D. RAMÓN DEL HOYO. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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LOS VALORES PERMANENTES DE LA VIDA EN TU IGLESIA

 

 

Carta del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo, con motivo del Día de la Iglesia Diocesana

 

 

De nuevo esta jornada del Día de la Iglesia Diocesana, nos brinda la ocasión para profundizar y avivar nuestra conciencia de que formamos parte de la Iglesia Católica, a través de esta querida Diócesis de Jaén.

El Concilio Vaticano II ha llamado a la Iglesia «Madre nuestra» (cf. LG 6, 14, 15, 41 y 42). Como Jesús acogía a los que se acercaban a Él y compartía la mesa con todos, la Iglesia Madre acoge también a todos los regenerados por el bautismo, que se han incorporado a su plena comunión. Es una Madre acogedora, comprensiva, de entrañas misericordiosas. Cómo impulsar más y más estas entrañas maternas de apertura y acogida en la Iglesia de Jaén a cuantos acudan a ella, debe constituir una de nuestras preocupaciones principales y reflejar en nuestros comportamientos y actitudes el rostro auténtico de esta madre.

Todos somos necesarios y cada uno tiene su puesto en esta Comunidad diocesana, desde el niño al anciano, desde el enfermo al que goza de plenitud de salud, desde el más empobrecido hasta el que posee más o menos riquezas. El soltero, casado, viudo, separado, consagrado, sacerdote… cada uno está llamado, a horas distintas, a trabajar en la misma viña. A cada uno nos encomienda el Señor, con nombre y apellidos, un puesto en esta parcela de la Iglesia. El Señor reparte las gracias a cada uno con abundancia, según aquellas palabras de la Escritura: «A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12, 7).

Esta Madre, al tiempo que respondemos a las sugerencias e impulsos del Espíritu en nuestro interior, nos proporciona valores permanentes para nuestro recorrido para esta vida, nos ayuda a descubrir nuestra vocación, nuestra dignidad y la de nuestros hermanos.

El cristiano que ha profundizado y acepta el Evangelio conoce por experiencia el alcance de términos tan ricos en contenidos que sólo conocen su verdadero significado quienes los han experimentado en carne propia y que siempre alcanzan nuevas cotas porque son inagotables. Me refiero, entre otros, a valores como la libertad, amistad, caridad, perdón, alegría, bondad, belleza… ¿Quién puede igualar el programa de las Bienaventuranzas? ¿Quién puede superar al mandamiento del Amor? ¿Quién puede evaluar la riqueza interior del creyente?

¡Gran misterio de amor pertenecer a la Iglesia! Con ocasión de esta jornada, abramos nuestro corazón a esta madre, como respuesta agradecida a los talentos y gracias que el Señor pone en nuestras manos de forma gratuita. Recibiremos por ello un día «el ciento por uno». Nos lo prometió el Señor y su palabra siempre se cumple.

Acabo de incorporarme a esta Iglesia y tengo ya constancia de sus múltiples necesidades a nivel diocesano, en favor de la evangelización y ejercicio de la caridad, sobre todo. No es el momento de presentar un listado de tales necesidades porque además son ya conscientes de ellas seguramente. Sí apelo a vuestra generosidad y os garantizo que Dios no se deja ganar en generosidad ante corazones que dan de lo suyo desinteresadamente.

Elevo mis oraciones diariamente por vosotros, como parcela que Dios me ha encomendado. Pongo junto al Sagrario y a los pies de nuestra Madre la Virgen los gozos y las sombras, las alegrías y los sufrimientos de esta Iglesia diocesana, para alcanzar toda clase de gracias y de dones.

Con mi saludo agradecido en el Señor.

 

 

+ Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

 

 

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