D. FELIPE FERNÁNDEZ. HOMILÍA POR BENEDICTO XVI

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HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA DIOCESANA DE ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS Y SÚPLICA  POR S. S. BENEDICTO XVI

 

D. Felipe Fernández García

  

Hace no muchos días, el 6 del presente mes, en concreto, nos congregábamos en el Santuario de Ntra. Señora de Candelaria, Patrona de Canarias, para orar por el eterno descanso del Papa Juan Pablo II, llamado ya con toda razón el Grande, a quien, como un día a Jesús, le había llegado «la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1).

Hoy estamos congregados aquí, en esta histórica parroquia de Santo Domingo de Guzmán de San Cristóbal de La Laguna, para dar gracia a Dios por la elección de Benedicto XVI y, escuchando su ruego, elevar nuestras súplicas por su ministerio.

Comencemos por la necesidad de dar gracias a Dios por la elección de S. S. Benedicto XVI. Y demos gracias a Dios, en primer lugar, por algo que estos días no me he cansado de recordar a los fieles. Que el verdadero Pastor de todos nosotros es Dios. Él apacienta su rebaño, por unos pastores o por otros, siendo siempre Él el protagonista. Como vamos a cantar en el prefacio de hoy, damos gracias a Dios Padre, Pastor eterno, «porque no abandona nunca a su rebaño, sino que por medio de los santos Apóstoles lo protege y conserva y quiere que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes su Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio».

Estamos aquí congregados, pues, en primer lugar, para dar agracia a Dios porque, como vemos en el caso del Papa, Benedicto XVI,  Dios no ha abandonado a su rebaño, sino que con el ministerio, que el próximo domingo el Papa Benedicto XVI inaugurará oficialmente, lo protege y conserva y, a través de S. S. Benedicto XVI, nos podrá seguir ofreciendo su Palabra, el anuncio del Evangelio y sus planes para todos nosotros en estos momentos.

Con el salmista del hoy, es para «contar las maravillas del Señor a todas las naciones». Y en efecto, en esta misma Eucaristía las queremos contar a nuestra Diócesis y a las tierras y mares todos de Canarias.

Ahora bien, en segundo lugar, siento yo, personalmente, y quisiera que la sintieran también mis diocesanos, necesidad de dar gracias a Dios en esta Eucaristía por la elección del Cardenal Ratzinger, que ha querido llamarse Benedicto XVI. Y aunque, como he escrito en un artículo publicado en la prensa provincial, los católicos debemos tener en cuenta sobre todo, «muy sobre todo, el dato de que haya sido elegido por el Señor, a través de la mediación eclesial», no quiero dejar de hacer saber a todos mis diocesanos, que, desde el respeto a otras maneras de pensar, el que fue Cardenal Ratzinger no ha sido nunca ni será ahora como Obispo de Roma esa especie de gran inquisidor, conservador, casi fundamentalista, que nos han presentado determinados Medios de Comunicación Social. El Cardenal Ratzinger fue, de hecho, «un gran pensador, un gran teólogo, un hombre cultísimo, siempre preocupado por la fe de la Iglesia y el diálogo con quienes tengan cualquier pregunta sobre ésta. Abierto y dialogante. Sobrio y seguro. Que ha cumplido a la perfección la misión que Juan Pablo II le encomendó de velar por la fidelidad a la fe en la Iglesia Católica. Nadie debería sentirse extrañado, precisamente, porque haya cumplido bien su misión».

Por eso invito a dar gracia a Dios no sólo por el mero hecho de tener tan pronto un sucesor de Pedro, sino también por tener como sucesor de Pedro a Benedicto XVI. Un hombre excepcional. Estrecho colaborador de S. S. Juan Pablo II. Que sobresalía, ciertamente, en el panorama del Colegio Cardenalicio. Con el salmista quiero invitar a todos a contar hoy las maravillas del Señor. Como el mismo Benedicto XVI dijo en la misa concelebrada junto a los cardenales en la Capilla Sixtina, el pasado día 20: «La muerte del Santo Padre Juan Pablo II y los días sucesivos han sido para la Iglesia y para el mundo entero un tiempo extraordinario de gracia». Entre esos días sucesivos, como «tiempo extraordinario de gracia», hay que contar también, a mi parecer, los días de la elección de Benedicto XVI.

Demos, pues, esta tarde gracias a Dios por la elección de Benedicto XVI.

Ahora bien: estamos también congregados para orar por el nuevo sucesor de Pedro. Oración, que él mismo ha pedido desde sus primeras palabras en el balcón de la Basílica de San Pedro hasta las palabras de su primera homilía, antes mencionada. Consciente de su insuficiencia y de su incapacidad humana para la gran responsabilidad a la cual, en el Cuerpo de Cristo, del que nos habla la segunda lectura de hoy, le ha llamado el Señor al servicio de la Iglesia Universal

La escena que hemos escuchado en el Evangelio de hoy la recoge el Papa en su primera homilía como Vicario de Cristo para toda la Iglesia con estas palabras, que no dudo serán mejor comentario que cualquier otro que yo podría hacer en estos momentos: «Vuelvo a pensar en estas horas en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro:»Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», y la solemne afirmación del Señor: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos» (Mateo 16, 15-19).

¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las palabras estremecedoras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis pobres hombros, también es desmesurada la potencia divina sobre la que puedo contar: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mateo 16, 18). Al escogerme como obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea esa «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A Él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu».

Por esta misma intención, para que el Papa Benedicto XVI, sea valiente y fiel Pastor del rebaño de Cristo, «siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu», ha pedido el Papa Benedicto XVI oraciones a los Excmos. Sres. Cardenales, a los Obispos,  sus hermanos en el episcopado, y a todos los fieles.

Sin más comentarios, por mi parte, demos esta tarde gracias a Dios y pidamos por esta intención fundamental para Benedicto XVI a la hora de comenzar su ministerio petrino la servicio de la Iglesia Universal y de todos los hombres. Pongamos ya en esta oración su encuentro con los jóvenes en Colonia, (Alemania) el próximo verano, y pongamos también su deseo de que la Eucaristía sea, de verdad, en este Año de la Eucaristía, proclamado por Juan Pablo II y que Benedicto XVI ha hecho suyo, «la fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia», así como sus deseos en favor de la unidad de los cristianos, el diálogo interreligioso y la causa de la unidad y la paz de la entera familia humana…

Demos, pues, gracias a Dios y oremos, como nos invita la segunda lectura de hoy,  alegres en la esperanza. La esperanza que nos viene siempre de quien no abandona nunca a su rebaño, sino que nos envía, en cada tiempo, el Pastor que la Iglesia y el mundo necesitan y que ahora nos ha enviado a Benedicto XVI.

Invoquemos también, en este sentido,  como lo ha hecho el mismo Papa, la maternal intercesión de María santísima, la de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la de todo los santos. Imploremos hoy, aquí, la intercesión de Santo Domingo de Guzmán. Que todo ellos le ayuden a cumplir su delicada e importante misión no sólo para la Iglesia sino también para toda la humanidad. Amén.

 

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