D. FELIPE FERNÁNDEZ. CON MOTIVO DE LA BAJADA DE LA VIRGEN DE LOS REYES

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«Y el discípulo la acogió en su casa»

(Jn 19,27b)

 

Queridos herreños:

Una vez más os escribo estas  líneas ante la próxima Bajada de la Virgen de los Reyes. A través de la venerable Imagen, que todos los herreños lleváis en vuestro corazón, es la persona viva de María la que quiere Bajar hasta cada uno de vosotros y visitaros en vuestras comunidades cristianas, en vuestros pueblos, en vuestras casas, es decir, en vuestro propio corazón.

La respuesta parece estar sugerida en las palabras del Evangelio de Juan que sirven de lema para esta Bajada: «Y desde aquella ahora el discípulo la acogió en su casa».

Es una escena preciosa, en la que el evangelista nos presenta la crucifixión de Jesús como fuente de vida y de una humanidad nueva, que brota precisamente de la cruz. «Mujer, ahí tienes a tu hijo», dijo Jesús a su madre María. Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre», brindándonos como madre nuestra a su propia madre, la Inmaculada Virgen María. Y la respuesta inmediata -y gozosa- del discípulo no se hace esperar: «Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa».

Pues bien, en esta cuatrienal cita con la persona viva, que es María, a quien los herreños conocéis e invocáis con el nombre de la Virgen de los Reyes, también a vosotros parece deciros hoy Jesús: Ahí tenéis a vuestra madre. Y como, entonces hizo el discípulo de Jesús, también ahora espera Jesús que la acojáis en vuestra casa, es decir, que la recibáis como algo propio, según la traducción literal, algo singularmente vuestro.

Contar con nuestra madre es uno de los gozos mayores que se puede tener en la vida. En la madre encontramos siempre refugio, apoyo, comprensión, ternura, ánimo… La madre es la flor sin la cual nunca nuestra vida podría ser un jardín. La madre es la brújula sin la cual nunca podríamos aventurarnos a «salir a la intemperie». Haya muerto o no nuestra madre en este mundo, María, como persona viva que es,  y madre nuestra que es, puede, quiere y debe ser todo esto y mucho más para nosotros: regazo en el que podamos descansar de todos nuestros afanes y abrazo en el que encontremos cuanto afecto y ánimo necesitemos.

Ciertamente, entre los grandes dones que nos dejó Jesús -la Eucaristía,  el Espíritu Santo…-, un gran regalo que nos ha dejado a todos es, sin duda alguna, su Madre María. Pero es un regalo que, como en el caso de la Eucaristía,  del Espíritu Santo, hay que acoger con fe, como discípulos del mismo Jesús. Por eso, ante la próxima Bajada, el regalo de la Virgen de los Reyes que Jesús ha hecho a los herreños está pidiendo la fe y la acogida con la que el discípulo Juan la acogió en su casa.

Viene bien subrayar esta perspectiva de discípulos. Porque no es lo mismo acoger  la Imagen de la Virgen  de los Reyes desde un puro costumbrismo -pongamos por caso- o un puro símbolo de la isla de El Hierro, que acoger a la persona viva que es María, a través de su Imagen, con la fe y el cariño del discípulo.

En este sentido, bien vendría que todos nos preguntásemos cómo vamos a acoger nosotros a la Virgen de los Reyes y cómo nos estamos preparando para recibir su Visita. ¿La miramos como un elemento más, singular si se quiere, de una costumbre secular o la miramos con ojos de fe y con la apertura del corazón de Juan, el discípulo?

A este respecto, recuerdo muy bien que un conferenciante seglar decía, en la pasada Bajada de la Virgen de los Reyes, algo así como lo siguiente: «La Bajada de la Virgen, cuando acontece verdaderamente, es cuando un herreño o una herreña se ponen ante la Virgen y hablan de tú a tú con ella. En la intimidad del corazón. Desde la propia viva. Confiándose a ella. Ese momento es el momento más rico de cualquier Bajada de la Virgen. Todo lo demás: rayas, bailes, chácaras, manteles… Está ahí en ese momento. Porque es en ese momento cuando se da de verdad la gracia de la Bajada».

Me gustó oír esta interpretación de la Bajada. Y a ese momento me atrevo a invitaros yo a todos y a cada no de los herreños. Porque, sin ese momento, no hay Bajada de la Virgen. Con ese momento, repetido aquí y allá, por todos y cada uno de los herreños, niños, jóvenes, adultos y ancianos, sanos o enfermos, la Bajada de la Virgen de los Reyes nos muestra su verdadero sentido y se convierte en una fuente de gracia y vida, no sólo individual para cada uno de los herreños sino para toda la comunidad cristiana y para la misma comunidad humana.

Desde esta perspectiva podíamos interpretar la traducción española «La acogió en su casa», subrayando cómo María viene a hacer familia y hacer casa común entre nosotros y nos invita a vivir como miembros de esa casa y con espíritu de hermanos. Como se canta en la Plegaria a la Virgen de los Reyes, estrenada la pasada Bajada, todo el acontecimiento parece invitarnos a «que se tiendan los manteles, que se comparta el pan, que haya una gran familia y que crezca la hermandad».

Sólo me queda por decir que, así como Jesús está ya despidiéndose de su madre querida y de su discípulo amado para entregarse al Padre, también nosotros en cada Bajada podemos y debemos orar tomando conciencia de nuestra condición de peregrinos por este mundo y pidiéndole a la Virgen su amparo para llegar un día con ella al cielo. Así se canta -se reza- en la Plegaria antes mencionada con estas palabras con las que quiero terminar mi mensaje y que os invito a hacer vuestro, a todos los herreños, «ya estén cerca o lejos»:

«Vamos por este mundo

como una nave al puerto;

danos tu amparo, Madre,

y condúcenos al cielo».

O, como decimos en la Oración a la Madre Amada para esta Bajada del 2005: «Danos, en fin, Esperanza, para esta vida y la venidera; porque eres la Virgen viva, la Reina de los Ángeles, que quiso venir a morar en una cueva de nuestra isla, y nos estás esperando para sentarnos con Dios Padre, junto a Ti y todos los Santos en la gran «tafeña» eterna del Cielo». 

Así sea.

 

Pide para todos los herreños, por la intercesión de la Virgen de los Reyes, la bendición de Dios,

† Felipe Fernández García

Obispo de Tenerife

 

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