Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la Parroquia de San Gabriel, el 4 mayo de 2015.
Lecturas: Ex 3, 1-14; Dt 10, 14.18-19; Lev 19, 33-34; Gál 3, 26-29; Mt 25, 31-40.
Una Iglesia sin fronteras, madre de todos
La vida terrena, camino de peregrinación
1. Nos encontramos en una Vigilia de oración, congregados por el Espíritu. El libro del Éxodo nos ha presentado el episodio en el que Moisés, pastoreando el rebaño de su suegro Jetró, llegó por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios» (Ex 3, 1).
La vida terrena es un camino de peregrinación. Todos caminamos por el desierto de esta vida terrena, para llegar al monte santo de Dios, a la patria definitiva, a la Jerusalén celestial.
Algunos de nuestros hermanos, procedentes sobre todo de países del sur, realizan un largo éxodo hacia el norte buscando mejores condiciones de vida. En ese camino encuentran obstáculos de todo tipo, siendo maltratados y explotados por otros hermanos; y muchos encuentran la muerte.
2. El papa Francisco, en la homilía en la isla italiana de Lampedusa, recordaba: «¿Dónde está tu hermano?; la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los demás, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces aquellos que buscan esto no encuentran comprensión, acogida, solidaridad! ¡Y sus voces suben hasta Dios!» (8.VII.2013).
Otros son perseguidos por causa de su religión; muchos cristianos están siendo asesinados por su fe. El siglo XX fue de gran persecución para los cristianos; pero el siglo XXI se está presentando como otro siglo de gran persecución contra los cristianos.
Todos somos hijos del mismo Padre-Dios
3. Todos somos hijos de Dios; todos somos hermanos en Jesucristo; todos los cristianos somos miembros de la misma familia, la Iglesia, que es madre de todos. ¡Queremos una Iglesia sin fronteras y madre de todos!
Lo hemos escuchado esta tarde en la carta de san Pablo a los cristianos de Galacia: «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gál 3, 26). Al ser bautizados, hemos sido revestidos de Cristo (cf. Gál 3, 27).
«No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3, 28). Ésta es la fe de la Iglesia; y esta fe nos debe llevar a tratar a todos los hombres como verdaderos hermanos nuestros.
Dios ve la opresión de sus hijos
4. En el encuentro que Moisés tuvo con Dios en el monte Horeb, el Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos» (Ex 3, 7).
Dios ve y conoce la opresión de sus hijos; la manipulación y el abuso que unos hacen de otros. «El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan» (Ex 3, 9).
A Moisés le dijo el Señor: «He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel» (Ex 3, 8). «Ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel» (Ex 3, 10).
El Señor, queridos hermanos, nos llama para ayudar a nuestros hermanos maltratados; para apoyar a los cristianos perseguidos, para auxiliar a los inmigrantes. Nuestra ayuda se convierte en oración en esta tarde; pero también en denuncia y en acción liberadora; en testimonio.
5. La oración de esta tarde tiene dos vertientes: la oración, que es eficaz a los ojos de Dios; y también un testimonio público. Como se nos ha explicado, saldremos al final a la orilla del mar para terminar allí nuestra oración.
Ayer en Melilla tuvo lugar el Encuentro Diocesano de Jóvenes, en el que participaron unos cuatrocientos, tanto de la península como de Melilla. El último gesto que hicimos fue acercarnos a la orilla del mar y mojar nuestra mano, haciendo la señal de la cruz. Habíamos rezado por todos los hermanos nuestros, que han podido llegar a la orilla.
Esta tarde haremos un gesto similar: tocar con la mano el agua del mar y pedir por los que no podrán alcanzar nunca la orilla que desean.
El Señor, al igual que le dijo a Moisés, nos dice hoy a nosotros: «Yo estoy contigo» (Ex 3, 12).
La zarza ardiente que no se apaga (cf. Ex 3, 2) significa nuestra oración, nuestro testimonio y nuestro apoyo humanitario.
6. Esta celebración es muy significativa, porque está presente toda la Diócesis: sacerdotes con el Obispo, los fieles de distintas asociaciones, movimientos, instituciones, cofradías, hermandades, parroquias. Toda la Diócesis está representada aquí, presidida por su pastor el Obispo. Esta es la oración de nuestra iglesia de Málaga por los migrantes, por los perseguidos y por los cristianos que mueren por su fe.
Además de esta celebración, seguiremos rezando por esta intención cada uno en particular y en su comunidad cristiana. En su momento, que se avisará oportunamente, celebraremos en el mismo día una Eucaristía en todas las parroquias y comunidades con esta misma intención.
Lo que hicisteis a estos, lo hicisteis a mí
7. Como hemos escuchado en el evangelio, en el día del juicio final, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre «serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras» (Mt 25, 32).
El rey invitará a participar en su reino a todos aquellos que se hayan preocupado de sus hermanos más necesitados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).
Y el rey les dirá: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).
Pedimos a la Santísima Virgen María que proteja a todos nuestros hermanos migrantes, enfermos, necesitados y perseguidos por su fe. Y le suplicamos que nos permita permanecer a su lado, acompañándolos. Amén.