«SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA,
VEN CON NOSOTROS A CAMINAR»
Mis queridos diocesanos:
La Iglesia del Señor inicia el nuevo año litúrgico con este tiempo de Adviento, centrado en la venida del Emmanuel, que significa «Dios con nosotros» (cf. Mt 1,23). El Adviento es, sobre todo, tiempo de esperanza, llamada a la esperanza, expectativa del Señor que vendrá. Esperanza que brota de la fe: el Señor ha venido. Esperanza vivida en el amor: la comunidad creyente acoge con amor las incesantes venidas del Señor.
1. Adviento 2004
Vivamos este tiempo de Adviento con los ojos fijos en Dios Padre misericordioso. Un año más escucho la poderosa llamada de Dios, que me urge de nuevo a renovar mi fidelidad a su palabra y a su amor. Y como Pastor de la Iglesia del Señor que peregrina hacia el Reino de Cádiz y Ceuta, siento la necesidad imperiosa de invitaros a todos vosotros, amadísimos diocesanos, a disponernos a entrar en este tiempo fuerte del año litúrgico del Adviento, con ánimo y espíritu alegre y lleno de esperanza, en este curso pastoral en el que celebramos el 150 aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, y año Eucarístico. Iniciemos este Adviento con una mirada llena de amor.
2. Jesucristo nuestra única esperanza
Este renacer a una esperanza viva es la conversión a la que nos llama el adviento. Es la tarea del hombre nuevo de este siglo XXI reengendrado por la resurrección de Jesucristo a esa esperanza viva (cf. 1 Pe 1,3; cf. Ecclesia in Europa (= EE) 19). Convertirse a una esperanza viva es renunciar a nuestras propias seguridades para apoyarnos en Cristo como única esperanza (cf. Ef 1,12; Tim 1,1).
3. Bocanada de aire fresco de esperanza
El Adviento, tiempo de deseo, es también tiempo de esperanza. ¡Y qué necesitados estamos de esperanza en una sociedad en el que el desencanto habita en muchos corazones, y en un clima de postmodernidad tan proclive en renunciar a tópicos generadores de esperanza!
Es verdad que, como creyentes, podemos permanecer, más o menos, inmersos en ese ambiente generalizado de desencanto. No obstante, no dejamos de experimentar una cierta fatiga, una cierta indiferencia religiosa y un cierto cansancio en nuestro compromiso cristiano, al sentirnos como los protagonistas en la enorme tarea que tenemos que afrontar en la hora actual (cf. EE 8).
Muchas veces nuestros esfuerzos aparecen como estériles, nos da la impresión de que hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada (cf. Lc 5,1-11). Nos hace falta, entonces, una bocanada de aire fresco: «Tú, Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad» (EE 18).
4. Posible situación por la que podemos estar pasando
Pronto en nuestra vida diaria llega la noche, el posible ocultamiento de Dios y, por diversos motivos, nos vemos amenazados por el desaliento y la desesperanza, todo ello motivado:
Por la creciente descristianización y laicismo en amplios sectores de nuestra sociedad; por la sensación de encontrarnos desplazados para responder a los retos que nos provoca el cambio en el mundo y en la Iglesia; a veces, debido a un ambiente problematizado; a nuestro aparente fracaso apostólico; a la experiencia de nuestra limitación, fragilidad y debilidad personal; posible situación de soledad; problemas de tipo familiar o material, como la dolorosa situación de paro en Astilleros.
También nos podemos ver sometidos al desánimo por las actuaciones u omisiones de los principales responsables de la pastoral de la Iglesia que no acabamos de entender: posturas extremas que dificultan el avance pastoral o provocan confusión o enfrentamientos estériles; el no vernos valorados o sentirnos incomprendidos; la tentación pastoral de no poder comprobar resultados inmediatos; la dificultad que encontramos para una pastoral más creativa (cf. EE 8).
Esta es nuestra posible noche en la que podemos perdernos en la desesperanza si olvidamos que solamente podemos esperar en Dios y desde Dios. Solamente desde Él se puede esperar en la oscuridad y vencer la tentación del llanto y de la queja permanente. Tengamos presente que la esperanza más auténtica solamente puede vivirse en la noche del conflicto.
5. Abiertos a nuevas llamadas del Señor
En este Adviento es necesario que estemos abiertos a nuevas llamadas: «Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir» (Ap 3,2; cf. EE 23). Una de ellas es entrar en el camino del anuncio del evangelio de la alegría y de la esperanza; es entrar en el camino de unos cielos nuevos y una tierra nueva, con un espíritu y talante de comunión y fraternidad para la misión (cf. EE 11).
Existe una tentación muy fuerte en la postmodernidad que consiste en no entrar en la espesura de la vida y quedarse fuera. Cuando uno se queda fuera, se queda en el individualismo, en sus cosas, en su comodidad, en sus convicciones, en sus pensamientos y doctrinas, en sus justificaciones y motivaciones. Entonces no hay vida evangélica porque para que haya vida evangélica hay que entrar en la «espesura de la cruz», en la contemplación y en la relación viva con Dios. Y hay que entrar en la espesura del amor a los hermanos, hasta llegar a decir que ya no tenemos otro oficio que el amar.
6. Llamada a entrar en la espesura del amor
Llamados a entrar en la espesura del amor es iniciar un nuevo éxodo en nuestra vida, es comenzar a salir de la posible situación en la que uno se encuentra. Situación de posible cansancio, perplejidad, desaliento y desencanto. Situación de desarme de mis planes, de todo lo mío, para comenzar a vivir en Jesús y desde Jesús (cf. NMI 16).
Hace falta iniciar un nuevo éxodo en este Adviento y salir de nuestra posible situación de pecado, de egoísmo, de individualismo, de nuestros ídolos, de nuestros dominios, de nuestra posible situación límite, de nuestra falta de solidaridad y fraternidad, de nuestra apatía, de nuestra posible atonía, de nuestra flojera y de nuestra pereza y comodidad. Hace falta iniciar un éxodo sin retorno y gustar la presencia de Dios Padre misericordioso, con entrañas de misericordia, amor, reconciliación y perdón.
7. Llamados a entrar en la hondura de la contemplación
Hay que entrar en este Adviento en la hondura de la contemplación: «Bajemos más abajo hacia la hondura y entremos más adentro en la espesura» (S. Juan de la Cruz). Tengo que confesaros, en la medida en que os voy conociendo, más y mejor, y la realidad actual, que para esta lucha permanente, en estas tierras y mares, hace falta una experiencia contemplativa más fuerte de Dios. Y es aquí, al entrar más adentro en la espesura, donde se trataría de caminar evangélicamente cada día, «sin otra luz de día, sino la que en el corazón ardía, aquesta me guiaba más clara que la luz del mediodía, a donde me esperaba quien bien me conocía» (S. Juan de la Cruz).
Hace falta reemprender el camino de la contemplación, nacido bajo estos cielos luminosos y esta rica tierra, con tal de que horizontalicemos la verticalidad y ensanchemos la hondura, porque los tiempos en los que vivimos son muy recios y así lo requieren, dado que sin entrar en la cercanía de Dios y sin conversión hay decadencia y dejadez en la vida cristiana y apostólica (cf. NMI 32).
8. Santa María de la Esperanza
La Virgen María es una de las grandes figuras bíblicas del Adviento. Ella «esperó con inefable amor de madre» la venida del Hijo. Ella puede ser para nosotros modelo de alegre esperanza en nuestra vida cristiana y apostólica, en el anuncio y vivencia del Evangelio de la Alegría y de la Esperanza (cf. EE 122).
Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza. Nosotros, en cambio, somos pobres de tiempo y con poca capacidad de aguante, y nos cuesta mucho esperar.
Tú, siempre supiste estar en vigilante espera a que llegara la hora de Dios. Tú, como Virgen prudente, siempre estuviste con la lámpara encendida y sin cansarte de esperar.
Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza, en tu silenciosa vida de Nazaret, hasta que el Señor «miró la pequeñez de su esclava«. Larga fue tu espera desde la Anunciación hasta el nacimiento de Jesús.
Larga fue tu espera en la noche del dolor: en Egipto, desterrada; en Jerusalén, buscando al niño perdido; en Caná, ignorando la «hora de Dios»; en el Calvario, al pie de la cruz, esperando la muerte de tu Hijo; en el Cenáculo, esperando en vigilante espera su Resurrección, y, más tarde, la venida del Espíritu Santo.
Larga fue tu espera desde la Ascensión hasta la Asunción. Tú, Santa María de la Esperanza, nos enseñas a vivir con alegre esperanza.
9. Ven, Señor, Jesús
La Iglesia, la esposa de Cristo, impulsada por el Espíritu, repetirá hasta el final de los tiempos su ¡Marana tha!. Nosotros debemos unirnos a este grito de la Iglesia: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! El que lo oiga que repita: ¡Ven!» (Ap 22,17). Gritemos nosotros con la Iglesia: «Ven, Señor, Jesús«. «María, Madre de la Esperanza, ¡camina con nosotros!» (EE 125).
Os deseo que viváis intensamente y con gran profundidad este tiempo litúrgico de Adviento, que nos prepara a la celebración de una de las fiestas cristianas más importantes: la Navidad. Y que este tiempo reanime nuestra esperanza.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta