
El pasado 31 de mayo, la tradición malagueña rememoró la invención del Santo Cristo de la Salud, custodio de la ciudad, de cuyo culto cuidaba el Ayuntamiento en contraposición a los otros patronos instituidos por la Iglesia. Ambos estamentos, el civil y el eclesiástico, condujeron respectivamente durante siglos a sus imágenes patronales hasta la Catedral cuando amenazaba una calamidad pública, celebrando ante ellas las rogativas de rigor.
La devoción al Cristo de la Salud, desde que aconteciera su milagrosa aparición el 31 de mayo de 1649, en pleno apogeo de una terrible peste, llegó a ser extraordinaria entre los malagueños, aunque se fue enfriando poco a poco desde que en el siglo XIX su capilla sita en el mismo edificio consistorial, entonces en la actual plaza de la Constitución, fuese demolida. Ese recinto permanecía abierto día y noche, iluminado por infinidad de luminarias y atendido permanentemente por un capellán a sueldo del Ayuntamiento.
Hoy, en la Catedral, donde tantas veces fuera trasladado el Señor, solo lo rememora una delicada terracota policromada, un verdadero bibelot, ejemplo de las muchas reproducciones del original que se hicieron en siglos pasados para atender la demanda de los devotos. Situada en la sala de los canónigos, tiene el sello de Román, taller granadino fundado en 1801 y que alcanzó un gran prestigio durante todo el siglo XIX. Esta pieza en cuestión perteneció a Francisco García Almendro, alcalde de Málaga entre 1920 a 1922, y su donación al Cabildo se debe a la generosidad de su bisnieto, el reconocido periodista y escritor local, Alfonso Vázquez.