XXV aniversario coronación canónica de la Virgen de la Esperanza

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en la Basílica de la Esperanza, el 16 junio 2013.

Lecturas: Eclo 24,9-12.19-22; Sal: Lc 1,46-55; Gal 2, 16.19-21; Jn 2,1-11.

1. Muy queridos cofrades y devotos todos de María Santísima de la Esperanza. Hemos sido congregados hoy para dar gracias a Dios por el XXV Aniversario de la Coronación canónica de la imagen de María Santísima de la Esperanza, que tuvo lugar el día 18 de junio de 1988 en la plaza de la Constitución de Málaga, por parte del Nuncio de Su Santidad en España, Mons. Mario Tagliaferri, con la presencia de más de diez mil malagueños, según cuentan las crónicas.

Como el día 18 de junio del presente año se solemniza la fiesta de los santos Patronos, Ciriaco y Paula, se traslada este Aniversario al día de hoy, 16 de junio, que también tiene su motivación histórica. El día 16 de junio de 1641, reinando en España Felipe IV y siendo obispo de Málaga Fray Antonio Enríquez, se fundó la Hermandad de los setenta y dos hermanos de la Madre de Dios de la Esperanza, de la que se conservan las primitivas Reglas y que, con el tiempo, se fusionó con la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, formando desde entonces una única Hermandad.

Hoy, pues, queridos hermanos, tenemos un doble motivo para dar gracias a Dios: el de la Coronación canónica de la imagen de la Virgen y el del Aniversario de la creación de la Hermandad.

2. La coronación de la imagen de María Santísima de la Esperanza tiene un significado profundo. María es Reina, como manifiesta el magnífico trono donde habéis puesto la imagen y lo hermosos atavíos, con que la habéis vestido; ella es Reina de esperanza, porque intercede por nosotros ante el Rey de la gloria, Jesucristo. El Concilio Vaticano II afirma que la santísima Virgen «en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10), precede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de segura esperanza y de consuelo» (Lumen gentium, 68).

La Iglesia, al considerar la función de la santísima Virgen en la historia de la salvación, la llama con frecuencia «esperanza nuestra» y «madre de la esperanza» (cf. Himno Oficio de Lectura: 21 de noviembre; cf. Eclo 24,24); y se alegra del nacimiento de santa María Virgen, que «fue para el mundo esperanza y aurora de salvación» (Oración de post comunión 8 de septiembre).

La Iglesia venera a la Madre de esperanza de los cristianos, porque durante su vida aquí en la tierra alimentó constantemente la «virtud de la esperanza», «confió… plenamente» en el Señor (Prefacio) y «concibió creyendo y alimentó esperando al Hijo del hombre, anunciado por los profetas» (Prefacio); porque, habiendo subido al cielo, se ha convertido en la «esperanza de los creyentes» (Antífona de entrada); ella ayuda a los que desesperan (cf. Antífona de entrada) y es aliento, consuelo y fortaleza de los que acuden a ella (cf. Oración colecta); porque precede con su luz a todos los hijos de Adán como señal de esperanza «hasta que amanezca el día glorioso del Señor» (Prefacio).

3. En la oración colecta de hoy, al inicio de la Misa, hemos pedido al Señor que, al venerar a la Virgen María como Madre de la Santa Esperanza, nos conceda por su intercesión, orientar nuestra esperanza hacia los bienes del cielo.

A veces se critica a los cristianos de que miran al cielo, pero se desentienden de las cosas de la tierra; pero eso es falso, porque los cristianos, como la Virgen, mirando al cielo estamos en mejores condiciones de dar solución a los problemas de la tierra. Todos pueden verificar que siempre, pero sobre todo en los momentos de mayor penuria y necesidad, los cristianos, a través de las instituciones propias (hermandades, cofradías, parroquias, Caritas parroquiales y diocesanas), damos mejor solución a los problemas reales. Y no solo en estos casos, sino también en otro tipo de necesidades como la atención a los enfermos, desesperados. ¿Quién cuida hoy a los enfermos terminales? Fundamentalmente los cristianos; y la mayor parte de las veces en forma de voluntariado.

No podemos ser criticados porque descuidamos la tierra al mirar al cielo; no lo ha hecho así la Virgen de la Esperanza y tampoco lo hacemos así los cristianos. Deseo agradecer vuestra generosidad y colaboración en estas tareas, como hombres de esperanza; que ponéis esperanza en la tierra.

4. En el designio salvífico de la Santísima Trinidad María ocupa un lugar especial en el misterio de la Encarnación, que constituye el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a los hombres, después del pecado original (cf. Gen 3, 15). María, Madre del Verbo encarnado, está situada en el centro mismo de la enemistad entre el diablo y los hijos de Dios, en el centro de la lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra. Con la extraordinaria grandeza y belleza de todo su ser, María permanece ante Dios, y también ante la humanidad, como el signo inmutable de la elección por parte de Dios, de la que nos habla san Pablo: «Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, (…) eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos» (Ef 1, 4-5). Esta elección es más fuerte que toda la experiencia del mal y del pecado, con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura» (cf. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 11).

5. El apóstol san Pablo nos ha recordado en su carta a los cristianos de Galacia, que ha sido proclamada hoy, que el hombre no es justificado por sus obras, sino por su fe: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley. Pues por las obras de la ley no será justificado nadie» (Gal 2,16).

¿Quién hay capaz de cumplir la ley entera? ¿Quién ha cumplido la Ley de Dios de modo perfecto? Quien pretenda presentarse como justo ante Dios y ante los hombres es un insensato. Todos los hombres, a excepción de la Virgen María, estamos bajo el peso del pecado y necesitamos ser perdonados por Dios. María nos ofrece la esperanza del perdón y de la misericordia, que todos necesitamos. A ella acudimos, con devoción filial, para que nos ayude a acoger el perdón de Dios y la gracia de la salvación. Ella es refugio de pecadores y esperanza de lo que imploran la misericordia divina.

6. En la misma carta, que hemos escuchado hoy, el apóstol Pablo nos anima a vivir en Cristo. Estamos muy lejos de afirmar que Cristo vive dentro de nosotros, de tal manera que pensamos como Él, hablamos como Él y actuamos como Él. San Pablo ha sido capaz de exclamar: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20).

La Virgen de la Esperanza nos anima, como Pablo, a vivir como su Hijo Jesucristo, a tener sus mismos sentimientos (cf. Rm 15,5, Flp 2,5), a ir transformando nuestra mente y nuestro corazón para pensar, hablar y actuar como Cristo. Tenemos un ejemplo maravilloso en María, la Virgen de la Esperanza; tenemos en ella una Madre solícita y cariñosa, que nos mira a todos sus hijos con ternura. ¡Dejaos amar de tan hermosa Madre! ¡Gozad de la dulzura de su maternidad! ¡Vivid como hijos fieles, obedientes, amables y cariños con ella!

7. En el mundo actual hay mucha gente que vive sin esperanza, atrapada en su pecado, en sus planes utilitaristas, en su mentalidad egoísta, en la búsqueda incansable e insaciable de una felicidad efímera, que no alcanza. Pero en verdad, como nos recordaba el papa Benedicto XVI: «Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf.Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre, que resi
ste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf.Jn 13,1; 19,30). (…) La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces «vivimos»» (Benedicto XVI, Spe salvi, 27).

¡Ojalá pudiéramos traducir esta verdad cada día de nuestra vida y en cada momento de nuestra jornada! Si así lo hiciéramos no pondríamos nuestra ilusión, nuestros planes, nuestra esperanza en las cosas caducas; la pondríamos en una relación de amor a Dios, a la Virgen, a los santos y a nuestros hermanos, los hombres. La Virgen de la Esperanza ha sido Madre de Aquel, que ha dado la vida al mundo, Jesucristo. Quien acuda a ella podrá gozar de la verdadera Vida y de la auténtica esperanza.

¡Queridos cofrades, queridos devotos de la Virgen, decid a vuestros paisanos y coetáneos que sabéis dónde está la fuente de la esperanza y de la vida! ¡Decidles que la habéis encontrado! ¡Haced partícipes a los demás de la fuente inagotable de vida, de amor y de esperanza!

8. La Virgen de la Esperanza, según nos narra el evangelio de san Juan, dio esperanza a los esposos en las Bodas de Caná de Galilea. Pidió a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les mandara (cf. Jn 2,5). Y Jesús, por los ruegos de su Madre, convirtió «seis tinajas de piedra (…) de unos cien litros cada una» (Jn 2,6) en un buen vino, que alegró a los comensales y a los nuevos esposos. Ofreced, queridos cofrades, el buen vino del amor y de la esperanza a quienes están tristes, a los enfermos, a los más necesitados, a los impedidos y ancianos; y también a los niños y a los jóvenes, para que sepan vivir con alegría y esperanza el don de la fe, la vida que se les ofrece y la gracia de ser hijos de Dios. ¡Poned buen vino en vuestra vida!

Exhorto y animo a todos los hermanos de la Cofradía del Dulce Nombre y María Santísima de la Esperanza a contemplar a la Santísima Virgen María, y a darle gracias por su maternal intercesión por haberos acompañado de modo especial en estos años desde su coronación; por haberos permitido expresarle vuestro amor y vuestra fe, como hijos cariñosos; y también le pedimos que nos ayude a todos a ser buenos y valientes testigos del Evangelio en estos tiempos que corren.

¡María Santísima de la Esperanza, ruega por nosotros al Señor! Amén.

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