Si nos detenemos ante el retablo de Santa Bárbara, en la capilla catedralicia de su nombre, advertiremos que, centrado sobre el banco del mismo, aparece una tabla pictórica que la historiografía tradicional atribuye a la única pieza que resta de un antiguo altar que, hacia 1524, un canónigo llamado Gonzalo Sánchez sufragó con destino a la iglesia vieja. Nos hallamos ante una pintura goticista de principios del siglo XVI, atribuida a los pinceles de Fernando de Coca.
La obra ilustra un pasaje de la vida de este santo muy difundido por la piedad cristiana. Estando celebrando el papa Gregorio la misa en la iglesia romana de la Santa Cruz, a uno de los presentes le asaltó la duda sobre la presencia real de Cristo en la forma consagrada. Fue entonces cuando ocurrió un milagro manifiesto, revelándose el mismo Cristo sobre el altar, mostrando sus llagas y acompañado de los instrumentos de la Pasión, para manifestar cómo en el sacrificio eucarístico se hace presente el sacrificio redentor de la cruz.
En la pintura malagueña, de pormenorizados detalles, san Gregorio celebra misa asistido por dos diáconos, apareciendo en segundo plano un cardenal que hace las veces de personaje escéptico. La prueba de ello es que no se ha despojado del sombrero o capelo cardenalicio, llevando irreverentemente cubierta la cabeza.