Homilía de D. Jesús Catalá en la Eucaristía celebrada en la parroquia de la Santísima Trinidad de Antequera durante su Visita Pastoral
VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(Antequera, 30 junio 2022)
Lecturas: Am 7, 10-17; Sal 18, 8-11; Mt 9, 1-8.
1.- Misión del profeta Amós
En la lectura del profeta Amós hay dos personajes: Amasías, que es un sacerdote de Betel, lugar real y dependiente de la autoridad del rey; y Amós, que es un labrador que el Señor ha llamado para que profetice.
Amós va a Betel, al santuario real y oficial, y anuncia lo que el Señor le ha dicho. Mientras Amasías, el sacerdote de ese santuario, protesta al rey diciéndole: «Amós está conspirando contra ti en medio de Israel. El país no puede ya soportar sus palabras» (Am 7, 10).
Entonces, Amasías, el sacerdote real pero falso, le dice al profeta verdadero: «Vidente: vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan, y allí profetizarás. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino» (Am 7, 12-13).
Amós le contesta: «Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y un cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”» (Am 7, 14-15).
2.- Nuestra misión
Transportamos esta situación al hoy. En la asamblea parroquial que hemos dicho que la voz de la Iglesia no es bien oída por los poderes políticos y fácticos, porque es la única voz que critica ciertas leyes, normas o decisiones. Esa voz molesta como molestaba la voz de Amós al sacerdote del santuario de Betel. Los poderes nos dicen: “No profeticéis, no habléis en nombre de Dios, callaos, os vamos a cerrar la boca”.
Y, ¿qué contestamos nosotros, queridos fieles cristianos? El Señor nos ha dicho que vivamos sus enseñanzas y las pongamos en práctica. Las leyes y costumbres de la sociedad, que están en contra de lo que quiere Dios, no podemos aceptarlas y tenemos que decir lo que el Señor quiere.
No somos profetas oficiales, pero todos los bautizados somos profetas que hemos de dar testimonio de nuestra fe. Nos toca hoy hacer lo que hacía Amós: «No soy profeta ni hijo de profetas, yo era un pastor y cultivador de sicomoros, de higos. Pero el Señor me llamó, me arrancó de mi rebaño y me dijo: “Ve, profetízame por lo Israel”» (Am 7, 14-15).
Hoy el Señor nos dice a todos: “Ve y di al pueblo de Antequera y a la sociedad actual el mensaje de salvación que tú conoces”. Ese mensaje de salvación también denuncia injusticias y leyes que van contra la vida, contra la familia y contra el ser humano. Hemos de denunciar esto porque nos envía el Señor.
3.- Los mandamientos del Señor son verdaderos y justos.
En el Salmo hemos contestado que los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos (cf. Sal 18, 10). Porque las Diez Palabras de Dios (Decálogo), los diez mandamientos no son losas que nos aplastan, imposibles de cumplir. Los mandamientos de Dios son vida, si los cumplimos.
El hecho de que estén puestas en negativo resulta más claro: no matarás, no robarás, no harás, no dirás, no testimoniarás en falso. Conviene saber lo que no hay que hacer.
«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye a los ignorantes» (Sal 18, 8). Los mandamientos nos ayudan a vivir; no nos coartan la libertad.
Mucha gente que no cree en Dios, ni cree en la iglesia la ataca diciendo que para la Iglesia todo es malo. Pero no todo es malo para la Iglesia, que está a favor de la vida. La Iglesia está en contra de lo malo: del abuso, de la mentira, de la manipulación.
Una cosa es usar de los bienes y otra cosa es abusar. Uno puede usar las cosas buenas de la vida con la medida correspondiente y con el respeto debido. El Señor nos las ha regalado para usarlas. El goce, el placer, el vino, las cosas buenas de la vida pueden usarse. Ahora bien, no para abusar de ellas, porque se nos revuelven en contra.
Sobre el tema de los mandamientos tendríamos que convencernos más de la bondad y del valor que tienen; no deberíamos considerarlos como prohibiciones que esclavizan o que no permiten vivir; al contrario, son posibilidades de vida. Es decir, los Mandamientos divinos son «más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila» (Sal 18, 11).
Cambiemos nuestra mentalidad y pensemos que los mandamientos son una cosa maravillosa, que nos ayuda a ser más felices.
3.- Curación de un paralitico
El Evangelio de Mateo presenta a Jesús que cura a un paralítico acostado en una camilla: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados» (Mt 9, 2). Porque toda enfermedad, parálisis, sufrimiento o dolor humano es fruto del pecado. Si no hubiera habido pecado original y no tuviéramos pecados personales, no habría dolor ni habría enfermedad.
La raíz del dolor, del sufrimiento, del mal, está en el pecado. Jesús, ¿qué hace? Va a la raíz. Lo primero que le dice Jesús cuando se pone delante de un enfermo es: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados» (Mt 9, 2); porque es la raíz de su mal.
Los que protestan siempre, los fariseos y los escribas, que critican por detrás dicen que Jesús blasfema, porque nadie puede perdonar los pecados más que Dios (cf. Mt 9, 3). Pero desconocen que Jesús es Dios y que puede perdonar pecados.
Nuestras parálisis, –porque como al paralítico también tenemos parálisis de muchas maneras: espirituales, culturales, humanas, físicas, de todo tipo– son fruto del pecado.
Si el Señor nos perdona los pecados está favoreciendo nuestra salud y podemos vivir con mayor salud, con mayor gozo, con mayor paz; porque la fe da paz, la fe hace creer en la vida eterna, la fe da esperanza, la fe da ánimo, la fe perdona el pecado; y, por tanto, nos sentimos bien cuando somos perdonados y amados.
Jesús, para demostrarles que tiene el poder doble, no solo le perdona los pecados, sino que le cura. Y les hace la pregunta a los criticones de siempre. «¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”?» (Mt 9, 5). Pues para que veáis que lo puedo todo, levántate, coge tu camilla y vete a tu casa (cf. Mt 9, 7).
A nosotros nos está diciendo lo mismo. ¿Estamos en parálisis, estamos anquilosados, estamos sufriendo? Acudamos a Jesús que nos va a quitar ese sufrimiento y esa parálisis; nos va a hacer revivir; nos va a hacer levantar; nos va a hacer caminar de nuevo.
Da la impresión de que vuestras miradas, queridos fieles, expresan cierta incredulidad. Pero hay que creérselo, porque Jesús lo puede hacer y lo hace.
4.- La Visita pastoral.
Vamos a pedirle al Señor que esta Visita pastoral nos ayude a renovar nuestra vida personal y comunitaria, porque todo encuentro con Jesús sana, renueva, perdona y cambia la vida.
Por tanto, el encuentro con Jesús hoy en la Eucaristía nos puede cambiar la vida a todos y podemos salir más felices, más gozosos, más activos, más esperanzados de lo que hemos entrado.
De nuevo, os animo a que esta Visita pastoral os ayude a vivir la fe, a ser mejores testigos y a renovar esta comunidad de la parroquia de la Trinidad en Antequera.
Le pedimos a la Virgen, –siempre está presente la Virgen, porque es la Madre del Señor y es nuestra Madre–, que con su maternal solicitud nos acompañe, nos cuide y nos ayude a realizar el camino por el que el Señor nos invita a caminar. Que así sea.