Imagine una barra de un bar, una mujer que lo atiende, un sacerdote que pide un café; ambos se conocen y él se despide con un «hasta mañana, zorra». Ahora imagine una canción que se llame ‘Zorra’, interpretada y escrita por Nebulossa, tema que, al grito de ‘Zorra’, corean millares de personas en Eurovisión. Entre uno y otro escenario, la barra de un bar y el de un festival, ¿dónde se encuentra la diferencia utilizando la misma palabra?
Ortega y Gasset decía que la palabra es sacramento de difícil administración; de hecho, es muy arriesgado, pretender resignificar las palabras. No hablamos de desafío a los estereotipos o de empoderamiento, como defiende, la autora de ‘Zorra’. Como igual de arriesgado es mezclar política y música; conflictos mundiales y festivales. La música, como la palabra, es llamada a la unidad, no a la división, al enfrentamiento o discusión.
Tengo la sensación que con la pretendida resignificación de zorra se devuelve a la casilla de salida a las mujeres. El mensaje es preocupante: si te lo dicen, asúmelo, disfrútalo, vívelo. Pretender que una canción cambie la mentalidad machista o la significación peyorativa de un vocablo es una gesta que se dibuja como prácticamente insalvable. Recordemos que no se empodera a nadie, sino que se crean condiciones de igualdad. Se trata de hacer uso de la palabra desde el respeto, desde la inalienable dignidad de las personas; la palabra zorra no debería asumirse como identidad, entre otras cosas, porque, salvo que cambien mucho las percepciones si llamo zorra a una mujer, estoy insultándola. La clave está en que no hay que catalogar a las mujeres como zorras, porque las que no son zorras, ¿qué son?, ¿unas puritanas? Abandonemos juicios y desde el respeto, a vivir todos y todas, que la vida son dos días.
Artículo publicado en la sección de OPINIÓN del DIARIO SUR