Restauración de la fachada del templo parroquial de San Antonio de Padua (Frigiliana)

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Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá durante la Misa con motivo de la restauración de la fachada del templo parroquial de San Antonio de Padua en Frigiliana

RESTAURACIÓN DE LA FACHADA

DEL TEMPLO PARROQUIAL

DE SAN ANTONIO DE PADUA

(Frigiliana, 27 febrero 2022)

Lecturas: Eclo 27, 4-7; Sal 91, 2-3.13-16; 1 Co 15, 54-58; Lc 6, 39-45.

(Domingo Ordinario VIII-C)

1.- El libro del Eclesiástico, que acabamos de escuchar, nos enseña cómo valorar a las personas; y lo hace mediante tres ejemplos: la criba, el horno y el árbol.

El primer ejemplo es la criba. Cuando se criba el grano y la paja, que vosotros conocéis bien en esta zona agrícola, queda separado lo que es bueno (el grano) y lo que no sirve (la paja): «Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos» (Eclo 27, 4). Un refrán español dice: “De lo que calles serás dueño; de lo que hables serás esclavo”.

El segundo ejemplo es el horno. Del mismo modo que «el horno prueba las vasijas del alfarero, la persona es probada en su conversación» (Eclo 27, 5). Podemos decir que la persona es aquilatada a fuego, como la arcilla en el horno.

El fuego del Espíritu Santo, que se nos regaló en el bautismo y en la confirmación, purifica la escoria que puede haber en el corazón humano y quema nuestras miserias; de ese modo podemos amar mejor y convertirnos al Señor. Pero, si ponemos resistencia a la acción del Espíritu, nos quedamos como estábamos antes.

2.- El tercer ejemplo es que «el fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona» (Eclo 27, 6).

En el evangelio hemos escuchado este mismo ejemplo o parábola, dicha por Jesús: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno» (Lc 6, 43); «por ello, cada árbol se conoce por su fruto» (Lc 6, 44). Bien sabéis esto quienes cultiváis los árboles y veis sus frutos; y no esperáis uvas de las zarzas o higos de los cardos (cf. Mt 7, 16).

El hombre bueno, de la bondad de su corazón, saca el bien; y, por el contrario, el malo saca el mal (cf. Lc 6, 45).

Hemos de aprender a valorar a las personas según sus palabras, su vida y sus obras; la calidad de las personas se verifica sobre todo en los hechos; y “obras son amores”, dice el proverbio.

3.- El Maestro de Nazaret añade otra parábola, que nos enseña a comportarnos acertadamente en la vida: la mota en el ojo y la viga de madera: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (Lc 6, 41). No tiene punto de comparación una pequeña mota de polvo con un trozo de madera.

Uno debe ser capaz de mirarse a sí mismo, para conocerse realmente como es y no para ser visto por los demás como él desea, falseando su imagen.

Quien no es capaz de ver el leño que lleva en su ojo, que le tapa toda la visión, no puede ver la mota pequeña del ojo de su hermano. Jesús pregunta: «¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Lc 6, 42). Jesús llama “hipócritas” a quienes hacen esto.

4.- Hemos de ser humildes, reconociendo nuestras limitaciones y aceptando que tenemos por delante un largo camino a recorrer en nuestra maduración personal y en el seguimiento de Jesús, el Maestro, como discípulos suyos. El Señor nos invita a seguirle, pero nos cuesta mucho; pero hemos de hacer el esfuerzo, porque en ello nos va también la felicidad. Es más feliz el que vive como Jesús nos pide, que el que vive según sus caprichos.

Se trata de ver la relación “maestro-discípulo”. Jesús pregunta a sus interlocutores: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?» (Lc 6, 39). Un ciego no puede ser maestro de otro ciego. Todos somos discípulos del Señor Jesús, que nos enseña a vivir como él.

Los pastores de la Iglesia y los que tienen responsabilidades sociales y políticas, como maestros, tienen la obligación de enseñar y de cuidar a quienes les han confiado.

5.- Las dos instituciones de este pueblo de Frigiliana con vocación de cuidar a sus miembros, la Parroquia y el Ayuntamiento, habéis realizado una acción conjunta a favor de la feligresía y de la ciudadanía, que no siempre coinciden, porque no todos los ciudadanos son feligreses. La colaboración de ambas instituciones se hace por el bien de todos los destinatarios.

Hoy damos gracias a Dios por la rehabilitación de la fachada del templo parroquial de Frigiliana, dedicado a San Antonio de Padua. ¡Enhorabuena!

Deseo agradecer al Sr. Párroco y al Sr. Alcalde su buen entendimiento y las buenas relaciones, que han producido buenos frutos, porque los árboles buenos dan frutos buenos. ¡Felicidades a todo el pueblo de Frigiliana, tanto a la feligresía como a la ciudadanía!

La colaboración de todos ha permitido hacer una obra buena, un fruto bueno, que redunda en bien de toda la comunidad. ¡Gracias por dar frutos buenos!

Ahora todo feligrés y todo vecino de Frigiliana podrá disfrutar de un templo restaurado más bello; ya nos ha explicado antes el arquitecto los criterios de restauración. También los muchos turistas que llegan a este hermoso pueblo, podrán gozar de templo embellecido.

Y hoy damos gracias también por la bendición de la Casa-Hermandad de la Cofradía de la Virgen de los Dolores, realizada antes de la Misa. Felicito a la Cofradía por esta buena obra.

En la bendición les decía que ojalá la Casa-Hermandad sea instrumento de fraternidad verdadera y no de tensiones ni enemistades, porque no tiene sentido. Hemos de procurar entre todos (parroquia, ayuntamiento, cofradía, institución cívica o religiosa) que se favorezca la fraternidad, la comunión, el bienestar y la felicidad de todos. Tenemos buenos instrumentos y buenos árboles que den buenos frutos.

6.- Jesús, en el evangelio de hoy, nos enseña que el árbol bueno da frutos buenos (cf. Lc 6, 43); «por ello, cada árbol se conoce por su fruto» (Lc 6, 44).

En una sociedad dañada por tantas injusticias, donde crecen los intereses y las mutuas rivalidades y donde brotan los odios, como podemos verificar en la reciente guerra de Rusia contra Ucrania, son necesarias personas sanas que den buenos frutos.

Pensemos qué podemos hacer cada uno de nosotros para mejorar nuestra sociedad, nuestro pueblo, nuestra familia, nuestra parroquia. Ayudemos a los demás a tener una vida más fácil y más humana, creando relaciones de buena acogida, confianza y fraternidad.

7.- La comprensión y la compasión deben ser insignias de nuestro comportamiento, perdonando los errores de los demás, porque perdonar es propio de Dios y nos hace mejores hijos suyos. Dios, cuando perdona, olvida. Solemos escuchar con frecuencia decir: “Yo perdono, pero no olvido”; quien diga eso, en realidad, no perdona; porque quien no olvida, no perdona, ya que Dios al perdonar nuestros pecados los borra (cf. Sal 50, 3.11).

Hemos de ahuyentar de nosotros el rencor y el resentimiento, así como la condena, siguiendo el consejo de san Pablo: «A nadie devolváis mal por mal (…); en la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo» (Rm 12,17-18). Como veis, Jesús nos invita hoy a ser árboles que den buenos frutos.

Pedimos a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Virgen de los Dolores, que nos acompañe con su protección maternal; y que san Antonio de Padua interceda por nosotros, para ser siempre una comunidad fraterna que busca el bien de todos. Amén.

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