El nuevo curso pastoral nos ofrece la posibilidad de afrontar una serie de retos provenientes de la realidad eclesial y social en la que estamos inmersos. Por eso se han elegido cuidadosamente las prioridades pastorales que deseamos trabajar entre todos, y que han sido propuestas por diferentes consejos y grupos de reflexión (arciprestes, Consejo Episcopal, Consejo de Presbiterio, Consejo Diocesano de Pastoral).
Como ya es costumbre en nuestra Diócesis, la elección de las prioridades se lleva a cabo con la participación armónica de estos grupos, que, a su vez, recogen la aportación de muchos fieles diocesanos. Como miembros de la misma Iglesia particular, caminamos juntos y afrontamos conjuntamente las tareas eclesiales que se nos presentan.
Prioridades dentro de un proceso
Empezamos un nuevo curso pastoral y afrontamos nuevas prioridades, que debemos llevar a cabo en continuidad con la tarea pastoral de años precedentes y con la mirada puesta en el futuro, como un proceso de crecimiento y de maduración.
Las prioridades pastorales han tenido una línea de fondo en todo momento, que las une y las vertebra, evitando que se conviertan en simples acciones concretas sin conexión entre sí y sin raíz. Las prioridades son como agujas enhebradas, que llevan cada una el hilo de la tarea eclesial a la realidad concreta desde diversas perspectivas, realizando así un hermoso trabajo conjunto.
Hemos ido trabajando, siguiendo la línea de continuidad; no caigamos en la tentación de trabajar prioridades concretas cada año sin conexión con lo vivido y con lo que estamos llamados a vivir.
El papa Francisco nos anima a caminar en esta línea: «Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39)» (Evangelii gaudium, 13).
La misión de los cristianos, siguiendo el «hilo» pastoral
Las prioridades enhebran un «hilo conductor» que está referido a la presencia salvadora de Dios en la Iglesia y en el mundo, que va transformando y salvando.
Por eso hemos de ser conscientes de quiénes somos y de cuál es nuestra misión como cristianos del siglo XXI. En tiempos difíciles es importante que seamos conscientes de nuestras raíces: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio (…) Acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión, de su propio destino final» (Pablo VI, Ecclesiam suam, 3).
La Iglesia está llamada a la misión, porque es su esencia y su raíz. Una Iglesia que busca dar testimonio de Jesucristo, proclamando el evangelio a tiempo y a destiempo: «Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar» (2Tim 4,2).