Lo esencial de este tiempo litúrgico no es la práctica más o menos actualizada del ayuno y de la abstinencia, sino la búsqueda de Dios
El 1 de marzo comienza la Cuaresma con la celebración del miércoles de ceniza. Mediante el antiguo rito de recibir la ceniza, los católicos iniciamos una peregrinación de fe hacia los brazos de Dios.
Es verdad que la cultura española se ha secularizado y prescinde de los símbolos cristianos, pero de acuerdo con la sabiduría popular, la procesión va por dentro. Como ciudadanos, los católicos continuaremos yendo al trabajo cada día, acudiendo al mercado, llevando los niños al colegio y recorriendo las calles, mas en lo profundo del alma nuestra existencia cambia, pues con palabras del Papa, “emprendemos una peregrinación en
Es lo que manifiestan con su vida todas esas personas de talla universal que han dejado una huella indeleble en nuestro mundo. Me refiero a Madre Teresa de Calcuta, a la pensadora judía Edith Stein, hoy Santa Teresa Benedicta, a Monseñor Romero y a los papas Juan XXIII y
Como Obispo y hermano en la fe, os invito a todos a buscar con pasión el rostro de Dios durante estos cuarenta días, para celebrar con gozo
En un mundo tan rico como el nuestro, en el que, sin embargo, escasean tanto el amor, la alegría y la esperanza, estamos llamados a buscar ese sentido que da plenitud a nuestra vida. Los que tenéis una fe viva, siempre podréis alimentarla con la presencia de Dios en la Eucaristía; los que decís creer y vivís al margen de toda práctica religiosa, no olvidéis que Dios os está esperando; y los que hayáis abandonado ya la esperanza de encontrarle, no cejéis en vuestro anhelo, porque él se manifiesta siempre al que le busca.
Durante los cuarenta días que dura la Cuaresma, las parroquias ofrecen muchas oportunidades para encontrarse con Dios: charlas cuaresmales, jornadas de desierto y de oración, ejercicios espirituales para jóvenes y adultos, cursillos de cristiandad y diversas celebraciones del perdón y de
Sin perder de vista que el fin es el encuentro con Dios, pues como nos ha recordado Benedicto XVI en su reciente carta Encíclica, la plenitud del hombre se consigue cuando descubre que el sentido último de “esta historia consiste en que el hombre, viviendo en fidelidad al único Dios, se experimenta a sí mismo como quien es amado por Dios y descubre la alegría en la verdad y en la justicia; la alegría en Dios que se convierte en su felicidad esencial: ‘¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra? (…) Para mí, lo bueno es estar junto a Dios’ (Sal 73, 25.28)”.
+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga