cauces Operativos” para las relaciones entre los obispos y la vida consagrada. Quisiera reiterar aquí el compromiso de CONFER por trabajar en la construcción de la comunión eclesial, junto con todos los integrantes del pueblo de Dios. Es uno de nuestros objetivos del trienio, que deseamos compartir con todos vosotros y vosotras Superiores Mayores, que en las iglesias locales, donde vuestros Institutos realizan su misión, podéis contribuir de manera notable a hacerla realidad, sin descuidar la unidad de la misma vida religiosa. Necesitamos acogernos todos desde la estima y valoración de los respectivos carismas, independiente de la situación concreta en que cada Instituto se encuentre. Estima y valoración de los demás ministerios, así como de las nuevas formas de vida consagrada y los nuevos movimientos eclesiales. Todos somos necesarios para el anuncio de Jesucristo, en una sociedad secularizada, donde cada día se ahonda más el foso entre fe y cultura.

Practiquemos en nuestras comunidades la espiritualidad de la comunión a la que nos exhortó Juan Pablo II y que ella forme parte de nuestras prácticas pedagógicas y pastorales. Os recuerdo sus palabras en la carta apostólica Novo Millenio Ineunte:

“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.” (NMI 43)

Como habéis podido comprobar en el programa de esta Asamblea, hemos querido daros una información sobre la animación de las Confers regionales y diocesanas que estamos tratando de llevar a cabo. Debemos continuar profundizando en ello, conscientes de que es allí donde se despliega la vida y la misión de nuestros hermanos y hermanas.

CONFER cumple así uno de sus objetivos estatutarios. En otro orden de cosas, ya tenéis noticia y se os informará con más detalle, de la venta del edificio de la calle Alfonso XIII, nuestra anterior Sede. Con esta venta parte de nuestro patrimonio inmobiliario se ha convertido en patrimonio financiero, y evidentemente estamos pensando cómo ponerlo al servicio de la vida religiosa. Deseo comunicaros que estamos elaborando un proyecto de CONFER que tendría como objetivo principal, aunque tal vez no único, la aportación económica a aquellas Congregaciones religiosas que necesitaran ayuda para atender a los religiosos y religiosas ancianos y enfermos. Nos consta de la existencia de no pocas de estas situaciones, incluidas las de religiosas de vida monástica. Estas ayudas serían financiadas con un fondo creado con el importe de dicha venta, queriendo así destinarlo en favor de aquella parte de la vida religiosa más necesitada. A lo largo de este curso, se presentarán sus particularidades organizativas y estatutarias en el Consejo General para su estudio y aprobación y se os tendrá puntualmente informados.

“Nacer de nuevo…”
El Apóstol Pedro nos proporciona el lema bajo el que nos reunimos estos días: “Nacer de nuevo para una esperanza viva”. Esta Asamblea quiere orar, reflexionar y compartir sobre uno de los objetivos que nos hemos propuesto para el trienio: la esperanza. Una esperanza que como cristianos y consagrados queremos que sea fundamento de nuestras vidas, y objeto de nuestra acción misionera. Una esperanza que tiene su raíz y sentido en Cristo, que nos impulsa a renovar continuamente nuestras vidas de consagrados.

El Concilio ofreció a la Vida Religiosa un principio inspirador para esta renovación: “Volver a los orígenes”. Volver a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de los fundadores y las fundadoras (VC 37), dirá Juan Pablo II definiendo la “fidelidad creativa” como realización concreta del principio conciliar. Jesús nos da su clave: es necesario nacer de nuevo, (cfr Jn. 3,3); renacer como fruto del Espíritu.

En esta tarea de escucha atenta al Espíritu y de un sincero discernimiento está empeñada la gran mayoría de los Institutos religiosos españoles, en un esfuerzo por revitalizar su vida y misión. La “fidelidad creativa” no sugiere que la vida religiosa esté llamada a repetir o a rehacer cómo vivieron y qué hicieron sus fundadores. Indica más bien, realizar hoy lo que ellos harían en fidelidad al Espíritu, para renovar nuestra vida de consagrados y responder a las exigencias apostólicas de nuestro tiempo. Un proceso que exige radicalidad evangélica tanto en una fidelidad de vuelta a las fuentes como en la atención para detectar cuáles son esos desafíos y esas exigencias apostólicas; esto es, en una atenta sensibilidad a lo que nos indica la Iglesia y a lo que está surgiendo en el mundo y exige una iniciativa, una acción creativa de nuestra parte. Todo esto integra la dimensión carismática constitutiva de la vida religiosa.

Somos conscientes de que esta fidelidad creativa nos coloca ante preguntas a las que no siempre resulta fácil dar repuesta. ¿la animación apostólica a nuestras provincias, a nuestras Congregaciones está condicionada por el mantenimiento de determinadas obras, determinados compromisos, un ambiente inmovilista o de desaliento, por la disminución de los recursos humanos… o esa animación proviene del deseo de servir a la misión del Señor con creatividad en los lugares donde hay más urgencia y entre las personas que más lo necesitan?

Otras veces este servicio a la misión de Cristo nos sitúa en situaciones delicadas y ante exigencias difíciles en las que debemos desprendernos de prejuicios, intereses particulares y propios pareceres para disponernos al discernimiento espiritual y a la aceptación, llegado el caso, de las decisiones de nuestros Pastores, que evite desencuentros en la comunión eclesial. La vida religiosa española está empeñada con generosidad y lealtad en esa actitud de conversión que exige la comunión eclesial en el quehacer diario, y a reconocer y agradecer cuando, desde la caridad y la fraternidad evangélicas, se nos indican lagunas, se nos advierte de actuaciones a corregir, o se nos anima a continuar encarando las urgencias misioneras de las nuevas fronteras de la evangelización y la atención de las numerosas necesidades y pobrezas que la crisis económica ha creado en nuestra sociedad.

Revitalizar vida y misión
Compartimos que la vida religiosa en nuestro entorno sociocultural está viviendo momentos de debilidad y pobreza, que nos está haciendo más humildes; una situación que, con la ayuda de la gracia, la vida religiosa está afrontando como una oportunidad del

Espíritu, para enraizarnos más decididamente en los valores evangélicos, lo cual podemos interpretar como un signo de esperanza. En medio de un camino no siempre luminoso vivimos un gran deseo de autenticidad, de escucha atenta de lo que el Espíritu nos habla, de búsqueda del querer de Dios, de una profunda experiencia de Dios. Estos son los ejes de la tarea de revitalización en la que los religiosos y las religiosas españoles estamos empeñados.

Posiblemente la mayor y más valiosa aportación de la vida religiosa a nuestra sociedad sea hoy el testimonio del sentido trascendente de la vida y todos los valores que este testimonio lleva consigo. Ofrecer un estilo de vida alternativo, que necesariamente será siempre contracultural, donde prive la centralidad de Dios. Cuando parece que la fe en el Dios de Jesucristo se evapora tan fácil y rápidamente, los religiosos somos llamados a dar testimonio del primado absoluto de Dios. Llevar a la radicalidad el “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Ser testigos de un Dios con quién nos comunicamos en una relación de corazón a corazón, y no sólo de un Dios sobre el que especulamos teológicamente. Así lo expresaba Benedicto XVI en su homilía en Santiago: “A nosotros nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos”

La búsqueda de un Dios presente en todas las cosas, que conlleve la urgencia de la contemplación retirada y del encuentro con los samaritanos de los caminos, debe ocupar el lugar central de nuestras vidas. Así se concreta el seguimiento y la imitación de Jesucristo, apasionado por el Padre y por la humanidad dolorida. Colocar a Jesucristo en el centro de nuestra mística y de nuestra profecía, integrando acción y contemplación, siendo Él la raíz y el por qué del servicio generoso y desinteresado a los hermanos más débiles y marginados de esta sociedad. Esto concretiza en la revitalización de nuestra vida y misión, la vuelta a los orígenes, para recoger la frescura y la sencillez de esos hombres y mujeres apasionados por Jesucristo y por eso, apasionados y audaces en sus respuestas a las necesidades de la sociedad de su tiempo.

Esta revitalización está acompañada de una presencia apostólica de la vida religiosa de gran variedad y creatividad, respondiendo a las nuevas necesidad espirituales y materiales que se han visto aumentadas de un modo extraordinario a causa de la crisis actual. Habría que decir, que se trata de una respuesta superior a las posibilidades, si tenemos en cuenta los recursos humanos con los que contamos. Una presencia no sólo en el campo social, sino en otras áreas como en el anuncio explícito de Jesucristo, la educación, la teología, la bioética, el diálogo fe-cultura, la pastoral juvenil, la espiritualidad, tan necesaria hoy para acoger una búsqueda de interioridad que existe en la sociedad; una búsqueda ambigua, no estrictamente cristiana, pero que sería un error no atender, ya que ello implicaría perder una posibilidad de iniciación al encuentro con Jesucristo.

…para una esperanza viva”
Hoy, como Superiores Mayores, nos preguntamos responsablemente, y en nuestro entorno, con motivaciones diversas, se habla y se escribe sobre el futuro de la vida religiosa.

No es posible en una Asamblea de CONFER que tiene por lema “nacer de nuevo para una esperanza viva”, no decir una palabra al respecto. Y la primera palabra es que el futuro de la vida religiosa no depende de nuestras deliberaciones y planificaciones; el futuro debe ser contemplado siempre con la mirada de quien sabe que la historia de la Iglesia la conduce el mismo Señor, porque todo lo que se refiere a la vida religiosa no puede ser entendido como un proyecto humano que nace de las urgencias del momento y de la respuesta de nuestra propia iniciativa y creatividad. Su futuro nace del Espíritu que continúa alentando en la Iglesia a la vida religiosa, como una realidad carismática que esencialmente es. Aunque es necesario disponerse para descubrir cada día esta presencia y lo que ella sugiere; vivir existencialmente bajo la acción del Espíritu para seguir al Señor a cualquier parte donde El quiera enviarnos. (Kolvenbach, Vida Religiosa, octubre 2002).

Efectivamente, “Dios es el fundamento de la esperanza, dice Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde El es amado y donde su amor nos alcanza” (SS n. 31)

Todos recordamos uno de los párrafos finales de Vita Consecrata, donde Juan Pablo II, habla del futuro de la vida religiosa: “¡Vosotros no sólo tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas (VC 110).

Si estas son las últimas palabras del Papa en el documento postsinodal, ellas encuentran su fundamento en uno de sus primeros párrafos: “La vida consagrada no es una realidad aislada y marginal, sino que abarca a toda la Iglesia…En realidad, continúa el Papa, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana” (VC 3)

Esta es nuestra responsabilidad, como religiosos y religiosas, acoger con agradecimiento un pasado lleno de servicios extraordinarios a la evangelización y mirar con esperanza al futuro, donde espera una historia por construir, con la que estamos comprometidos con nuestros medios pobres y débiles, pero con la fuerza del Espíritu que nos impulsa y la confianza de la Iglesia que continúa enviándonos.

Hemos leído estos días, con filial agradecimiento, las palabras de Benedicto XVI el pasado 5 de noviembre a un grupo de obispos brasileños en visita ad limina, cuando les decía que la disminución de las vocaciones, y el envejecimiento de los Institutos religiosos en algunas partes del mundo, hace preguntar a algunos si ella es capaz de atraer a los jóvenes. En su respuesta no cabía la duda: “ella, dice el Papa, tiene su origen en el mismo Señor que ha elegido para sí este modo de vivir casto, pobre y obediente…por eso la vida consagrada no podrá morir ni faltará a su Iglesia: ha sido querida por el mismo Jesús como parte inamovible de su Iglesia.” Y concluía: “si la vida consagrada es un bien para toda la Iglesia, algo que interesa a todos, también la pastoral que busca promover las vocaciones a la vida consagrada debe ser un compromiso sentido por todos: obispos, sacerdotes, consagrados y laicos”. (L’ Osservatore Romano, 5 noviembre 2010).

El Papa recuerda también que la esencia de la vida religiosa y por tanto su futuro, no está sólo en su quehacer misionero, sino también en la vivencia carismática de ser “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos” (VC 22), y en su dimensión de signo escatológico del Reino (VC 26).

Este futuro que se abre a la esperanza, se deja entrever en signos perceptibles en nuestro entorno, aunque hay que estar en la honda del Espíritu para percibirlos e interpretarlos. La vida religiosa quiere seguir estando donde las urgencias espirituales y materiales son mayores, donde las necesidades de evangelización son más agudas, donde están los más queridos de Jesús, donde la Iglesia desea estar para ser signo del abrazo de amor del Padre a la humanidad en Jesucristo. Y este es el origen de donde  pace el deseo de evangelizar de la vida religiosa, y no el propio interés por encontrar un espacio donde ser reconocidos, o por descubrir cómo poder sobrevivir.

La vida religiosa en este momento de reestructuración no pretende una especie de “reconversión” de tipo empresarial, con el simple objetivo de “permanecer”, sino que su finalidad es continuar siendo presencia viva y renovada en la historia, de una forma radical de seguir a Jesucristo y prestar un mejor y mayor servicio a la misión de la Iglesia. Así se abre camino la convicción de que es posible convertir esta situación de debilidad en una oportunidad del Espíritu para llegar a ser una minoría profética en la que el testimonio radical del seguimiento de Jesucristo, su presencia evangelizadora y la esperanza se mantienen vivas.

Quisiera terminar este saludo volviendo al inicio, al texto de Juan donde se recoge el diálogo de Jesús con Nicodemo: Jesús invita a Nicodemo a “nacer de nuevo”, a “renacer del agua y del Espíritu”, y Nicodemo, un tanto incrédulo y desconfiado, reacciona: “¿cómo puede un hombre nacer siendo viejo? Jesús le responde: No te extrañes si te he dicho que hay que nacer de nuevo. El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu”. (Jn 3,8). Hermanos y hermanas, acojamos una palabra de esperanza que hoy se nos regala: nazcamos continuamente del Espíritu.

P. Elías Royón, sj.
Presidente de la Conferencia Española de Religiosos

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