HOMILÍA EN EL FUNERAL POR JUAN PABLO II
Cardenal Arzobispo D. Carlos Amigo
Catedral de Sevilla, 09-04-05
Juan Pablo II nos ha dejado como herencia una espléndida imagen de la verdad. Es éste el título de una de sus cartas encíclicas y, posiblemente, el más adecuado perfil que podemos hacer del querido e inolvidable Papa. Testimonio y modelo de la verdad es la que nos ofrece Juan Pablo II en la trayectoria y magisterio de su pontificado. En una línea constante de exquisito respeto a la libertad del hombre. Pero siempre teniendo en cuenta, que solamente la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a la conciencia del hombre.
Para que el hombre pueda volar tan alto, nuestro querido Papa decía que: «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Fides et ratio, 1, 56).
Terminado el curso de sus días en la tierra, llegó también para él la muerte y el tránsito de este mundo al Padre. Pero la última palabra no la iba a tener la separación, el dolor, el sufrimiento o la muerte. Nosotros creemos en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Es Dios, siempre Dios, el único que asegura la vida perfecta y duradera sin fin. Dios es fiel. Y la unión con Dios es más fuerte que la destrucción del cuerpo por la muerte. Jesús es la resurrección y la vida. El que cree en Jesucristo no morirá para siempre.
En estos últimos días, hemos ido recorriendo, con la memoria y el afecto, la vida de Juan Pablo II. Hechos importantes que dejaron huella en nuestra historia. Pero ha llegado la muerte. ¿Ha terminado todo? Es que el amor que demostró a la Iglesia y al mundo, ¿no suponen una gran ejemplaridad que ayuda a comprender y a guardar preceptos y valores fundamentales en la vida de los hombres?
Estuvo aquí, en esta casa que es la ciudad de Sevilla. Nos alimentó con su palabra y su ejemplo. Nunca olvidaremos las imágenes del Papa rezando el «angelus» desde un balcón de la Giralda o hincado de rodillas ante las edita imagen de Nuestra Señora de los Reyes o de la Pura y limpia del Postigo. También lo recordaremos haciendo esa maravillosa peregrinación entre la Iglesia Catedral y el lugar donde reposa el cuerpo bendito de Sor Ángela de la Cruz. Las calles, al paso del Pontífice, se llenaban de flores. Algún tiempo después, ese mismo recorrido, con las calles también alfombradas de flores y del amor de los sevillanos, veían el retorno de la peregrinación: el cuerpo bendito de Santa Angela de la Cruz llegaba hasta la Iglesia Catedral. Y todos bendecíamos a Dios y al Papa que había canonizado a nuestra querida Madre Angelita, a Santa Ángela de la Cruz.
¿Todo ha terminado con la muerte? Dice la Escritura: Dichosos los muertos que mueren en el Señor, porque sus obras los acompañan (Ap. 14, 13). Para el que muere, la bondad de sus obras es prenda y recomendación de vida eterna. Para los que quedamos en este mundo, lección que aprender y guardar para que el trabajo sea fecundo en obras de bien.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿A quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿Por qué he de temblar?. Pero la muerte tiene una dimensión de oscuridad que nos entristece. Solamente Cristo nos llena de esperanza y cura de todos los temores: el que cree en mí vivirá para siempre. Él es nuestra resurrección y nuestra vida.
Son muchas, admirables y ejemplares las lecciones que nos ha dejado la vida y la muerte de Juan Pablo II. ¡Qué hermoso es hacer el bien y sembrar la paz! Pues, «sembraré mientras es tiempo, aunque me cueste fatigas», como rezamos en nuestra oración de cada día.
Cristo pasó por la muerte como si fuera un camino. Desde la cruz llamó a los muertos a la resurrección. La muerte mató a la vida natural; pero la vida sobrenatural mató a la muerte (San Efrén).
Por el Espíritu y la Palabra, el pan se convierte en Eucaristía. También es palabra de Cristo: el que coma de este pan, vivirá para siempre…
Ahora, solamente nos quedan por decir las palabras que la Iglesia utiliza en las celebraciones por los difuntos. Santo Padre Juan Pablo II: que a hombros del buen Pastor llegues hasta la vida eterna, que los ángeles te reciban y, que al igual que María, Madre de misericordia, recibas las consoladoras palabras de tu Señor: dichoso tu porque has creído y porque la palabra de Dios será cumplida. El que cree tendrá la vida eterna.
Recordando las palabras oídas en la homilía de las exequias papales: «Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice».
Desde la ventana del cielo hoy se asoma también Juan Pablo II al balcón de nuestra Giralda e, igual que lo hiciera un día bendecirá a esta Iglesia de Sevilla. «Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.”