D. JUAN DEL RÍO. HOMILÍA POR BENEDICTO XVI

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HOMILÍA DE LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIA POR LA ELECCIÓN DE BENEDICTO XVI

 

Santa Iglesia Catedral de Jerez de la Frontera

24 de abril de 2005, a las 13,30 h.

  

1. Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías, mas, cuando seas viejo… te conducirá a donde no quieras ir (Jn 21,18). Estas palabras, dirigidas a Pedro después de la triple confesión de que ama a su Señor Jesús, se han cumplido también en su sucesor Benedicto XVI, a quien el pasado martes ponía la Divina Providencia al frente de la Iglesia Católica. ¡Sí! El prestigioso y brillante teólogo Joseph Ratzinger anhelaba, a sus 78 años, volver a su país natal, Baviera (Alemania), después de prestar un largo servicio a la Iglesia como Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. Estuvo 24 años como estrecho colaborador del recordado Juan Pablo II y pensaba que era hora de dedicarse serenamente, en su retiro, a ejercer lo que tanto amaba: estudiar teología e intensificar sus contactos con el Señor en la oración. Sin embargo, una vez más, los caminos de Dios son inescrutables. El Espíritu que conduce la “Barca de Pedro” lo ha puesto, según dice la segunda lectura de hoy, como piedra angular en Sión , piedra escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado (1Pe 2,6).

 

2. Hoy hemos asistido a la Misa de la inauguración de un nuevo pontificado en la persona de Benedicto XVI. Desde la muerte de Juan Pablo II a la elección de su sucesor, se ha escrito y hablado mucho sobre los desafíos de la Iglesia en el siglo XXI y la misión de Pedro. Algunos tienen sus ideas particulares de cómo debe ser un Papa y de cómo ha de llevar la Iglesia. Sus opiniones se encuentran muy lejanas de la tradición cristiana y cercanas a los esquemas mundanos del momento. En nombre de la modernidad, de la sintonía con la sociedad, y de una interpretación sesgada del Vaticano II, ciertos sectores del laicismo y otros, nominalmente católicos, han comenzado a pronunciarse sobre el nuevo Pontífice. Le califican con toda clase de estereotipos manidos, que desvelan un gran desconocimiento de la persona y de la obra teológica del Cardenal Ratzinger, una carencia de libertad de pensamiento, y una falta de amor a la Iglesia debida a la ideologización de la fe cristiana. De ahí que sea vehementemente necesario tener muy claro en qué consiste el ministerio petrino que es, sobre todo, un servicio de unión y caridad del Romano Pontífice con todas las Iglesias. No estamos ante una encomienda al estilo de este mundo, que tiene que acomodarse a él para hacer más atractivo su mensaje. Estamos ante la grandiosidad de la obra del Espíritu, que suscita en la Iglesia el Pastor que necesita en cada momento. Por esto, los días que estamos viviendo nos hacen volver la mirada al acontecimiento histórico que sucedió en Galilea cuando Jesús de Nazaret escogió a los que quiso, y llamó de una manera especial a uno de los doce, Simón Pedro. Ante la pregunta del Maestro, confesará: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo, a lo que Jesús responderá: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que ates sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y todo que desates sobre la tierra será desatado en los cielos (Mt 16,15.19). Era la promesa al primado que el Señor pronuncia después de la Resurrección (cf. Jn 21,15-18). Esta asistencia especial de Jesús sobre Pedro se manifiesta ya en el anuncio de las negaciones: Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (Lc 22, 32).

 

3. Juan Pablo II, como los otros Papas, realizó el ministerio petrino “in medio Ecclesiae”, con la conciencia de que era una misión encomendada por el Señor. Por eso, en una ocasión, dirigiéndose a la Iglesia Ortodoxa, que no reconoce el Primado de Roma, les dirá: “¿Por qué no podemos vivir como vivíamos hace 1.000 años? Vosotros tenéis vuestros Patriarcados, vuestras venerables tradiciones, vuestra liturgia. Nada de ello hay que tocar. Estudiemos la manera cómo, en este contexto, yo podría ejercer el Primado, porque lo que, por mandato divino, no puedo es renunciar a él”. La misión de todo Sucesor del pescador de Galilea es ser signo e instrumento al servicio de la manifestación histórica de la obra de Cristo. Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a vivir nuestra existencia cristiana con Pedro y bajo Pedro porque, como dice el Concilio Vaticano II: “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad (LG 23). Allí donde está Pedro está la Iglesia de Cristo, está la comunión plena.

 

4. Bendito el que viene en nombre del Señor. ¿Quién es el que nos ha llegado? Se nos ha presentado como un humilde trabajador del viña del Señor. Está profundamente unido en la sucesión apostólica con su predecesor, de quién dice: “siento su mano fuerte que estrecha la mía, me parecer ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas, en este momento, particularmente a mí: ¡No tengas miedo! Benedicto XVI no salió solo a la logia de San Pedro, sino que vino con Pablo VI, que lo llamó al ministerio episcopal y lo puso en el Colegio Cardenalicio,  con Juan Pablo I en cuya elección participó, y con Juan Pablo II que lo llamó a Roma de su sede de Munich. Dijo en su primera homilía que él se siente en el sendero por donde han avanzado sus predecesores y quiere “proseguir preocupado únicamente de proclamar

al mundo entero la presencia viva de Cristo”. Recoge la rica herencia de una “Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro”. 

 

5. El Papa que nos ha llegado no es un frío intelectual alejado de la realidad, sino un verdadero pastor que reúne las dos grandes cualidades esenciales que han de brillar en quien está al frente de la grey: un corazón convertido a Dios y una cabeza bien formada. Para Benedicto XVI la reflexión teológica siempre ha de estar al servicio de la fe de los sencillos y de la santificación de las almas. Su teología tiene el sabor de los grandes Padres de la Iglesia, que sabían combinar la sabiduría del Verbo Encarnado con el conocimiento de la literatura y filosofía de su época. En el pensamiento del nuevo Papa encontramos la rica tradición cristiana, el inspirado discernimiento sobre los males de la humanidad y el conocimiento de la apostasía silenciosa que sufre la vieja Europa. ¡Tenemos  un buen Pastor que sabe hablar de Dios al corazón mismo de las dolencias del hombre actual! Por eso, la serenidad de su rostro y su limpia mirada desde el balcón de la basílica vaticana nos están hablando de algo tan necesario como “la seguridad de la fe y la claridad de principios”. Ante tanta confusión en los espíritus, la Iglesia Católica aparece hoy ante el mundo como espacio de encuentro entre hermanos, lugar donde se experimenta que nuestras vidas están aseguradas en las manos de Dios, casa donde se celebra el Pan de la vida eterna que crea comunión y acogida hacia los más pobres y necesitados, pueblo en la libertad que surge de la redención de Cristo, muchedumbre convocada a re-evangelizar Europa como Benito de Nursia, a extender el Evangelio por todas las naciones y, así proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa (1Pe 2, 9)

 

6. El nuevo Papa, por decirlo con el lenguaje al uso, no es conservador ni progresista, sino todo lo contrario: radical. Su radicalidad nace de “no anteponer nada a Cristo”, como se lee en la Regla de San Benito. Estamos seguros de que, una vez más, Jesucristo será el único en resplandecer en el centro de la Iglesia ante los hombres. Su lugar no será ocupado por ninguna ideología acomodaticia de los tiempos modernos, ni por ningún personaje de moda, ni tan siquiera por el Papa, porque uno que ya se ha presentado como “trabajador de la viña” tiene conciencia de que la misión a la que ha sido llamado es servir al Señor de la Historia, Jesucristo, ayer, hoy y siempre. Esta centralidad de Cristo como Cabeza de la Iglesia va a ser manifestada por Benedicto XVI con sencillez, humildad, y claridad. Él mismo es un testigo excepcional de santidad que es lo único que vence al príncipe de este mundo (cf. Jn 14, 30). Confiemos en el Señor, que nos dice en el Evangelio de este quinto Domingo de Pascua: No perdáis la calma, creed en Dios y creed en mí… Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn14, 1.6).

 

El Santo Padre lleva en su lema: “cooperatores veritatis”. Unamos nuestro sentimiento al suyo, oremos porque su pontificado sea plenamente fecundo y dejemos que “el esplendor de la verdad” cautive cada día más nuestros corazones. Que brille en su magisterio y en su misión para que, de esta manera Cristo sea glorificado por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

                                                               + Juan del Río Martín

                                                                  Obispo de Asidonia-Jerez

 

 

 

 

 

 

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