Todo tiempo es propicio para el encuentro con Dios, pero hay momentos en el calendario litúrgico que invitan, de manera muy específica, a vivir la experiencia de Dios de una forma muy concreta. Es el caso del Adviento.
La reflexión sobre la kénosis, es decir, sobre el abajamiento de Dios hasta el punto de compartir nuestra humanidad en el misterio de la Encarnación, invita a hacer hueco a Dios en nuestras vidas y en nuestro ser. Si estamos llenos de urgencias difícilmente podremos disfrutar de la experiencia de Dios, por tanto, de encajar la vida como creyentes: vivir con, en y por Dios. La preparación que sugiere el Adviento invita a reflexionar sobre la vida, su sentido último y la venida de Cristo a nuestras horas: ya ocurrió en Belén y próximamente ocurrirá con su venida en gloria, la parusía. Todo un horizonte que nos remite a glorificar a Dios con nuestras vidas.