Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga en la visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Cómpeta, celebrada el 27 de febrero de 2021.
VISITA PASTORAL
A LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN
(Competa, 27 febrero 2021)
Lecturas: Gn 22, 1-2.9-13.15-18; Sal 115; Rm 8, 31b-34; Mc 9, 2-10.
(Domingo Cuaresma II-B)
1.- Estamos celebrando la eucaristía, que es el centro de la vida cristiana, y centro también de esta Visita pastoral; es como el broche de oro, y no porque se haga al final, sino porque es lo más importante. La comunidad cristiana de Cómpeta se reúne hoy con su obispo para celebrar la eucaristía; la presencia y la presidencia del obispo le confiere a la eucaristía una significación especial, porque preside la cabeza de la Diócesis.
En esta eucaristía recibirán algunos fieles, niños y jóvenes, el sacramento de la confirmación, que les regalará los dones del Espíritu Santo para robustecerlos en la fe, en el amor y en la esperanza cristianas y hacerlos mejores testigos del Evangelio.
2.- Según la narración del libro del Génesis Dios puso a prueba a Abrahán, pidiéndole que ofreciera a su hijo en holocausto en el monte Moria (cf. Gn 22, 1-2). Abrahán, obediente y fiel, levantó el altar y preparó la leña para el sacrificio (cf. Gn 22, 9); pero el ángel del Señor se lo impidió. Lo más importante ya lo había hecho: obedecer a Dios en su corazón y no haberse reservado a su hijo único (cf. Gn 22, 12).
Sin embargo, no tuvo que ejecutar el sacrificio, aunque en su corazón ya había hecho la gran renuncia. Abrahán había renunciado a lo que más quería: a su propio hijo, que era un regalo de Dios en su ancianidad; era la promesa cumplida, el futuro asegurado.
3.- ¡Qué gran lección de obediencia, de generosidad, de fidelidad y de amor a Dios nos da Abrahán! ¿Estaríamos nosotros dispuestos a renunciar por amor y obediencia a Dios a lo que más ama su corazón? Todos queremos retener a las personas que amamos; mantener los bienes que poseemos; conseguir los proyectos que nos proponemos; realizar los deseos que alberga nuestro corazón. Todos esos bienes solemos ponerlos en primer lugar, antes que a Dios.
En la Cuaresma el Señor nos pide que renunciemos a las cosas que, aun siendo buenas, nos apartan de su amor o entorpecen el camino hacia la Pascua. Cuando hablamos de penitencia, conversión y renuncia no nos referimos a bienes de comida; eso, en sí mismo, sirve para poco.
4.- La verdadera renuncia es a los bienes que nos apartan de Dios. No se renuncia para enorgullecernos de ello, sino que se renuncia por amor a Dios. Los padres renunciáis a muchas cosas buenas por amor a vuestros hijos. Se renuncia a un bien por otro bien mejor.
El Señor nos recompensa con creces y nos dice como dijo a Abrahán: «Te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa» (Gn 22, 17). Nosotros le ofrecemos una cosa y el Señor nos la devuelve centuplicada.
Con motivo de la Visita pastoral hemos de revisar a qué cosas hemos de renunciar para aligerar nuestro equipaje y poder recorrer el camino de regreso a la casa del buen Padre-Dios.
5.- En el pasaje bíblico de la Transfiguración, que hoy nos ofrece la liturgia, Jesús subió a un monte alto, acompañado de sus tres discípulos más íntimos, y se transfiguró delante de ellos (cf. Mc 9, 2).
Quienes iban a ver más tarde su rostro desfigurado de Jesús por su pasión y cruz, pueden contemplar antes la belleza del rostro y la luminosidad del cuerpo resplandeciente de Jesús: «Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (Mc 9, 3). Quienes verían en la pasión del Señor su rostro “desfigurado”, pudieron contemplar antes su rostro “transfigurado”, resplandeciente y luminoso. Esta experiencia les dará fuerza para afrontar la dura realidad de la muerte temporal de Cristo.
La Eucaristía es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, que nos reconforta y alimenta para continuar el camino de la vida y dar testimonio de la fe. El pan y el vino se transforman en la eucaristía en el cuerpo y en la sangre gloriosos de Cristo, glorificados, iluminados, resucitados.
La experiencia de Cristo resucitado y transfigurado en la eucaristía nos debe ayudar a saber afrontar la dura realidad de la vida, del dolor, del sufrimiento, de la muerte.
La eucaristía es el centro de la vida cristiana, que necesitamos celebrar y vivir. La eucaristía ilumina toda la vida del cristiano. La luz del Evangelio debe iluminar todos los aspectos de la vida humana.
6.- En la Transfiguración se oye la voz del Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Con estas palabras, Dios Padre regalaba a Jesucristo a toda la humanidad como su único Maestro, superior a la ley mosaica (Moisés) y a los profetas (Elías), invitándonos a escuchar la Palabra eterna, el Verbo de la vida.
Hay que escuchar al Señor. Él nos habla hoy, en primer lugar, a través de nuestra conciencia, que es una voz en nuestro interior, que hace resonar la voz de Dios, que nos dice lo que está bien o lo que está mal. Pero la conciencia necesita ser iluminada por el Evangelio y por la enseñanza de la Iglesia.
¿Habéis escuchado hoy a Jesús? (Los fieles responden afirmativamente). ¿Dónde lo habéis escuchado? Jesús nos habla en los Evangelios, que narran su vida y su obra a partir de las fuentes apostólicas y contemporáneas suyas.
Nos habla asimismo a través de otras personas. Cristo mismo dijo: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10, 16). Jesús nos habla a través del catequista, de los sacerdotes, de nuestros padres, de las personas de especial consagración, de los educadores.
Nos habla a través de la Iglesia; y por eso es importante que conozcamos el magisterio de la Iglesia, a quien compete interpretar auténticamente la Palabra revelada. La Biblia no puede ser interpretada a capricho y de manera subjetiva.
7.- Pero hay muchos que se llaman cristianos, que desoyen la voz del Señor y la de la Iglesia. Dicen que creen en Cristo, pero no creen en la Iglesia, identificando a la Iglesia solo con los sacerdotes o los obispos.
¿Es posible creer en Cristo y amarle, sin creer ni amar a la Iglesia? (Responden los fieles negativamente). La Iglesia ha sido instituida por Jesucristo; Él es su Cabeza y la Iglesia es el resto del cuerpo. ¿Qué le sucede a una persona si le separan la cabeza de su cuerpo? La matan.
Por eso es importante la vinculación con la Iglesia; porque ella es quien nos vincula a Jesucristo. Sin ella no podemos relacionarnos con Cristo. Los miembros de nuestro cuerpo se comunican a través de éste con la cabeza, que es la que rige todo el cuerpo.
8.- También es importante saber dónde no habla Jesús. Ciertamente no habla a través de magos, adivinos, astrólogos, hechiceros, horóscopos, “médiums”, falsos mensajes extraterrestres. No habla en sesiones de espiritismo ni de ocultismo. Así lo recuerda el libro del Deuteronomio: «Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahvé tu Dios» (Dt 18, 10-12). En nuestra sociedad hay mucho de todas estas cosas.
Jesús tampoco habla en las llamadas revelaciones privadas, mensajes celestiales, visiones y voces especiales de naturaleza variada. Dejamos aparte los hechos concretos que la Iglesia ha declarado como verdaderos.
Cuando disminuye o desaparece la fe verdadera, aumenta la superstición y las opiniones subjetivas toman apariencia de verdad. Esto lleva a pensar que el éxito en la vida no depende del esfuerzo, del estudio, de la constancia en el trabajo, sino de factores externos, imponderables y de golpes de fortuna.
9.- Con el imperativo de la voz del cielo que dice: «¡Escuchadle!», Dios revela que solo hay un mediador entre Dios y los hombres: Cristo-Jesús. Él es la última y definitiva Palabra revelada a los hombres y en Él tenemos respuesta a todo lo que necesitamos para nuestra salvación. Por eso es tan importante que ayudemos a las nuevas generaciones a tener una relación personal con Jesucristo.
Recordábamos en la asamblea parroquial que la catequesis no tiene como finalidad preparar para la “primera comunión”, sino iniciar en una relación de fe y de amor con Cristo.
10.- La Visita pastoral es una ocasión propicia para renovar la fe, la esperanza y el amor cristianos. Hemos de revisar cómo vivimos la fe y cómo somos testigos de la misma en esta sociedad medio pagana. Os animo a dialogar sobre esto, como fruto de la Visita pastoral. Debéis hacerlo junto con vuestro párroco, como cabeza de esta comunidad. ¡Buen ánimo!
Hoy van a recibir algunos fieles el sacramento de la confirmación, que les dará fuerza para ser buenos testigos del Señor. Este sacramento perfecciona y completa lo recibido en el bautismo. Dios os va a regalar los dones del Espíritu Santo y saldréis enriquecidos de esta celebración. El regalo que recibís hoy os ayuda y al mismo os compromete a ser mejores cristianos.
11.- Pedimos a Dios que renueve nuestra comunidad parroquial. Todos tenemos una misión que cumplir; y todos estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe.
Los apóstoles que presenciaron la Transfiguración bajaron del monte con ánimo de seguir con mayor fidelidad al Maestro; y aceptando que se avecinaban momentos duros de pasión y de sufrimiento. Las celebraciones eucarísticas nos preparan para vivir mejor los diversos aspectos de la vida diaria: familia, trabajo, sociedad, cultura, amistades, ocio.
Somos una comunidad cristiana y Cristo está siempre con nosotros; por tanto, ¡adelante!
Pedimos a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, que interceda por nosotros y nos acompañe en este camino cuaresmal hacia la Pascua. Amén.