
María de la Sierra Ribera Padilla y Josefa Violeta Rabanal recibieron, el pasado 15 de junio la Medalla Pro Ecclesia Malacitana concedida por el Sr. Obispo «por su gran generosidad y entrega dedicada a la parroquia de la Santísima Trinidad, en Málaga».
Pepita Violeta, como todo el mundo la conoce, reconoce que fue una gran sorpresa recibirla «no me lo esperaba para nada. Estaba tan nerviosa que no podía más que llorar de emoción. No tengo palabras para explicarlo, porque no me lo esperaba, además todo lo he hecho siempre sin esperar nunca nada».
Lleva 53 años en la parroquia y se acuerda bien porque «mi hijo tiene 56 años y llegó aquí con 3 años. Más de medio siglo. Al principio iba a Misa, porque en mi pueblo también iba, pero sin integrarme en nada. Después, poco a poco, fui entrando en la vida pastoral, con lo que me iba proponiendo mi párroco entonces, D. Juan: en Cáritas, en la visita a los enfermos… al poco tiempo me pidió mi párroco que me comprara un portaviático porque unas de las visitadoras, que era ministro extraordinario de la comunión también, cayo enferma y necesitaba alguien que llevara la comunión a los enfermos los domingos, y me preparé para ello. Y, en todo lo que ha necesitado la parroquia, ahí he estado, pero nunca para que me reconozcan nada».
Pepita lo tiene claro: «mi parroquia es mi casa. Yo voy a todas las parroquias pero cuando entro en la mía, entro en mi casa. Y todo lo que ocurre en ella me afecta, tanto lo bueno como lo malo».
Además, ella y su esposo entraron a formar parte del Movimiento de Apostolado Familiar San Juan de Ávila hace 50 años, «gracias a la invitación de una amiga de la parroquia».
A sus 90 años, da gracias a Dios «por todo. Tengo dolores, pero estoy viva y mi cabeza está bien, es para darle gracias a Dios. También le estoy muy agradecida por la parroquia y el movimiento en los que me ha puesto».
María de la Sierra
El mismo día recibía la Medalla también Mari Sierra, de quien explica su párroco, José Ruiz Córdoba, que «se integró en la parroquia hace unos 20 años. Ella ha trabajado siempre en Pastoral de la Salud, acompañando a Pepita en la visita a los enfermos y a las reuniones arciprestales y diocesanas. Es una persona sencilla, positiva y sonriente. Caminando con paso alegre siempre venía con mucha puntualidad a las celebraciones y a los encuentros de formación. Ahora ya vive con su hija. Con su corazón y su mirada lo expresa todo, pero su mente no le permite encontrar la palabra que se desprende de sus ojos».