Apuntes para la vida Comentario Semanal de Mons. Juan del Río. COPE Jerez 12 de marzo de 2006 En efecto, la conversión cuaresmal no es algo puramente intimista, sino que tiene sus implicaciones sociales, porque toda vuelta de la criatura a la casa del Padre produce un festín en los demás, como bien queda patente en la parábola del hijo pródigo: “Tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc 15,32). Sucede que, si el corazón humano está corrompido, toda la sociedad está enferma, de manera que no “es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón”. Cuanto más auténtica sea la cuaresma que celebremos, más nos asemejaremos a Jesús, que al ver “a las gentes se compadecía de ellas” (Mt 9,36). Eso significa ponerse en el lugar del otro; es decir, de ese hombre, de esa mujer, que no le encuentra sentido a su vida, que se percibe a sí mismo como abandonado a su propia suerte; con la muchedumbre de solitarios de nuestra sociedad del bienestar, que no necesitan tanto el pan de cada día, como el alimento de la amistad y de la compañía. Pero también con la multitud de los pueblos que viven en la hambruna y en el olvido de aquellos que pueden, desde el poder político y económico, procurar un auténtico desarrollo para esos pueblos. Pues bien, renovando nuestra confianza en la victoria de Cristo sobre cualquier mal que oprima al hombre,
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