Antonio Banderas ha dicho en la Mostra de Venecia que «lo políticamente correcto nos lleva a la autocensura»; es cierto, máxime cuando la cultura de la cancelación impide el desarrollo sereno y argumentado de lo que se piensa. Ocurrió hace muchos años en materia de migración, concretamente en 2015, cuando el cardenal Cañizares, por entonces arzobispo de Valencia, afirmó que la llegada de los refugiados era un ‘caballo de Troya’ para Europa y se preguntó ¿esta invasión de emigrantes es todo trigo limpio? He pensado en esta reflexión cuando se perpetró el atentado con arma blanca en la ciudad alemana de Soligen, atribuido a un sirio que había solicitado asilo en Alemania. De hecho, el atentado ha sacudido la campaña electoral alemana.
Mientras esto está pasando el papa Francisco asegura que rechazar a los migrantes es un pecado grave y el ministro Oscar Puente rescata en X una cita evangélica: «Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí» (Mateo 25. 34-36).
Por si fuésemos pocos, también han entrado en el debate los menores migrantes que, por cierto, están dando vida a las Canarias vaciadas y fueron pregoneros de las fiestas de Artenara; niños y niñas que han sido acogidos como los hijos de cualquier familia del pueblo.
La realidad migratoria sitúa ante una situación difícil; no se soluciona con propuestas populistas ni simples. Es una realidad compleja que en 300 palabras no se puede arreglar, pero sí iluminar: recordemos que el migrante es una persona, que la acogida puede ser beneficiosa si está reglada o es acorde a las necesidades del país y que quien huye no es por mero capricho.
Artículo publicado en la sección de OPINIÓN del DIARIO SUR