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Carta de D. Bernardo Álvarez Afonso
La Navidad es una fiesta muy popular. La fiesta del Nacimiento de Jesucristo ha penetrado hondamente en la vida y en cultura donde ha llegado el cristianismo e incluso más allá, convirtiéndose en una fiesta universal, de tal forma que ha llegado a ser una fiesta de consumo desorbitado. Curiosamente, en el siglo IV, los cristianos “cristianizaron” la fiesta pagana del “nacimiento del sol” en el solsticio de invierno, aplicándolo al nacimiento de Jesús, ya que Él es verdadero sol de justicia, que nace de lo alto y vence a las tinieblas del mal, como hace notar el evangelio de San Lucas. Ahora, en el siglo XXI, se está produciendo el fenómeno a la inversa, una fiesta cristiana ha sido en gran parte paganizada o secularizada; se mantienen la formas pero sin referencia a su sentido profundo, e incluso se sustituyen los signos del nacimiento de Cristo (el niño Jesus, María y José, los pastores, los Magos, los ángeles…) por otros sin apenas referencia al sentido propiamente religioso de la Navidad (paisajes de invierno, el árbol, el “Papá Noel”, la flor de pascua…).
Eso sí, lo que más caracteriza actualmente nuestras navidades son las “luces” y “las compras”. Todo un síntoma que refleja las ansias y, a la vez, la desorientación en que estamos embarcados los hombres y mujeres de la sociedad actual: “Buscamos la luz que no guíe y encendemos bombillas de colores”, “buscamos la paz que sacia el corazón y queremos conseguirla consumiendo cosas”. Mientras tanto, ignoramos las palabras de Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8,12) y olvidamos que “El es nuestra paz”. Es triste decirlo, pero hay que denunciarlo, los mismos que nos llamamos cristianos, con nuestras acciones y omisiones, estamos “descristianizando” la Navidad.
Valen para nosotros, los cristianos de hoy, aquellas palabras que Dios dirigió al pueblo de Israel, en el siglo V antes de Cristo, por boca del profeta Isaías: “Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne. ¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas a El” (Is. 1,2-4). La “mula y el buey” que colocamos en nuestros nacimientos nos ponen en evidencia y son una tremenda interpelación a nuestra condición de cristianos. La figura simpática de esos animales junto al pesebre del Niño Jesús aparece desde muy antiguo en todas las representaciones del nacimiento del Hijo de Dios. Como dice el profeta Isaías, ellos “conocen a su dueño” y están junto al niño, adorándolo y dándole calor con su aliento. Nosotros en cambio, nos hemos vuelto de espaldas a El. Se pasa la Navidad y apenas invocamos su nombre, ni nos esforzamos por aferrarnos a El.
Los cristianos no podemos descuidar el verdadero sentido de la Navidad, ni vivirla en vano. Como dice un sermón de Navidad del siglo IX: “En este día del nacimiento de Cristo, corrija cada uno eso que encuentra reprensible en sí mismo: el que ha sido lujurioso, que se empeñe en la castidad; quien avaro, prometa generosidad; quien derrochador y hedonista, sobriedad; quien soberbio, humildad; quien difamador, caridad; quien rencoroso, perdón; quien perezoso, diligencia; quien dejó la oración, vuelva al diálogo con el Señor… Prometa mantenga
A ti, hermano, amigo, que has tenido la paciencia de leer estos párrafos, mi más sincero deseo de una feliz navidad y un nuevo año lleno de paz y progreso. Mi regalo, estas palabras que Dios mismo nos dice a todos, recordándonos que, aunque le demos la espalda,
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense