Tres testigos

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El domingo 14 de octubre, mientras se está celebrando en Roma el Sínodo de los Obispos, el papa Francisco canonizó, entre otros, a tres testigos de excepción. Juan Antonio Paredes, sacerdote y profesor emérito de los Centros Teológicos, profundiza en su figura.

«Pablo VI fue, a mi modo de ver, el papa más impresionante del siglo XX. Óscar Romero luchó contra la injusticia y la pobreza hasta dar su vida. Nazaria Ignacia fundó el primer sindicato obrero femenino de Bolivia»
Uno de ellos, Pablo VI. Me atrevo a decir que ha sido el Papa más impresionante del s. XX. En España es poco conocido y escasamente valorado, debido a los ataques de la prensa del franquismo y de grupos tradicionalistas. Fue él quien llevó a cabo la continuación y la conclusión del Vaticano II, y quien impulsó la puesta en práctica de sus decisiones.

Un trabajador incansable

Realizó un trabajo gigantesco, a pesar de las resistencias en el mismo seno de la Iglesia y de su delicada salud. Visitó los cinco continentes; habló en las Naciones Unidas; para fomentar el ecumenismo, intervino en Ginebra ante el Consejo Ecuménico de las Iglesias, celebró encuentros con el arzobispo anglicano M. Ramsey y con el patriarca de los armenios Khoren I, abrazó al patriarca de Constantinopla Atenágoras I en el Monte de Olivos; instituyó el Sínodo de Obispos, para promover la corresponsabilidad en el seno de la Iglesia; fortaleció el papel de las Conferencias Episcopales y su relación con la Santa Sede; creó el Consejo Pontificio para los Laicos, con la intención de potenciar el papel de los seglares en la vida de la Iglesia; internacionalizó el colegio cardenalicio; defendió el depósito de la fe, que sintetizó en el Credo del Pueblo de Dios, como se hizo en el concilio I de Nicea; y dejó documentos tan profundos y extraordinarios como Ecclesiam suam, Humanae Vitae, Populorim Progressio; Marialis cultus y Evangelii nuntiandi.

A mi modo de ver, fue un gran místico, que centró su fe en la experiencia de Dios Padre, una experiencia lúcida y alegre, como se deja ver en su Testamento Espiritual y en las palabras con las que murió: Pater noster qui est in caelis. También un verdadero mártir, que conservó con firmeza el “depósito de la fe” y sufrió por los ataques que venían de dentro de la misma Iglesia, alguno de parte de viejos amigos; y un auténtico Papa misionero, que recorrió los cinco continentes y se hizo presente en las instituciones civiles para anunciar el Evangelio de siempre en diálogo con la cultura de hoy.

Junto con él, va a ser canonizado el Beato Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado mientras celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer. Fue el “obispo de los pobres”, fiel a las directrices de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín, y un enérgico defensor de los derechos humanos del pueblo. Esta defensa molestó profundamente al gobierno, que trató de eliminarle y se lo encargó a un pistolero. El pueblo lo veneró enseguida como mártir y como claro exponente de la opción preferencial por los pobres por parte de la Iglesia. San Romero de América, le denominó el obispo Pedro Casaldáliga. Y el gobierno descubrió tarde que aquel muerto estaba verdaderamente vivo. En su lucha contra la injusticia y la pobreza, fue todavía más eficaz desde la tumba; desde el cielo.

También va a ser canonizada la Madre Nazaria Ignacia March. Hija de una familia obrera, esta madrileña emigró con sus padres a México siendo niña. Allí profesó como religiosa en las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Su primer destino la llevó a Oruro (Bolivia), donde cuidó a los mayores durante doce años. Una crisis espiritual la llevó a dejar este instituto religioso para fundar las Misioneras de la Cruzada Pontificia (hoy Misioneras Cruzadas de la Iglesia, con presencia en Málaga). El año 1933, movilizando a las mujeres que trabajaban en el mercado, y a las dependientes que pudo, fundó el primer sindicato obrero femenino de Bolivia. Murió en Buenos Aires con fama de santidad a los 54 años.

Juan Antonio Paredes

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