BENEDICTO XVI; por D. Antonio Hiraldo Velasco

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BENEDICTO XVI

 

            Una vez más, en el camino histórico de la Iglesia, la Divina Providencia, por la mediación del Colegio Cardenalicio, ha dotado a su Iglesia de un nuevo sucesor de Pedro, en la persona de Benedicto XVI. Esta elección ha estado acompañada de la oración de la universal comunidad de los discípulos del Señor, que oraban por Pedro.

 

            ¿Cómo situarnos ante este acontecimiento tan importante y significativo para la comunidad católica, en el contexto de una sociedad plural, donde milita con fuerza el laicismo? He aquí varias sugerencias.

 

            1ª. El respeto es inherente a la dignidad de todo ser humano. El respeto es el alma y la atmósfera de las relaciones humanas. Fluye desde el rigor en el pensar y en el hablar, discurre por la objetividad, lejos de todo subjetivismo. El respeto tutela la formación de la opinión sobre la verdad de la persona humana, de su vida y de su obra. Permite llegar a una opinión ponderada y equilibrada, fundada en un conocimiento objetivo y contrastado. La opinión no se confunde con la imaginación, tampoco se nutre del prejuicio o de la distorsión. Puede decirse que la opinión es como la síntesis del saber y del vivir. El cristiano tiene siempre presente las palabras de Jesús: no juzguéis… y acoge con humildad la advertencia de Santiago ¿quién eres tú para juzgar al prójimo? Respetar a la persona del Papa y a cuanto significa para tantos hombres de buena voluntad. He aquí una primera actitud.

 

            2ª. Los electores del Papa son hombres como nosotros, a los que debemos reconocer, al menos, las mismas cualidades que solemos ver en nosotros mismos. Sin duda alguna, han cumplido su deber desde un alto grado de honestidad moral, una fe probada y acrisolada en la fidelidad a Jesucristo, un auténtico amor a la Iglesia y un conocimiento cualificado de la situación actual de la Iglesia y del mundo. Han elegido al que consideraban el más idóneo para sucesor de Pedro, en este momento de la historia. En todo esto ha estado presente la gracia de Dios, la presencia de Cristo hasta el final de los tiempos. Una segunda actitud nace, pues, del sentido común. Los electores merecen la adhesión de los miembros de la Iglesia.

 

            3ª. Es de agradecer que los Cardenales hayan actuado con libertad, como es obvio, prescindiendo de corrientes de opinión e intereses ajenos al Evangelio y al bien de la Iglesia. Sólo con los ojos fijos en Cristo, desde su recta conciencia. Así actúa la liberta d cristiana: desde una recta conciencia iluminada por la fe, de una fe madura a la medida de Cristo. Se trata de obedecer a Dios antes que a los hombres. Una tercera actitud nace de la fe. Ésta es el criterio de interpretación y de comprensión de la vida de la Iglesia.

 

            4ª. Benedicto XVI es un discípulo de Jesucristo que ha recorrido el camino de la fidelidad al Evangelio sirviendo a la Iglesia a lo largo de una vida dilatada. Suman ya 78 los años de su entrega y dedicación a la Iglesia. Es un veterano de la perseverancia en las enseñanzas del Señor. Son evidentes las cualidades con las que el Señor le ha adornado y asistido a lo largo de estos 78 años de vida, tan densos y llenos de experiencia. Cualidades y biografía que ahora se vuelcan con suma sabiduría y virtud en el ejercicio de su ministerio petrino. El patrimonio de los talentos recibidos, las energías de su inteligencia y de su corazón seguirán siendo empleadas con especial intensidad al servicio de la Iglesia. Es una esperanza para la Iglesia y para los hombres de buena voluntad.

 

            Desde la razón objetiva y desde una auténtica identidad cristiana brota la actitud coherente: la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro, acogiéndole con un corazón abierto y acompañándole con la adhesión y la oración.

 

            5ª. El respeto nacido de la fe va más allá. Es reconocimiento agradecido de la obra de Dios en el prójimo. Mira con los ojos de Dios. Ojos de amor misericordioso. Con una mirada iluminada por la verdad de Cristo, por su Palabra y por su Vida. Esta mirada, limpia y desinteresada, acoge al mismo amor de Dios que se nos da por su Espíritu. Surge el amor al prójimo con el mismo corazón de Cristo, con sus mismos sentimientos, amando como Él nos ama.

 

            Amar, pues, al Papa, como distintivo del vivir cristiano, amarle como Cristo le ama. Jesús ha puesto su confianza en él, como lo hizo con Pedro. La fe en Jesucristo genera un amor confiado y lleno de esperanza en Su Santidad Benedicto XVI, quién con obediencia y humildad aceptó el designio de Dios sobre su vocación y misión el día 19 de Abril de 2005. El amor al Papa es una experiencia básica y peculiar de la participación en el amor de Cristo a su Iglesia y, al mismo tiempo, es un signo evangélico: conocerán que sois mis discípulos si os amáis como yo os he amado. Este es el mandamiento nuevo. (Cf. Jn 13 al 17). ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

 

 

 

Sevilla, 24 de Abril de 2005

 

Antonio Hiraldo Velasco

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