En una ciudad ruidosa y tomada por miles de turistas, sorprende el silencio, la calma y la música gregoriana que impregna cada rincón del Palacio Episcopal, algo en lo que coinciden los visitantes que se acercan a la nueva exposición ‘Huellas. Arte e iconografía de la Iglesia de Málaga’.
«La palabra huellas tiene dos acepciones: Una primera, que es la que conocemos todos, una señal que se queda impresa tras el paso de alguien; y por otro lado, el sentido de que todo tiene la huella de Dios. Una huella que nos ha dejado el pasado que queremos revivir, que siga comunicando al mundo de hoy lo que pretendieron sus autores» explica el director de este espacio de arte, Miguel Ángel Gamero.
Aunque ya llevaba una andadura, tras el acondicionamiento de las salas de la primera planta de este espacio, se ha inaugurado hace apenas dos semanas con una exposición de arte sacro compuesta por algunas de las mejores piezas que ha generado la Iglesia malacitana desde la llegada de los Reyes Católicos hasta nuestros días. Cinco siglos de arte sacro en 600 metros cuadrados, con piezas que salen por primera vez de los lugares a los que pertenecen.
Según los responsables de Ars Málaga, Palacio Episcopal, «por las mañanas suelen venir más turistas extranjeros, ente los que destacan franceses y alemanes. Mientras que por las tardes, a última hora, se llena de malagueños, lo que ha hecho que ampliemos el horario de cierre hasta las 20.30 horas. Entre los visitantes locales que se acercan a la exposición, llaman la atención los numerosos jóvenes cofrades. En general, los visitantes salen muy contentos. Es más, muchos vienen buscando ‘Huellas’ y descubren la exposición de arte africano y sobre todo el Jardín Privado, construido hacia la segunda mitad del siglo XVIII, por José Martín de Aldehuela».
«Me he quedado con la boca abierta –comenta una malagueña– delante del Cristo Resucitado, obra de José Capuz. Cuando me dijeron que era una exposición de arte sacro, no me esperaba un discurso así, la iluminación, los colores y la disposición de las piezas están muy conseguidos». Un matrimonio escocés que pasea por las salas afirma que «la exposición es impresionante, pero no sería la misma sin el marco incomparable del edifico que lo alberga»; mientras tres señoras francesas procedentes de Lyon, sentadas en el Jardín, destacan «la calma y la tranquilidad que se respira en el museo. Es muy «zen» –explica una de ellas–. La exposición es maravillosa. Parece sencilla porque es muy fácil de comprender, pero es porque está muy bien condensada. Creo que los artistas fueron capaces de plasmar su fe en las piezas que crearon, de lo contrario no hubieran podido hacer estos trabajos».
Beatriz Lafuente