D. ANTONIO DORADO. ¡VENID, ADORÉMOSLE!

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¡VENID, ADORÉMOSLE!

 

Natividad del Señor

 

 

«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: Ya reina tu Dios». Son palabras del profeta Isaías, que nos ha proclamado la Iglesia cuando nos estábamos preparando para caminar hacia Belén y adorar al Hijo de Dios. ¡Venid, adorémosle!

Mientras que numerosas personas buscan su alegría en los supermercados, en los restaurantes de lujo y en los viajes de placer, nosotros nos preguntamos cómo llegar al portal, porque el Hijo unigénito de Dios ha nacido en un establo y nos está esperando. Los sabios rinden culto a su sabiduría; los ricos adoran el poder de su dinero; y los poderosos intentan decidir sobre la vida y sobre la muerte de todos, pero Él se ha acercado a nosotros en la debilidad de un niño, pues su grandeza consiste en todo lo que puede el amor; y su omnipotencia, en hacerse cercano a los débiles. Es el Dios amigo, que llora con los que se encuentran solos; que se transparenta en la soledad del pobre; y que sale a nuestro encuentro en todas las personas que sufren marginación y desamparo. ¡Venid, adorémosle!

 

Pero sólo podremos reconocerle, si nos revestimos con las actitudes evangélicas de los verdaderos discípulos. Empezando por el deseo de Dios, que nos invita a caminar a su encuentro con la certeza de que es Él quien nos está buscando como busca la madre al hijo que se alejó del hogar y el pastor, a la oveja perdida. Porque sólo si deseamos y buscamos su rostro igual que busca la cierva corrientes de agua, llegaremos a Belén y descubriremos su presencia en la debilidad de un niño. ¡Venid, adorémosle!

 

Es el Dios desconcertante, que manifiesta su omnipotencia en la misericordia y en el perdón; el Dios de los últimos y de los pisoteados, cuya grandeza consiste en estar junto a los débiles y en buscar al pecador para que reconozca su pecado y se convierta. ¡Venid, adorémosle!

 

Es el Dios que se dejará crucificar y se verá condenado por los grandes de este mundo, porque no apoya su avaricia, ni su prepotencia, ni su hambre de poder. El Dios que toma partido por los niños no nacidos, por los ancianos sin familia, por todos los que duermen en la calle cada noche y por cuantos luchan a favor de la dignidad humana. ¡Venid, adorémosle!

Es el Dios de todos los que apuestan por la persona del trabajador antes que por los intereses de la empresa; el Dios que llora cuando se producen accidentes laborales; el Dios torturado en todas las personas que sufren violencia; el Dios de los que no tienen a nadie que los defienda. ¡Venid, adorémosle!

 

Y sin embargo, es el Dios creador de los cielos y la tierra, el Dios que acompañó nuestro desarrollo en el seno de nuestras madres, el Dios que diseñó y que sostiene los espacios infinitos, el Dios de la armonía de los átomos y del despliegue de los astros en un mundo maravilloso y lleno de enigmas, el Dios que sobrepasa toda sabiduría y toda imaginación. ¡Venid, adorémosle!

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

 

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