
Una de las mejores joyas que guarda el pequeño museo catedralicio no se encuentra precisamente contenida en alguno de los expositores de la sala. Para descubrirla, solo basta alzar la mirada y observarla con detenimiento.
Se trata del precioso artesonado mudéjar que ennoblece por entero el techo de la estancia, obra ejecutada con toda maestría y primor a comienzos del siglo XVI.
Esta muestra de la labor conocida como carpintería de lo blanco es la mejor muestra del trasvase cultural que se dio por aquella época inmediata a la conquista castellana, cuando los repobladores cristianos se valieron del conocimiento y la pericia técnica de la población musulmana. Esta artística cubierta, toda ella de madera ensamblada, es el resultado de un sofisticado trabajo artesano donde casetones, patrones geométricos y lacería no solo cumplen una función meramente arquitectónica, sino que crean un conjunto de alto valor estético.
La estancia que alberga el artesonado fue, desde la posguerra hasta la segunda mitad de la década de los noventa del pasado siglo, la sala capitular donde los canónigos se reunían para tomar los acuerdos inherentes al gobierno de la Catedral. La misma comprendía una pequeña capilla delimitada por una celosía de madera con un altar pintado presidido por la imagen de la Inmaculada. En la actualidad, el ara se encuentra depositada en la capilla de la Inmaculada y la imagen en la del Pilar. Los demás elementos desaparecieron.

