Visita pastoral a la parroquia de San Francisco de Asís (Jubrique)

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Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la visita pastoral a la parroquia de San Francisco de Asís (Jubrique) el 9 de febrero de 2013.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA

DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

(Jubrique, 9 febrero 2013)

Lecturas: Is 6, 1-8; Sal 137; 1 Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11.

1.- Hemos escuchado en la Carta de san Pablo a los Corintios lo que dice a la comunidad: «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié» (1 Co 15, 1ª). Y enumera lo más importante del mensaje del Evangelio: “Jesucristo murió por nosotros, pecadores; resucitó al tercer día; se nos apareció y nosotros somos testigos” (cf. 1 Co 15, 3-8).

El anuncio más importante de la fe cristiana es el llamado “kerigma”: Cristo, Dios y hombre ha entregado su vida por nosotros, ha muerto por nosotros, y ha resucitado. Con eso estamos salvados. Ese es el gran anuncio.

Ese anuncio es el que el Señor nos pide hoy que trasmitamos a las nuevas generaciones. Ese es el mensaje de fe y de salvación que el Señor nos da a conocer para vivir la relación personal con el Señor Jesús.

La fe, en este Año de la Fe, la hemos de vivir profundizando esta relación personalísima, cada uno de nosotros con el Señor. Y de esa fe hemos de ser testigos como lo fueron los Apóstoles, como lo fue san Pablo, y como lo han sido todas las generaciones venideras y las que vendrán después de nosotros.

2.- En esta Visita Pastoral a la comunidad cristiana de Jubrique quiero confirmaros en esa fe. Lo más importante de la fe está expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica y se condensa en el Credo que después profesaremos todos juntos. Esa es la fe de la Iglesia. Esa es la fe que hemos de vivir.

No es solamente una fe para creer, sino también para celebrarla en la liturgia; hay que vivir esa relación con Dios, la vida moral; y hay que rezarla, hay que ser adoradores del Dios único.

En nuestra sociedad hay muchos reclamos, que nos invitan y nos animan a seguir ciertas conductas. Hay una gran propaganda de muchas cosas, de unas modas que a veces se apartan de la fe.

La voz del Pastor, Cristo, ha de ser más fuerte que esas otras voces que nos llaman, pero que no hemos de seguir. Se nos invita a seguir la voz del gran y único Maestro, Jesucristo.

3.- Las lecturas de este domingo, las tres, nos presentan tres personajes con un denominador común que coinciden en una misma reacción.

En la primera lectura, el profeta Isaías, al contemplar la visión del trono de Dios exclamó: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros» (Is 6, 5ª). San Pablo en la segunda lectura, segundo personaje, reconoce: «Yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15, 9). Y el tercer personaje, el del Evangelio, Simón Pedro ante la pesca milagrosa reacciona sobrecogido y le dice al Señor: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8b).

Los tres personajes se reconocen pecadores. Isaías se dice de sí mismo que es “hombre de labios impuros”, un pecador. San Pablo, un perseguidor de Cristo y de la Iglesia. Simón Pedro porque le había traicionado. Y los tres se sobrecogen ante el misterio de la presencia de Dios. Tres modelos que nos ayudan a recapacitar sobre nuestra fe.

También nosotros hoy nos sobrecogemos ante la presencia y el misterio de Dios. Dios es tan grande y su amor y su misericordia tan infinitas, que nos sobrecoge. Por muy pecadores que seamos el amor de Dios lo supera todo. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). Donde hubo pecado, hubo mayor perdón de Cristo en la cruz.

¡Esto es un motivo de alegría! Por muy malos que seamos, por muy pecadores que seamos el amor de Dios es infinitamente más grande.

4.- Otra coincidencia es que en los tres casos el poder de Dios supera la debilidad humana. En el caso de Isaías cuando dice que es un pecador porque es un hombre de labios impuros, aparece un ángel que coge unas brasas y le purifica los labios: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (Is 6, 7). El profeta recibe el perdón y la purificación de su vida.

San Pablo confiesa: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Co 15, 10ª). La gracia sobreabunda a la acción del hombre.

Y Jesús le dice a Simón después de que lo haya traicionado: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10b).

A cada uno de nosotros el Señor, a través de su palabra y en el encuentro personal, nos invita y nos dice: “No temas, te necesito como testigo del Evangelio. Necesito que seas testigo en esta sociedad de mi resurrección.” A cada uno nos pide que seamos testigos de esa resurrección.

Por tanto, sólo queda reaccionar como ellos hicieron. Isaías ante la llamada de Dios respondió: «Escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame» (Is 6, 8).

San Pablo reconoce: «Su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí» (1 Co 15, 10b). Luego ha acogido la gracia de Dios para ser un gran predicador.

Y los discípulos de Genesaret, como reacción junto con Pedro, «sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5, 11).

5.- ¿Cuál va a ser ahora nuestra respuesta a Dios? Dios está esperando una respuesta nuestra. ¿A qué estáis dispuestos? De lo que hoy nos pide Dios ¿qué estáis dispuestos a hacer? ¿Le diréis lo mismo que Isaías?: “Aquí estoy, Señor. Haz de mí lo que quieras. Quiero ser testigo tuyo”. ¿O le diremos como san Pablo?: “La gracia que Tú me has dado no quedará frustrada en mí, habrá frutos abundantes, frutos de amor, frutos de fe y frutos de esperanza”. ¿O tal vez le diremos como Pedro y los Apóstoles, los discípulos de Genesaret?: “Dejaremos nuestra barca y nuestras redes”. ¿Seremos capaces de dejar nuestros proyectos personales y seguir al Señor?

¡Sed discípulos del Señor! Él nos invita a seguirle. Hemos dicho al inicio que había muchos reclamos, muchas voces que nos invitan a seguirlas. Muchas modas en la sociedad nuestra que nos apartan de la vida de fe y de la vida de amor, de la vida cristiana.

Hay una única voz que hemos de seguir, la del Buen Pastor, Jesucristo. No hagáis caso de esas otras voces, no sigáis esas otras voces, esas modas que no son lo que Cristo quiere. Escuchemos la única voz que nos da vida, la voz del Pastor de la grey, la voz de Cristo, la voz del Buen Pastor, la voz del Maestro que nos enseña, la voz del Señor que ha dado la vida por nosotros, que es el Hijo de Dios y que profesamos esta fe en la Iglesia.

6.- Toda comunidad cristiana tiene que vivir esta fe y ayudar a otros a que la vivan. Con motivo de la Visita Pastoral os animo, pues, a vivir con mayor alegría, con fidelidad, con gozo la vida de fe, la vida de amor cristiano.

El gran mandamiento del cristiano se resume en dos. Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mayor mandamiento de la ley, Él respondió: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». (Mt 22, 34-40). Estos dos mandamientos son inseparables uno del otro, es como una única moneda con cara y anverso. Esa es la vida del cristiano. Hay otras cosas que podemos prescindir de ellas.

7.- Vamos a pedirle a la Virgen María que nos ayude a seguir a su Hijo Jesucristo, a ser verdaderos discípulos de Cristo, a vivir ese anuncio de salvación y a comunicarlo también a los demás, a nuestros paisanos, a nuestros contemporáneos.

Ojalá que esta Visita Pastoral produzca buenos frutos de renovación de la comunidad cristiana de Jubrique. Decíamos en el encuentro previo que hemos tenido que no todos viven la fe, que hay un descenso en la vida de fe, que no todos viven como cristianos; incluso, algunos que están bautizados. Pero el Señor nos llama a convertirnos a Él, nos llama a vivir con mayor autenticidad y fidelidad a Jesucristo. Sigámosle porque eso nos trae a nosotros la salvación.

No penséis que hacemos grande a Dios siguiéndole. Él no necesita nuestra alabanza. Si le alabamos, si le adoramos, si obedecemos sus mandamientos es porque nos va bien a nosotros, es porque es un bien para nosotros.

Por tanto, Él no es más grande, ni más omnipotente, ni más sabio, porque nosotros seamos un poco mejores. Más bien su bondad y su amor sirven para que nosotros vivamos mejor. Su misericordia nos hace descansar cuando se nos perdonan los pecados. Su amor nos hace vivir. Su luz nos ilumina.

Ser cristianos es por nuestro bien. No enriquecemos a Dios, a Dios es imposible que se le enriquezca más. Dios es infinitamente rico, poderoso y sabio, y todo lo que queráis. Lo único que puede ocurrir es que a nosotros Él nos regale la vida que Él es: su luz, su amor, su verdad, su paz, su eternidad. Salimos ganando nosotros siendo cristianos.

Esto es de lo que mucha gente no se da cuenta, cree que ser cristiano es algo pesado, difícil, que es una gran exigencia. No entienden el cristianismo. Se lo tenemos que explicar nosotros, pero primero hemos de vivirlo para conocerlo.

Ser cristiano es un gran regalo, es un don, es una maravilla, es una riqueza para nosotros. Reflexionad sobre esto. Pensadlo delante del Señor.

Pues, vamos a continuar esta celebración eucarística dándole gracias por la fe que nos ha dado, por la vida y por tantas cosas que cada día Él nos ofrece. Que así sea.

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