Ricardo Navarrete Antiñolo: asesor espiritual en las drogodependencias

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Artículo del Doctor José Rosado Ruiz, médico especializado en drogodependencias

La droga tiene al cerebro como órgano diana en el que desarrolla todos sus efectos y mecanismo de acción, y de una manera progresiva lo esclaviza e impone su especial objetivo: conseguir la próxima dosis. Pero el peligro más importante y perverso es que reprime las dimensione profundas de la persona, que son las que nos informan de inquietudes de permanencia, inmortalidades y trascendencias que no se compadece con una estructura celular o biológica que tiene marcado unos límites fugaces, y nos indica que somos algo más que un cuerpo y una mente y que, superando las referencias de tiempos y espacios, tiene que ser de cualidad espiritual, que es la que conforman nuestra verdadera realidad como seres únicos, originales, irrepetible, con voluntad libre y con un significado existencial.

Esta carencia marca en la persona una existencia epidérmica que la deja como hueca y vacía: las madres expresan que a su hijo le han robado el alma.

Y es que la droga le lleva a una situación límite en el que ausente del presente, sin propósito de vida y una mente repleta de sombras y de miedos, su consumo sólo le sirve para olvidarse que está vivo; la autolisis se valora como solución. 

En este escenario, un acontecimiento especialmente traumático, le hace tomar consciencia de su estado y, pidiendo auxilio a la esperanza que aún le resta, pide ayuda profesional.

La desintoxicación no presenta dificultad y la recuperación de la normalidad familiar, laboral y personal sólo necesita tiempo y terapias; la reinserción social marca el fin del tratamiento, aunque las secuelas neurológicas siempre permanecen y es lo que la define como enfermedad crónica y recidivante.

El auténtico problema es que las dimensiones profundas no se han contemplado y, sin significado existencial, la experiencia humana es un camino sin meta y complicado de hollar: la vida se reduce a una fugaz permanencia celular. Recuperar esa dimensión era esencial para que la persona despierte a su verdadera realidad. ¿Qué hacer? 

Ricardo Navarrete Antiñolo, párroco de S. Antonio María Claret, protagonizó una historia que ofrece selectivas intervenciones terapéutica. Su experiencia como director espiritual, su trabajo con familias con problemas de alcoholismo y droga en su parroquia y el contacto como capellán de las Adoratrices que tenían un centro de acogida para mujeres jóvenes marginadas (prostitución y drogas) eran las condiciones para que nuestra amistad, iniciada en el seminario, se fortaleciera, ya que yo era el responsable provincial del plan andaluz de drogas. Así que no me sorprendió que se presentaran en la consulta acompañando a Rafael, un sacerdote de otra diócesis, secularizado, casado con dos hijos y que llevaba 14 meses consumiendo cocaína y alcohol y quería superar su adicción. Realizada y valorada la historia clínica, se decidió iniciar el protocolo del tratamiento. Siempre solicito la presencia, colaboración e implicación de un miembro de la familia. Rafael, no dudó en sugerir que fuera Ricardo, y éste aceptó. Las consultas eran semanales en su domicilio y a veces en la sacristía antes de abrir por la tarde. La evolución fue muy rápida, pues con las motivaciones muy significadas y el control de los factores de riesgo, garantizaban una abstinencia muy argumentada. 

En esta dinámica, Ricardo me sorprendió y me iluminó con unos matices muy especiales. Rafael manifestaba unas nostalgias muy arraigadas de sus tiempos de seminario y su sacerdocio, y Ricardo, buscador de iniciativas, se centró en rescatar y hacer presentes estos recuerdos, y con la pasión y ganas que le caracterizaba, y la complicidad de su esposa, algunas horas litúrgicas, devociones, la misa diaria, el rezo del rosario, las plenitudes del día de su ordenación, la primera misa…representaba un tesoro terapéutico, que Ricardo ordenaba, fomentaba y desarrollaba y, en este escenario, fuertes añoranzas se hicieron presentes…el diálogo con Dios se estaba recuperando. Claro que como Dios está al acecho de Amor (intención de Beneplácito) siempre se adelanta y le hizo “una caricia”  que le hizo experimentar su filiación divina…y la historia adquirió sabores divinos.  

Esta experiencia marcó una colaboración especialmente enriquecedora para mi praxis médica y como cristiano, y argumentó una amistad muy singular. La presencia de asesores espirituales en el equipo multidisciplinar de atención a las personas con enfermedades de cierta relevancia, es una necesidad terapéutica, y su carencia no tiene ninguna justificación científica.

Hasta que, por la edad y algunos achaques, Ricardo, tuvo que ingresar en el Buen Samaritano, todos los meses teníamos un encuentro que para mí era un “suspiro espiritual”. La última visita que le hicesentí que la oración del abandono que había traducido de S. Carlos de Foucauld: “Padre confío en Ti. ¡Haz de mi lo que quieras! …¡Si Tú eres mi Padre”, descubría su identificación con la voluntad de Dios: se encontraba en serena espera para gozar de las bienaventuranza eterna para las que todos fuimos creados.

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