D. ADOLFO GONZÁLEZ. SANTA MARÍA

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Santa María

 

Carta a los diocesanos

               

 

Queridos diocesanos:

 

                El pasado año de 2004, a los 150 años de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María, comenzábamos el año de la Inmaculada que ahora termina. Ha sido un año de gracia para caminar de la mano de Santa María, por la senda del Evangelio. Durante estos doce meses transcurridos se han sucedido los actos marianos y acrecentado el fervor de los fieles a la Madre del Redentor. María ha sido contemplada con complacencia como la criatura soñada por Dios, libre de toda mancha de pecado «desde el primer instante de su purísimo ser natural».

 

Criatura redimida por anticipado para ser madre del Hijo de Dios, María es el prototipo de la nueva humanidad lavada por la sangre de Cristo y recreada por el poder del Espíritu. En ella tenemos el espejo de lo que estamos llamados a ser: fe en el poder de Dios, que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes», como ella proclama respondiendo al saludo de Isabel, mujer entrada en años y de trayectoria estéril,  pero que en su ancianidad «ha concebido un hijo, porque para Dios nada hay imposible»; docilidad al designio divino, haciendo vocación y cometido el cumplimiento de la palabra divina en la vida humana, porque «Dios quiere que el hombre se salve y llegue al conocimiento de la verdad»; y confianza plena en su amor, que todo lo creó por amor y «no odia nada de cuanto ha creado»; y, «recordando su bondad», mantiene su compromiso de no dejar caer la vida de él nacida en el vacío de la muerte.

 

El fervor por Santa María ha de alentar el cristianismo del  nuevo siglo para caminar sin ambigüedad alguna por la vida como testigos del Hijo nacido de sus entrañas, destinado a salvar un mundo perdido por el pecado que en ella no tuvo éxito alguno. Frente a la corrupción de la vida amarrada por la mentira como estilo y la dominación como método, para sujetar al propio poder a quien estamos prestos a declarar rival cuando en realidad es nuestro hermano, María es el ejemplo fehaciente de la verdad de una vida que no esquivó ni la oscuridad de la fe ni el dolor de la soledad en que la dejó José, el esposo amado muerto antes de que la vida pública del hijo la envolviera en un manto de perplejidad, por todo pertrecho para afrontar un futuro incierto sin otro horizonte conocido que el desarrollo de los acontecimientos, pero apoyada en Dios cuya palabra sostiene el universo.

 

Sobre el icono de Santa María los hijos hemos proyectado amor y lágrimas hemos enjugado en sus haldas de mujer y madre, sabedores de que ella puede acercarnos a Cristo el «hombre nuevo» y principio de nueva humanidad, libre de todas las miserias que ha acarreado la complicidad con el Maligno, perturbador y padre de la mentira, permanente rival de la dicha humana y serpiente tentadora que el pie de la Virgen aplastó para victoria nuestra. Una humanidad curada y regenerada, sin enfermedad ni muerte, enteramente transformada en carne nueva, sin concupiscencias ni los vicios que ahora esclavizan y envenenan la convivencia y desatan el odio y la incomprensión entre hermanos, a los que Dios llama al amor recíproco y la reconciliación perfecta.

 

¡Bendita, Santa María, Madre del Redentor y Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, que en tu virginal maternidad nos diste al Autor de la vida y eres esperanza nuestra!

 

Almería, 8 de diciembre de 2005

 

                                                                              X Adolfo González Montes

                                                                                     Obispo de Almería

 

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