Entrevista a David Moncasi, director y coguionista (junto a su mujer Ana Barcos) del documental «Un millón de hostias».
¿Qué les movió a realizar este documental?
Fue de una forma casual. En 2010 fui a La Habana a ser jurado de un festival de documentales. Un día, paseando por el vedado, vi un edificio inmenso que me llamó mucho la atención. Le pregunté a una señora cubana que asistía a los documentalistas y me dijo que era un convento de clausura. En ese momento se me encendieron las alarmas, ¡un convento de clausura en La Habana! ¡En la Cuba comunista hay un convento de clausura! Y yo dije: «¿Pero en Cuba hay monjas?» Me dijeron que sí, que ése era el único convento. Le pedí a esa señora que me ayudase a visitarlas, concertó una cita y a raíz de esa visita a las monjas, que me atendieron antes de que regresara a España, me dije: «esto hay que grabarlo, esto hay que contarlo». Me llamó mucho la atención que hubiera un convento de clausura dentro de la isla, porque era como una isla dentro de la isla. Eso era un argumento que me parecía fantástico y a partir de ese momento estuvimos insistiendo hasta que las hermanas nos dejaron entrar a su convento.
Dentro de todos los documentales que han realizado ¿qué ha supuesto éste en concreto?
Para mí, éste ha sido especial porque ha sido un proyecto familiar que he hecho con mi esposa y mis niños. Además, lo especial también ha sido la complejidad, porque han sido cinco años de espera. Hasta ahora hemos hecho documentales en España, pero éste requería hacer viajes allí. Grabar en Cuba no es sencillo, hemos tenido que ir solucionando problemas, improvisando sobre la marcha. Pensamos la historia, vimos que el convento ya en sí era una historia pero no queríamos quedarnos sólo en eso, nos parecía que lo bonito era enseñar como las hostias viajaban por la isla. Entonces, hicimos varios viajes para mostrar el viaje de las hostias llegando a diferentes lugares de Cuba. Estando en España, todo esto tiene una complejidad de producción añadida pero al final lo hemos solventado bien.
La selección de monjas que aparece en el documental ¿fue impuesta o la eligieron ustedes?
Cuando llegamos al convento vimos que había trece monjas. Hablamos con todas y nos pareció que tenían que salir cuatro. En primer lugar, la priora, que es mexicana, porque es la portavoz. Luego buscamos la cubana de mayor edad del convento, que tiene noventa y pico años y entró en el convento catorce años antes del triunfo de la revolución; la revolución lleva ya 57 años y ella sigue ahí dentro, no ha visto nada. Había también una española, la única, que prepara las hostias. Y luego, una cubana muy joven; como en Cuba faltan vocaciones, nos parecía que era muy interesante incluirla.
¿Fue difícil acceder al convento?
No fue fácil, sobre todo porque nos costó convencerlas. Han sido cinco años de contacto con ellas, vía mails, cartas, llamadas telefónicas… hasta que nos dieron su aprobación. Es verdad que en un convento de clausura es difícil grabar y en Cuba mucho más. Cuando dijeron que sí, entramos y grabamos los días que nos permitieron con muchísima facilidad. La otra parte compleja ha sido grabar las hostias en la isla, teníamos un proyecto muy ambicioso que era hacer una especie de Guantanamera pero con las hostias. Por cuestiones presupuestarias no pudimos hacerlo por lo que hicimos las hostias llegando a un barrio muy humilde de La Habana, el barrio de los Sitios, que es uno de los más pobres. Allí contactamos con una iglesia y como iban al convento a buscar las hostias, las llevaban y las repartían, fue muy fácil. Hablamos con ellos y a todos les parecía magnífico. Lo que hemos visto nosotros es que durante la revolución, la Iglesia católica ha vivido varios momentos; unos, casi de persecución ya que el catolicismo ha tenido dificultades y ahora hay como un acercamiento. Los católicos cubanos quieren expresar lo que sienten, cuando fuimos a verles nos abrieron su mundo. Grabamos una parte de las hostias pero luego llegó la visita del Papa y supimos que había que cerrar el documental con esa visita, por lo que volvimos a La Habana en esas fechas. Tuvimos la suerte de que un emisario del Papa fue al convento esos días, se llevó las hostias, las monjas salieron, el Papa se acercó a saludarlas y pudimos grabarlo así como las otras historias yendo también a la plaza de la Revolución.
¿Han percibido alguna diferencia entre la Iglesia española y la cubana?
Una diferencia muy grande es que la Iglesia católica en Cuba convive con los ritos afrocubanos, hay mucho sincretismo religioso y la gente tiene un santo de la otra religión pero que es la representación del santo católico. En Cuba está el sincretismo que trajeron los esclavos africanos y que convive con la Iglesia católica.
La Iglesia católica en Cuba está como saliendo de las catacumbas. Han estado muy escondidos y eso está cambiando. La visita del Papa ha sido muy importante en este aspecto. Es muy curioso pero como no podíamos contar todo, nos centramos en los cambios políticos, socio-económicos…
¿Qué les ha impresionado de rodar en Cuba?
Siempre impresiona cómo es la sociedad cubana, cómo es el cubano medio, con las privaciones que vive, cómo la gente sale a la calle a improvisar para salir adelante cada día, con una alegría, con unas ganas de vivir, con un empuje que a nosotros nos ha conmovido. Ver gente que apenas tenía para comer, que se conforma con lo que tiene y vive feliz; eso a mí me ha hecho replantearme muchas cosas. Al volver a España me decía: disfrutemos lo que tenemos porque somos muy afortunados.
¿Hasta qué punto estaban guionizadas ciertas escenas, como la de la señora que se pone a cantar mientras cocina?
Nosotros defendemos el documental observacional, conocemos a los personajes, creamos un clima de cercanía y luego entramos en su mundo para mostrarlo. Todo surgió de forma natural, cuando llegamos a casa de Hiara, era: «Hola, nos quedamos a pasar el día contigo, haz lo que haces normalmente». Y dijo: «pues me voy a cocinar»; y mientras lo hacía se puso a cantar y nosotros lo grabamos. Nos parece fascinante mostrar lo que sucede, porque todo eso es verdad. En el convento fue igual, grabamos la actividad diaria de las monjas y luego las entrevistamos. Lo bonito es llegar a un sitio y mostrar lo que pasa, y que luego el espectador saque sus conclusiones. Esto tiene un hándicap y es que requiere mucho tiempo y no hay presupuestos que te aguanten estar meses grabando una cosa pero hay que intentarlo, luego el resultado nos parece mejor.
¿Qué acogida del documental esperan aquí en el Festival de Málaga?
Espero que guste y que a la gente le llame la atención el título y quieran saber más. No hemos querido hacer un documental religioso sino social, es evidente que tiene un peso la religión porque está presente. En diciembre hicimos un pase privado en La Habana para ver qué pensaban los cubanos, y yo me quedé alucinado porque las cosas que a mí me parecían más duras, los cubanos se las tomaban a risa y aplaudían. Fue apasionante ver a los protagonistas viéndose en la gran pantalla. Espero que en Málaga lo vea mucha gente y a ver cómo lo perciben los católicos.
Javier Verdaguer y Alberto García