Queridos diocesanos, hermanas y hermanos de Málaga y Melilla:
En este Jubileo de la Esperanza conmemoramos que en el año 325, hace ahora 1.700 años, tuvo lugar en Nicea el primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia. Allí, los 318 obispos proclamaron la fe católica en la divinidad de Jesucristo con estas palabras: «Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza (homoousios) del Padre». Esta formulación fue enriquecida el año 381 por el concilio de Constantinopla, dando origen al Credo niceno-constantinopolitano (el llamado popularmente “credo largo”) que profesamos en la celebración de la Eucaristía.
De este modo proclamamos que Jesucristo es nuestra Esperanza, pues al compartir el ser de Dios y también nuestra naturaleza humana, no hay ninguna situación de pobreza o violencia en la que no se haga presente la fuerza salvadora del amor de Dios.
El Credo niceno-constantinopolitano es común para católicos, ortodoxos, luteranos, reformados, bautistas, anglicanos, metodistas, evangélicos… La diócesis de Málaga ha sido pionera en el camino de la reconciliación entre las Iglesias cristianas y todos nosotros –laicos, religiosos, sacerdotes y obispo– hemos de seguir avanzando. No se trata solo de orar juntos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, sino de aprender a trabajar unidos al servicio del Reino y de ser instrumentos de reconciliación y concordia en un mundo polarizado y dividido.
El papa León XIV ha conmemorado el concilio de Nicea peregrinando a Turquía y participando en la oración ecuménica que tuvo lugar en la antigua Nicea, actual Iznik, frente a los restos de la basílica donde se celebró el concilio. Y en su carta apostólica “In unitate fidei” ha dado un renovado impulso a esa profesión de fe. En ella nos invita a volver a la pregunta que hizo Jesús a los Doce: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 15, 15).
En los tiempos del concilio de Nicea, el presbítero Arrio había afirmado que Jesucristo era una criatura especial, superior a todas las demás, pero que no era Dios. El concilio corrigió a Arrio, afirmando que Jesús de Nazaret es de la misma sustancia (homoousios) del Padre. No se trataba de una disputa sobre palabras, sino de una cuestión fundamental: si Jesús fue un personaje carismático, un revolucionario social o alguien que amó como nadie lo había hecho hasta entonces, es un hombre digno de admiración, pero si además es de la misma sustancia del Padre, entonces es el Hijo de Dios, que sigue vivo y presente entre nosotros y nos salva de caer en el vacío. La pregunta “¿Quién es Jesús para ti?” no es ociosa, como no lo fue la respuesta que dio, en su día, el concilio de Nicea.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor.


